SOLO EL AMOR SOLIDARIO NOS   CAMBIARÁ
Mensaje de Navidad
MONJAS BENEDICTINAS, PALACIOS DE BENAVER (BURGOS).
Sobre el mundo se ha acumulado tanta injusticia y   sufrimiento que una, sin ser directamente culpable, se siente, a veces   avergonzada simplemente de vivir, de poder comer, de tener un techo donde   cobijarse, es decir, de llevar  una   existencia mínimamente normal a la que deberíamos tener acceso   todos.
Pero,   ¿quién piensa hoy de verdad en los demás? Es inmoral instalarnos en el propio   bienestar sin acordarnos de los pobres, de los que sufren cualquier tipo de   exclusión, de los más desfavorecidos, de los que han sido castigados por la   adversidad. Por desgracia esta actitud es hoy muy general.
La   lucha por la vida y el ambiente materialista y consumista, el individualismo   imperante nos han endurecido el corazón, nos han hecho insensibles al   sufrimiento ajeno. Si nuestra época se distingue de las anteriores es, sobre   todo, por la pérdida del sentido de fraternidad  y de solidaridad aunque se hable mucho   de ella. Siempre encontramos motivos para justificar nuestros egoísmos y  nuestra   insensibilidad.
Nadie,   por supuesto, es personalmente responsable de todo lo que acontece en este mundo   pero, de alguna manera, todos somos más o menos cómplices. Creo que el primer   acto de egolatría está en considerarnos inocentes y creer que tenemos derecho a   gozar de nuestro bienestar sin preocuparnos de los que padecen hambre, de los   que han sido arrojados a la cuneta.
Están   ya próximas las fiestas de Navidad y, mientras muchos de nosotros,   inmerecidamente y gratuitamente, nos disponemos a celebrar la venida de Jesús al   mundo en la abundancia, en el despilfarro, en el bullicio de la fiesta,   entretenidos con las compras, los regalos, los preparativos de las cenas…, junto   a nosotros habrá  hermanos y   hermanas que pasan hambre, que no tendrán en  su mesa ni siquiera lo más   imprescindible para satisfacer sus necesidades. Otros muchos sufrirán los azotes   de la guerra, de la emigración, de la marginación, de los desahucios, de la   enfermedad…. 
Ante   tal situación ¿tiene todavía sentido el mensaje de la Navidad? Si Dios ha venido   al mundo ¿por qué todo sigue exactamente igual? ¿A qué viene celebrar el   nacimiento de Jesús intercambiando deseos de paz, de alegría y fraternidad si el   mundo seguirá tan mal como siempre?
En   realidad son preguntas que tocan la raíz de nuestro ser de creyentes. ¿Creemos   de verdad que Dios es realmente el Salvador que viene a liberarnos de la   opresión, a devolvernos la libertad, a romper las cadenas del pecado?, ¿estamos   convencidos de que el Señor camina a nuestro lado pues es el Emmanuel, el   Dios-con-nosotros que ha entrado en nuestra historia para compartir a fondo   nuestras luchas y esfuerzos, para sostenernos en nuestro   caminar?
Los   que creemos en Jesús de Nazaret sabemos que este mundo puede cambiar, que Él   puede hacer que las espadas se conviertan en arados y las lanzas en podaderas,   que es posible que los hombres y mujeres vivamos en paz, que los bienes de la   tierra sean compartidos entre todos. Sin embargo, no cambiará sólo con   protestas, lamentos y críticas estériles. Cambiará si todos nos comprometemos en   una lucha solidaria; si somos capaces de apagar nuestros egoísmos, nuestras   ambiciones, nuestra pasividad ante los abusos e injusticias; si llegamos a   hacer  del amor el centro de nuestra   vida y  el motor de nuestros   impulsos; si nos atrevemos a creer que todo hombre y toda mujer es nuestro   hermano/a.
Sólo   el amor puede hacer que cambien muchas cosas, y el mundo entero está necesitado   de amor, sediento de amor. El amor    es el único remedio para cambiar los males que nos aquejan y de los que   todos somos, de alguna manera, culpables. Sólo el amor nos puede llevar a la   solidaridad. 
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