(La siguiente plegaria en la liturgia de las horas, puede situarse tras el Benedictus o el Magnificat, omitiéndose las preces y la oración final. Igualmente puede leerse de manera independiente)
¡Padre, que seamos seres de Luz!
En este día, ¡gracias, Padre y Dios nuestro
que nos amas y nos buscas!
Pues por tu hijo Jesús, el nacido en Nazaret,
nos has abierto las puertas de tu Reino;
a los pobres de este mundo,
a los que tienen hambre y sed,
a los que sufren y lloran en silencio,
a los comprensivos con la debilidad ajena,
a los limpios de corazón,
a los amantes de la paz y la justicia.
Tenemos claro que solo por medio
de la práctica del mensaje de las bienaventuranzas,
alcanzaremos la salvación,
cuyo camino nos ofrece Jesús,
muerto y después resucitado.
Al recordar hoy la memoria gloriosa
de todas las grandes personas
que se marcharon de este mundo,
y cuyo nombre resuena junto a Dios en santidad;
reconocemos el poder de Dios,
que se engrandece y brilla
en la fraterna humanidad
del hombre y la mujer de cada tiempo.
Por ello, bendito seas Padre de amor,
por todas las personas buenas que han vivido
y viven en nuestra tierra;
ellos nos dan alegría y fuerza
en nuestro caminar hacia Ti.
Con los santos de toda nación y raza,
de todo pueblo, nacionalidad, lengua y color,
de todos los sexos, ideologías varias
y diversidades de pensamiento;
con todos ellos levantamos a ti los brazos
diciendo aquella oración que Jesús nos enseñó.
Padre nuestro que estas en el cielo…
Hoy, Señor, es la fiesta de todos,
porque la fuente de la humana santidad,
que eres Tú, está abierta para todos.
Cada tiempo, cada día y cada hora,
tiendes tu mano amorosa a toda persona
que te busca con sinceridad.
Has enviado al mundo
a tu Hijo Jesús el artesano,
para hacernos a todos hijos tuyos,
y has derramado tu Espíritu en nuestros corazones,
para que en El te llamemos ¡Abba, Padre!
Que por la asistencia de tu mismo espíritu,
nuestra vida vaya encaminada
por senderos de luz y de justicia,
para que hagamos vida y obra
el mensaje de Jesús, plasmado
en la palabra inspirada y evangélica.
El nos amo hasta el extremo,
hasta el límite.
Demostrándonos que no existe
un mejor tributo que ofrecerte,
sino el amor bien trasmitido y bien hecho.
¡Que nos amemos, Padre bueno!
¡Ayúdanos a ello, pues la zozobra de la vida
en ocasiones se torna en hastío
que nos puede y desanima!
Dirige tu mirada sobre este mundo –tu mundo-,
que necesita ver tu santidad
descifrada en las personas y sus obras.
Purifica tu Iglesia,
para que en ella se hagan verdad
las bienaventuranzas de Jesús,
el cual amó y sirvió sin condiciones
ni reglas demasiado preestablecidas.
Mantén en tu corazón de Dios,
a todos aquellos y aquellas
a los que la vida les resulta demasiado dura o penosa.
Ayúdalos con el testimonio vivo de los que creemos en Ti.
No te olvides de nuestros hermanos difuntos,
admítelos a todos en la fraternidad
de los que ya son junto a Ti, seres de luz.
Y a nosotros,
que nos reunimos en tu nombre
o acudimos en soledad ante tu presencia,
ayúdanos a ser conscientes de lo mucho que nos das,
para saber transmitirlo a nuestros prójimos
y ser así el día de mañana,
auténticos seres de luz.
Amén.