CARTUJO CON LICENCIA PROPIA

martes, 23 de abril de 2019

LA VERDAD DE LA PASCUA


Pasó la semana santa, la pasión de la vivencia cofrade, vacaciones para otros y nos adentramos en la intensidad del tiempo pascual. Un periodo litúrgico que siendo el más importante en la vida del cristiano, es el más ignorado y olvidado. Nos olvidamos de hacer una continua fiesta por la resurrección. No solemos contextualizar la Pascua debidamente, pues por muchas vigilias que hagamos o muchas lecturas que leamos o por mucho bombo y platillo que le demos. Y no caemos en la cuenta de que una Pascua sin buenas intenciones e intenciones verificadas, NO SIRVE ABSOLUTAMENTE PARA NADA. 

¿Cómo es nuestro caminar? ¿Demasiado afanados en lo exterior, en el nudo de nuestra corbata, en mantener a toda costa el estatus o la cuota de poder que despliego sobre los demás? ¿El tragar lo insoportable por estar al lado de tal o cual persona? Recuerdo una reflexión repasando la trayectoria de los de Emaús, huyendo de Jerusalén por salvar el pellejo. ¿De qué huimos cada uno de nosotros? ¿Quizás de la insoportable realidad humana que nos muestra nuestro espejo a las ocho de la mañana cuando nos miramos en él?
Además de las contrariedades de la vida, muchas personas arrastran una pesada cruz que soportan incluso en pascua, toda su vida. Y en cierto modo parece que les gusta pues se cierran a la resurrección. Sus complejos, limitaciones propias y el estatus social al que voluntariamente se han sometido, le impiden avanzar y expandirse como personas. Acusan una notable falta de libertad.
Y Dios, si de verdad es Padre –yo así lo creo-, nos quiere fundamentalmente libres (Juan 8, 32).
No libres a medias, sino completamente libres. Pagando el precio que cada cual tenga que pagar, dejando atrás todo lo preciso, todo; sin dejar de ser lo que somos.
Jesús perdió lo último que se debe de perder, la vida humana. Por ello, creo que todo lo que nos aparte de la HIPOCRESIA DE LA VIDA lo hallaremos en ganancia y realización personal.
Puede estar la clave en confiar y en mantener la esperanza en Dios y en nosotros –que es lo mismo- pues en nosotros reside Dios. Una esperanza que ojalá comience por querer ser esperanza para otros. Por mitigar estragos en los demás, en no pretender ser piedra angular, ni el niño en el bautizo, ni el muerto en el entierro.
Personas. Así de sencillo. Personas que pasan por el mundo haciendo el bien indiferentemente de las prácticas religiosas a las que nos prestemos. Eso a Dios le da igual (Mateo 7, 21) a ver si nos enteramos de una vez. Lo que a Dios no le da igual es que te presentes en la oración siendo un calavera con la gente y justificando tus tropelías admitiendo el absurdo de que “eres de barro”.
Creo y sé de lo que hablo, que debiéramos todos someternos voluntariamente a un retiro espiritual auto-dirigido. Tú solo en un entorno de desierto cristianamente hablando. Sin micrófonos ni estrados. Una tenue música, la Palabra de Dios y una flor como ofrenda. Y un espejo en el que mirarse para encontrarse con la inmediatez de nuestra realidad, nosotros mismos y nuestro reflejo.
En todo esto y siguiendo a Mahatma Gandhi en el texto que nos ofrece el siempre franciscano José Arregui, “La Verdad”.

La Verdad como camino hacia la Pascua.
La Verdad como destino de la Pascua.
La Verdad como vertebración de nuestra Pascua.
La Verdad como ejemplo para la Pascua del otro.
La Verdad como aval ante la sociedad.
La Verdad ante Jesucristo.
La Verdad responsable asistida por el Espíritu.
La Verdad que da paz a las almas.
La Verdad que tranquiliza las conciencias.
La Verdad del duro trabajo.
La Verdad del amor sincero y sin reservas.
La Verdad de ti mismo.
¡¡ Tu Verdad, que es la Verdad de Dios ¡!