Voces. Irene Ramentol. [Crític] Teresa Forcades (Barcelona, 1966) es monja benedictina, teóloga y médico internista. Cofundadora de Procés Constituent juntamente con el economista Arcadi Oliveres (…) Su vocación religiosa surge de un “enamoramiento” a los 15 años después de leer los evangelios y desde entonces concibe el activismo como una parte irrenunciable de su fe.
“La religión es el opio del pueblo”. Seguro que esta frase de Marx te suena
Es una frase del joven Marx, de cuando tenía 25 años. Otros filósofos ya habían expresado la misma idea, pero él la recoje y a partir de ahí se difunde. Normalmente se acostumbra a citar en el sentido de que la religión es algo negativo. Y evidentemente Marx es crítico, pero en el contexto de esta crítica lo que está reconociendo es que la religión, de hecho, es útil para consolar al pueblo. El problema, según Marx, es que el pueblo consolado no tiene la fuerza necesaria para cambiar las estructuras. Y entonces es cuando realiza la crítica radical diciendo que el consuelo que la persona oprimida busca externamente y que es bueno, ha de encontrarlo dentro. La justicia no se ha de buscar más allá, fuera de la historia. El evangelio de Juan habla de una noción teológica que llamamos escatología realizada. Afirma que todas estas promesas de Dios en el cristianismo no son solamente para el más allá. Es cierto que la religión cristiana sostiene que el justo nunca quedará defraudado, que hay una justicia final. Que esta realidad donde el que tiene más poder oprime al que menos tiene y donde reina la injusticia, que esto Dios no lo quiere y que hay una posibilidad de vivir con justicia, sin violencia, sin lágrimas y sin dolor. Todo esto es cierto. Pero esto no es auténticamente fiel al evangelio si no pensamos que empieza ahora. Y esta esperanza ha de ser para la acción, no para la inacción.
Sea o no sea un consuelo, el hecho es que la religión ha ido perdiendo adeptos. ¿Somos más incrédulos?
En este país nos lo hemos ganado a pulso. La Iglesia católica- no toda- estuvo durante 40 años dando apoyo a una de las dictaduras más criminales del siglo XX. Es cierto que el caso de Cataluña fue un poco diferente porqué aquí hubo una entidad como el monasterio de Montserrat donde se produjo aquel encierro de intelectuales y muchas otras iglesias que acogieron grupos clandestinos que trabajaron para la democracia. Por tanto, aquí tenemos una historia plural. Pero jerárquicamente y de forma mayoritaria se dio apoyo a un régimen dictatorial. Y este es uno de los elementos que explican el alejamiento de muchas personas que podrían haber estado de acuerdo con este espíritu de justicia social pero que han decidido buscarlo fuera de la religión. Otro elemento a tener en cuenta, es que en la actualidad la posibilidad de dar sentido religioso a nuestra vida es mucho más amplio que antes. Tenemos acceso a textos impresionantes desde el punto de vista de la profundidad religiosa. Esto contribuye a que mucha gente tienda a un sincretismo religioso. Interesa la espiritualiad, pero no quieren sentirse encajados en una institución. Es una inquietud religiosa que quiere romper con los límites institucionalizados. Y, esta inquietud, la necesitamos porque de estos límites los hay que no tienen ningún sentido.
¿Por qué creer en un Dios “todopoderoso” que permite tanta miseria en el mundo?
Esta es una pregunta clásica; en teología se llama “teodicea”. Efectivamente podríamos pensar que, si Dios es todopoderoso, entonces es el responsable de todo lo que pasa. El Dios en el que creo es un Dios que en el momento de la creación hizo un movimiento de repliegue, como explica la filósofa Simone Weil. No hizo la creación como un apéndice suyo. Crea algo que sea capaz de amarlo en libertad. Por esta razón se repliega, para crear un espacio donde sea posible una realidad que sólo estará en Dios si esta realidad lo quiere.
Libre albedrío…
Sí, pero no solamente. Para mi es la radicalidad de la autodeterminación. Lo que viene de Dios siempre es una oferta. Nos invita a decir sí o no. Y no solamente de una forma existencialmente compleja. Cada día elegimos. Y esta elección existe no porqué Dios es impotente y no es poderoso, sino porqué es potente y ha elegido la libertad. Y el correlato es como nos hemos de comportar con los otros o la Iglesia respecto al mundo. No puede ir a imponer, ha de ir con una propuesta que respete de una forma radical la autodeterminación del otro. Si no, sería incoherente.
¿Se puede captar desde la reclusión monástica la realidad social y participar de los cambios? De entrada parece contradictorio, teniendo en cuenta que allí no se experimentan las principales problemáticas sociales: desahucios, paro…
…o propiedad privada, que tampoco tenemos. Somos como una comunidad neorural que no se espera a que la sociedad cambie en su conjunto para intentar vivir de una manera diferente. En nuestra comunidad, cuando entras, si tienes alguna posesión, la das. Si trabajas y ganas dinero, también lo das y de esta caja común dispones cuando lo necesitas. A mi evidentemente me resulta muy positivo experimentar algunos aspectos que demuestran que es posible vivir de una manera diferente. Ahora bien, ¿lleva esto a una incapacidad de incidir en las luchas sociales? Yo espero que no. A mí personalmente me conlleva unas limitaciones de tiempo, pero también me pasaría si tuviese una familia. En cambio, creo que el vivir como posible una organización alternativa me da fuerza para participar en las luchas sociales.
Todo lo que explicas choca con las ostentaciones que hay dentro de la Iglesia…
Igual que en la sociedad, creo que en la Iglesia el cambio nunca viene de arriba. Ahora la Iglesia católica tiene un papa al cual se le han de reconocer gestos y algunos cambios muy importantes. Ha actuado, por ejemplo, contra la corrupción en la banca vaticana, un escándalo mayúsculo. Pero lo que está haciendo este papa no es la revolución dentro de la Iglesia. Está levantando bloqueos con la fuerza que viene desde abajo. Con este cambio de papado creo que empezamos a hacer pasos institucionales dirigidos a eliminar el exceso de ostentación. Pero, todavía más que la ostentación, lo que me gustaría que eliminásemos inmediatamente es cualquier privilegio que pueda tener la Iglesia.
¿Es una utopía pensar en una revolución dentro de la Iglesia?
La respuesta espontánea es no. Aún más: es necesaria. En el caso de la Iglesia, la revolución debería ser anticlerical y contra la misoginia estructural si lo que queremos es una ruptura radical con las estructuras que no están al servicio de las personas. El clericalismo no tiene nada a ver con el evangelio ni con las comunidades. Es decir, que entre Dios y las personas hay unos mediadores que son los clérigos. En el evangelio de Mateo, cuando Cristo muere, dice que en aquel momento se rasgó de arriba abajo la cortina del templo, la que marcaba la separación entre el espacio sagrado y el que no lo era. Esta separación, no solamente en los textos sino también en la historia, ha comportado divisiones sociales. Pues ¿qué hay más simbólico que afirmar que en el momento de la muerte de Cristo se ha dado fin a esta división? En ello hay algo tan radical que aún no hemos entendido después de veintiún siglos. Y, por otro lado, es necesario que la revolución sea contra la discriminación de las mujeres. Hoy en día en la Iglesia católica hay un vínculo entre el hecho de ser ordenado como sacerdote y poder tener acceso a los cargos de toma de decisión dentro de la Iglesia. Ya que las mujeres se supone que no podemos estar ordenadas, esto significa que no podemos tener acceso a los lugares de toma de decisión que nos afectan a todos.
Y ¿que debería pasar para que cambiasen estos roles patriarcales?
Lo primero es que las mujeres estuviésemos convencidas nosotras mismas. Yo siempre intento alejarme de cualquier victimismo. De acuerdo que lo tenemos que hacer entre todos, pero el motor principal hemos de ser las mujeres. En la misma comunidad, si preguntase a mis treinta hermanas qué les parece la ordenación de las mujeres, la mayoría no estarían de acuerdo. Para mi es una obviedad teológica y, además, humana. Pero, cuando me doy cuenta de que no lo es para todo el mundo, siento una mezcla de tristeza y coraje al mismo tiempo porque pienso que no es que arriba nos tengan oprimidas: es que aquí, a ras de tierra, tenemos mucho trabajo que hacer. Y en el ámbito social pienso lo mismo. Claro que existen los grandes capitales, es evidente que estos poderes existen. Pero el punto determinante de la revolución no es la presencia o la ausencia de la represión externa: es la presencia o la ausencia de la conciencia; la subjetivación o la activación de la subjetividad política.
Tú que lo has estudiado en profundidad, ¿qué papel tiene la mujer en la religión?
En el caso del cristianismo, hay pasajes de los textos sagrados que son claramente y explícitamente discriminatorios, como, por ejemplo, el pasaje de la primera carta a Timoteo que afirma que las mujeres se mantengan en silencio en la iglesia, que no se les permita enseñar y que, si no han entendido alguna cosa, cuando lleguen a casa, que lo pregunten al marido. O el texto de Ezequiel donde Dios sostiene que la menstruación es una inmundicia. ¿Qué se puede hacer con estos textos? Yo creo que nos sirven para no idolatrar la Biblia, para poder asumir responsabilidad con la propia fe y para la correcta interpretación, sabiendo que tomamos la decisión de dar más importancia a unos textos que a otros y de rechazar algunos. En las otras grandes tradiciones religiosas (judaismo, islam, hinduismo, budismo) pasa lo mismo.
La izquierda política actual ¿está alejada del cristianismo?
Cuando escucho la palabra izquierda, no puedo evitar preguntarme cuál. Soy consciente de toda la tradición europea que ha visto la izquierda como una reforma del capitalismo. Pero, cuando yo utilizo la palabra izquierda, es para indicar una alternativa al capitalismo. Si pienso en esta izquierda, yo creo que sí que está bastante alejada del cristianismo. Porque son anticlericales y la Iglesia católica hoy en día es clerical. Pero no hay historia más cercana a la izquierda radical que la de Jesús. Detenido por la policía del momento, es torturado como a tanta gente hoy en día y es asesinado, ajusticiado por el Estado bajo una falsa acusación. Evidentemente, los que nos llamamos seguidores de este Jesús no acostumbramos a tener una historia así. Los hay que sí, y tenemos a un Pedro Casaldáliga y a otras figuras, pero la mayoría nos hemos acomodado. Y a mí lo que me gustaría es contribuir a descentrar este acomodamiento.
Los dogmas de la institución eclesiástica cada vez están más lejos de la sociedad. Justamente lo contrario de lo que defiendes. ¿Qué es lo que te motiva a seguir?
Yo no nací en una familia religiosa. Fue a los 15 años cuando leí los evangelios por primera vez y me impactaron. Por tanto, yo parto de una cosa que es profunda en mí. Como un enamoramiento. A partir de este primer impacto, leí la teología de la liberacion y quedé fascinada por todo lo que decían. Después fui a la parroquia de Sant Pere Claver en el Poble Sec (Barcelona). Allí eran coherentes con lo que estaba leyendo. Y todo esto fue tejiendo una biografía imborrable. Pero de hecho, hasta el día de hoy, no he sentido en la pertenencia eclesial que se me cerrase la puerta de trabajar con autenticidad en aquello que creo he de trabajar. De los tres lugares -universidad, hospital y comunidad- donde he pasado o paso más tiempo, es en el monasterio es donde me siento más libre. En la universidad debes tener cuidado con las vacas sagradas porque pisas según que callos y acabas fuera. En los hospitales, algo parecido y más últimamente y, cuando lo viví en los Estados Unidos, me sentí completamente ahogada. Por tanto, esta comparativa entre una iglesia represora y una sociedad que ya lo tiene superado no es mi experiencia.
Hablas de enamoramiento: ¿la fe es para ti irracional?
No, pero no es racionalista. ¿Es irracional amar? Puede serlo, a veces, pero lo que no es, es racionalista. El amor no se puede cuadricular, no se puede conceptualizar, no se puede reducir a un argumento cognitivo. ¿La poesía es irracional? No, pero no es racionalista. Es una actividad del espíritu humano que dinamiza la parte más libre. Lo mismo vale para la religión.
¿Has recibido alguna vez presiones por tu activismo político?
Por mi activismo político propiamente, no. Recibí una carta de amonestación del cardenal Rodé, pero eso fue por el tema del aborto. He tenido también algunas censuras en que me han prohibido hablar. Me pasó en Tarragona cuando fui a hablar críticamente de las beatificaciones que hicieron el año pasado de los mártires de la Guerra Civil. Iba a dar una charla y el arzobispo de Tarragona la prohibió. Pero donde he tenido más intentos de censura es en la parte médica. En un congreso me dijeron que ya no me podrían invitar más porque dos farmacéuticas habían retirado la financiación. Y otra este mismo año: tenía que hablar en Lleida sobre la vacuna del papiloma y hubo presiones incluso del Ministerio. No niego pues problemas dentro de la Iglesia, pero fuera veo todavía mucha falta de libertad.
El obispo de Solsona opina que el aborto no es un “derecho”, sino un “crimen terrible y abominable”. ¿Qué piensas de ello?
Reconozco que hay un conflicto ético en el tema del aborto. Uno de los derechos fundamentales e innegociables es el derecho a la vida. Pero el derecho a la autodeterminación es tan fundamental como el derecho a la vida. A veces se plantea el tema del aborto como un tema donde no hay conflicto, y yo creo que sí que lo hay. Porque reconozco no solamente un principio, sino dos. El magisterio católico afirma que este conflicto siempre se ha de resolver de modo que la vida pase delante. Pero yo he encontrado ejemplos en que ante esta colisión de derechos la Iglesia permite que el derecho a la autodeterminación pase delante. En el caso, por ejemplo, de un hijo que necesita un trasplante de riñón y su padre tiene uno compatible. Es un ejemplo real. En los Estados Unidos 90.000 personas esperan cada año un trasplante de riñón. En estas circunstancias, la Iglesia católica sostiene que quien ha de decidir es el padre. Pues eso es una hipocresía.
¿Qué te parece que la Iglesia disfrute de exenciones en el impuesto de los bienes immuebles?
Me parece bien. Tampoco pagan los bienes de las confesiones no católicas ni los de las entidades u ONG por ser colectivos sin ánimo de lucro. Pero efectivamente creo que hoy en día hay una situación de privilegio de la Iglesia en España porque sí hay algunas subvenciones que llegan por vías indirectas a según que escuelas. Pero no sé si este impuesto es el mejor ejemplo.
Por cierto, ¿el monasterio de Sant Benet paga IBI?
No, no lo paga, como el resto de monasterios e iglesias.
Hemos hablado de justicia social pero desde el cristianismo, y aún más estos días, se habla mucho de caridad. Hay quien critica este concepto porque, en su opinión, suplanta el concepto de solidaridad que defiende un reparto justo y sobre la base de unos intereses comunes.
La noción de caridad, la defiendo porque tal y como la entiendo tiene relación con la dignidad y la libertad. Ahora bien, también veo la versión paternalista. Hay quien puede decir: no toquemos las estructuras que generan la pobreza; demos al pobre una limosna y hagámosle saber que es una lismosna. Esta es la gran diferencia entre derechas e izquierdas. Los de derechas son personas que piensan que la competitividad en el ámbito social es bueno que exista. Y entonces utilizan las instituciones caritativas para ayudar a las personas que puedan tener una desventaja competitiva. En cambio, una persona de izquierdas, para mí, no cree en la competitividad como valor fundamental, sino en la solidaridad porque toma la perspectiva de la persona desfavorecida.
Y en este contexto evidente de injusticias ¿no te invaden nunca crisis de fe?
De fe no he tenido nunca. He tenido momenos de desánimo. Pero momentos de tener dudas de que Dios existe, no. Algunas veces sí que he pensado: Dios me llama a estar en el monasterio pero yo no puedo más. Durante el noviciado viví momentos así, porque sentía que me había puesto en un agujero en el cual no veía como sería mi vida diez años después. Lo pasé mal durante unos meses muy largos. Y ahora, con el proceso político, cuando a veces veo que por cuestiones incluso personales se hace imposible un paso que habría sido bueno, también hay momentos de desánimo. Pero esto es humano.