CARTUJO CON LICENCIA PROPIA

miércoles, 24 de octubre de 2012

LA ORACIÓN II. 7. SIGLO XXI, UN RETO DE ORACIÓN. 7.1 LA LOCURA DEL MUNDO


7. Siglo XXI, un reto de oración.

7.1 La locura del mundo

En el momento en el que doy forma a este punto de la clase, tengo en mi cabeza el evangelio de Juan en su primer capítulo, que como evangelio dominical del segundo Domingo de Navidad, nos propone la liturgia. “La Palabra se hizo Carne”.
 
Desde el punto de vista orante, podemos interpretar el profundo deseo de Dios, de que sea el hombre –y Jesús como la plenitud de este-, el que haga vida su propia palabra, preparando así las bases para la instauración de su reino. Dios desea que la palabra se haga carne, se haga persona.
 
Pero, ¿qué clase de persona en carne humana, habita hoy nuestro mundo?. Casi sesenta mujeres muertas en nuestro país por causa de la violencia. Y es nuestro país, donde están tienen los mismos derechos que los hombres. No extrapolemos la violencia de genero a países, donde la mujer es igual o un poco más que una palangana -si me permitís el exceso comparativo-.
 
Conflictos enconados que causan muertos inocentes, y cuyas causas es beneficio económico para terceras personas o países. Violación de los derechos humanos y explotación infantil. Falta de lo mas necesario para vivir, como el agua y el sustento básico. El conflicto del Sahara. El terrorismo que encuentra en la matanza, el mayor de sus objetivos. Las falsas solidaridades…etc.
 
Y ya me estoy poniendo demasiado catastrofista. Sobre todo porque sin salir casi de nuestra ciudad, podemos observar pequeños núcleos de violencia, injusticia e infelicidad, que no salen en los periódicos pero que afectan a nuestros semejantes.

Carlos Amigo, dijo en una eucaristía de inicio de curso: no debemos de caer en el excesivo catastrofismo que nos hunde en la desesperanza. Lejos de esto, el cristiano tiene que ser realista y dejarse de evaluar si el ayer fue mejor que el hoy, o el hoy peor que el mañana. En el momento en el que estamos y en el lugar en el que vivimos, el cristiano tiene que ser luz. Luz que alumbre y ejemplarice.”

Por ello el siglo XXI en el que estamos es un reto que tenemos que afrontar con las armas que Dios nos da. Sintiéndonos miembros de nuestra comunidad eclesial y social, e intentando no tener repercusión mundial de nuestros actos, pero si siendo efectivos en el espacio que ocupamos en nuestra ciudad junto a las personas.

Mt 10,42 "el que dé de beber a uno de estos pequeñuelos tan sólo un vaso de agua fresca porque es mi discípulo, os aseguro que no perderá su recompensa".

Para ello el ejemplo de vida cristiana, del que evangeliza, ora y trabaja “ora et labora”, es la mejor baza que tenemos. Para, en primer lugar dar un testimonio de fe, adaptado a la situación concreta del sector al que nos acercamos, y en segundo lugar compaginarlo con una vida interior que nos haga crecer en la fe y en la observancia de la palabra.

Aun así, para comenzar toda obra debemos de revestirnos de una buena dosis de fortaleza e integridad, para no caer en el desánimo; ya que entre los gobiernos que en términos generales hacen pagar el desastre económico y humano a los más pobres, y entre los jerarcas eclesiásticos que parecen que no están en el mundo, quizás lo que nos hace falta a cada uno es una dosis proporcionada de locura, para mostrarnos sin miedo alguno.

Juan XXIII dijo: “sin un poco de santa locura la Iglesia no podrá extender sus pabellones” ni hacer nada positivo para los hombres, ya que parece que solo estuviera interesada en encerrarse incontaminada en sus bastiones.
Una santa locura que se compromete, a resultas de equivocarse muchas veces, pero que sabe seguir adelante difundiendo su comprensión y apoyo al que sufre abandono humano espiritual y material, haciendo nuevos ensayos para remediar las preocupaciones humanas, sin pensar ni en el derecho canónico ni en las teologías romanas que paralizan cuanto tocan. Seamos locos y no estilistas, y dejemos de lado tantos comportamientos, que nos acercan al ejemplo del levita en la parábola del samaritano:

           Lc 10,32 […] "al verlo, dio un rodeo y pasó de largo."

 

Hablemos, confortemos, vivamos de un modo ejemplarizante y tengamos en cuenta que este es el verdadero reflejo de nuestra vida de oración, en cuanto a su consecución en el mundo y en la sociedad en la que vivimos.

Nos puede costar trabajo, pero seamos conscientes de que permanecer en el inmovilismo solo nos reportará la carga de nuestra conciencia.
Seamos locos como san Francisco, aquel que dio en beso al leproso en su locura por alcanzar la pobreza. Oh, aquella locura que le hizo al cardenal Billot, ser perseguido por Pío XI y el cual argumento algunas curiosas persecuciones en la iglesia, recordando que san Basilio fue acusado de hereje; san Cirilo, depuesto por un concilio de 40 obispos; inculpado de brujería san Juan Crisástomo; condenado solemnemente por el Santo Oficio san José de Calasanz.
 
San Ignacio de Loyola sufrió la iras del, santo tribunal,. y lo mismo san José de Cupertino; san Juan de la Cruz fue encerrado en una inmunda cárcel por sus compañeros y superiores; santa Liduina, atacada por su párroco, tronando públicamente contra ella, y, dados por locos la beata Columba o san Juan Bosco.
 
Me siento a gusto también con los que, desde fuera del cristianismo, supieron orientar a los humanos en sus deseos de algo mejor, y se entregaron a luchar por ello, como Martin luther king en su lucha por los derechos de los negros, y una Gandhi que utilizo la paz como oposición y bandera, y una Teresa que mitifico la caridad como única norma de su vida, y un Oscar Romero al que le encajaron una bala en la corazón mientras levantaba el cáliz, solo por ponerse junto a los desfavorecidos.
 
Autor: Florencio Salvador Díaz Fernández.
Estudiante de Teología Cristiana.
(Este material puede ser difundido o utilizado, indicando su autoría y procedencia)

lunes, 22 de octubre de 2012

LA ORACIÓN II. 5.3 LA RESPONSABILIDAD DE ORAR


5.3 La responsabilidad de orar

¿Somos conscientes de la responsabilidad de ponernos ante el Señor?
Al poner en nuestra boca el nombre de Jesús, debemos ser responsables de lo que le pedimos. Nos llegaremos al desengaño si esperamos de Dios una respuesta inmediata a nuestros ruegos. 

Esta respuesta, si fuera dada por Dios de esta manera seria paternalismo puro, y Dios es un padre que enseña pero deja vía libre al hombre para que camine (no somos hijos de papa, ni siquiera de papa Dios). 

Él nos ayudará, en cambio, dándonos su Espíritu, que, como ya experimentamos en la vida diaria es la fuerza de nuestra fuerza”.

No debemos de caer en la tentación romana de “FATIGARE DEOS”/cansar a los dioses para conseguir los logros necesarios. Esto nos llevaría a realizar un trueque con Dios, algo inaceptable en una persona de fundada fe.

“la voluntad divina tampoco se determina a querer, por las palabras del hombre, lo que antes no quería […] La oración dirigida a Dios es necesaria por causa del mismo hombre que ora, a fin […] de que se haga idóneo para recibir” (S. Tomás de Aquino)

En Génesis 18,23-32, tenemos el reflejo de lo que nos explica antes santo Tomás, según el episodio cuenta la intercesión de Abraham ante Sodoma y Gomorra. El patriarca entiende que Dios esta equivocado y considera que en su regateo le ayuda a este, a Dios a recapacitar y considerar la salvación de cada vez, menos justos:

“Se le acercó y le dijo: "¿Vas a destruir al justo juntamente con el pecador? Quizá haya cincuenta justos en la ciudad. ¿Vas a destruir la ciudad? ¿No la perdonarás en consideración a los cincuenta justos que hay en ella? […]  Abrahán volvió a decir: "No se irrite mi Señor. Voy a hablar por última vez. A lo mejor sólo hay diez". Y el Señor respondió: "No la destruiré en consideración a esos diez".

El final de la historia es claro, desde el principio sabía Dios cuales eran los justos y cual era el destino de las ciudades, y nos preguntamos por ello: ¿no sirvió para nada la oración de intercesión de Abraham? 
Sí, para mucho. Para que cuando se cumpliera la voluntad de Dios, comprendieran que esta era justa y pudiera aceptarla y aprender de lo sucedido. 

La oración no es para cambiar a Dios, sino a nosotros que somos los capaces –con su ayuda- de cambiar el mundo. La oración no es para adaptar la voluntad de Dios a la nuestra, sino la nuestra a la voluntad de Dios:

“padre mío, si es posible, que pase de mí este trago; pero que no sea como yo quiero, sino como quieras tú” (Mt26,39)

Ninguna oración muestra mejor este fin que la del Hermano Carlos de Foucauld que dicen los jesuitas al terminar el día y reposar:

         Padre,
me pongo en tus manos.
Haz de mí lo que quieras.
Sea lo que sea, te doy gracias.

Estoy dispuesto a todo;
lo acepto todo
con tal de que tu voluntad
se cumpla en mí
y en todas tus criaturas.
No deseo ninguna otra cosa, Padre.

Te ofrezco mi vida.
Te la doy con todo el amor
de que soy capaz.
Porque te amo
y necesito darme:
ponerme en tus manos,
sin medida,
con una infinita confianza.
Porque Tú eres mi Padre.

Por ello, al considerar lo dicho, debemos tener en cuenta que para que nuestra voluntad se ponga de acuerdo con la de Dios, mas que hablarle será apropiado escucharle. Así invitaba Unamuno a la oración: “¡silencio, silencio, para oír al Señor!”.

En este silencio encontraremos el equilibrio, el susurro, la palabra oportuna, el acontecimiento clave para interpretar… silencio.

Así hacia Samuel cuando comprendió y se puso en sus manos.

         “habla Señor, que tu siervo escucha”(1Sam3,1-20)


Autor: Florencio Salvador Díaz Fernández.
Estudiante de Teología Cristiana.
(Este material puede ser difundido o utilizado, indicando su autoría y procedencia)

miércoles, 17 de octubre de 2012

PERLAS DE PAGOLA PARA EL FINDE - DE ESO NADA


DE ESO NADA
29 Tiempo ordinario (B) Marcos 10, 35-45
JOSÉ ANTONIO PAGOLA, SAN SEBASTIÁN (GUIPUZCOA).

Mientras suben a Jerusalén, Jesús va anunciando a sus discípulos el destino doloroso que le espera en la capital. Los discípulos no le entienden. Andan disputando entre ellos por los primeros puestos. Santiago y Juan, discípulos de primera hora, se acercan a él para pedirle directamente sentarse un día "el uno a su derecha y el otro a su izquierda"

A Jesús se le ve desalentado: "No sabéis lo que pedís". Nadie en el grupo parece entenderle que seguirle a él de cerca colaborando en su proyecto, siempre será un camino, no de poder y grandezas, sino de sacrificio y cruz.
Mientras tanto, al enterarse del atrevimiento de Santiago y Juan, los otros diez se indignan. El grupo está más agitado que nunca. La ambición los está dividiendo. Jesús los reúne a todos para dejar claro su pensamiento.

Antes que nada, les expone lo que sucede en los pueblos del imperio romano. Todos conocen los abusos de Antipas y las familias herodianas en Galilea. Jesús lo resume así: Los que son reconocidos como jefes utilizan su poder para "tiranizar" a los pueblos, y los grandes no hacen sino "oprimir" a sus súbditos. Jesús no puede ser más tajante: "Vosotros, nada de eso".

 No quiere ver entre los suyos nada parecido: "El que quiera ser grande, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero, que sea esclavo de todos". En su comunidad no habrá lugar para el poder que oprime, solo para el servicio que ayuda. Jesús no quiere jefes sentados a su derecha e izquierda, sino servidores como él, que dan su vida por los demás.

Jesús deja las cosas claras. Su Iglesia no se construye desde la imposición de los de arriba, sino desde el servicio de los que se colocan abajo. No cabe en ella jerarquía alguna en clave de honor o dominación. Tampoco métodos y estrategias de poder. Es el servicio el que construye la comunidad cristiana.

Jesús da tanta importancia a lo que está diciendo que se pone a sí mismo como ejemplo, pues no ha venido al mundo para exigir que le sirvan, sino "para servir y dar su vida en rescate por muchos". Jesús no enseña a nadie a triunfar en la Iglesia, sino a servir al proyecto del reino de Dios desviviéndonos por los más débiles y necesitados.

La enseñanza de Jesús no es solo para los dirigentes. Desde tareas y responsabilidades diferentes, hemos de comprometernos todos a vivir con más entrega al servicio de su proyecto. No necesitamos en la Iglesia imitadores de Santiago y Juan, sino seguidores fieles de Jesús. Los que quieran ser importantes, que se pongan a trabajar y colaborar. 

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

martes, 16 de octubre de 2012

UN LIBRO PARA EL AÑO DE LA FE "ES BUENO CREER EN JESÚS" JOSÉ ANTONIO PAGOLA

Ya estamos inmersos en el año de la Fe.
Y grandes cosas esperamos del año de la fe. Lo dice uno que es exceptico respecto de la convocatoria de este año, pero no niego de la importancia del mismo aunque propiamente hubiera hecho ciertas cosas de otra manera o distinto enfoque.
 
Pero, lo que quiero hoy es ofreceros un material excelente para comenzar a sentar las bases para este año de la fe. Es muy asequible, solo por 12€ creo, lo que valen dos cervezas y dos tapas en el pueblo.
 
Sinopsis del libro Editorial San Pablo:
En qué se basa, cómo se expresa y cómo se vive la fe en Jesús de Nazaret según José Antonio Pagola. Es bueno creer en Jesús es un ensayo de renovación del concepto de evangelización, de reconstrucción de la buena nueva como algo realmente bueno y nuevo. Revisión hecha desde cuatro experiencias básicas vitales de toda persona: el deseo de felicidad, la crisis del sufrimiento, la necesidad de esperanza y la preocupación por la salud y la vejez. Desde esta nueva perspectiva es cuando se puede proclamar que el Dios de Jesús es buena noticia para todos y que es bueno creer en Jesús.
 
Os animo a ello, pues conozco bien a Pagola y sus enseñanzas, y sé que para muchas personas, aprender de el y escucharle ha supuesto un antes y un después en su fe en Jesús de Nazaret.



TEÓLOGAS EN EL REFECTORIO DE LOS MONJES BENEDICTINOS. RELECTURA FEMENINA DEL VATICANO II

TEÓLOGAS EN EL REFECTORIO DE LOS MONJES BENEDICTINOS

Impresiones del Congreso Teológico Internacional "Las Teólogas vuelven a leer el Vaticano II: asumir una historia, preparar el futuro" celebrado en Roma del 4 al 6 de octubre de 2012 en el 50 Aniversario del Vaticano II

MARI PAZ LÓPEZ SANTOS, pazsantos@pazsantos.com MADRID.

 

16/10/12.- Al llegar al Pontificio Ateneo S. Anselmo, bellísimo enclave monástico de monjes benedictinos, me dí cuenta inmediatamente de que el Concilio Vaticano II, que inició el Papa Juan XXIII en el año 1962, y del que celebramos este año el 50 aniversario, era la causa inicial de que este Congreso de teólogas se pudiera estar celebrando en semejante espacio.

Me comentaron que hasta principios de los años setenta,  ninguna mujer había entrado en los metros cuadrados de este monasterio benedictino masculino. En los días que ha durado el Congreso, el gran refectorio (comedor de los monjes) se ha convertido en sala de conferencias para acoger a más de doscientas teólogas de veintidós nacionalidades: Argentina (3), Austria (1), Australia (2), Brasil (2), Canadá (2), Chile (1), Colombia (1), Croacia (3), Francia (4), Alemania (3), Italia (136), México (5), Nicaragua (1), Noruega (1), Paraguay (1), Perú (1), Rumania (3), España (43), Suiza (1), Reino Unido (8), USA (3), República Dominicana (1),

Como mujer me siento agradecida a Dios, a los padres conciliares y a los monjes benedictinos por este detalle que, como tantos otros que se introducen en la vida y dejan no llaman la atención, pero que no hay que perder de vista sobretodo pensando en lo que todavía queda pendiente después de cincuenta años del Vaticano II y hay que seguir en la brecha.

Si el espacio del Congreso me llevó a esta primera e inocente reflexión, qué decir del hecho de ver aquella gran sala llena de mujeres teólogas, muchas de ellas catedráticas en diferentes universidades del mundo. También me alegró ver la presencia de algunos hombres en este Congreso, tanto asistentes como ponentes de algunas charlas. Al fin, de lo que se trata es de caminar juntos.

Las 15 ponencias han tratado de transformaciones en la Iglesia y en el mundo en estos años, de antropología, relaciones eclesiales, instituciones, temas ecuménicos, cambios culturales, comunicaciones, etc. desde la perspectiva femenina en la Iglesia y en el mundo.

La presencia académica femenina en la Teología es un hecho sin retorno, pero además tiene por delante un camino que, como todo lo que es vida, no puede quedarse anclado en los logros y los reconocimientos, ni en los rechazos o zancadillas, sino avanzar haciendo posible que la mujer sea ciudadana de pleno derecho en la tierra como en el Cielo.

A continuación comparto algunos apuntes rápidos tomados en las conferencias

-          "Contra el poder, desafiar el sentido común: soñar y creer, crear lo que creemos y soñamos"

-          "La espiritualidad avanza a pasos agigantados, no así la teología"

-          "La teología feminista ha recuperado la conciencia de las mujeres sobre su noción de dignidad"

-          ¿Por qué se habla de toda la Iglesia si no está representado el 50% de la Iglesia?

-          "Hombres y mujeres son iguales, toda discriminación está contra el plan de Dios"

-          "Hay una dimensión moral en el trato de las mujeres en la Iglesia"

-          "Queda mucho por hacer para aumentar la autoridad de las mujeres en la Iglesia"

-          "En el Concilio de Nicea ya hubo participación de las mujeres"

-          "La mujeres fueron invitadas a participar en el Vaticano seis días después de empezar el mismo. No obstante, fue un paso importante, aunque tomado a toda prisa"

-          "Algunos padres conciliares habían solicitado  la participación de los laicos,

hombres y mujeres, que  participaron como auditores y en los ritos solemnes"

-          "Una mujer que fue invitada a participar, preguntó: ¿En qué reuniones puedo participar? Le contestaron: Sólo en las que afecten a las mujeres. Ella contestó: Bien, entonces, podré participar en todas".

-           "La Iglesia puede aprender de las mujeres que enseñan con autoridad en nuestro tiempo"

-          "El magisterio es el arte de enseñar con autoridad"

-          "Magisterio, cuestión de qué y no de quién"

-          "Teología y Doctrina es el medio con que la Iglesia evoluciona con la Historia"

-          "La participación de las mujeres en la Iglesia se da desde el primer día de la creación de esta"

-          "Jesús fue ayudado por muchas mujeres que iban con Él"

-          "Desde el principio de la vida apostólica hubo mujeres: maestras, discípulas, profetas…"

-          "El magisterio debe involucrar a todo el pueblo de Dios" "Debe escuchar a las mujeres".

-          "El Papa Benedicto XVI dijo refiriéndose a otras religiones: "No hay que tener celos". Esto vale igual para las mujeres"

-          "El Papa Pablo VI, al ver a una auditora del Concilio, en una reunión con todos los auditores le dijo: "¡Ah, nuestra colaboradora!"

-          "Muchas voces de mujeres en la teología se consideran con sospecha"

-          "Teología: como ciencia (investigación) y como servicio a la Iglesia, aunque el resultado no esté de acuerdo con lo que dice la Iglesia, como ocurrió antes del Concilio con teólogos como Rahner, Congar, Lubac…

-          "La crítica a la Iglesia nunca ha sido bienvenida"

-          "Las mujeres han ejercido el magisterio en el servicio pastoral y en la enseñanza".

-           "El Vaticano II tiene un futuro para los que nos siguen. Hay que contar el Vaticano II sino morirá con nosotros"

-          "Hay que seguir adelante más allá de las dificultades del momento"

-          "Se habla demasiado de las mujeres y sucede lo que decía Aristóteles: que cuando un modelo se llena de contenidos ya no sirve como modelo universal"

-          "Prevalece la idealización de la mujer, la exaltación de lo materno"

-          Situación ambivalente: por un lado se alaba a la mujer y, por otro, no se acepta en espacios eclesiales y políticos"

-          "Hay que llegar a comprender cual es el miedo que provoca lo femenino, para llegar a una justicia social"

-          "Concilio: todos los fieles y no sólo los obispos son responsables de su fe, conferida en el bautismo"

-          "La conciliaridad debe suceder no sólo a nivel eclesial sino también a nivel local, regional, universal, ordenes religiosas, etc"

-          "Situar otra vez a Cristo en el centro, no sólo en la espiritualidad sino también en la teología".

-          "Se pide a la Iglesia que presente y hable de Dios y no tanto de la Iglesia".

-          "La Iglesia ha de ser signo de los tiempos compartiendo con otras Iglesias que pueden tener otras perspectivas"

-          "Ha de considerar el tema de las mujeres como prioritario, tomando en cuenta los dones de las mujeres. Tiene que ser la Iglesia de todo el pueblo de Dios"

-          "Hay que predicar el evangelio de manera creíble"

-          "Ante los cambios no se puede ser sólo observador"

-          "El empuje de Pedro se quedaría en nada sin Cristo"

-          "La confianza debe estar presente"

-          "La profecía es en nuestros días, más que nunca, cosa a ver de forma personal y comunitaria"

-          "Se pide al Sínodo que se plantee que la infecundidad de la evangelización hoy es un tema de espiritualidad y compromiso"

-          "La situación actual es complicada y compleja, y mucho más para la mujer"

Por último, quiero resaltar escuetamente, lo que dijo una joven teóloga italiana (Simona Borello) en su ponencia "La tensión intergeneracional":

-           "¿Quiénes serán nuestros compañeros de viaje?"

-          "La Iglesia ha de cambiar el lenguaje para hacer llegar el mensaje de Jesús a las nuevas generaciones"

-          "Los textos del Concilio habrán de ser leídos de otra manera, de forma que se entiendan"

-          "Lugares de misión: nuevas tecnologías"

No puedo dejar a un lado algo que he echado de menos en el Congreso: alguna ponencia sobre la Teología de la Liberación a cargo de teólogo o teóloga de Latinoamérica. Se me hace extraño ya que esta teología es fruto del Vaticano II y en cuanto a la incidencia en la vida de las mujeres de los países comprendidos entre la frontera del Río Bravo y la Tierra de Fuego, es vital. Sin olvidar la opción por los pobres y su causa, que tiene en su haber mártires venerados por el pueblo sencillo, como Mons. Romero, y miles "sin nombre" para nosotros pero bien escritos en el corazón de Dios.

Me hubiera gustado más tiempo para la palabra y el debate y también, sin duda, la celebración de una Eucaristía donde ofrecer lo vivido y pedir alegría y energía para lo que habrá que vivir.

El último día por la tarde asistimos a una sencilla obra de teatro "Il papa, la carezza , la luna" en donde quedó reflejada la personalidad del Papa Juan XXIII y su inspiración para convocar el Concilio. La teología de la Liberación tuvo su especial homenaje. Me alegré.

Un momento especialmente interesante del Congreso fue el testimonio de algunas personas que participaron. Hubo 23 mujeres, entre ellas María Luz Longoria de Alvarez Icaza, mexicana, casada y madre, entonces de 12 hijos (luego tuvo dos más) fue invitada junto a su marido, como representantes de una asociación católica de familia y matrimonio. Habían hecho una encuesta en su país recogiendo más de 20.000 respuestas de matrimonios católicos: el trato a los divorciados y la aprobación de los métodos anticonceptivos fueron votados masivamente como temas que debían ser tratados y cambiados en la Iglesia.

Contó, Mª Luz, una anécdota interesante que ocurrió gracias a que un obispo de Canadá le pidió que intercediera a la hora de tratar el tema del matrimonio, para que se cambiara el segundo fin del matrimonio "como remedio para la concupiscencia"… (aquí hubo carcajada general en el auditorio) y se pasara a considerar que la sexualidad es medio para el aumento del amor entre marido y mujer. Mª Luz pidió la palabra tímidamente, pues era la única esposa y madre ante cardenales, obispos y teólogos y les dijo que pensaran en sus madres, considerando si cuando ellos fueron concebidos, se plantearon el hecho como concupiscencia o bien por el amor entre sus padres. Cuando acabó de hablar, reinó un gran silencio seguido de un intenso debate. Ella no entendió nada porque hablaban en latín. Al final la enmienda fue aprobada. Creo que el Espíritu Santo sopló suavemente a Mª Luz para que hablara a los padres conciliares de la sencilla teología de la vida, la familiar, la doméstica, la del amor de los que se aman que no es "terapia anti-concupiscencia".

Queda un año por delante para celebrar el 50 aniversario del Concilio Vaticano II, será un tiempo bueno para seguir investigando a nivel teológico en los documentos; también de forma personal como bautizados y de forma comunitaria: en nuestros grupos de oración, animando al debate a los jóvenes, compartiendo con sacerdotes, religiosos y religiosas, monjes y monjas… todos.

Hay mucho por hacer y está escrito en los documentos conciliares… sacudamos el polvo y que se abran las ventanas para que entre el Espíritu que movió al Papa Juan XXIII a convocar el Concilio Vaticano II y nos anime a todos a seguir adelante perdiendo el miedo a los cambios, nos aumente la Fe, sin dejar atrás la Esperanza y el Amor: es un trío que siempre va junto.

Desde aquí quiero agradecer a las teólogas italianas y a todas las personas que se han ocupado de la logística del Congreso, su dedicación, trabajo y buen hacer.

 

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

 

 
 

lunes, 15 de octubre de 2012

JOSÉ LUIS MARTÍN DESCALZO "LA PRIMAVERA HA VENIDO" CONCILIO VATICANO II

Así escribe su crónica del día 11 de octubre de 1962

Viene de: http://www.periodistadigital.com/religion/vaticano/2012/10/13/jose-luis-martin-descalzo-la-primavera-ha-venido-iglesia-religion-papa-obispos-juan-xxiii-concilio-vaticano.shtml

El Concilio Vaticano I concluyó con una impresionante tempestad. El Vaticano II ha tenido como prólogo un, al parecer, inacabable aguacero. Toda la tarde de ayer -después de unos deliciosos días otoñales- el cielo de Roma se vio oscurecido por una lluvia cerrada y espesa. Como si la Providencia tratase de encadenar este Concilio con el precedente.

-Si sigue así, mañana la lluvia deslucirá el cortejo de la plaza- comenta alguien.

-¡Bah!- responden a mi lado-; esto lo arregla Juan XXIII con rezar diez minutos.

Yo no sé si el Papa rezaría o no por este asunto. Lo cierto es que esta mañana, al abrir mi ventana, a las siete, el suelo estaba aún húmedo, de lluvia reciente; pero ya en el cielo un sol tibio luchaba con la blanda neblina mañanera.

Media hora después todas las calles adyacentes a San Pedro vomitaban caravanas de peregrinos. Y, entre ellos, andando, en coche, con blancos roquetes, con rojos capisayos, con simples sotanas y los ornamentos bajo el brazo, obispos, cardenales, patriarcas, mujerucas, chiquillos, embajadores, se encaminaban hacia la basílica.

Ante mí se cruzan las sandalias de unas Hermanitas de Foucauld y la resplandeciente púrpura del cardenal Quiroga, un chavea arrastrado por su madre y una vieja periodista americana, a la que empujan en un carrito de ruedas. Hay en todos los ojos una centelleante alegría, en la que se mezclan el gozo de asistir a un inolvidable acontecimiento sobrenatural con la prisa de conseguir un buen puesto en la basílica.

Cuando nuestros carnets de Prensa nos abren paso hacia el interior, quienes deberán quedarse en la plaza nos miran con envidia. Falta una hora para la ceremonia y hay ante la basílica unas cien mil personas.

El interior de San Pedro era un prodigio de luz y de color. ¿Excesivo? Sí, un poco excesivo; pero no íbamos sólo a celebrar una liturgia, sino también una fiesta. Un algo de decorado teatral le iba casi bien.

En el Aula Conciliar algunos monseñores revisaban los últimos detalles. Los miembros de las 85 misiones iban llegando con sus bandas nacionales, con sus entorchados levemente fuera de sitio. Y, ante la tribuna de las embajadas, los 28 observadores, en los que se posan todos los ojos en este momento. ¿Qué pensarán estos hombres ahora? ¿Qué sentirán ante este prodigioso espectáculo de unidad? ¿Sabrán adivinar, tras el esplendor de los cortinajes, la sencillez del Pescador, la de todos los verdaderos católicos?

A través de un pequeño transistor intentamos seguir la ceremonia que está celebrándose en estos momentos, en la Capilla Sixtina. Apenas lo conseguimos. La basílica está materialmente cubierta de cables eléctricos y telefónicos que convierten en ruido las emisiones de Radio Vaticana. Logramos al fin oir el "Ave Maris Stella", con el que comienza la ceremonia. Son las ocho y treinta y cinco. Bajo la invocación de María, la esposa del carpintero, comienza la más solemne aventura del siglo. Buena estrella del mar va a conducirnos.

Un río de mitras blancas ha comenzado a entrar en la basílica. Una procesión de un kilómetro de largo, semejante a un desfile de balandros en el mar. Vistas desde la cúpula nos darían, después, una impresión de antorchas oscilantes.

Y al fin -son las nueve y media- el Papa llega en la silla gestatoria. Todos lo hemos visto: entró llorando. Sus hermosos ojos alegres brillaban hoy más que nunca entre las lágrimas de la felicidad.

Toda la basílica se puso entonces en pie. Un cardenal pidió los prismáticos a su secretario y los dirigió hacia la figura del Papa. A cuatro de los observadores les pudo la curiosidad, abandonaron su sitio y se precipitaron materialmente hacia el centro para ver la llegada del Papa. Y los inflexibles guardias suizos, quizá por primera vez, rompieron la ceremonia dejándoles pasar.

Los obispos dudaban si aplaudir al pasar el Papa ante ellos; alguno lo hacía como con miedo a faltar el respeto a la mitra que tenía entre las manos. Los prelados se miraban un poco indecisos unos a otros, como sin saber qué hacer. "A la hora de la verdad, en esto de los Concilios somos todos novatos", me decía ayer uno. Cientos de fotógrafos improvisados disparaban sus máquinas. Y los profesionales, con sus teleobjetivos, largos como cañones, apuntaban sin cesar hacia todos lados como si de un momento a otro se les fuera a terminar el Concilio.


Luego volvió la calma a la basílica y comenzó la más solemne misa que recuerde la Historia. Sólo la presencia personal de Jesús hizo más soberanamente importante la del primer Jueves Santo. ¿O quizá era simplemente la misma ceremonia que se prolongaba veinte siglos después? Sí, esto era lo más hermoso que allí estaba sucediendo. No el esplendor, no el número, ni las luces, ni los colores.

Uno sentía que lo importante de la ceremonia a la que estaba asistiendo era el calor que nos unía a todos, los unos a los otros, los vivos con los muertos, subiendo a lo largo de la historia de los veinte Concilios hasta llegar al día en que Jesús envió a sus apóstoles a predicar.

Uno sentía allí, viva como nunca, la alegría de ser hijo de la Iglesia. Y veía a esta Madre, más hermosa que nunca, adornada, no con oro, ni colgaduras, ni tapices, sino con las cuatro joyas únicas de su unidad, de su santidad, de su catolicidad, de su empalme directo con los apóstoles.

La procesión de los obispos, el rezo unánime del Credo cantaban la unidad de la Iglesia; todos hermanados en una misma fe, en una inalterable devoción hacia el Romano Pontífice, hacia el anciano que, bajo el baldaquino, reía entre lágrimas. ¿Qué pensarían, al contemplar esto, los 28 observadores? ¿No cruzaría por su corazón la más viva nostalgia de la unidad perdida? ¿Qué sintieron en el momento en que Juan XXIII se detuvo ante ellos e, inclinándose, les saludó con los brazos abiertos, con el corazón mucho más abierto que los brazos?

Allí estaba la Iglesia santa. A lo largo de la misa observé tenaz, curiosa, inquisitorialmente casi, los rostros de los obispos. Eran hombres que sabían orar, os lo aseguro. Pero oraban sin tensión, sin posturas falsamente ascéticas, naturales, humildes. Una santidad feliz, tanto que, cuando durante el rezo de las letanías los nombres de los santos recorrieron la basílica, subieron a lo largo de los muros, lamiendo las estatuas de los santos fundadores, uno no sentía división entre la Iglesia militante que nosotros formamos y la Iglesia triunfante que ellos constituyen. Eran ambas dos Iglesias triunfantes, una, que ya descansa en el triunfo definitivo, y otra que, día a día, construye el humilde triunfo de Dios sobre la tierra.

Allí estaba también la Iglesia católica, la que no distingue de razas, de naciones, de colores, de pueblos, de edades, de modos de ser ni de pensar. Durante el desfile íbamos reconociendo a las figuras más egregias o conocidas del Episcopado: "Aquel es el obispo de Hiroshima". "Aquel es el de Argel." "Aquél, el de Nueva Orleans, que hace poco condenó a los racistas." "Aquel es monseñor Mendoza, el obispo peruano, benjamín del Concilio con sus treinta y cuatro años," "Aquél, monseñor Carinci, que el 9 de noviembre cumplirá los cien años."

Allí estaban todos, jóvenes muchos, nacidos más de la mitad en nuestro siglo, con una larga ancianidad los otros; con muchos años de episcopado bastantes, dos nombrados hace tan sólo cuatro días. Todos allí: los cercanos obispos de la Curia romana, y el lejanísimo de Nueva Zelanda que recorrió miles de kilómetros con el cuerpo, pero que no precisó traer su corazón, que siempre estuvo junto al de Pedro.

Allí estaba la Iglesia apostólica. En el lugar de honor de la basílica, la estatua de bronce del apóstol-piedra, coronada con la triple corona y el anillo del Pescador enfilado en el dedo. Allí su pie, gastado por el beso de los católicos desde hace ocho siglos, unidos, empalmados todos a los viejos apóstoles, a los doce pescadores que un día abandonaron las redes y comenzaron la locura de predicar las bienaventuranzas por el mundo y que han tenido desde entonces millones y millones de hijos locos en la fe. Allí las tumbas de los Papas contemplarían con gozo esta Iglesia por la que ellos lucharon, mas esplendorosa, más crecida que nunca, en la figura de los 2.488 prelados que asistieron a la apertura esta mañana.

Sí, uno sentía, como nunca ha sentido, la alegría de ser católico, la felicidad, jamás merecida, de haber sido llamado a esta casa de todos que es Roma.

Y en verdad que nunca ha sido Roma tan casa de todos como hoy, a las once y cinco de la mañana, mientras los cardenales, obispos, abades y patriarcas prestaban la obediencia a Juan XXIII. ¿Pero acaso era aquello una ceremonia de "obediencia"? El Papa los abrazaba a todos, les daba palmaditas en el hombro, les hablaba uno a uno, les contaba quién sabe qué cosas divertidas, veíamos brillar los blancos dientes de monseñor Rugamwa entre la risa, y las lágrimas resbalando por las mejillas del cardenal Wyszynski, lágrimas alegres, como las que disimuladamente se secó por segunda vez el Papa. ¿Y esto es la "obediencia" entre los católicos? ¿No hay ninguna solemnísima, seria, adusta inclinación? No, nada de eso, hasta el beso a los pies se hacía gesto casero, graciosamente filial ante la humanidad impresionante del hombre que Dios ha puesto al frente de su Iglesia.

Comenzaron después las letanías. Durante ellas dí una vuelta por las naves laterales de la basílica. En uno de los rincones había un gentilhombre que parecía una estampa arrancada del siglo XVI, con su vestido barroco, con su gorguera blanca. No se creía visto por nadie. Rezaba. Allí, lejos de la solemnidad, del colorido de la nave central, en una pequeña capilla arrinconada, un cristiano rezaba simplemente. En él sentí representados a los miles y millones de cristianos que habrán vivido esta mañana "su" concilio desde "su" rincón. Las monjas de clausura, los misioneros que en Africa sueñan aún con conocer la televisión, el labrador que esta mañana ha tenido que salir a arar los campos.

He salido después a la plaza.

Son ya más de las doce y hay aún unas 50.000 personas que esperan la salida de los Padres. El cielo está abierto, clarísimo, en uno de estos días otoñales que justamente han hecho famosos los octubres romanos cuando el sol es alegre y todas las cosas toman "un color de hoja seca".

La Oficina de Prensa está llena de periodistas que no han podido entrar en la basílica y siguen por televisión la ceremonia. Muchos de ellos -los que escriben para periódicos de la tarde- la ven ante la máquina de escribir, redactando sus crónicas al mismo ritmo que los acontecimientos se producen. Al fondo suenan los telex, comunicando ya con todas las redacciones del mundo. Hay un periodista a quien oigo redactando su crónica para Ginebra por teléfono. Otros hojean el discurso del Papa, que acaban de entregarles ya traducido, antes incluso de que el Papa lo pronuncie, con el compromiso de honor de no transmitirlo a sus periódicos hasta que no haya sido pronunciado.

Con el discurso en una mano y un pequeño transistor en la otra, me alejo de la basílica y me interno en las calles de Roma. El centro de la ciudad sigue su vida cotidiana. Los comercios abiertos, la gente sentada a las puertas de los bares. "Los romanos -dicen- ya lo han visto todo." Y son muchos los hijos de la Iglesia que aún no han descubierto lo que está sucediendo.

Oigo las palabras del Papa sobre este trasfondo de autobuses, de hombres precipitados que van a sus negocios, pasando ante un bar desde el que atruena la última canción de moda. Y pienso que nunca he comprendido mejor la necesidad de este Concilio. Una inyección de fe es necesaria. Sonrío al ver a una viejecilla que vende lotería en un rincón y que está escuchando, como yo, el discurso desde su transistor. "¿Usted no va a San Pedro, reverendo? -me pregunta- Yo -añade- ya hubiera querido ir, pero... hay que ganar para comer."

Vuelvo a encaminarme hacia San Pedro, ahora más feliz. Quizá muchos de los que están lejos tienen el corazón más cerca de lo que pensamos. Y el discurso del Papa me va calando dentro. Estoy casi pálido de alegría de las cosas maravillosos que oigo. Sí, esto habrá que releerlo despacio, minuciosamente. Porque no es un discurso de cumplido, es todo el programa para un mundo distinto, un siglo en el que el mundo y la Iglesia no volverán a ser enemigos. Habrá que releerlo, reestudiarlo, saborearlo, sí.

Y heme aquí ya de nuevo en la basílica, justo a tiempo de recibir la última bendición del Papa. Es la una y veinte de mediodía. El Papa, traza sobre el mundo su bendición, y luego sus manos hacen un gesto curiosísimo: las echa hacia adelante, como si tratase de empujar su bendición para que llegara más lejos.

Después se aleja sobre la silla gestatoria, bendiciendo aún más, íntegramente feliz, con los ojos luminosos, sin lágrimas ahora.

El Concilio ha empezado. Releo ahora la preciosa oración que San Isidoro de Sevilla escribió para los Concilios de Toledo y que esta mañana ha rezado el Papa como apertura de este Vaticano II: "Hénos aquí, Señor, Espíritu de Santidad, cargados bajo el peso del pecado, pero reunidos en vuestro nombre. Venid y quedaos entre nosotros. Purificad nuestros corazones; inspirad nuestros actos y nuestra conducta; mostradnos lo que debemos hacer para, con vuestra ayuda, hacer en todo lo que vos queráis. No permitáis que faltemos a la justicia, vos que sois la misma equidad. Que la ignorancia no nos haga errar, ni la simpatía nos desvíe. Que ni el interés ni el favoritismo nos conduzcan al mal. Atanos con la eficacia de tu Gracia para que en nada nos apartemos de la verdad".

Dios no podrá menos de escuchar esta humilde oración que toda la Iglesia ha levantado a El hace unas horas. Su Evangelio, como único guía, ha sido el centro de esta asamblea, colocado en un hermoso trono, más solemne, más central que el del mismo Pontífice. Porque el Evangelio dará al mundo la luz que el mundo necesita ahora que la Iglesia se dispone a mirarse en él como en un espejo. "Se dice que el mundo envejece -decía hace unas fechas el Papa-. No es verdad en absoluto, no envejece. Cristo lo rejuvenece todos las mañanas."

Así es como un once de octubre de 1962, en medio del otoño, para la Iglesia nació una nueva e inesperada primavera. El sol que brilla en las alturas en el momento de escribir estas líneas, el hermoso cielo romano que ha recogido por vez primera bajo su cúpula a 2.500 obispos de todo el mundo, son testigos: la primavera ha venido. La nave del Concilio ha comenzado a bogar.