CARTUJO CON LICENCIA PROPIA

lunes, 17 de septiembre de 2012

NO PERDAMOS DE VISTA LA ESPIRITUALIDAD


No perdamos de vista la espiritualidad

Desde la tarde del sábado en que acabé de trabajar, hasta esta noche de domingo en que escribo estas letras, estoy sumergido en un retiro absolutamente contemplativo. Ello no me lleva a la ignorancia de las circunstancias. Basta acceder a cualquier medio de comunicación posible, para encontramos de pleno la realidad de la cruenta crisis y sus consecuencias. Recortes o ajustes por doquier.
Estrecheces y pánico ante el crecimiento de las necesidades básicas entre la ciudadanía. Desesperación por la incertidumbre que el futuro –aun por escribir- nos augura...etc. Puede que a estas circunstancias, a los creyentes se nos pueda sumar la desazón por causas personales o que afectan a la credibilidad de nuestra Iglesia, y que minan el sentido de comunión y la necesidad de revelarse igualmente.
Esto es humano, nos entristecemos, nos abrumamos, sentimos miedo en muchos casos, y siempre acaban soportando las consecuencias, aquello que nada o poco tiene que ver con el asunto. ¿Cuántos creyentes se han alejado de Dios y del evangelio de Jesucristo? De la iglesia se han alejado miríadas, pero ¿tiene culpa Dios del ritmo del timón y de los desatinos de la Iglesia? No tiene culpa, pero paga la culpa; pues hay aun en la sociedad una conciencia equivocada de anexionar Dios e Iglesia de una manera indisoluble.
Cuando es una realidad probada, el que en muchos casos, son decisiones puramente humanas las que marcan la pastoral de la Iglesia y lo que no es pastoral. No ahondo más en el tema, pues no pretendo juzgar. Lo que abordo aquí, es la necesidad de no dejar de seguir las huellas de Jesús de Nazaret y continuar desplegando una vida espiritual, que nos haga estar en sintonía con el mundo, desde nuestro papel de creyentes convencidos.
“Sería muy sospechosa una mística que pretendiera ir directamente a Dios y que no pasara por el culto de la humanidad de Cristo […]”, dice el moralista Häring. Porque si bien Dios se hizo carne en Jesús, revelándose al mundo como hombre e Hijo de Dios; fue por el único deseo de que los hombres y mujeres de este mundo que deseamos –o están abiertos a- seguir a Jesús, encontremos en Él un espejo en el que mirarnos y cerciorarnos de que es posible, ser semejantes a Él ante los ojos de Dios.
Y reconociendo esta realidad, solo nos queda buscarle en los signos y realidades sacramentales por medio de los cuales se hace presente, como presente se hace en cada ser humano que de manera directa o indirecta, se relaciona con nosotros. Ahora bien, la contextualización del cristianismo no puede reducirse al cumplimiento de lo anteriormente desarrollado, explícitamente con personas concretas y solo en determinados momentos. No es esta práctica –la de la vida cristiana-, solamente un mero mecanismo que nuestro aparato locomotor pone en marcha ante una urgencia determinada.
Valga el ejemplo de ayudar a esa persona que ha caído al suelo. La vida cristiana, implica un proceso de crecimiento continuo y determinarte, que nos lleve constantemente tanto a desvelar el rostro de Jesús entre nosotros, como al aprendizaje continuo de su Palabra revelada y otras enseñanzas que nos puedan acercar a Él, para edificación de nuestra construcción personal y espiritual. Hoy leo esta cita reveladora: “Antes de ser Cristo, Jesús es la verdad. Si nos desviamos de él para ir hacia la verdad, no andaremos un gran trecho sin caer en sus brazos” (Simone Weil, filósofa francesa)
Y, ¿qué es la verdad? Lo que tu corazón cree verdadero. Antes que nada, por un sentido inherente a nuestra condición nos aferramos a lo tangible, a lo seguro, a nuestra realidad. Y es precisamente en ese campo de la dimensión personal de cada ser, donde debemos de comenzar y no dejar de seguir a Jesús. Apreciándole en lo sencillo, en lo cotidiano. Dejándonos interpelar por Él, a través del silencio el viento o la quietud de un ambiente determinado. Contemplativos, ¿por qué no? ¿Te dejas interpelar por “esa chispa de fuego celeste que es la conciencia” (George Washington),  a través de la cual Dios te habla?
Creo sinceramente, que merece la pena no renunciar a una vida espiritual, por medio de un camino en el cual podamos con asiduidad o esporádicamente, pararnos y centrarnos en nuestra intima relación DIOS=YO=MI REALIDAD. Quizás para modificar esa última dimensión de “MI REALIDAD”, demasiado centrada en sobre protegernos de los demás y de agentes externos que nos desestabilicen. Como cristianos debemos superar ese posible retraimiento y abrirnos a la fraternidad, aun a costa de nuestra seguridad (Isaías 50, 5-9ª).
De mano de un amigo trapense rescato esta suculenta frase de Thomas Merton. “Huyamos de nuestro aislamiento para darnos cuenta de que Alguien habita en el centro de nuestro ser, quiere escuchar con amor, todo lo que ocupa y preocupa a nuestras mentes”. Hablo de contemplación. ¡Sí, de vida contemplativa! Como laicos, dejemos de lado el concepto clausura pues tiene connotaciones específicas para la vida monástica. Pero el aspecto místico y contemplativo, es algo de lo que no debiera faltar en la vida de quien dice seguir las huellas de Jesús.
Contemplación eucarística ante ese alimento sagrado que nos llama a compartir y servir, contemplación en la naturaleza que nos mima, ante la Palabra que desea hablarnos, con la comunidad o el grupo de amigos y amigas. Cultivando el espíritu, entiendo que podemos llegar a la plena realización de la simbiosis alma –espíritu/conciencia- y cuerpo. “Y por lo mismo su armonioso desarrollo, queda asegurado por el seguimiento de Cristo. Cristo se nos presenta como un hombre enteramente espiritual y entregado al Padre, y también humanamente sensible y abierto a todos los sufrimientos del mundo; absorto en la adoración al Padre y en la admiración por los lirios del campo” (Bernhard Häring. Ley de Cristo I).
Recalco, “humanamente sensible”. Para quienes no entiendan el sentido o los frutos de la vida u oración contemplativa, baste decir que esta será necesaria y precisa en el mundo y en la Iglesia, mientras la sensibilidad sea un valor en alza entre los humanos. Sensibilidad de sentirte parte. De sentirte interpelado y actuar en el momento preciso. Sensibilidad con el medio que te rodea respetando la naturaleza y optando por el desarrollo sostenible, ante un planeta que está casi agotado.
Sensibilidad ante toda causa personal o general, que de cerca o de lejos, nos hace alegrarnos de corazón o adolecernos hasta nuestras mismas entrañas. ¡Que nos importen los demás en definitiva! El de Nazaret, continuamente nos invita a que vayamos a él con todas nuestras energías. “El se dirige a todo hombre y mujer: inteligencia y voluntad, afectos y corazón”. (Häring, Ley de Cristo I) Para que no cejemos en el empeño de pertenecerle. De dejarnos influir y actuar según su Espíritu, para ser cristianos que además de trabajar por sus afanes, son capaces de desplegar la sensibilidad activa, solidaria y amorosa de la vida espiritual. El Espíritu es vida y la vida está en ti.

Saludos fraternos.
atte. Florencio Salvador Díaz fernandez, estudiante de teología cristiana.