CARTUJO CON LICENCIA PROPIA

lunes, 12 de marzo de 2012

¿QUEREMOS SER TEMPLOS?

La Salada. Vísperas

¿QUEREMOS SER TEMPLOS?

Aseguro que no hago la pregunta con segundas intenciones. Pero, ¿tenemos la misma concepción de Templo en nuestras mentes? Es fácil decir que sí, que debemos o queremos ser templos y así poseer el Espíritu de Jesús y por ende, mantener las virtudes de pureza establecidas por la antigua enseñanza. Entiendo que en parte compraría este argumento. Pero desde otra perspectiva, desde la perspectiva del hoy Domingo 11 de Marzo, no lo tengo tan claro.

Acabo de regresar de Vísperas, las cuales hoy han sido largas meditadas y muy solicitas con el pensamiento que se ha desprendido de mi reflexión evangélica (Juan 2,13-25). Allí, he dado lectura a una reflexión de Rafael J. García Avilés, la cual encabezaba este con la siguiente paráfrasis:

“Dios no cabe entre cuatro paredes por mucho que en el transcurso de los siglos lo hayan intentado encerrar los manipuladores de la fe de los pueblos. Dios sólo cabe en el Hombre; en el hombre que, por amor, entrega y gasta su vida por la libertad de sus semejantes. Y en los grupos de hombres en los que ese amor es la característica que los identifica.”

Una de las cosas que me maravilla, es que este libro era de consulta constante para un amigo cura –ya fallecido-, que quizás en la madurez de su vida fue plenamente consciente de que la humanidad, traspasa el horizonte del rito y que el amor y la fraternidad son los mejores códigos de conducta a seguir.

¿A qué tipo de templos nos anima nuestra iglesia –jerárquica- a convertirnos? Digo jerárquica, porque el pueblo tiene bastante claro el camino a seguir. Pues os pondré un ejemplo actual y sencillo. Hace uno o dos días desde “Religión Digital” http://www.periodistadigital.com/religion/vaticano/2012/03/08/religion-iglesia-comision-teologica-internacional-magisterio-obispos-libertad-teologos-vaticano.shtml, se nos informaba de que la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe –antiguo santo oficio-, ha dado un duro golpe a los historiadores, investigadores y pensadores teólogos, para advertirles que solo desde la enseñanza de los obispos, se puede interpretar la teología y sacar las debidas conclusiones. Aunque próximamente estaré en la clase baja de la teología como bachiller, me doy un poquito por aludido.

¿A que nos lleva esto de la limitación para ser teólogos libres? Pues nos encamina hacia el encasillamiento del templo edificio en el cual nos dicen que mora Dios, y cuya llave de su presencia –de Dios- se guardan los obispos bajo la orla de su esclavina junto al pectoral de oro. Dice Jesús Burgaleta en la plegaria para el día de hoy III Domingo de Cuaresma, que “cada hombre –cada persona- es el propio sacerdote del altar de su vida.” Estoy plenamente de acuerdo, porque la prefiguración de aquel poder contra el que Jesús predico y actuó allí en la explanada del templo, hoy se personifica en la persona de todo hombre, que por medio del poder quiere hacer a los demás comulgar con ruedas de molino.

¿De qué autoridad se consideran estos señores revestidos, como para limitar la capacidad de actuación de una persona, su voluntad de amar y su libertad de pensamiento, causa que ya está más que defendida en todos los campos del conocimiento humano teologal incluido?

Lo diré una vez más, ¡¡¡ESTE NO ES EL CAMINO!!!

No es esto lo que las personas deseamos. Y no aliento una pastoral a la carta, pero sí una pastoral de la vida, no de la contra-vida. Continuamos defendiendo al pantocrátor cargado de autoridad en la divina almendra de los frescos románicos, en detrimento de la humanidad la sencillez y el acercamiento de este Jesús del evangelio de hoy, que como humano siente ira y se deja llevar por ella, al llegar al límite del entendimiento de la estupidez humana, para con Dios.
Dios no es un mercado, y quien lo considere así que lo viva no desde el opresor fundamentalismo, sino desde el respeto y la intimidad, pero no desde el convencimiento de que esto es lo que hay que creer.

Hoy, amigos y amigas, aunque cueste entenderlo desde la fraternidad, cojo mi ramillete de cordeles y lo levanto hacia los que pretenden limitar mi capacidad de pensar libremente, de escribir libremente y de predicar y vivir mi relación con Dios y con las personas libremente.

Quien desee censurarme por ser libre, simplemente que se acerque. Quizás le dé un abrazo, pero se tendrá que marchar a casa cantando bajito.