CARTUJO CON LICENCIA PROPIA

sábado, 17 de septiembre de 2011

LOS PAPAS HAN METIDO EN CONSERVA EL CONCILIO VATICANO II

La frase del título es de Giovanni Franzoni. Nos habló extensamente sobre ello en su ponencia del XXXI Congreso de Teología, al cual asistimos. La ponencia fue el viernes por la mañana pero él siguió asistiendo a  todos los actos del Congreso hasta cantar y danzar con todos en la eucaristía final. El País nos presenta así su entrañable figura Juan. G. Bedoya.
JUAN G. BEDOYA El País, 14/09/2011
Giovanni Franzoni mantiene el gesto firme, como cuando miraba a los ojos al Pontífice romano. Aún camina erguido, a punto de cumplir 84 años, con porte de galán de cine y talla de jugador de baloncesto. Fue abad con 36 años de la imponente basílica de San Pablo Extramuros, la segunda mayor de Roma después de la de San Pedro. La tradición dice que allí está enterrado Pablo de Tarso, el auténtico secretario de organización del primer cristianismo, por encima del pescador Pedro. Su abad tiene el privilegio de asistir con voz y voto a los concilios.
Franzoni estuvo en el Vaticano II y su problemas empezaron cuando Pablo VI ordenó congelar algunas de sus reformas. El todavía abad alzó la voz y fue la primera víctima. Nacido en Bulgaria, adonde su padre emigró huyendo del hambre, fue cura en Florencia. Allí empezó a hacerse un cristiano libre, e incluso comunista.
Ha venido al congreso de la Asociación de Teólogos Juan XXIII. Concilio traicionado, concilio perdido,tituló su conferencia. Cincuenta años después, el ex abad Franzoni se considera un superviviente en poder de verdades ocultadas. “El Vaticano II cambió el catolicismo durante décadas, pero está metido en conserva por los últimos papas”.
Apenas desayuna. Fruta y un café. Ha dado rienda suelta a su memoria y, aunque cuenta con gracia chascarrillos sobre eclesiásticos de postín, apenas ríe. Mejor dicho, habla siempre con una leve sonrisa. Fue amigo de Pablo VI, que retrasó cuanto pudo un castigo que la curia reclamaba desde hacía años. ¿Su culpa? “Muchas veces, recibí a personas a las que el aparato del Vaticano cerraba el despacho del Papa. Si el papa dice y hace una cosa en San Pedro, tú no puedes decir o hacer algo distinto en San Pablo, me decían. Tampoco les gustaba lo que predicaba desde el púlpito, o que en las misas hablasen feligreses”. “Debes controlar lo que se dice”, le insistían. La presión fue tan grande que caminó hasta el Vaticano y presentó la dimisión. Se le aceptó meses después, en septiembre de 1973, “coincidiendo con el golpe de Pinochet en Chile”.
En mayo de 1974 se convocó en Italia un referéndum para anular la ley del divorcio. “Se votaba sobre una ley civil, no sobre un sacramento. Pues bien, la Conferencia Episcopal intentó imponer, moralmente, no solo a los católicos, sino a todos los ciudadanos, el voto por la derogación. Me opuse, incluso escribí un libro en defensa de la libertad de conciencia. ¡Así fui suspendido a divinis!”.
Aquella Italia, que según el Vaticano era católica al 98%, votó por el divorcio. Un 60%. “Fue un gran golpe para el Papa y sus cardenales, pero no se rindieron”.
Quiere hablar también de Benedicto XVI y la papolatría, y de Zapatero. Franzoni admira a Zapatero. “Hay que saber perder. No siempre se puede ganar”. Se refiere a la humillación del presidente ante el Papa en una ceremonia de la Jornada Mundial de la Juventud. “¿No se dijo que París bien valía una misa? Pues Madrid bien vale una misa”. María José Gavito, la traductora, pone sobre la mesa el periódico Corriere della Sera del día anterior, donde Berlusconi presume ante el Vaticano de evitar el “contagio Zapatero”. Sin mí tendrías en Italia un Zapatero, tituló el diario. “Como ve, en mi país siempre se camina sobre cáscaras de huevo”, sonríe Franzoni.