CARTUJO CON LICENCIA PROPIA

jueves, 9 de abril de 2020

VIERNES SANTO EN FAMILIA - PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO EN CASA


PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO SEGÚN SAN JUAN
EJERCICIO LITÚRGICO DEL VIERNES SANTO EN FAMILIA
Consideraciones preliminares:
Este oficio litúrgico está estructurado para realizarlo en casa y con un reducido número de personas, aunque su contenido puede modificarse y/o adaptarse a otras circunstancias concretas, debiéndose de respetar siempre el orden establecido en la liturgia: Lecturas, Oración Universal, Adoración de la Cruz y el Compartir el Pan. 
Debe ser llevado por una persona como guionista que previamente habrá estructurado la participación de la liturgia si la hubiere.
Para su desarrollo serán esenciales estos elementos. 
LUZ (vela). Aunque es un símbolo pascual, la más antigua tradición monástica establecía que encender una luz en el centro de la reunión capitular o de otra índole en la vida de los creyentes hacía manifiesto de la Presencia del Señor, y en las circunstancias actuales al no poder tener sagrario u otros elementos concretos, es esencial preservar la dimensión de la Presencia de Dios simbolizada en la Luz que alumbra y da vida.
BIBLIA. La Palabra de Dios es el signo más sagrado y antiguo desde que el pueblo de Israel fue escogido por Dios como pueblo de la alianza. Es por ello que la Palabra debe estar presente aunque las lecturas del oficio sean leídas de las oportunas separatas que establezca el guionista.
CRUZ. La cruz debe estar presente y no importará su dimensión. En el momento oportuno será colocada sobre un paño en el centro de la mesa donde se congregan los oferentes, y este paño la tapará en cada uno de sus cuatro ángulos, siendo destapada paulatinamente en función del desarrollo de la ceremonia.
PAN. Ante la ausencia del Santísimo y teniendo en cuenta las características excepcionales en las que nos encontramos, es preciso simbolizar el pan compartido y la comunión de los creyentes por medio de la fracción del pan. Será algo simbólico pero no exento de sentido sacramental pues el pan se compartirá por la memoria de Jesús muerto en la cruz y se invocará al mismo Espíritu que habita en nosotros y que lo consagra en la Eucaristía. Se prepararán pequeños trozos de pan que podrán ser comidos de un solo bocado y se colocarán debidamente en un recipiente oportuno de casa para que cada oferente pueda coger el suyo sin tocar los de los demás.
Aunque la más antigua tradición no permite el incienso el viernes santo, se recomienda ponerlo desde el comienzo para así crear el ambiente propicio para adentrarse en el oficio litúrgico que nos llevará a la conmemoración de la pasión de Cristo.
Se proponen algunos cantos al uso del viernes santo, que podrán ser omitidos o cambiados en función del criterio del guionista.

AMBIENTACIÓN INICIAL. En el centro de la mesa se ha colocado la Biblia y una vela apagada que será encendida en el momento que se indica.
Celebremos la pasión y muerte del Señor. Jesús nos entrega su vida. Ha venido dando lo que era y tenía; y ahora nos da lo único que le queda: su propia vida. Ha sido fiel a la voluntad de Dios, un Padre que no quiere que ninguno de sus hijos se pierda, sino que tengan vida en abundancia. Ahora, en un gesto definitivo de amor y de fidelidad nos entrega la vida. La cruz, patíbulo de humillación y de muerte es, desde ahora, lugar de gracia y de vida. Muriendo en ella, Jesús destruyó la muerte y nos abrió el camino de la vida. 
Hoy estando en casa, nosotros nos abrimos a este misterio de la muerte y resurrección de Cristo que hoy conmemoramos y que culminará la noche del sábado santo con su gloriosa resurrección. Pero es preciso que antes tomemos conciencia del momento en el que vivimos. Dios está aquí, en nuestros corazones. Su Espíritu anima esta asamblea de personas por pequeña que sea, pues como personas creyentes fuimos creados por Dios a su imagen y semejanza.
Pensemos en Él, en Dios, y pidámosle que nos asista con su presencia durante esta celebración y toda nuestra vida.
(Se enciende la vela y posteriormente todos leen la invocación de la presencia)
Señor de la alianza nueva, Señor de multitud de pueblos.
Enséñanos a buscarte sin cansancio,
sin detenernos donde nos conviene
sin hacerte a nuestra medida.
Tú, señor Jesús que conoces al padre,
haz que caminemos hacia Él;
para que saltemos de alegría como Abraham,
como María, como los sencillos,
como los pobres de espíritu de todos los tiempos,
como los creyentes hijos de Abraham. Amén.

Breve silencio y se lee la oración colecta.
ORACIÓN
Recuerda, Señor, tus misericordias, y santifica a tus siervos con tu eterna protección, pues Jesucristo, tu Hijo, por medio de su sangre, instituyó en su favor el Misterio Pascual. Él, que vive y reina contigo. Amén.

LITURGIA DE LA PALABRA


AMBIENTACIÓN DE LA PALABRA
Dios construye la vida donde, aparentemente, solo hay condena y muerte. Jesús es el siervo injustamente condenado que cargó sobre sí nuestros crímenes y cuyas heridas nos sanaron. Es la paradoja del misterio salvador de Dios. Desde entonces, al contemplar su infinita humanidad y su solidaridad con el ser humano sabemos, por la fe, que Él es el camino que nos conduce hasta Dios Padre. «Todo se ha cumplido» dirá Jesús antes de morir. Toda su vida ha sido una entrega obediente a la voluntad salvadora del Padre. Es así como ha hecho posible que la salvación de Dios alcance a to- da la humanidad.

Lectura del libro de ISAÍAS 52,13–53,12

Mirad, mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho.
Como muchos se espantaron de él porque desfigurado no parecía hombre, ni tenía aspecto humano, así asombrará a muchos pueblos, ante él los reyes cerrarán la boca, al ver algo inenarrable y comprender algo inaudito.
¿Quién creyó nuestro anuncio?;
¿a quién se reveló el brazo del Señor?
Creció en su presencia como brote, como raíz en tierra árida, sin figura, sin belleza.
Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultaban los rostros, despreciado y desestimado.
Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado; pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes.
Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron.
Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino; y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes.
Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca: como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca.
Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron, ¿quién se preocupará de su estirpe? Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo hirieron.
Le dieron sepultura con los malvados y una tumba con los malhechores, aunque no había cometido crímenes ni hubo engaño en su boca.
El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento, y entregar su vida como expiación: verá su descendencia, prolongará sus años, lo que el Señor quiere prosperará por su mano. Por los trabajos de su alma verá la luz, el justo se saciará de conocimiento. Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos. Le daré una multitud como parte,
y tendrá como despojo una muchedumbre.
Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los pecadores, él tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores.
Palabra de Dios

Salmo responsorial 30,2.6.12-13.15-17.25
(Puede ser sustituido por el cantico posterior)
R. Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.

A ti, Señor, me acojo:
no quede yo nunca defraudado;
tú, que eres justo, ponme a salvo.
A tus manos encomiendo mi espíritu:
tú, el Dios leal, me librarás.

Soy la burla de todos mis enemigos,
la irrisión de mis vecinos,
el espanto de mis conocidos:
me ven por la calle, y escapan de mí.
Me han olvidado como a un muerto,
me han desechado como a un cacharro inútil.

Pero yo confío en ti, Señor;
te digo: «Tú eres mi Dios».
En tu mano están mis azares:
líbrame de los enemigos que me persiguen.

Haz brillar tu rostro sobre tu siervo,
sálvame por tu misericordia.
Sed fuertes y valientes de corazón,
los que esperáis en el Señor.


SI, ME LEVANTARE
Sí, me levantaré,
volveré junto a mi Padre.

A ti Señor levanto mi alma,
tu eres mi Dios y mi Salvador.

Mira mi angustia, mira mi pena,
tu eres mi Dios y mi Salvador.

Mi corazón busca tu rostro,
dame la gracia de tu perdón.

Lectura de la carta a los HEBREOS 4,14-16; 5,7-9

Hermanos:
Ya que tenemos un sumo sacerdote grande que ha atravesado el cielo, Jesús, Hijo de Dios, mantengamos firme la confesión de fe. No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo, como nosotros, menos en el pecado. Por eso, comparezcamos confiados ante el trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia para un auxilio oportuno. Cristo, en efecto, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, siendo escuchado por su piedad filial. Y, aun siendo Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se convirtió, para todos los que lo obedecen, en autor de salvación eterna.

Palabra de Dios

Se canta: “Tu Palabra, me da vida confío en ti Señor, tu palabra es eterna, en ella esperaré”.

Lectura del santo evangelio según san JUAN 18,1–19,42

En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el que lo iba a entregar, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas, entonces, tomando una cohorte y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que venía sobre él, se adelantó y les dijo:
–¿A quién buscáis?
C. Le contestaron:
S. –A Jesús, el Nazareno.
C. Les dijo Jesús:
–Yo soy.
C. Estaba también con ellos Judas, el que lo iba a entregar. Al decirles: «Yo soy», retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez:
–¿A quién buscáis?
C. Ellos dijeron:
S. –A Jesús, el Nazareno.
C. Jesús contestó:
–Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a estos.
C. Y así se cumplió lo que había dicho: «No he perdido a ninguno de los que me diste».
Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro:
–Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?
C. La cohorte, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año; Caifás era el que había dado a los judíos este consejo:
«Conviene que muera un solo hombre por el pueblo».
Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La criada portera dijo entonces a Pedro:
S. –¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?
C. Él dijo:
S. –No lo soy.
C. Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose.
El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina. Jesús le contestó:
–Yo he hablado abiertamente al mundo; yo he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me preguntas a mí? Pregunta a los que me han oído de qué les he hablado. Ellos saben lo que yo he dicho.
C. Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo:
S. –¿Así contestas al sumo sacerdote?
C. Jesús respondió:
–Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?
C. Entonces Anás lo envió atado a Caifás, sumo sacerdote. Simón Pedro estaba de pie, calentándose, y le dijeron:
S. –¿No eres tú también de sus discípulos?
C. Él lo negó, diciendo:
S. –No lo soy.
C. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo:
S. –¿No te he visto yo en el huerto con él?
C. Pedro volvió a negar, y enseguida cantó un gallo.
Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era el amanecer, y ellos no entraron en el pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera, adonde estaban ellos, y dijo:
S. –¿Qué acusación presentáis contra este hombre?
C. Le contestaron:
S. –Si este no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos.
C. Pilato les dijo:
S. –Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley.
C. Los judíos le dijeron:
S. –No estamos autorizados para dar muerte a nadie.
C. Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir.
Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo:
S. –¿Eres tú el rey de los judíos?
C. Jesús le contestó:
–¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?
C. Pilato replicó:
S. –¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?
C. Jesús le contestó:
–Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.
C. Pilato le dijo:
S. –Entonces, ¿tú eres rey?
C. Jesús le contestó:
–Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mun- do: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.
C. Pilato le dijo:
S. –Y ¿qué es la verdad?
C. Dicho esto, salió otra vez a donde estaban los judíos y les dijo:
S. –Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?
C. Volvieron a gritar:
S. –A ese no, a Barrabás.
C. El tal Barrabás era un bandido.
Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a él, le decían:
S. –¡Salve, rey de los judíos!
C. Y le daban bofetadas.
Pilato salió otra vez afuera y les dijo:
S. –Mirad, os lo saco afuera para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa.
C. Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo:
S. –He aquí al hombre.
C. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron:
S. –¡Crucifícalo, crucifícalo!
C. Pilato les dijo:
S. –Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él.
C. Los judíos le contestaron:
S. –Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha hecho Hijo de Dios.
C. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más. Entró otra vez en el pretorio y dijo a Jesús:
S. –¿De dónde eres tú?
C. Pero Jesús no le dio respuesta. Y Pilato le dijo:
S. –¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y auto- ridad para crucificarte?
C. Jesús le contestó:
–No tendrías ninguna autoridad sobre mí si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor.
C. Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban:
S. –Si sueltas a ese, no eres amigo del César. Todo el que se hace rey está contra el César.
C. Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y se sentó en el tribunal, en el sitio que llaman «el Enlosado» (en hebreo «Gábbata»). Era   el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía.
Y dijo Pilato a los judíos:
S. –He aquí a vuestro rey.
C. Ellos gritaron:
S. –¡Fuera, fuera; crucifícalo!
C. Pilato les dijo:
S. –¿A vuestro rey voy a crucificar?
C. Contestaron los sumos sacerdotes:
S. –No tenemos más rey que al César.
C. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran.
Tomaron a Jesús, y, cargando él mismo con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice «Gólgota»), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: «JESÚS, EL NAZARENO, EL REY DE LOS JUDÍOS».
Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba escrito en hebreo, latín y griego.
Entonces los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato:
S. –No escribas «El rey de los judíos», sino: «Este ha dicho: soy el rey de los judíos».
C. Pilato les contestó:
S. –Lo escrito, escrito está.
C. Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron:
S. –No la rasguemos, sino echémosla a suerte, a ver a quién le toca.
C. Así se cumplió la Escritura: «Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica». Esto hicieron los soldados.
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre:
–Mujer, ahí tienes a tu hijo.
C. Luego, dijo al discípulo:
–Ahí tienes a tu madre.
C. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio.
Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dijo:
–Tengo sed.
C. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando to- mó el vinagre, dijo:
–Está cumplido.
C. E inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
Todos se arrodillan, y se hace una pausa.
Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día gran- de, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspa- só el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: «No le quebrarán un hueso»; y en otro lugar la Escritura dice: «Mirarán al que traspasaron».
Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque oculto por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe.
Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en los lienzos con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto, un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.
Palabra del Señor.

REFLEXIÓN DE FRAY MARCOS A LA LUZ DE LA PALABRA
DEBEMOS SUPERAR EL MITO DE QUE JESÚS MURIÓ POR NOSOTROS (Juan 18,1-19,42)

La celebración ayer de la última cena, la celebración hoy de la muerte y la celebración mañana de la resurrección, son tres aspectos de una misma realidad: La plenitud de un ser humano que llegó a identificarse con Dios que es Amor. Este es el punto de partida para que cualquier ser humano pueda desarrollar su verdadera humanidad. Pero el amor es la meta a la que llegó Jesús y a la que tenemos que llegar nosotros. Ese amor es lo más dinámico que podemos imaginar, porque es el motor de toda acción humana.

El recuerdo puramente litúrgico de la muerte de Jesús, sin un compromiso de mantener en nuestra vida las mismas actitudes que le llevaron a la muerte, es un folclore vacío de contenido. Otro peligro, que nos acecha en esta celebración, es caer en la sensiblería. Tal vez no podamos sustraernos a los sentimientos ante la descripción de una muerte tan brutal. El peligro estaría en quedarnos ahí y no tratar de vivir lo que estamos celebrando. Nos importan los datos históricos, pero solo como medio de descubrir la cristología que en ellos se encierra: Jesús es para nosotros el modelo de lo humano y de lo divino.

No podemos presentar la muerte de Jesús como el colmo del sufri­miento. La vida de Jesús se desarrolló con relativa normalidad y con una cierta comodidad. Los sufrimientos duraron solo unas horas. Millones de personas, antes y después de Jesús, han sufrido mucho más en cantidad y en intensidad. No podemos seguir hablando de sus sufrimientos como si fueran los únicos. Fue una muerte cruel, sin duda, pero no podemos presen­tarla como el paradigma del dolor humano. El valor de la muerte de Jesús no está en el dolor, sino en la motivación de esa muerte, en la actitud de Jesús y de los que lo mataron.

Tenemos que superar la idea de que “murió por nuestros pecados”. El autor de la carta a los hebreos, (que seguramente no es de Pablo) lo que intenta es hacer ver a los judíos, que ya no tenía sentido el repetir los sacrificios que habían sido la base de su culto, porque ya estaba cumplida en Jesús toda la labor de mediación. Esta idea es posible, solo desde la perspectiva del Dios del AT que exige el pago por nuestros pecados. Este Dios no tiene nada que ver con el Dios de Jesús, que nos ama a todos siempre e infinita­mente y que, si pudiera tener alguna preferencia, sería para con los débiles o los pecadores.

¿Por qué le mataron? ¿Por qué murió? Si no hacemos esta distinción, entraremos en un callejón sin salida. Le mataron porque el Dios que él predicó no coincidía con la idea que los judíos tenían de su Dios. El Dios de Jesús no es el soberano que quiere ser servido, sino Amor absoluto que se pone al servicio del hombre. Esta idea de Dios es demoledora para todos aquellos que pretenden utilizarlo como instrumento de dominio. Ningún poder establecido puede aceptar ese Dios, porque no es manipulable ni se puede utilizar en provecho propio. Esta idea de Dios es la que no pudieron aceptar los jefes religiosos judíos. Este Dios nunca será aceptado por los jefes religiosos de ninguna época.

Jesús murió por ser fiel a sí mismo y a Dios. No se puede separar las respuestas a las dos preguntas. Jesús, como todo ser humano, tenía que morir, pero resulta que no murió, sino que le mataron. Esto último, tampoco hace de su muerte un hecho singular. La singularidad de esa muerte hay que buscarla en otra parte. La muerte de Jesús no fue un accidente, sino consecuencia de su manera de ser y de actuar. Creo que en la aceptación de las consecuen­cias de su actuación está la clave de toda la vida de Jesús.

El hecho de que no dejara de decir lo que tenía que decir, ni de hacer lo que tenía que hacer, aunque sabía que eso le costaría la vida, es la clave para compren­der que la muerte no fue un accidente, sino un hecho fundamental en su vida. El hecho de que le mataran, podía no tener mayor importancia, pero el hecho de que le importara más la defensa de sus convicciones que la vida, nos da la verdadera profundi­dad de su opción vital. Jesús fue mártir (testigo) en el sentido estricto de la palabra.

Las palabras y los gestos de Jesús en la última cena, sobre el servicio total a los demás, pueden significar la más elevada toma de conciencia de Jesús sobre el sentido de su vida. Tal vez en ese momento, cuando ya era inevitable su muerte, descubrió el verdadero sentido de una vida humana. Cuando un ser humano es capaz de consumirse por los demás, está alcanzando su plena consumación. En ese instante manifiesta un amor semejante al amor de Dios y puede decir: "Yo y el Padre somos uno". Dios está allí donde hay verdadero amor, aunque sea con sufrimiento y muerte. Si seguimos pensando en un dios de “gloria”, será muy difícil comprender el sentido de la muerte de Jesús.

¿Qué tuvo que ver Dios en la muerte de Jesús? El gran interrogante que se plantea sobre esa muerte recae sobre Dios. No podemos pensar que planeó su muerte, ni que la exigió como pago de un recate por los pecados, ni que la permitió o la esperó. La paradoja está en que podemos decir que Dios no tuvo nada que ver en la muerte de Jesús, y podemos decir que fue precisamente Dios la causa de su muerte. Si pensamos en un Dios que actúa desde fuera, nada de lo que digamos en relación con esa muerte tiene sentido. Si pensamos que Dios era el motor de toda la vida de Jesús, de sus actitudes y de sus decisiones, entonces Él fue la causa de que Jesús fuera a la muerte.

Según todas las apariencias, Dios abandonó a Jesús a su suerte cuando le pedía a gritos que le ayudara. ¿Cómo podemos armonizar su silencio con la cercanía en el momento de morir? Aquí está la clave de comprensión del misterio Pascual. Dios no abandonó por un momento a Jesús para después revindicarlo. Dios estuvo con Jesús en su muerte. Porque fue capaz de morir antes que fallarle, demuestra esa presencia de Dios como en ningún otro momento de su vida. En la entrega total se identificó con Dios y lo hizo presente. Cualquier otro intento de demostrar la presencia de Dios en Jesús es ilusorio.

Intentemos comprender el significado que tuvo su muerte para él y para nosotros. Su muerte es el reflejo de su actitud vital. En ella podemos encontrar el verdadero sentido de su vida. Se trata de una muerte que manifiesta la verdadera Vida. No se trata de la muerte física, sino de la muerte del “ego”, que hizo posible una entrega total a los demás. Este es el mensaje que no queremos aceptar, por eso preferimos salir por peteneras y buscar soluciones que no nos exijan entrar en esa dinámica. Si nuestro “yo” sigue siendo el centro, no tiene sentido celebrar la muerte de Jesús y tampoco su resurrección.

Nosotros tenemos que separar la vida, la muerte y la resurrección de Jesús para intentar entenderlas, pero solamente las podremos entender si descubrimos la unidad de las tres. La muerte fue consecuencia inevitable de su vida, pero en esa muerte estaba ya la gloria. La trayectoria humana de Jesús terminó alcanzando la más alta meta: desplegar al máximo su humanidad, alcanzando y manifestando la plenitud de divinidad. Si no tenemos presente esto, nunca descubriremos lo que tiene de acicate para nosotros el darnos cuenta que un ser humano, en todo semejante a nosotros, pudo llegar a esa meta.

Meditación

Celebramos la muerte porque es Vida es sí misma.
Ninguna resurrección es necesaria.
La VIDA ha estado siempre en él.
Descubrirla en nosotros es la clave,
Para que no nos asuste cualquier muerte.
Y vivamos desde ahora mismo aquella Vida.

Para profundizar
Muerte y vida son dos caras de la misma moneda
En el fondo, lo que importa es la moneda
Que participa de las dos y las integra
Nuestra limitación nos impide verlas al mismo tiempo
Al fijarnos en una, olvidamos la otra
Esta limitación distorsiona la Realidad
Nos impide superar los contrarios
En la muerte está la Vida plena
Nada tiene que suceder para alcanzarla
Hoy es día de gloria no de pena
No tenemos que esperar a un tercer día
para vivir la plenitud que celebramos
Jesús no necesita resurrección alguna
Su muerte está fundida con la Vida
No hay antes y después en su andadura
El vivir en el tiempo nos traiciona
e impide la experiencia de lo eterno
Somos eternidad y somos Vida
aunque en un  frágil cuerpo confinada
Lo limitado de mi ser no consigue
borrar la huella firme de lo eterno
La misma Vida de Jesús está ya en ti
Descúbrela y despliega su grandeza
No esperes a mañana, despierta ya a la Vida
Toda la eternidad está en tu mano
Lo absoluto escondido en lo efímero
Lo divino germinando en lo humano

Fray Marcos

Oración universal


INTRODUCCIÓN A LA ORACIÓN UNIVERSAL
Hoy la oración de petición tiene una densidad especial. Nos unimos a la oración de Jesús y al sentido que dio a su vida: hacer realidad la voluntad de Dios, orar y trabajar para que todos sus hijos tengan vida en abundancia, para que su Reino se haga realidad. En el corazón de Dios existimos todos sus hijos, hombres y mujeres de todo tiempo, de toda condición, de toda raza, color, religión. Nos conoce por el nombre y en Jesús nos ha amado y nos ha salvado. Nadie ha quedado excluido. Traigamos a la oración la vida de todos nuestros hermanos, especialmente la de todos aquellos que sufren y en ellos se repite la Pasión del Señor.

1. «Oremos por este mundo,
que suspira y gime buscando la salvación,
por todos los hombres y mujeres que sufren,
por las víctimas de todas las guerras y del racismo,
por los que caen bajo la fuerza de la naturaleza,
por los que mueren en accidente de carretera».

2. «Señor y Dios nuestro,
que quieres el bien de los hombres
y no deseas que sean destruidos,
haz que no reine entre nosotros la violencia,
apaga el odio de nuestros corazones,
refrena la ira por la que un hombre amenaza a otro,
y haz que la paz reine en la tierra para todos.
Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor».

3. «Oremos por los que viven en la privación y la pobreza,
por los que desesperan y se ven acorralados,
por los que tienen la mente transtornada,
por los que sufren una larga enfermedad
y por quienes ven cómo su cuerpo
se destruye lentamente».

4. «Oremos por los que mueren solos,
sin esperanza de otra vida después de la muerte
y sin fe en la resurrección de sus cuerpos.
Señor Dios, que nos has creado caducos y mortales,
te rogamos que no se apague entre nosotros
la luz de la vida.
¿No eres tú un Dios de vivos?
Te lo pedimos por el amor de Jesucristo».

5. «Oremos por los que se encuentran en apuros,
por quienes han perdido la fe en el amor,
la fe en Dios,
por los que buscan la verdad
sin poderla ya encontrar».

6. «Oremos por los esposos separados,
por todos los sacerdotes caídos
bajo el gran peso de su ministerio.
Señor Dios,
consuelo de los afligidos,
fortaleza de los torturados,
escucha el grito que te dirigen
todos los seres que sufren,
todos los que recurren a tu misericordia,
y así tendrán la dicha de saber
que has sido tú quien les ha socorrido,
por Cristo Jesús, Señor nuestro».

7. «Oremos por la ciudad donde vivimos y trabajamos,
por todos los que se sienten solos,
por aquellos a quienes nadie escucha,
por los que no tienen amigos».

8. «Oremos por quienes no tienen casa ni techo,
por los que se sienten traicionados y sin fuerzas.
Señor Dios,
que nos has dado una morada donde habitar,
una ciudad que construir
y hombres con quienes vivir la vida,
ábrenos los ojos para que veamos a los demás,
haznos humildes y pequeños
para que nuestra ciudad
se convierta en un reflejo de tu amor,
por Jesucristo nuestro Señor».

9. «Oremos para que el Señor nos perdone
el mal que nos nacemos unos a otros
al despreocuparnos y olvidarnos de los demás;
porque no sabemos entendernos ni soportarnos,
porque hablamos mal unos de otros,
y con frecuencia somos todo rencor y amargura
e incapaces de perdonarnos».

Oración de conclusión.
«Te rogamos, Dios y Padre nuestro, que nos acojas en tu paz tal
como somos; envía tu Espíritu sobre nosotros para que seamos
abiertos y acogedores y podamos así caminar hacia ti, que vives y
reinas por los siglos de los siglos. Amén».

(Huub Osterhuis)

ADORACIÓN DE LA CRUZ


Habiéndose retirado la biblia, la cruz será colocada en el centro de la mesa tapada con un paño que permita descubrirla por partes o en cuatro momentos determinados.

Ambientación.
La cruz ha de ser para nosotros, los cristianos, símbolo de la sabiduría de Dios, manifestación de su amor, manantial de la salvación universal. Con palabras de san Pablo volvemos a recordarnos que «nosotros proclamamos un Cristo crucificado. Los judíos dicen: «¡qué vergüenza!», los griegos dicen: «¡qué locura!»... pero la «locura» de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la «debilidad» de Dios es más fuerte que la fuerza de los hombres» (1 Cor 1,22-25). Acerquémonos a la cruz y acojamos esta debilidad y esta sabiduría de Dios. Hagamos de la cruz nuestra fortaleza y nuestra sabiduría para vivir y comunicar hoy, en medio de nuestro mundo, el Evangelio de la alegría y del amor. Miremos a Cristo en la cruz y miremos en Él a tantas personas que por diversas causas sufren en el mundo y suyos dolores –como los de su madre María- son sus dolores.

Seguidamente se descubrirá cada ángulo de la cruz y tras el ofrecimiento el solista cantará.
Primer ofrecimiento:
Descubrimos Señor la llaga tu mano derecha, y en ella ponemos a todos los enfermos del mundo. A las personas que les cuidan, a los profesionales de la salud. Para que tu pasión les infunda la fuerza necesaria para no darse por vencidos y luchar por su salud confiando siempre en Ti.
Y Canta el solista:
“Mirad, el árbol de la cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo”.
Y los demás responden cantando:
“Venid, a adorarlo”.

Segundo ofrecimiento:
Descubrimos Señor la llaga de tu mano izquierda, y en ella ofrecemos el dolor de tantas personas que en estos días han visto fallecer a sus seres queridos en hospitales y residencias, sin haberles podido acompañar ni despedir. Consuélalos con tu amor, Padre bueno y acógelos bajo tu protección siempre. Que sientan tu amor de Padre y de Madre, para que tengas el consuelo de que Tú no los olvidas.
Y Canta el solista:
“Mirad, el árbol de la cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo”.
Y los demás responden cantando:
“Venid, a adorarlo”.

Tercer ofrecimiento:
Descubrimos Señor las llagas de tus pies, y en ellas ponemos a todas las personas que sufren. Te pedimos también por el progreso de los pueblos, la dignidad de todas las mujeres, la erradicación del hambre y la esclavitud, la concordia de todas las familias, la sonrisa de los niños, la sincera amistad entre los amigos y amigas, el amor de todas las personas que se aman y la belleza de la naturaleza y su necesario cuidado.
Y Canta el solista:
“Mirad, el árbol de la cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo”.
Y los demás responden cantando:
“Venid, a adorarlo”.

Cuarto ofrecimiento:
Descubrimos Señor tu cuerpo entero, inerte y frágil. Y al contemplarte sin vida, pero con la esperanza puesta en la resurrección; ponemos ante tu divina presencia a todas las personas fallecidas. A quienes mueren a causa de cualquier violencia. A las mujeres asesinadas por sus parejas. A quienes en estos días trágicos mueren por todo el mundo a causa de esta terrible enfermedad. A tantos ancianos fallecidos en soledad y sin esperanza. A nuestros antepasados (breve silencio para recordarlos, se puede decir sus nombres), y también recordamos a todas las personas que fallecieron dejando un testimonio –quizás anónimo- de paz y de bondad.
Y Canta el solista:
“Mirad, el árbol de la cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo”.
Y los demás responden cantando:
“Venid, a adorarlo”.

Seguidamente se pude cantar “EL SIERVO DE YAVHE”
No hay en El parecer, no hay hermosura
que atraiga las miradas,
no hay en El belleza que agrade.

Despreciado, desecho de los hombres,
varón de dolores,
conocedor de todos los quebrantos.
Ante quien se vuelve el rostro (4)

Menospreciado, estimado en nada.
Despreciado, desecho de los hombres,
varón de dolores,
conocedor de todos los quebrantos.
Ante quien se vuelve el rostro (4)

Pero fue él,
el que cargo con los pecados.
Pero fue El, el que cargo con los dolores.
Todos nosotros andábamos errantes.
Maltratado, más El se sometió.
No abrió la boca, como cordero llevado al matadero.
Ante quien se vuelve el rostro (4)

COMPARTIR EL PAN

Para compartir el pan la cruz será retirada de la mesa pero se colocará en un lugar visible. Se coloca sobre la mesa un mantel y sobre ÉL la vela encendida y junto a ella el recipiente con los trozos de pan

INTRODUCCIÓN del guionista
Jesús es, para siempre, pan y vino. Sembrado en la tierra de los hombres, sus hermanos, ha crecido entre ellos, lleno de gracia y de verdad y, llegada la hora, la hora de la siega y de la vendimia, se ha entregado para la vida del mundo. Su vida, triturada y molida como los granos de trigo, pisoteada como las uvas de la vid, es pan y bebida de salvación, que quitan el hambre y calman la sed. Comamos y bebamos de él.
Compartamos este pan en memoria suya, igual que él lo compartió en aquella cena en el cenáculo de Jerusalén. Pidámosle que su espíritu descienda sobre este don que es alimento, para que como enviados suyos, seamos en medio de la vida, pan y vino para nuestros hermanos.

Uno de los asistentes eleva el recipiente con el pan ofreciéndolo al Señor, mientras los demás leen la “bendición de la mesa en familia”
Bendito seas, Señor, Dios nuestro, Rey del universo, que haces brotar espigas en los campos de trigo y racimos de uva en los llanos y recuestos.  
Gracias a tu bondad, no nos falta el alimento.

Tú nos sacias con pan y vino, fruto del trabajo compartido por el hombre y la mujer.
Bendito seas porque nos has dado la vida, nos la conservas y a todos das sustento.

Éste es el pan de cada día, extraído de los granos de trigo para que los comensales lo saboreen
sabroso, crujiente, partido y repartido.

Éste es el pan de los pobres, pan de vida, sólido en su firmeza, tostado por el fuego, comparable a nuestros cuerpos.
Bendito seas, porque el pan es comida de hermandad, festín nupcial de los que buscan la verdad.
Bendito seas por siempre, Señor.

Bendito seas por permitirnos renovar la fraternidad en esta mesa familiar, donde conmemoramos tu pasión y muerte, para que renovados los días y recuperada la salud, volvamos a reunirnos en comunidad y juntos todos te alabemos y demos gracias por siempre.

Bendito seas por siempre, Señor.

Y se reparte el pan cogiendo cada cual su trozo que comerá enseguida.
Se guarda unos momentos de silencio que pueden acompañarse de música de fondo o de algún canto oportuno.

TU REINO ES VIDA
Tu reino es vida, tu reino es verdad;
tu reino es justicia, tu reino es paz,
tu reino es gracia, tu reino es amor;
venga a nosotros tu reino, Señor,
venga a nosotros tu reino, Señor.

1.Dios mío, da tu juicio al rey,
tu justicia al hijo de reyes,
para que rija a tu pueblo con justicia,
a tus humildes con rectitud;
para que rija a tu pueblo con justicia,
a tus humildes con rectitud.

2.Que los montes traigan la paz,
que los collados traigan la justicia,
que el defienda a los humildes del pueblo
que socorra a los hijos del pobre,
que el defienda a los humildes del pueblo
y quebrante al explotador.

3.Que dure tanto como el sol,
como la luna de edad en edad;
que baje como lluvia sobre el césped,
como rocío que empapa la tierra
que en sus días florezca la justicia
y la paz hasta que falte la luna.

Seguidamente el guionista introduce la oración del padre nuestro que leen todos juntos:
Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.

ORACIÓN DE CONCLUSIÓN que hace el guionista para ir terminando.
Dios todopoderoso y eterno que nos amas y nos buscas, renovados por la gloriosa muerte y resurrección de tu Hijo Jesús que hemos celebrado en la intimidad de nuestro hogar (comunidad), te agradecemos Tu presencia que hemos sentido viva en nuestros corazones, y te pedimos de corazón que continúes realizando en nosotros tus maravillas, por la participación en este misterio, para que siempre alcancemos tu amor y misericordia y para que vivamos siempre entregados a ti y a nuestros prójimos, nuestros hermanos y hermanas. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.

DESPEDIDA a modo de bendición que no será impartida por nadie, sino solicitada a Dios por medio de estas palabras. Mientras el guionista la lee los demás inclinan la cabeza.
Queridos hermanos y hermanas, que Dios, nuestro Padre, nos bendiga hoy y todos los días de vuestra vida; que nos conceda la gracia de conocer y vivir lo que hoy acabamos de celebrar. Que nos conceda ser testigos de la sabiduría de la cruz, constructores de toda reconciliación, creadores de esperanza y testigos de la Resurrección del Señor.
Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Y todos se hacen la señal de la cruz sobre sí mismos mientras dicen:
+El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna. Amén.

Y se canta HAMBRE DE DIOS
No podemos caminar
con hambre bajo el sol;
danos siempre el mismo pan:
tu Cuerpo y Sangre, Señor.

1.Comamos todos de este pan,
   el pan de la unidad,
   en un cuerpo nos unió el Señor
   por medio del amor.
2.Señor, yo tengo sed de ti,
   sediento estoy de Dios,
   pero pronto llegaré a ver
   el rostro del Señor.

Fin de la celebración litúrgica de la Pasión en familia el viernes santo.