CARTUJO CON LICENCIA PROPIA

lunes, 25 de febrero de 2013

EN CAMINO, TEOLOGÍA DE LA CUARESMA 3.2 PENITENCIA


3.2 Penitencia

La penitencia ha sido entendida de modos tan diferentes en la tradición cristiana que no es fácil determinar teológicamente en que consiste. Para comprenderla como virtud es necesario tener presente el sentido del sacramento de la penitencia, que durante siglos ha centrado con la eucaristía la vida cristiana. Pero así como la virtud de la penitencia se ejerce de mil maneras, el sacramento de la penitencia es la celebración del perdón, de acuerdo a un ritual promulgado por la iglesia. Dicho de otro modo, la penitencia es una virtud libremente ejercida antes de ser un sacramento ritualmente reglamentado. Las iglesias valoran la penitencia según tradiciones diferentes: los protestantes hacen hincapié en la virtud y los católicos en el sacramento. 

3.2.1 El sentido penitencial a través de la historia.
El sacramento de la penitencia ha tenido varios nombres a través de la historia, según el momento y el sentido desde el que sea mirado. Desde la antigüedad comenzó a llamarse “segunda tabla de salvación o segundo bautismo”, ya que el bautismo era considerado penitencia primera. Por ello desde los primeros tiempos fue entendido este sacramento como conversión y reconciliación. Desde los siglos VI al XI se transforma la penitencia canónica (pública y solemne) en penitencia privada e irrepetible. Luego desde el siglo XII hasta el Vaticano segundo es considerado sacramento de la confesión, con aspectos tan curiosos y variados como la contemplación de la confesión y absolución con el sacerdote ausente. Práctica que fue prohibida por medio de un decreto del Santo Oficio el 20 de Junio de 1602 y que firmo de puño y letra SS. Clemente VIII. En 1965s después de la gran reforma litúrgica conciliar, vuelve a entenderse como sacramento de la reconciliación, con la iglesia, con los hermanos y con Dios.

Para no extender el sentido explicativo de las cuatro dimensiones reconocidas por el catolicismo en este sacramento –pecado, conversión, confesión y perdón-, nos centramos en la realidad actual, y en la utilización o acceso, que de una manera correcta o incorrecta hacemos de este sacramento en la actualidad. Sobre todo porque la importancia de la conversión la tratamos a continuación.

La causa que desencadena el acceso al sacramento de la reconciliación es el pecado. “Peccare”, del latín que significa cometer una falta –contra Dios-. Es un termino que viene de la terminología jurídica cuyo origen esta en el sentido de transgredir. De una manera popular el pecado –de pensamiento, palabra, obra u omisión- es entendido como desobediencia a la ley de Dios a sabiendas de lo que uno hace, ya que es un acto consciente. En la Biblia pecar es separarse de Dios y de su rostro, es ser infiel al Padre de los cielos, e implica el romper con la alianza que a través de generaciones milenarias, Dios mantiene con nosotros.
Naturalmente si observamos el pecado desde el NT, vemos que este va siempre unido en los evangelios a la misericordia de Dios y a su perdón. Según los sinópticos el pecado nace del corazón y se opone a la realización del reino de Dios. Para san Pablo el pecado es no reconocer a Dios como Dios. Y Juan en su evangelio manifiesta que este es la oposición a la luz, a la vida y al amor.

Dijo en una ocasión Pedro Casaldáliga, Obispo emérito de Brasilia:

“  ...Pero, por otra parte, también me siento cada vez más seguro, porque lo fundamental lo veo cada vez más fundamental, y uno de los principios que ahora me orientan más, y más me satisfacen, es: relativizar lo que es relativo y absolutizar lo que es absoluto... Todo es relativo, excepto Dios y el hambre.”

En alusiones a la intención que muchas veces tiene el hombre de envolver a Dios y sus sacramentos en tantas capas y dogmas, que luego no somos capaces de llegar al interior, al fundamento.

Frente al pecado, debemos actuar con una conciencia efectivamente responsable. Una conciencia que nos sitúa en el papel de agraviantes y no agraviados. ¿Cuántas veces acudimos al sacramento de la confesión y sin reconocer en su totalidad nuestra falta, nos colocamos en el papel de victima humillada?. 
El pecado no nos hace grandes, en primer lugar porque al ofender a Dios, generalmente ofendemos a la persona –que es lo mismo- y es templo del Espíritu Santo. No debemos de caer por nada del mundo, en el jactarnos de nuestra falta a resultas, de volver a realizar la ofensa con mas ahínco aun. En nuestros oídos resuenan las palabras desafiantes de Caín cuando preguntado por Dios sobre el fratricidio de Abel, responde este ¿Es que soy yo el guardián de mi hermano?" (Gén 4,9)”
Siete veces le hace pagar Dios su pena, por la muerte de Abel. Sin lugar a dudas ahora se nos presenta el Dios de la misericordia. Un Dios que es Padre, pero –permitidme la licencia- que no es tonto y no se presta al mercadeo. ¿Alguien puede pretender que una falta grave causada en la comunidad, se subsane con el rezo de una escueta oración o el rezo de mil oraciones? 
El Sínodo de Elvira –España- que confirmo SS. Marcelino I (s.4), manifestó en el canon 77 que el creyente se puede justificar por la fe. Justificación que fue confirmada en el Concilio de Trento (1534-1549) por SS Paulo III. Y en cuyo capitulo 8, dice que el apóstol Pablo admite en Rom 3,22-24, que es efectiva esta justificación por la fe, “porque la fe es el principio de la humana salvación, el fundamento y raíz de toda justificación; sin ella es imposible agradar a Dios Heb 11,6 y llegar al consorcio con sus hijos”
Por ello aunque admitamos esta justificación, admitamos que una fe autentica y bien fundada no tiene porqué dar lugar al pecado sobre Dios o la persona. Y si se peca contra la persona, ¿acaso no se ofende Dios?. “Un vaso de agua no quedará sin recompensa”.

¿Y la honra de aquel, y su quebrantado respeto, y su legitima dignidad?. En cada uno de esos aspectos reside la esencia de Dios que hace del hombre su último proyecto, perfeccionado en la persona de Jesús, el Hijo del Hombre, que por gratuidad nos ofrece su misma gracia, don de dones = JARIS.
Por ello, quizás debemos de recuperar un poco o un mucho de aquel sentido primigenio que adorno a las primeras comunidades paleocristianas, que accedían a la confesión personal y luego a la comunitaria:

         Mt 18,15-18 “Si tu hermano ha pecado contra ti, ve y repréndelo a olas; si te escucha, habrás ganado a tu hermano; pero si no te    escucha, toma todavía contigo uno o dos, para que toda causa sea decidida por la palabra de dos o tres testigos. Si no quiere escucharles, dilo a la comunidad; y si tampoco quiere escuchar a la        comunidad, considéralo como pagano y publicano. Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo".

Aunque aquí no quiero desautorizar el magisterio de la Iglesia, en cuanto a que ofrece el perdón de parte de Dios. Si quiero manifestar como lo hacen algunos importantes teólogos, que no se puede pretender acceder al sacramento de la confesión, como instrumento liberador de la conciencia, y anular el sentido sacramental, por medio del cual la persona se encuentra con Cristo. 
Un Cristo resucitado que nos anima a resarcirnos de nuestra falta, demostrándolo con el día a día y escenificándolo por medio de la confesión penitencial.  ¿Cuántos confiesan con sacerdotes desconocidos para mantener la totalidad de su anonimato?. Cuantos ofenden a la comunidad sin tener un sentido fraterno de la comunidad? 
Lo primero que el pecador tiene que hacer es asumir su falta responsablemente, porque solo así sabrá enmendar la falta efectivamente. Contando con el perdón de Dios, pero siendo consciente de que este perdón no es dado por Dios a cambio de nada. En un perdón que ofrecido, va haciéndose efectivo, poco a poco en virtud de los pasos que el sujeto dá en pro de su propia conversión. Podemos ir de rodillas a donde queramos, pero “no todo el que me dice ¡Señor, señor! Entrara en el reino de los cielos”, nos dice Jesús.

Ayunos y auto lesiones, como elementos de penitencia.
        Mc 2,18-22 Los discípulos de Juan y los fariseos estaban ayunando.    Se le acercaron y le preguntaron: "¿Por qué los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan, y en cambio los tuyos no ayunan?". Jesús les dijo: "¿Es que pueden ayunar los invitados a bodas mientras el esposo está con ellos? Mientras tienen consigo al esposo no pueden ayunar. […] Nadie remienda con paño nuevo un vestido viejo, pues el remiendo nuevo tiraría de lo viejo y el rasgón se haría mayor. Ni echa vino nuevo en odres viejos, pues el vino reventaría los odres y se perdería el vino y los odres, sino que el vino nuevo se echa en odres nuevos".

         “Sant 5,15 La oración hecha con fe salvará al enfermo, y el Señor lo     restablecerá y le serán perdonados los pecados que haya cometido.”

         “1Jn 1,9 Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es justo y fiel,        nos perdona nuestros pecados y nos purifica de toda injusticia.”

“… En vano el ser humano pretende ahogar el tiempo, maravillándose ante las tradiciones. Creencias y ritos son individuos y los individuos caducan; aun los más tenaces.”
(Fernando García de Cortázar, Historia de los perdedores de España)