3.2 Penitencia
La
penitencia ha sido entendida de modos tan diferentes en la tradición cristiana
que no es fácil determinar teológicamente en que consiste. Para comprenderla
como virtud es necesario tener presente el sentido del sacramento de la
penitencia, que durante siglos ha centrado con la eucaristía la vida cristiana.
Pero así como la virtud de la penitencia se ejerce de mil maneras, el
sacramento de la penitencia es la celebración del perdón, de acuerdo a un
ritual promulgado por la iglesia. Dicho de otro modo, la penitencia es una
virtud libremente ejercida antes de ser un sacramento ritualmente reglamentado.
Las iglesias valoran la penitencia según tradiciones diferentes: los
protestantes hacen hincapié en la virtud y los católicos en el sacramento.
3.2.1 El
sentido penitencial a través de la historia.
El
sacramento de la penitencia ha tenido varios nombres a través de la historia,
según el momento y el sentido desde el que sea mirado. Desde la antigüedad
comenzó a llamarse “segunda tabla de
salvación o segundo bautismo”, ya que el bautismo era considerado penitencia primera. Por ello desde los
primeros tiempos fue entendido este sacramento como conversión y
reconciliación. Desde los siglos VI al XI se transforma la penitencia canónica
(pública y solemne) en penitencia privada e irrepetible. Luego desde el siglo
XII hasta el Vaticano segundo es considerado sacramento de la confesión, con
aspectos tan curiosos y variados como la contemplación de la confesión y
absolución con el sacerdote ausente. Práctica que fue prohibida por medio de un
decreto del Santo Oficio el 20 de Junio de 1602 y que firmo de puño y letra SS.
Clemente VIII. En 1965s después de la gran reforma litúrgica conciliar, vuelve
a entenderse como sacramento de la reconciliación, con la iglesia, con los
hermanos y con Dios.
Para
no extender el sentido explicativo de las cuatro dimensiones reconocidas por el
catolicismo en este sacramento –pecado, conversión, confesión y perdón-, nos
centramos en la realidad actual, y en la utilización o acceso, que de una
manera correcta o incorrecta hacemos de este sacramento en la actualidad. Sobre
todo porque la importancia de la conversión la tratamos a continuación.
La
causa que desencadena el acceso al sacramento de la reconciliación es el
pecado. “Peccare”, del latín que significa cometer una falta –contra
Dios-. Es un termino que viene de la terminología jurídica cuyo origen esta en
el sentido de transgredir. De una manera popular el pecado –de pensamiento,
palabra, obra u omisión- es entendido como desobediencia a la ley de Dios a
sabiendas de lo que uno hace, ya que es un acto consciente. En la Biblia pecar
es separarse de Dios y de su rostro, es ser infiel al Padre de los cielos, e
implica el romper con la alianza que a través de generaciones milenarias, Dios
mantiene con nosotros.
Naturalmente
si observamos el pecado desde el NT, vemos que este va siempre unido en los
evangelios a la misericordia de Dios y a su perdón. Según los sinópticos el
pecado nace del corazón y se opone a la realización del reino de Dios. Para san
Pablo el pecado es no reconocer a Dios como Dios. Y Juan en su evangelio
manifiesta que este es la oposición a la luz, a la vida y al amor.
Dijo
en una ocasión Pedro Casaldáliga, Obispo emérito de Brasilia:
“ ...Pero, por otra parte, también me siento
cada vez más seguro, porque lo fundamental lo veo cada vez más fundamental, y
uno de los principios que ahora me orientan más, y más me satisfacen, es:
relativizar lo que es relativo y absolutizar lo que es absoluto... Todo es
relativo, excepto Dios y el hambre.”
En
alusiones a la intención que muchas veces tiene el hombre de envolver a Dios y
sus sacramentos en tantas capas y dogmas, que luego no somos capaces de llegar
al interior, al fundamento.
Frente
al pecado, debemos actuar con una conciencia efectivamente responsable. Una
conciencia que nos sitúa en el papel de agraviantes y no agraviados. ¿Cuántas
veces acudimos al sacramento de la confesión y sin reconocer en su totalidad
nuestra falta, nos colocamos en el papel de victima humillada?.
El pecado no
nos hace grandes, en primer lugar porque al ofender a Dios, generalmente
ofendemos a la persona –que es lo mismo- y es templo del Espíritu Santo. No
debemos de caer por nada del mundo, en el jactarnos de nuestra falta a resultas,
de volver a realizar la ofensa con mas ahínco aun. En nuestros oídos resuenan
las palabras desafiantes de Caín cuando preguntado por Dios sobre el fratricidio
de Abel, responde este “¿Es que soy yo el guardián de mi hermano?" (Gén 4,9)” .
Siete veces le hace pagar Dios su pena, por la muerte de Abel.
Sin lugar a dudas ahora se nos presenta el Dios de la misericordia. Un Dios que
es Padre, pero –permitidme la licencia- que no es tonto y no se presta al
mercadeo. ¿Alguien puede pretender que una falta grave causada en la comunidad,
se subsane con el rezo de una escueta oración o el rezo de mil oraciones?
El
Sínodo de Elvira –España- que confirmo SS. Marcelino I (s.4), manifestó en el
canon 77 que el creyente se puede justificar por la fe. Justificación que fue
confirmada en el Concilio de Trento (1534-1549) por SS Paulo III. Y en cuyo
capitulo 8, dice que el apóstol Pablo admite en Rom 3,22-24, que es efectiva esta
justificación por la fe, “porque la fe es el principio de la humana
salvación, el fundamento y raíz de toda justificación; sin ella es imposible
agradar a Dios Heb 11,6 y llegar al consorcio con sus hijos”.
Por ello
aunque admitamos esta justificación, admitamos que una fe autentica y bien
fundada no tiene porqué dar lugar al pecado sobre Dios o la persona. Y si se
peca contra la persona, ¿acaso no se ofende Dios?. “Un vaso de agua no quedará sin
recompensa”.
¿Y la honra de aquel, y su quebrantado respeto, y su legitima
dignidad?. En cada uno de esos aspectos reside la esencia de Dios que hace del
hombre su último proyecto, perfeccionado en la persona de Jesús, el Hijo
del Hombre, que por gratuidad nos ofrece su misma gracia, don de dones
= JARIS.
Por ello, quizás debemos de recuperar un poco o un mucho de aquel
sentido primigenio que adorno a las primeras comunidades paleocristianas, que
accedían a la confesión personal y luego a la comunitaria:
Mt 18,15-18 “Si tu hermano ha pecado contra ti, ve y
repréndelo a olas; si te escucha,
habrás ganado a tu hermano; pero si no te escucha,
toma todavía contigo uno o dos, para que toda causa sea decidida por la palabra de dos o tres testigos. Si no quiere escucharles, dilo a la comunidad; y si
tampoco quiere escuchar a la comunidad,
considéralo como pagano y publicano. Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y
todo lo que desatéis en la tierra
quedará desatado en el cielo".
Aunque aquí no quiero desautorizar el magisterio de la Iglesia, en
cuanto a que ofrece el perdón de parte de Dios. Si quiero manifestar como lo
hacen algunos importantes teólogos, que no se puede pretender acceder al
sacramento de la confesión, como instrumento liberador de la conciencia, y
anular el sentido sacramental, por medio del cual la persona se encuentra con
Cristo.
Un Cristo resucitado que nos anima a resarcirnos de nuestra falta,
demostrándolo con el día a día y escenificándolo por medio de la confesión
penitencial. ¿Cuántos confiesan con sacerdotes desconocidos para mantener la
totalidad de su anonimato?. Cuantos ofenden a la comunidad sin tener un sentido
fraterno de la comunidad?
Lo primero que el pecador tiene que hacer es asumir
su falta responsablemente, porque solo así sabrá enmendar la falta
efectivamente. Contando con el perdón de Dios, pero siendo consciente de que
este perdón no es dado por Dios a cambio de nada. En un perdón que ofrecido, va
haciéndose efectivo, poco a poco en virtud de los pasos que el sujeto dá en pro
de su propia conversión. Podemos ir de rodillas a donde queramos, pero “no
todo el que me dice ¡Señor, señor! Entrara en el reino de los cielos”,
nos dice Jesús.
Ayunos y auto lesiones, como elementos de penitencia.
“Mc
2,18-22 Los
discípulos de Juan y los fariseos estaban ayunando. Se le acercaron y le preguntaron: "¿Por qué los discípulos de
Juan y los discípulos de los fariseos
ayunan, y en cambio los tuyos no ayunan?".
Jesús les dijo: "¿Es que pueden ayunar los invitados a bodas mientras el esposo está con ellos?
Mientras tienen consigo al esposo no
pueden ayunar. […] Nadie remienda con paño nuevo un vestido viejo, pues el remiendo nuevo tiraría de lo viejo y el
rasgón se haría mayor. Ni echa
vino nuevo en odres viejos, pues el vino reventaría
los odres y se perdería el vino y los odres, sino que el vino nuevo se echa en odres nuevos".
“Sant
5,15 La oración hecha con fe salvará al enfermo, y el Señor lo restablecerá y le serán perdonados los
pecados que haya cometido.”
“1Jn
1,9 Si confesamos nuestros pecados, Dios, que
es justo y fiel, nos perdona
nuestros pecados y nos purifica de toda injusticia.”
“…
En vano el ser humano pretende ahogar el tiempo, maravillándose ante las
tradiciones. Creencias y ritos son individuos y los individuos caducan; aun los
más tenaces.”
(Fernando García de Cortázar,
Historia de los perdedores de España)