La despedida de Marisa
El viento arreciaba en el espigón,
¡y de qué manera! La agencia estatal de meteorología anunció el paso de una
buena tormenta y las autoridades municipales habían acordonado el paseo marítimo,
para que nadie se acercara de manera irresponsable a la zona del puerto. Pero para
cualquiera que pasara por la carretera adyacente, era más que visible la solitaria
figura de una persona en la parte final del espigón, entre la bruma y el
golpeteo de las olas. Nadie podría advertir si era un hombre o una mujer.
De constitución
delgada y casi sin pelo, esta persona estaba vestida con unos vaqueros rojos un
poco desteñidos, y un anorak corto con capucha para protegerse de la ventisca. Con
la mano derecha sujetaba con determinación un papel arrugado que igualmente era
azotado por el viento. Su nombre era Marisa. A sus cuarenta y dos años, no
estaba allí en el espigón por casualidad sino por necesidad. La necesidad
imperiosa de despedirse. ¿Cuántas noches de despertares inquietos? ¿Cuántos días
en los que se preguntó el porqué a ella? ¿Cuántas veces se preguntó si Víctor
la seguiría amando con aquella cicatriz en el lugar del seno? Noches de hospital,
tratamientos agresivos, sus padres desvelados y sin vida; la caída de sus
bonitos rizos pelirrojos… y la incertidumbre de si tendría vida al día
siguiente. Sus pretensiones en la vida nunca fueron notables, pues era de carácter
humilde. “Con que poco te conformas hija”, le decía siempre su madre. Siempre destacó
en los estudios siendo niña, cosa que demostraría en la universidad de
filología hispánica. Se licenció y comenzó a trabajar en una academia de apoyo
a la enseñanza donde conoció a su pareja Víctor, con el cual tuvo lo mejor de
su vida, su hija Elena. Todo ese mundo casi perfecto o al menos equilibrado, se
tambaleó el día en el que acudió al médico y comenzó el calvario de la lucha
contra el Cáncer. Cáncer –se decía Marisa-, una palabra con la cual todo el
mundo se siente solidario pero la cual hace que en tu mundo se cree un agujero negro
sobre el que caben todas tus futuras expectativas acabando incluso con tus
ilusiones. Sin embargo en el grupo de apoyo de la asociación aprendió a
afrontar la enfermedad y a nombrar la temida palabra sin susto, Cáncer. Aprendió
que si algo es vital para superar la enfermedad es hacerle frente con
determinación, el tener todas las prestaciones sanitarias posibles. E imprescindible
para enfermo y familiares es la humanidad de todos los que se rodean. Ningún
camino es fácil en la vida –se dijo Marisa-, pero es más llevadero cuando la
persona confía en sí misma y no cede a la fuerza con la que en ocasiones se
presenta la enfermedad. Estando allí en aquel espigón, azotada por la brisa de
las olas y calada hasta los huesos, y haciendo balance de los últimos meses;
Marisa reconoció que no todo fue fruto de la casualidad. Los tratamientos que
te envenenan y te curan, las enfermeras –convertidas en familia-, la oración y
el apoyo Del de arriba, el cariño de la familia y la continua sonrisa de Víctor
diciéndole tras el cristal del aislamiento: “te quiero, tú puedes”. Los dibujos
de su hija Elena dibujando a mama sin pelo pero muy guapa leyendo bajo el
manzano… y el deseo de vivir y ser feliz. Por todo lo pasado, pero sobre todo
por lo que estaba por llegar, estaba allí Marisa. Tenía que despedirse. Tenía que
decir adiós a aquella etapa que la hundió y de la cual resucitó. Tenía que
estar allí por ella y por las que no superaron la enfermedad pero dejaron un reguero
de amor y de testimonio imborrable. Cuando creyó llegado el momento de decir
adiós levantó el brazo y soltó el papel que tenía en la mano. Era el documento
donde el hospital le comunicaba hace siete meses su diagnostico fatal. El documento
voló azotado por el viento y cayó al agua donde las olas lo tragaron hasta el
infinito. De su bolsillo vaquero saco poco a poco un pañuelo rosa de vivos
colores. Lo sujetó con ambas manos y lo besó con lágrimas en los ojos. Ese fue su
colorido pelo durante semanas; pero demasiado doloroso para conservarlo. Lo dejó
volar y emprendió el vuelo. Ella contemplo ensimismada como el trozo de tela
colorida subía y subía hasta el cielo, donde comenzó a confundirse entre la
ventisca que caía. Cuando se perdió de vista le vinieron a la mente dos
personas que conformaban los cimientos de su existencia, Víctor y Elena. Le esperaban,
y ella no estaba dispuesta a perderse ni un minuto más de sus vidas. Empapada y
con una tímida sonrisa en los labios emprendió el camino, de regreso a casa.
Con un día de retraso, dedico
este relato a todas las mujeres del mundo, enfermas y sanas, esperanzadas y sin
esperanza. Permita Dios, la vida, la medicina y la humanidad; que todo colabore
y favorezca la extinción de esta tremenda enfermedad y su superación. He tenido la oportunidad
de ver este año el Cáncer –sea el que sea- de cerca en la vida de unos amigos,
de ver el desgaste que causa en el ser humano; he sonreído y he llorado y os
aseguro que todo es más llevadero cuando uno se implica, se hace vida y compañía
desde la amistad.
Un beso a todas las mujeres del
mundo, Octubre Mes de la Lucha contra el Cáncer de Mama. Año 2015. atte. Floren.