CARTUJO CON LICENCIA PROPIA

viernes, 31 de agosto de 2012

EL VATICANO II, TUMBA DEL RÉGIMEN DE CRISTIANDAD


Benjamin Forcano

Me agrada sobremanera abordar este tema cuando han pasado 50 años de la celebración del Vaticano II. Y me agrada porque soy uno entre muchos de los que hicimos del Vaticano II motor y referencia de nuestro vivir en la Iglesia. Fuimos partícipes de un acontecimiento que conmovió a la Iglesia católica y la puso ante los ojos del mundo entero.

El acontecimiento duró tres años (1962-1965) pero fue tal su incidencia que resultó imposible encerrarlo en el espacio de un corto tiempo o neutralizarlo por tendencias opuestas.

El ya largo posconcilio ha revelado todo lo que de positivo y antagónico había en la Iglesia. Como ya sabíamos, la reacción había de llegar, pues no todos –lo hemos visto y sufrido– estaban dispuestos a dejarse convertir por el espíritu y doctrina conciliar. Eran siglos de visión distinta, de doctrina uniforme, de ritos establecidos, de prácticas estereotipadas, de normas precisas, de sumisión incondicional, que copaban palmo a palmo el territorio de nuestra alma. Y el Vaticano II decretaba un reordenamiento.
El drama era inevitable para la mayoría que estaba educada para seguir como sagrados los dictados de una autoridad indiscutible. Pero la renovación, fermentando, había entrado también en la conciencia eclesial y estalló en el aula conciliar. La Iglesia, por más murallas que se levantasen, percibía los cambios de la modernidad, los nobles propósitos de las revoluciones, los logros de la ciencia, la confrontación de la nueva hermenéutica con el Evangelio y su radical requerimiento a cambiar y mudarse.
Las aguas no se han sosegado afortunadamente, siguen vivas, aun cuando remeros y navegantes de alto grado pretendan conducirlas a recintos estancados o hacerlas discurrir por otros cauces. La Iglesia es más grande que la Jerarquía y no pierde el caminar de la historia ni el espíritu del Evangelio. Siempre fue así, y pese a todo, resulta indomable el mensaje del Evangelio y las aspiraciones de la dignidad de las personas y de los pueblos.
Reivindicamos, pues, algo que nos pertenece por ley y por historia, por derecho y por espíritu. Sería una claudicación retornar a algo que tuvo sentido pero que no volverá. El Vaticano II empalma con la Tradición, pero no es el concilio de Trento ni el Vaticano I.
Y hay quien no se guarda de ocultar sus reticencias y críticas desenfadadas al Vaticano II como si fuera el causante del desconcierto y males actuales de la Iglesia. Fue Joseph Ratzinger, entonces teólogo y cardenal, quien en 1985 afirmó que “los veinte años del posconcilio habían sido decididamente desfavorables para la Iglesia”. Le llovieron réplicas, entre otras, la del teólogo E. Schillebeeckx: “Ahora parece que sea sólo el cardenal Ratzinger el único autorizado para interpretar auténticamente el concilio. Esto va contra toda la tradición. En este sentido afirmo que se está traicionando el espíritu del concilio“ (Soy un teólogo feliz, p. 42).
Todo lo dicho me permite suscribir como propias las palabras del recordado y querido teólogo José Mª González Ruiz: “El Vaticano II es la tumba de la cristiandad”. Sentencia confirmada por el teólogo J. B. Metz: “Hoy, la Iglesia se encuentra ante un cambio que, a mi juicio, es el más profundo de su historia desde la época primitiva. De una Iglesia de Europa (y de Norteamérica) culturalmente más o menos unitaria y, por lo tanto, monocéntrica, la Iglesia está en camino hacia una Iglesia universal, con múltiples raíces culturales y, en este sentido, culturalmente policéntrica. El último concilio puede entenderse como expresión institucionalmente manifiesta de este paso” (Cfr. Concilium, Unidad y pluralidad: problemas y perspectivas de inculturación, nº 224, julio 1989, p. 91).
PARA COMPRENDER LO QUE ESTÁ PASANDO EN LA IGLESIA
No veo complicado explicar lo que en las últimas décadas está sucediendo en la Iglesia, si presentamos debidamente el escenario histórico de los hechos y logramos relacionar el desenvolvimiento actual con el pasado.
La historia de la Iglesia católica es bimilenaria. Venimos de una historia en que, hasta el Vaticano II, ha estado vigente el modelo eclesiológico tridentino. Dicho modelo ha estado sustentando el llamado “régimen de cristiandad” y, más cerca de nosotros, el “nacionalcatolicismo”. Siglos y siglos de historia dejan poso y configuran las estructuras, el sentir, el pensar y el actuar de la cristiandad.
Me limito a examinar un período de historia cercano a nosotros: el que va desde los años 50 hasta hoy, destacando tres hechos principales: 

El concilio Vaticano II. 
La restauración del papa Juan Pablo II. 
Y la transición democrática de nuestro país.


I. LAS TRANSFORMACIONES BÁSICAS DEL VATICANO II
1. Modelo eclesiológico tridentino
Me refiero al momento de la Iglesia reformada de Gregorio VII y postridentina. Sus rasgos fundamentales serían:
1. La religión católica es la única verdadera: (Concilio de Florencia, 1542 , DS 1351). (Pío IX,Syllabus, Enchiridion Symbolorum, 1960) (1540).
2. La Iglesia es como un Estado, en cuya cumbre está el Papa, asistido por las congregaciones romanas y que justifica su hegemonía sobre los demás Estados (Colección de encíclicas y documentos pontificios, Madrid, 1955, pp. 1 ss.).
3. El estatuto constituyente de la Iglesia se caracteriza por la desigualdad, a base de dos géneros de cristianos: los clérigos y los laicos (Constitución sobre la Iglesia, Vaticano I, 1870).
La desigualdad se despliega de arriba abajo, en una visión piramidal y estamental: la pirámide tiene un vértice, el papa: de él deriva el poder de los obispos, la nobleza eclesiástica; y, más abajo, está el bajo clero, los llamados propiamente “sacerdotes”. Estos grados agotan el derecho y la autoridad. Finalmente, está el estamento laical, base inmensa de la pirámide: vasallos, siervos de la gleba, gente menuda (Pio X, Vehementer, 12.)
4. Esta estructura eclesiástica sería de derecho divino y, por lo tanto, inmutable. Como también el poder que ella tiene y de ella deriva.
5. Esta Iglesia realiza el Reino de Dios desde el “poder eclesiástico”, que desciende piramidalmente hasta los mismos fieles. El pueblo no tiene más que recibir y poner en práctica lo que reside en las altas esferas.
6. Para esta Iglesia el reino de Dios es cosa del “más allá”, “asunto de la otra vida”, no un proyecto histórico con exigencias de transformación para la sociedad presente, sino un símbolo de resignación histórica y de evasión de la historia: “La diferencia de clases en la sociedad civil tiene su origen en la naturaleza humana y, por consiguiente, debe atribuirse a la voluntad de Dios” (Pío IX, Syllabus, Enchiridion Symbolorum, 1960) (1540).
7. Esta Iglesia olvida la característica fundamental del Reino de Dios que anuncia Jesús: un Reino de los pobres y para su liberación. Es decir, mientras en las altas esferas se libran batallas por la dominación del mundo, la inmensa base eclesial no tiene más condición, y ésta querida por Dios, que someterse y no contar para nada.

2. Modelo eclesiológico del Vaticano II
El gran cambio operado por el Vaticano II aparece sobre todo en la “Lumen Gentium” y la “Gaudium et Spes”. Podemos concretarlo en los siguientes puntos:
1. El punto de gravitación en la Iglesia es, según el Vaticano II, la comunidad (pueblo de Dios) y no la jerarquía. “Pueblo de Dios” es para el concilio esa realidad englobante de la Iglesia, que remite a lo básico y común de nuestra condición eclesial, es decir, nuestra condición de creyentes. Y, en esa condición, estamos todos, sin excepción. La división de clérigos/laicos queda superada con un planteamiento nuevo: lo sustantivo en la Iglesia es la comunidad, la jerarquía lo relativo, que no tiene razón de ser en sí y para sí, sino en referencia y subordinación a la comunidad.
2. La función de la jerarquía es redefinida con relación a Jesús, siervo sufriente y no pantocrátor (señor de este mundo); solo desde un crucificado por los poderes de este mundo se puede fundar y justificar la autoridad de la Iglesia. La jerarquía es un ministerio (diakonia=servicio) que exige reducirse a la condición de siervo. Ocupar ese lugar (el de la debilidad e impotencia) es lo suyo, lo verdaderamente propio.
3. Desaparece la Iglesia como “sociedad de desiguales”: “No hay por consiguiente en Cristo y la Iglesia ninguna desigualdad” (LG, 12).
Ningún ministerio puede ser colocado por encima de esta dignidad común. La mayor dignidad está en la igualdad común. Los clérigos no son los “hombres de Dios” y los laicos “los hombres del mundo”. Esa dicotomía es falsa. Hablamos correctamente si, en lugar de clérigos y laicos, hablamos de comunidad y ministerios.
4. Todos los bautizados son consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo (LG, 10). No sólo, por tanto, los curas son “sacerdotes” sino que, junto al ministerio de ellos, el sacerdocio es común. Este cambio en el concepto de sacerdocio es fundamental: “En Cristo se ha producido un cambio de sacerdocio” (Hb 7,12). En efecto, el primer rasgo del sacerdocio de Jesús es que “se hace en todo semejante a sus hermanos”.
Según esto, la Iglesia entera, pueblo de Dios, prosigue el sacerdocio de Jesús, sin perder la laicidad, en el ámbito de lo profano y de lo inmundo, de los “echados fuera”; sacerdocio no centrado en el culto sino en el mundo real. Este sacerdocio pertenece al plano sustantivo, el otro –el presbiteral– es un ministerio y no puede entenderse desentendiéndose del común. Y el sacerdocio común es superior y el presbiteral, como ordenado al común, es inferior.

3. El desafío central del concilio Vaticano II
Está claro que el desafío central, al que se enfrentaba el concilio, era el de someter a revisión el patrimonio cristiano heredado. Llevábamos cuatro siglos bajo la inspiración y dominio del concilio de Trento. La conciencia eclesial se había abierto camino en el mundo moderno y había madurado, en convivencia y diálogo con él, sus problemas, sus nuevas búsquedas y soluciones. De esa conciencia brotaban varias consecuencias:
1ª) La Iglesia no podía erigirse ya más como una realidad frente al mundo, como una “sociedad perfecta”, paralela, que proseguía su curso en autonomía, previniéndose y fortaleciendo sus muros contra los errores e influencia del mundo. Esa antítesis de siglos debía superarse.
2ª) El concilio se proponía aplicar la renovación al interior de la Iglesia misma, pues la Iglesia no era el Evangelio ni era seguidora perfecta del mismo, en ella vivían mujeres y hombres, los mismos que en todas las demás partes y desde su condición limitada y pecadora se habían establecido en ella muchas costumbres, leyes y estructuras que no respondían a la enseñanza y práctica de Jesús.
3ª) La misión de la Iglesia es la misma misión de Jesús, una misión universal. Y para entenderla y hacerla auténtica no tiene sino volver a Jesús.
Como universal que es, el Evangelio traspasa todo modelo cultural concreto, ninguno puede reivindicarlo en exclusiva. Este es el problema. El Evangelio ha sido anunciado y debía encarnarse en todo lugar y conyuntura histórica. Lo fue durante veinte siglos, pero en modelos occidentales y europeos. Y eso es lo que a nosotros nos llegó. Y, aun dentro de esa cultura, la llegada se quedó muy atrás, pues nos asentamos en el modelo judaicohelénico- romano y nos detuvimos en el patrístico medieval. Trento fue la meta y la medida. No logramos asimilar la posterior evolución moderna.
Con razón ha podido escribir el teólogo Hans Küng: “Se requiere un cambio de rumbo de parte de la Iglesia, y de la teología: abandonar decididamente la imagen del mundo medieval y aceptar consecuentemente la imagen moderna del mundo, lo que para la misma teología traerá como consecuencia el paso a un nuevo paradigma” (Küng, H., Ser cristiano, p. 173) *.

II. LA RESTAURACION DEL PAPA JUAN PABLO II
1. El Papa Wojtyla y el Vaticano II
Juan Pablo II ha tenido una forma muy personal de entender el Papado. Más de 26 años dando la vuelta al mundo acaban por dibujar un perfil de este insigne viajero y apóstol. Pero no sólo eso. Juan Pablo II representa un modo de entender el cristianismo tan fuerte y definido que uno se pregunta si la Iglesia va a poder emprender nuevos rumbos o va a sentirse esclava de este modo wojtyliano de anunciar el Evangelio. La Iglesia Institución, vista en su aparato clerical y organizativo, ha cobrado tanta relevancia y uniformidad con Juan Pablo II, que incita a reflexionar si esto no se ha hecho en base a desmedular la Iglesia de esa savia original, la más profunda y reveladora de su mensaje, que es el amor, la democracia y la libertad.
Muchos llegaron a creer en un principio que este Papa iba a ser la confirmación del Vaticano II, pero pronto se vio que los vientos iban por otros derroteros.

2. Wojtyla: involución contra renovación
Wojtyla traía otro modelo. Y a él iba a consagrar toda su energía. Esto auspiciaba una fuerte contradicción dentro de la Iglesia: se habían abierto caminos nuevos y, ahora, el pontificado de Juan Pablo II, comenzaba a marcar otra dirección. Grandes sectores de la cristiandad advertían la contraposición: involución contra renovación, autoritarismo contra democracia, clericalismo contra pueblo de Dios, clasismo contra igualdad, etcetera.

3. El liderazgo de Juan Pablo II
La muerte de Juan Pablo II fue un hecho de primera magnitud. Juan Pablo II había hecho del planeta tierra su casa. Y su mensaje de amor a la humanidad, de condena de la guerra, de promover la justicia y atender a los más pobres, llegó a todos los rincones de la tierra.
Este liderazgo externo contrasta con otro más deslucido, al interior de la Iglesia, que ha provocado en amplios sectores de ella crítica y distanciamiento. Con Juan Pablo II, la minoría perdedora del Vaticano II sacó cabeza y programaba pasos y estrategias para reconquistar el espacio perdido.
Juan Pablo II venía de una formación tradicionalista, marcada además por un contexto sociopolítico antinazista, y también profundamente anticomunista y en cierto modo antieuropeo. Su patria había sufrido la humillación de diversos imperios y en todos sus hijos estaban abiertas las heridas, curadas en buena parte por la religión católica.
Todo esto le había hecho ver que Europa no caminaba en la dirección de su pasado cristiano, sino que avanzaba por las sendas de la secularización y del laicismo, del ateísmo y de un materialismo hedonista y consumista.
Su visión de la modernidad era negativa y la opción de Wojtyla iba a ser la de restaurar, recristianizar a Europa, reconducir todo al pasado. Los males presentes era preciso remediarlos reintroduciendo la imagen de una Iglesia preconciliar: una Iglesia centralizada, androcéntrica, clerical, compacta, bien uniformada y obediente, antimoderna.
No es de extrañar que el gran teólogo Schillebeeckx escribiera: “El concilio Vaticano II consagró los nuevos valores modernos de la democracia, de la tolerancia, de la libertad. Todas las grandes ideas de la revolución americana y francesa, combatidas por generaciones de papas; todos los valores democráticos fueron aceptados por el concilio... Existe ahora la tendencia a ponerse contra la modernidad, considerada como una especie de anticristo. El Papa actual parece negar la modernidad con su proyecto de reevangelizar Europa: es necesario –dice– retornar a la antigua Europa de Cirilo y Metodio, santos eslavos, y de san Benito. El retorno al catolicismo del primer milenio es, para Juan Pablo II, el gran reto. En el segundo milenio, Europa ha decaído y, con ella, ha decaído toda la cultura occidental. Para reevangelizar Europa es necesario superar la modernidad y todos los valores modernos y regresar al primer milenio... Es la cristiandad premoderna, agrícola, no crítica, la que, según el pensamiento del Papa, es el modelo de la cristiandad. Yo critico este retorno porque los valores modernos de la libertad de conciencia, de religión, de tolerancia, no son, desde luego, los valores del primer milenio” (Soy un teólogo feliz, pp. 73-74).

4. Alcance universal de la restauración
Pasado el primer año del Pontificado, la restauración era manifiesta pero se reforzaba con el nombramiento del cardenal Ratzinger, teólogo y, a partir de entonces, guardián doctrinal de la restauración. Fue en el 1985, cuando el cardenal, ya sin equívocos, afirmó que “los veinte años del posconcilio habían sido decididamente desfavorables para la Iglesia”.
La restauración alcanzó a la Iglesia universal en todos los niveles y estamentos: sínodos, conferencias episcopales, reuniones del episcopado latinoamericano, congregaciones religiosas, la CLAR (confederación de religiosos y religiosas latinoamericanos), obispos, teólogos, profesores, publicaciones, revistas, etc.
Para llevar a cabo la restauración había que volver a los instrumentos de poder y había que contar con movimientos fuertes e incondicionales. Tales fueron principalmente el Opus Dei, Comunión y Liberación, Neocatecumenales,Legionarios de Cristo, etc.
Este breve recuento de lo ocurrido nos hace ver la situación vivida –“larga noche invernal”, la llamó el gran teólogo K. Rahner– sembrando en muchos cansancio y en no pocos otros desencanto y alejamiento.
A este giro involutivo ha acompañado la pérdida de credibilidad en la Iglesia. Condiciones demasiado negativas impedían encontrar en la Iglesia estructuras de acogida que invitaran a la confianza, al respeto y al diálogo. 

III. LA IGLESIA EN LA TRANSICIÓN DEMOCRÁTICA ESPAÑOLA
1. La transición democrática de España: en España se esperaba un cambio
Sin duda son muchos los españoles que, en el momento actual, se han preguntado por el papel que está jugando en nuestra sociedad la jerarquía católica. Pienso que, con mayor o menor convicción, los españoles estábamos intuyendo o esperando un cambio. Y ese cambio se produjo siendo nosotros protagonistas: elaboramos y aprobamos una Constitución que plasmaba ese cambio y lo recogía en una nueva normativa constitucional, vinculante para todos. No era un cambio cualquiera. Pasábamos de una dictadura a una democracia; de un Estado confesional, políticamente hipotecado, a otros secular y aconfesional; de una situación que encubría la negación o discriminación de derechos fundamentales para muchos ciudadanos a otra en que se proclamaba la igualdad de todos con unos mismos derechos y obligaciones; de un régimen de nacionalcatolicismo en que, para ser buen español, se exigía ser católico, a otro en el que se declara que la persona humana, cualquiera que ella sea, tiene derecho a la libertad religiosa: a ser creyente, a serlo de una u otra manera, a no serlo de ninguna.
Estos y otros no eran cambios irrelevantes. Cambios que, por necesidad, iban a afectar a la Iglesia católica. En un primer tiempo, hay aceptación de la nueva situación democrática, y la Jerarquía se compromete a respetarla, sin inmiscuirse en la ideología e intereses particularistas de ningún partido. Seguramente muchos se sorprenderán al oír una cita como ésta, suscrita por la Conferencia Episcopal Española en el año 1973: “Los obispos pedimos encarecidamente a todos los católicos españoles que sean conscientes de su deber de ayudarnos, para que la Iglesia no sea instrumentalizada por ninguna tendencia política partidista, sea del signo que fuere. Queremos cumplir nuestro deber libres de presiones. Queremos ser promotores de unidad en el pueblo de Dios educando a nuestros hermanos en una fe comprometida con la vida, respetando siempre la justa libertad de conciencia en materias opinables” (Asamblea Plenaria [17ª], 1973).
Pero, progresivamente, va asomando un recelo, una crítica a la democracia, que se muestra en oposición cada vez más fuerte a leyes que se consideran hostiles y perjudiciales a la Iglesia.
En los últimos años sobre todo, ha sido notorio su giro hacia la derecha, propiciando la vinculación con los partidos de derecha, cuestionando abiertamente al Gobierno socialista, movilizando la calle, participando en las manifestaciones, proponiendo incluso la objeción frente a algunas leyes.
Todo esto ha ido acompañado con la divulgación de escritos y pronunciamientos que pretendían sustraer al Parlamento y al Estado el poder moral de legislar, siendo éste, como es, uno de los aspectos esenciales de todo Estado de Derecho.
En el fondo, era una manera de golpear y deslegitimar la democracia y reivindicar el poder hegemónico que la Iglesia había tenido en otros tiempos.

2. ¿Añoranza y regreso al régimen de cristiandad?
No deja de ser paradójico que, en una situación democrática donde existen condiciones de libertad como no las hubo nunca, vienen algunos obispos a denunciar que la “Iglesia” con este Gobierno se siente acosada y perseguida: “Se da una crítica y manipulación de los hechos de la Iglesia, un cerco inflexible y permanente por medio de los medios de comunicación. Somos una Iglesia, crecientemente marginada. No nos dejemos engañar. Lo que hoy está en juego no es un rechazo del integrismo o del fundamentalismo religioso, no son unas determinadas cuestiones morales discutibles. Lo que estamos viviendo, quizás sin darnos cuenta de ello, es un rechazo de la religión en cuanto tal, y más en concreto de la Iglesia católica y del mismo cristianismo” (Mons. Fernando Sebastián, Situación actual de la Iglesia: algunas orientaciones prácticas, Madrid, ITVR, 29–III- 2007).
Seguramente es verdad lo que un buen sociólogo me decía: la jerarquía no es creíble porque vive en otro mundo, añoran hábitos hegemónicos de poder y dominio de otra época, no están dispuestos a despojarse -dejarse morir- para iniciar una adaptación que les haga valorar la nueva situación.
Las cosas son así. Ha habido en los últimos siglos una positiva evolución de la conciencia social y eclesial. El concilio Vaticano II lo entendió perfectamente y, por primera vez, hubo una reconciliación oficial con el mundo moderno, con la democracia, la igualdad, el pluralismo y la libertad. Pero eso no es lo que se daba antes. Y, cuando el cambio de todo esto ocurre, no se lo quiere reconocer como un bien y progreso, se dirige la vista a otra parte y se inventa un falso enemigo a quien culpar de todo. Lo que es una situación objetiva irreversible –hemos pasado de una época teocrática e imperialista a otra humanocéntrica y democrática– se la interpreta como un cúmulo de males, provocados por un partido y por un gobierno.
Ahí está, creo yo, una de las claves para entender lo que está pasando en la Iglesia.
Por tanto, los desasosiegos y premoniciones negativas de la Jerarquía se deben a que sufren una descolocación en el tiempo en que vivimos. Vivir en democracia es algo que le ocurre por primera vez. Y los hábitos democráticos no se improvisan, hay que aprenderlos, cultivarlos, amarlos.
Todo parece indicar que la Iglesia de Benedicto XVI con los vientos a favor camina hacia el preconcilio, hacia un régimen de cristiandad periclitado: da trato de favor a los neoconservadores, pone en entredicho el diálogo ecuménico, se sitúa de espaldas a la legítima autonomía de la cultura y de las ciencias, pospone, frente a problemas internos que han sido ya replanteados, las grandes causas de la humanidad que, por ser primeras y prioritarias, deben unirnos a todos.
Ese modelo de Iglesia autoritaria y neoconservadora, no servidora y anunciante de un Reino de hermanos y hermanas, en igualdad, libertad y amor, es el que dicta el regreso al pasado y el miedo a una auténtica inserción en el presente.


MI POSICIONAMIENTO ANTE LA REFORMA SANITARIA ESPAÑOLA


miércoles, 29 de agosto de 2012

XXXII CONGRESO DE TEOLOGÍA . MENSAJE DE PEDRO CASALDALIGA


CONTRA EL MERCADO IDOLÁTRICO, LA COMUNION FRATERNA
Ya va el 32 Congreso de Teología, con una persistencia y una fiel libertad ejemplares. Y como siempre con la oportunidad de esos temas mayores, causas de la gran causa de Jesus, el Reino. Este año preguntáis cómo el Cristianismo ha de enfrentar el Mercado, negación del Reino; cómo han de habérselas con él los Movimientos Sociales, en lucha por la vida y la dignidad de todas las personas y de todos Los Pueblos.
La indignación que nos apremia está más que justificada y debe ser cotidiana profecía en palabras y en obras, compromiso activo y militante, esperanza invencible. ¿Quién dijo miedo habiendo Pascua? La cantata de la Misa de la Tierra Sin Males, que llega al Congreso por las voces amigas de Soria, nos recuerda, con clamor indígena, que la Tierra Sin Males es nuestra Tierra, don de Dios y conquista nuestra, Patria universal de la Familia Humana en camino y garantía de llegada. Contra todos los mercados prepotentes, profesamos nuestra fe en el “sagrado comercio” que Dios ha abierto gratuitamente en Jesus de Nazaret.
Contra el mercado idolátrico, la comunión fraterna.
Abrazamos el Congreso con un abrazo del tamaño de nuestra Esperanza Pascual.

Pedro Casaldàliga

LA ORACIÓN II. 3. DISPOSICIONES PARA ORAR 3.1 LLAMADA


3. Disposiciones para orar

El camino de la oración está determinado por tres acciones concretas que son parte de un proceso, por medio del cual la persona se adentra en la dinámica orante, y crece ante los ojos de Dios y de las personas, asentando a cada paso el fundamento de su vivencia de Dios en el mundo.
 
Aunque cada persona en función de sus características propias, afronte el camino orante de una perspectiva determinada, no cabe la menor duda de que en cada caso se pueden diferenciar estos tres aspectos fundamentales y básicos: la llamada, la disposición y el deseo de caminar.
Disgregamos estos tres puntos para profundizar un poco sobre ellos.

 

3.1 Llamada

Como el pequeño niño que a base de trompicones aprende a andar, poco a poco. El cristiano igualmente de una manera torpe e infantil, comienza su proceso de inmersión en el cristianismo, llevando de la mano –como indispensable-, o desarrollando una actitud orante.
 
Imprecisa, inmadura, pero no carente de sensibilidad a los ojos de Dios -pues cada acción brota desde un corazón que late-, todos aprendimos nociones básicas para orar y de esta manera nuestros mayores nos enseñaron a crear un hábito para rezar.
 
Pero llegados a la plenitud de nuestra vida y quizás por una causa determinante o consecución de un profundo proceso de fe, el cristiano siente la necesidad de adentrarse en una oración adulta, responsable y llena de significado tanto en su contenido como en su forma desarrollada.
 
En ocasiones este punto de partida esta causado por un efecto sobre nosotros, sea de la naturaleza que sea, y al cual podemos denominar llamada.

Indudablemente Dios no nos va a llamar ni nos llamará, en cuanto a que no oiremos un “rrrrring” en el teléfono de casa y Dios nos dirá, ¡venga!.
Como llamada interpretamos el punto de partida o el momento en el que consideramos que nos adentramos de una manera responsable en el camino de la oración.
 
Un camino que si bien en primer, lugar esta lleno de elementos de mediación o devociones particulares, se vuelve poco a poco encuentro personal con el absoluto donde se escucha la voz de Dios.
Ciertamente, el orante procura adentrarse en su interior, pero el centro de su vida no es ya su esfuerzo humano, ni el vacío divino, sino el Dios personal que se revela, llamándole a la vida, abriéndole un camino, pidiéndole una respuesta.
 
Así aparece en los grandes testimonios de oración profética: la llamada de Moisés, Isaías o Jeremías:

Exodo 3,2 "Allí se le apareció el ángel del Señor en llama de fuego, en medio de una zarza. Miró, y vio que la zarza ardía sin consumirse. 3,4 El Señor vio que se acercaba para mirar y lo llamó desde la zarza: "¡Moisés! ¡Moisés!". Y él respondió: "Aquí estoy". 3,5 Dios le dijo: "No te acerques. Descálzate, porque el lugar en que estás es tierra santa". 3,6 Y añadió: "Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob". Moisés se tapó la cara, porque temía ver a Dios. 3,14 Dios dijo a Moisés: "Yo soy el que soy. Así responderás a los israelitas: Yo soy me ha enviado a vosotros".



Autor: Florencio Salvador Díaz Fernández.
Estudiante de Teología Cristiana.
Índice y Bibliografía: http://cartujoconlicencia.blogspot.com.es/2012/08/la-oracion-ii-indice-y-bibliografia.html
(Este material puede ser difundido o utilizado, indicando su autoría y procedencia)

sábado, 25 de agosto de 2012

LA ORACIÓN II. 2.2 LA ORACIÓN DE JESÚS


2. La experiencia de Dios
2.2 La oración de Jesús

Jesús deja en herencia a sus seguidores y seguidoras una oración que condensa en pocas palabras lo más íntimo de su experiencia de Dios, su fe en el reino y su preocupación por el mundo.

En ella deja entrever los grandes deseos que latían en su corazón y los gritos qe dirigía a su Padre en sus largas horas de silencio y oración. Es una oración breve, concisa y directa, que sin duda sorprendió a quienes estaban acostumbrados a rezar con un lenguaje más solemne y retórico.
 
 
Los dos primeros deseos de la oración de Jesús son breves y concisos: “Santificado sea tu nombre. Venga tu reino”. Según el sentir general, estas dos peticiones se inspiran en el qaddish (santificado), una plegaria con la que concluía la oración de la sinagoga y que Jesús sin duda conoció. Sin embargo, el tono y el clima de esta oración judía es diferente:

“Ensalzado y santificado sea tu gran nombre en el mundo, que él creo por su voluntad. Haga prevalecer su reino en vuestras vidas y en vuestros días, y en la vida de toda la casa de Israel, pronto y en breve”.

          
Texto íntegro del Qaddish:

"En este mundo de Su creación que creó conforme a Su voluntad; llegue su reino pronto, germine la salvación y se aproxime la llegada del Mesías, amén.

En vuestra vida, y en vuestros días y en vida de toda la casa de Israel, pronto y en tiempo cercano y decid Amén.

Bendito sea Su gran Nombre para siempre, por toda la eternidad; sea bendito, elogiado, glorificado, exaltado, ensalzado, magnificado, enaltecido v alabado Su santísimo Nombre (Amén), por encima de todas las bendiciones, de los cánticos, de las alabanzas y consuelos que pueden expresarse en al mundo, y decid: Amén.

Por Israel, y por nuestros maestros y sus alumnos, y por todos los alumnos de los alumnos, que se ocupan de la sagrada Torá, tanto en esta tierra como en cada nación y nación. Recibamos nosotros y todos ellos gracia,

bondad y misericordia del Amo del cielo y de la tierra, y decid: Amén (Amén)

Descienda del Cielo una paz grande, vida, abundancia, salvación, consuelo, liberación, salud, redención, perdón, expiación, amplitud y libertad, para nosotros y para todo Su pueblo Israel, y decid: Amén. (Amén)

El que establece la armonía en Sus alturas, nos dé con sus piedades paz a nosotros y a todo el pueblo de Israel, y decid: Amén. (Amén)"

Esta oración de Jesús, llamada popularmente el “Padre nuestro”, siempre ha sido considerada por las primeras generaciones cristianas la oración por excelencia, la única enseñada por Jesús para alimentar la vida de3 sus seguidores. La manera de orar propia de un grupo expresa una determinada relación con Dios y constituye una experiencia que vincula a todos sus miembros en la misma fe.

Así entienden también los primeros cristianos el “padre nuestro”; su mejor signo de identidad como seguidores de Jesús. Los discípulos del Bautista tenían su propio modo de orar. No lo conocemos, pero, si respondía a su mensaje, era la oración de un grupo en actitud penitencial ante la llegada inminente del juicio, suplicando a Dios verse libres de su “ira venidera”.

La oración de Jesús por el contrario, es una súplica llena de confianza al Padre querido, que recoge dos grandes anhelos centrados en Dios y tres gritos de petición centrados en las necesidades urgentes y básicas del ser humano. Jesús le expone al Padre los dos deseos que lleva en su corazón: “Santificado sea tu nombre. Venga tu reino”. Luego le grita tres peticiones: “Danos pan”, “perdona nuestras deudas”, “no nos lleves a la prueba”.

Lucas describe las circunstancias concretas en que Jesús enseñó a los discípulos su oración:

Lc 11,1 "Jesús estaba orando en cierto lugar. Cuando acabó, uno de sus discípulos le dijo: "Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos".

El episodio ha sido elaborado por el evangelista, pero nos ayuda a ver como entendían los primeros cristianos la oración de Jesús.

 

Esta oración, como estamos viendo, aunque es amplia y puede ser vista desde diferentes perspectivas, fundamentalmente es conocida en su expresión máxima y universal en el Padrenuestro.
Esta oración ha llegado a nosotros en dos versiones ligeramente diferentes.

El análisis riguroso de los textos permite detectar añadidos y modificaciones posteriores, hasta llegar a una oración breve, sencilla, de sabor arameo, que estaría muy próxima a la pronunciada por Jesús.

Esta seria con carácter mas especifico la oración que Jesús enseñó: “Padre, santificado sea tu nombre; venga tu reino; danos hoy nuestro pan de cada día; perdónanos nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores y no nos lleves a la prueba”. ¿Podemos acercaros al “secreto” de esta oración?.

Tengamos en cuenta que las dos versiones de Lucas 11,2-4 y Mateo 6,9-13, provienen de la llamada Fuente Q, en la cual se aprecia que el texto de Mateo es más extenso, pues ha introducido varios añadidos para darle a la oración un tono más solemne y redondeado, propio de la piedad judía. Lucas, por su parte, introduce modificaciones de menor importancia.

Tengamos en cuenta que la oración proviene de Jesús. Algunos investigadores piensan que el Padrenuestro contiene “peticiones sueltas” que los discípulos le oían pronunciar y que, más tarde, alguien las recopiló en una sola oración, pero no hay argumentos para defender esta hipótesis.

Autor: Florencio Salvador Díaz Fernández.
Estudiante de Teología Cristiana.
(Este material puede ser difundido o utilizado, indicando su autoría y procedencia)

 

miércoles, 22 de agosto de 2012

LA ORACIÓN II. 2. LA EXPERIENCIA DE DIOS 2.1 JESÚS Y SU RELACIÓN CON EL PADRE


2. La experiencia de Dios

2.1 Jesús y su relación con el Padre

Los evangelios atestiguas que Jesús hablaba Con frecuencia de Dios, y que hablaba mucho con Dios. Sea como sea el entendimiento real que cada uno tenga de Dios, Jesús igualmente tuvo la suya y por ello, al tener una conciencia clara sobre la exigencia de este –Dios, la relación de Jesús con Dios fue muy estrecha, muy íntima y muy singular. 

Esta estrecha relación de Jesús con Dios, nos dice bastante sobre cada uno de los dos. Si la enseñanza de Jesús es obra directa de Dios, en Jesús advertimos, como primigenia enseñanza, que es preciso –desde el judaísmo- modificar profundamente el concepto de Dios, para alcanzar una experiencia real y determinada.

Como nos enseñan, en los tiempos que precedieron al nacimiento de Jesús, la idea y los sentimientos que los israelitas tenían en torno a la divinidad se habían orientado en el sentido de una progresiva exaltación de Dios que trajo consigo una serie de consecuencias importantes para la religiosidad de las personas creyentes. 

Los judíos piadosos no se acercaban a Dios, bajo ningún concepto, ni mucho menos con familiaridad. Se había producido una reacción contra la manera de hablar sobre Dios utilizando términos o expresiones tomadas del uso corriente entre los seres humanos. 

Los judíos religiosos de aquel tiempo habían colocado a Dios muy por encima de cualquier contacto personal. A Dios se le veía lejano y ausente de los problemas y vida de los humanos. Incluso se había extendido una creciente resistencia a pronunciar el nombre divino. No se sabe con certeza cuándo dejó de pronunciarse el nombre de Yahvé, pero parece ser que fue en las proximidades del siglo III antes de Cristo.

En lugar de Yahvé, se hablaba de Dios como Señor, como Dios del cielo o Rey del cielo. O simplemente como cielo o dueño y caudillo de la Jerusalén celestial…etc. Todos ellos dejan claro que, toda una serie de títulos excelsos y sublimes eran la expresión más clara de que la religiosidad de Israel se había orientado hacia en creciente respeto y una notable distancia, en detrimento de la confianza y la cercanía. 

Un Dios mirado desde esta perspectiva es un Dios que somete que mira desde lejos, que no se mezcla con el pueblo, y que mantiene así, una notable distancia y diferencia de clases. 

Así las cosas, se comprende que la presencia y las enseñanzas de Jesús sobre Dios, tal como las presentan los evangelios, tuvieron que producir sorpresa en mucha gente, entusiasmo en otros y, como es inevitable en situaciones así, rechazo y hasta escándalo en los grupos y personas más observantes y de mentalidad más conservadora. Sencillamente, en el lenguaje de Jesús sobre Dios, en aquel pueblo y en aquel momento, tuvo que ser algo así como una novedad inaudita.

Jesús, por supuesto, como autentico y privilegiado anunciador, es el que nos revela al Padre con una claridad más precisa. El juega con la ventaja de que le conoce desde su propia esencia pues es realmente consciente de que proviene de Él.

"Jn 1,1 En el principio existía aquel / que es la Palabra, / y aquel que es la Palabra / estaba con Dios y era Dios. / 1,2 Él estaba en el principio con Dios. / 1,3 Todo fue hecho por él / y sin él nada se hizo. / 1,14 Y aquel que es la Palabra / se hizo carne, / y habitó entre nosotros, / y nosotros vimos su gloria, / gloria cual de unigénito / venido del Padre, / lleno de gracia y de verdad. 1,18 A Dios nadie lo ha visto jamás; / el Hijo único, que está en el Padre, / nos lo ha dado a conocer."

Y conociéndole, experimenta desde el principio un amor maternal, ya que él mismo se siente objeto de ese amor, hasta el punto de llamar a Dios “Abba”. Desde el judaismo es imposible llamar a Dios “Abba”, padre, y designarlo así con el marcado carácter de intimidad que tiene esta palabra “Abba”. 

Esta expresión aunque parezca infantil en labios de Jesús, tiene sentido ya que no era exclusiva de los niños, sino que entraba también en el lenguaje coloquial de los adultos, al referirse al padre carnal o cabeza de familia. De ahí que la invocación de Jesús, en la forma de dirigirse a Dios, no fue radical o de dureza, sino que utiliza el “Abba”, porque le sale del corazón:

"Mc 14,36 Decía: "¡Abba, Padre!, todo te es posible; aparta de mí este cáliz, pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú".

E igualmente la utiliza porque sabe que en esa palabra y en todo el significado que esta entraña, sus amigos cercanos siguiendo su ejemplo comenzarán a llamarle de esa manera y le tendrán como padre de la vida y del amor:

Gal 4,6 "Y como prueba de que sois hijos, Dios ha enviado a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: ¡Abba, Padre!"

Rom 8,15 "Porque no recibisteis el espíritu de esclavitud para recaer de nuevo en el temor, sino que recibisteis el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace exclamar: ¡Abba! ¡Padre!"

Y de esta manera todas las comunidades cristianas desde su origen, llamaran a Dios “Abba”-Padre, y le tendrán como tal y convergerán con él en una relación de amor mutuo y filial.



Autor: Florencio Salvador Díaz Fernández.
Estudiante de Teología Cristiana.
(Este material puede ser difundido o utilizado, indicando su autoría y procedencia)

martes, 21 de agosto de 2012

LA ORACIÓN II. 1.2 LA REALIDAD ORANTE


1.¿Qué mueve la expresión orante de la persona cristiana?.

1.2 La realidad orante

La catequesis que podamos desarrollar sobre la oración, tanto en beneficio de otros como en nuestro propio beneficio, y la propia formación cristiana en general, deberían tener siempre muy presente que el único criterio decisivo que poseemos los cristianos para saber si estamos o no cerca de Dios no es la oración y los sentimientos que en ella experimentamos o podamos experimentar. 

El criterio determinante de nuestra cercanía a Dios es el amor, concretamente el amor a los demás, como machaconamente afirma la primera carta de Juan:

         (1Jn4,7-8.12.16.20)

Queridos míos, amémonos los unos a los otros, porque el amor es de Dios; y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. Jamás ha visto nadie a Dios. Si nos amamos los unos a los otros, Dios está en nosotros, y su amor en nosotros es perfecto. Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído. Dios es amor; y el que está en el amor está en Dios, y Dios en él. Si alguno dice que ama a Dios y odia a su hermano, es un mentiroso. El que no ama a su hermano, al que ve, no puede amar a Dios, al que no ve.”

Con esto no se trata de decir que el amor a Dios se reduzca al ejercicio de un puro idealismo en el ámbito de las relaciones humanas. 

La cuestión está en saber que el criterio que poseemos los cristianos para saber si estamos cerca de Dios no es la oración, sino el amor, que se traduce en respeto, defensa de la justicia, solidaridad con los pobres y con los que sufren, libertad para denunciar a los causantes del dolor en el mundo. 

Si la persona no vive estas cosas o principios, su oración por muy elevada que sea, no le servirá sino para engañarse a sí mismo, pensando que está cerca de Dios cuando en realidad es probable que esté muy lejos de Él.



Autor: Florencio Salvador Díaz Fernández.
Estudiante de Teología Cristiana.
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sábado, 18 de agosto de 2012

ANIVERSARIO DEL HNO. ROGER DE TAIZÉ

Siete años sin el hermano Roger

Fundador de la Comunidad de Taizé, fue un visionario, un grandísimo hombre de Dios

"Un religioso protestante que fue capaz de comulgar de manos de Benedicto XVI o confesar al patriarca ortodoxo Atenágoras. Un cristiano sin más argumentos que los del propio Cristo"




viernes, 17 de agosto de 2012

LA ORACIÓN II. 1. ¿QUE MUEVE LA EXPRESIÓN ORANTE? 1.1 NECESIDAD Y DESEO


1.¿Qué mueve la expresión orante de la persona cristiana?.

No es lo mismo sentir necesidad de Dios que desear a Dios. La necesidad confina al sujeto sobre si mismo y hasta lo bloquea en si mismo. El deseo, por el contrario, abre al sujeto y lo saca de sí mismo. Esta es la diferencia fundamental entre estas dos experiencias cotidianas, que con tanta frecuencia se entrecruzan y se confunden en nuestra intimidad.

1.1 Necesidad y Deseo

Por ello y precisamente porque la necesidad y el deseo son tan radicalmente diferentes, las consecuencias que desencadenan son por ello muy distintas.
La necesidad entraña el peligro de que la persona confunda lo que necesita con la experiencia gratificante  que le proporciona la necesidad satisfecha. Es el caso del niño que confunde a la madre con las experiencias gratificantes que su madre le proporciona. O la persona adolescente que confunde a la persona de la que se enamora con las experiencias satisfactorias que vive junto al otro sujeto. Es lo propio del amor captativo, que no ama a nadie, porque sólo quiere y busca satisfacer “necesidades” básicas que todo ser humano experimenta. Y hay individuos que se mueren de viejos pensando que han pasado la vida amando a mucha gente cuando, en realidad, no han amado a nadie en este mundo porque solo se han querido a sí mismo, en la medida en que sólo han buscado satisfacer sus propias necesidades.

El deseo es oblatividad. Implica un trabajo o proceso, que comienza por el reconocimiento del otro, en cuanto ser radicalmente distinto de mí y de la satisfacción de mis necesidades. Lo cual presupone un distanciamiento y una conversión. Un distanciamiento porque solo cuando el niño descubre que la madre no es el calor y el alimento que de ella recibe, entonces –y solamente entonces- puede situar a la madre ahí, como un “otro”, como persona diferente de sí mismo y de la satisfacción de sus necesidades, como persona diferente de sí mismo y de la satisfacción de sus necesidades, una persona a la que el niño puede desear el impulso de un verdadero amor de hijo. Y es en ese momento cuando se puede iniciar una verdadera conversión: el paso de la “necesidad” al “deseo”. Que es el paso del movimiento que repliega al sujeto sobre sí mismo hacia un nuevo movimiento de orientación de la persona, en el amor autentico, que llevará entonces a la entrega más generosa.

Todo esto puede parecer demasiado abstracto y complicado, además de carente de utilidad concreta. La verdad, sin embargo, es que aquí nos jugamos la verdad o el engaño de nuestra vida de oración. Porque todo lo dicho, es referido a nuestra relación con Dios, significa que, para muchas personas, la oración no es, en demasiados casos, la experiencia de un deseo, sino la proyección de una necesidad. Necesidad que confunde a Dios, y la presencia de Dios con nosotros, con los sentimientos o experiencias gratificantes que vive la persona que se pone a hacer oración. En el fondo, es el peligro de confundir a Dios con un “saber” (las ideas religiosas que barajamos en la oración), con un “espacio” (el lugar sagrado en el que hacemos nuestra plegaria) y con un “tiempo” (los minutos o quizás las horas que podamos dedicar a orar).
Por eso hay tanta gente que cuando saborea su saber sobre Dios, cuando se ubica en el espacio santo y sagrado, y cuando dedica el “tiempo fuerte” de la oración para el Señor, entonces, y precisamente con eso, tiene la impresión de poseer ya a Dios mismo o de estar muy cerca de Él. Pero Dios no es nada de eso. Ni el que hace eso, por eso sólo, ya puede estar seguro de que está unido a Dios.

Autor: Florencio Salvador Díaz Fernández.
Estudiante de Teología Cristiana.
Índice y Bibliografía: 
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LA ORACIÓN II. INDICE Y BIBLIOGRAFIA


Nuevamente, expongo al público el segundo temario de la asignatura LA ORACIÓN, expuesto por mí en la Escuela Diocesana de Teología de Écija. Independientemente de la valoración que ahora tenga el autor para la jerarquía católica de Sevilla, este temario fue aprobado con entusiasmo por los directores de la escuela, y fue asimilado por los alumnos con asombrosa solicitud.
Floren Salvador Díaz fernandez (profesor de la escuela durante los cursos 2009-2011)

LA ORACIÓN II
1.¿Qué mueve la expresión orante de la persona cristiana?.
1.1 Necesidad y Deseo
1.2 La realidad orante

2. La experiencia de Dios
2.1 Jesús y su relación con el Padre
2.2 La oración de Jesús

3. Disposiciones para orar
3.1 Llamada
3.2 Disposición
3.3 Camino

4. Oración comunitaria.
4.1 Koinonía
4.2 La comida Eucarística
4.3 La esencia de la Eucaristía, Sacramento de Fraternidad.

5. ¿Cómo reza usted?
5.1 Oh, ¿acaso no reza usted?
5.2 ¿Qué esperar de la oración?
5.3 La responsabilidad de orar

6. Situación para orar.

7. Siglo XXI, un reto de oración.
7.1 La locura del mundo
7.2 Orar hoy

8. Oración común de conclusión. “Tu Reino”.

Bibliografía consultada por el autor para realizar el temario:
Biblia de Jerusalén. Ed. Desclée
Diccionario de Liturgia. Ed. S.Pablo
Diccionario de Pastoral. Casiano Floristan.
Nuevo Diccionario de Teología, Tamayo Acosta. Ed. Trotta.
Vocabulario General Biblico. 6 tomos.
Vocabulario Teología Bíblica. León-Dufour. Ed. Herder.
ENCHIRIDION “El Magisterio de la Iglesia”, Ed. Herder.
Historia Ilustrada de la Iglesia, Georges de Plinval. Ed Epesa.1966
Es la hora de la experiencia de Dios. P.L. Arróniz.
Para comprender las religiones antiguas. EVD.
La humanización de Dios. José Mª Castillo, Ed. Trota
Creer o no creer. Enrique Miret Magdalena. Ed Aguilar
Jesús aproximación histórica, José Ant Pagola. Ed. PPC



Autor: Florencio Salvador Díaz Fernández.
Estudiante de Teología Cristiana.
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