CARTUJO CON LICENCIA PROPIA

domingo, 26 de octubre de 2014

PERLAS DE PAGOLA PARA EL FINDE - CREER EN EL AMOR

30 Tiempo ordinario(A) Mateo 22, 34-40
CREER EN EL AMOR
JOSÉ ANTONIO PAGOLA, SAN SEBASTIÁN (GUIPUZCOA).

ECLESALIA22/10/14.- La religión cristiana les resulta a no pocos un sistema religioso difícil de entender y, sobre todo, un entramado de leyes demasiado complicado para vivir correctamente ante Dios. ¿No necesitamos los cristianos concentrar mucho más nuestra atención en cuidar antes que nada lo esencial de la experiencia cristiana?

Los evangelios han recogido la respuesta de Jesús a un sector de fariseos que le preguntan cuál es el mandamiento principal de la Ley. Así resume Jesús lo esencial: lo primero es “amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu ser”; lo segundo es “amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
La afirmación de Jesús es clara. El amor es todo. Lo decisivo en la vida es amar. Ahí está el fundamento de todo. Lo primero es vivir ante Dios y ante los demás en una actitud de amor. No hemos de perdernos en cosas accidentales y secundarias, olvidando lo esencial. Del amor arranca todo lo demás. Sin amor todo queda pervertido.
Al hablar del amor a Dios, Jesús no está pensando en los sentimientos o emociones que pueden brotar de nuestro corazón; tampoco nos está invitando a multiplicar nuestros rezos y oraciones. Amar al Señor, nuestro Dios, con todo el corazón es reconocer a Dios como Fuente última de nuestra existencia, despertar en nosotros una adhesión total a su voluntad, y responder con fe incondicional a su amor universal de Padre de todos.
Por eso añade Jesús un segundo mandamiento. No es posible amar a Dios y vivir de espaldas a sus hijos e hijas. Una religión que predica el amor a Dios y se olvida de los que sufren es una gran mentira. La única postura realmente humana ante cualquier persona que encontramos en nuestro camino es amarla y buscar su bien como quisiéramos para nosotros mismos.
Todo este lenguaje puede parecer demasiado viejo, demasiado gastado y poco eficaz. Sin embargo, también hoy el primer problema en el mundo es la falta de amor, que va deshumanizando, uno tras otro, los esfuerzos y las luchas por construir una convivencia más humana.
Hace unos años, el pensador francés, Jean Onimus escribía así: “El cristianismo está todavía en sus comienzos; nos lleva trabajando solo dos mil años. La masa es pesada y se necesitarán siglos de maduración antes de que la caridad la haga fermentar”. Los seguidores de Jesús no hemos de olvidar nuestra responsabilidad. El mundo necesita testigos vivos que ayuden a las futuras generaciones a creer en el amor pues no hay un futuro esperanzador para el ser humano si termina por perder la fe en el amor.
(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

martes, 7 de octubre de 2014

ORACIÓN PARA EL SINODO DE LA FAMILIA

ORACIÓN PARA EL SÍNODO DE TODAS LAS FAMILIAS

Dios, y Padre bueno que nos amas y nos buscas.
Agradecidos levantamos las manos a ti,
pues por amor nos diste la vida
y a todos nos hiciste hermanas y hermanos iguales,
dueños y responsables del universo,
con la misión de cultivar la misma tierra y de participar juntos
en la reconstrucción del mundo.
A pesar de los muchos obstáculos
que el progreso pone en el respeto a la tierra y a la dignidad humana,
nosotros no perdemos la esperanza de construir un mundo mejor
en el cual Tu eres reconocido como Padre y Madre de tod@s.
¡Somos una gran familia conformada por toda humanidad
que aspira al amor y a la fraternidad!
Padre, Tú deseas familias humanas y un pueblo libre,
liberado de esclavitudes opresoras y morales,
lleno de misericordia entrañable, bondad,
humildad, dulzura y comprensión.
Gracias a Ti, Padre de amor; pues con tu Espíritu
animas a los hombres y mujeres de este mundo
que por amor y generosidad,
se abren a la vida fundando una familia.
Gracias Padre, por todas las familias y por todas las personas,
que independientemente de su género,
viviendo en pareja o de manera unipersonal,
alumbran hijos e hijas al mundo,
constituyendo un hogar en el cual brilla la Luz de Cristo.
Una luz que es en el mundo Luz de resurrección,
pues son familias que amándote de corazón,
viven su opción familiar y de vida, desde el respeto al otro
y la dignidad personal por encima de todo.
Envíanos Padre tu santo Espíritu,
para que respetemos y protejamos socialmente a todas las familias,
pues como enclave esencial para una educación cristiana en valores,
viven a nivel mundial una complicada situación
por causa de la crisis en que nos encontremos.
En esta esperanzadora convocatoria sinodal sobre la familia
a la que nos convoca nuestro papa Francisco,
permite Padre, que impere la condición amorosa
sobre el condicionante moral del género.
Todos somos hijos e hijas tuyos.
Y porque queremos seguir siéndolo y seguir en el seno de nuestra Iglesia,
te pedimos que a todos nos hagas conscientes
del sentido de comunidad del que participamos
en unión con Cristo; con valentía y determinación
en la aceptación de las familias diversas o tradicionales.

Todo esto te lo pedimos por Jesús,
nuestro amigo y nuestro hermano;
que por la causa del hombre y de la mujer de cada tiempo vino al mundo. Amén.
http://www.vatican.va/roman_curia/synod/documents/rc_synod_doc_20131105_iii-assemblea-sinodo-vescovi_sp.html



viernes, 3 de octubre de 2014

PERLAS DE PAGOLA PARA EL FINDE - CRISIS RELIGIOSA

27 Tiempo ordinario (A) Mateo 21, 33-43
CRISIS RELIGIOSA
JOSÉ ANTONIO PAGOLA, SAN SEBASTIÁN (GUIPUZCOA).

ECLESALIA, 01/10/14.
La parábola de los “viñadores homicidas” es un relato en el que Jesús va descubriendo con acentos alegóricos la historia de Dios con su pueblo elegido. Es una historia triste. Dios lo había cuidado desde el comienzo con todo cariño. Era su “viña preferida”. Esperaba hacer de ellos un pueblo ejemplar por su justicia y su fidelidad. Serían una “gran luz” para todos los pueblos. 

Sin embargo aquel pueblo fue rechazando y matando uno tras otro a los profetas que Dios les iba enviando para recoger los frutos de una vida más justa. Por último, en un gesto increíble de amor, les envío a su propio Hijo. Pero los dirigentes de aquel pueblo terminaron con él. ¿Qué puede hacer Dios con un pueblo que defrauda de manera tan ciega y obstinada sus expectativas?
Los dirigentes religiosos que están escuchando atentamente el relato responden espontáneamente en los mismos términos de la parábola: el señor de la viña no puede hacer otra cosa que dar muerte a aquellos labradores y poner su viña en manos de otros. Jesús saca rápidamente una conclusión que no esperan: “Por eso yo os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se le dará a un pueblo que produzca frutos”.
Comentaristas y predicadores han interpretado con frecuencia la parábola de Jesús como la reafirmación de la Iglesia cristiana como “el nuevo Israel” después del pueblo judío que, después de la destrucción de Jerusalén el año setenta, se ha dispersado por todo el mundo.
Sin embargo, la parábola está hablando también de nosotros. Una lectura honesta del texto nos obliga a hacernos graves preguntas: ¿Estamos produciendo en nuestros tiempos “los frutos” que Dios espera de su pueblo: justicia para los excluidos, solidaridad, compasión hacia el que sufre, perdón...?
Dios no tiene por qué bendecir un cristianismo estéril del que no recibe los frutos que espera. No tiene por qué identificarse con nuestra mediocridad, nuestras incoherencias, desviaciones y poca fidelidad. Si no respondemos a sus expectativas, Dios seguirá abriendo caminos nuevos a su proyecto de salvación con otras gentes que produzcan frutos de justicia.
Nosotros hablamos de “crisis religiosa”, “descristianización”, “abandono de la práctica religiosa”... ¿No estará Dios preparando el camino que haga posible el nacimiento de una Iglesia más fiel al proyecto del reino de Dios? ¿No es necesaria esta crisis para que nazca una Iglesia menos poderosa pero más evangélica, menos numerosa pero más entregada a hacer un mundo más humano? ¿No vendrán nuevas generaciones más fieles a Dios? 
(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

jueves, 2 de octubre de 2014

TRÁNSITO DE SAN FRANCISCO DE ASÍS 3 DE OCTUBRE

CELEBRACIÓN DEL TRÁNSITO DE SAN FRANCISCO

«Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la muerte corporal». Caía la tarde del día 3 de octubre de 1226. Era sábado. Francisco moribundo se esfuerza en unir su voz a la de sus hermanos. Había entonado el salmo 141. La dulce hermana muerte vino a su hora. Era la voz de Dios y llamaba a la recompensa.
Los franciscanos de todas las épocas recuerdan ese momento en la celebración del «Tránsito».
La liturgia franciscana celebra el Tránsito de san Francisco en las primeras Vísperas de la solemnidad de san Francisco, el día 3 de octubre.
Nosotros presentamos aquí una celebración especial del Tránsito para hacerla el mismo día 3 de octubre u otro día que se vea oportuno
.
RITOS INICIALES
Se inicia la celebración con un canto apropiado, al que puede seguir la siguiente monición:
Vamos a recordar con gozo la «hora en que nuestro Padre san Francisco voló al Cielo», su tránsito. Esta celebración conserva su pleno sentido, cualquiera que sea la hora o el momento en que se haga, para seguir renovando en nosotros los valores evangélicos y hasta humanos de aquella muerte, preciosa realmente a los ojos de Dios y de los hombres.
Después continúa el Presidente:
En el nombre del Padre... Amén.
Hermanos: que el mismo Dios de la paz os consagre totalmente, y que todo vuestro espíritu, alma y cuerpo sea custodiado sin reproche hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo.
Oremos:
Te rogamos, Señor, que la fuerza abrasadora y dulce de tu Amor absorba de tal modo nuestra mente, separándola de todas las cosas, que muramos por amor de tu Amor, ya que por Amor de nuestro amor te dignaste morir.
LECTURAS
Monición:
La muerte de Francisco fue una evocación casi litúrgica de la Pascua de Jesús. Al sentir su inminencia hizo leer a uno de los hermanos presentes el relato de la Pasión de Jesús según san Juan. Escuchemos con atención algunos pasajes de este conmovedor relato.
Lectura del santo evangelio según san Juan 13,1-5.12-17.33-35.
Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Durante la cena, cuando ya el diablo había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo, sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos, y que había salido de Dios y a Dios volvía, se levantó de la mesa, se quitó el manto y, tomando una toalla se la ciñó. Luego echó agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido. Después que les lavó los pies y tomó su manto, volvió a la mesa y les dijo:
- ¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis «el Maestro» y «el Señor», y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros. Os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros. En verdad, en verdad os digo: no es más el siervo que su amo, ni el enviado más que el que lo envía. Sabiendo esto, seréis dichosos si lo cumplís. Hijos míos, os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros. En esto conocerán que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros.
Palabra del Señor.

Monición:
Cuando Francisco presintió ya próxima su muerte reaccionó exclamando gozoso: «Bienvenida sea mi hermana muerte». De hecho, la muerte fue para él, no el final, sino la Pascua, el paso o «tránsito» de este mundo al Padre. Fue al atardecer del 3 de Octubre, pero para nosotros es siempre actual, a imitación de la muerte y resurrección de Jesús.
Lectura de la vida de san Francisco, por Tomás de Celano (1 Cel 109-112)
Habían transcurrido ya veinte años desde su conversión. Quedaba así cumplido lo que por voluntad de Dios le había sido manifestado. Había descansado unos pocos días en aquel lugar, para él tan querido; conociendo que la muerte estaba muy cercana, llamó a dos hermanos e hijos suyos preferidos, y les mandó que, espiritualmente gozosos, cantaran en alta voz las alabanzas del Señor por la muerte que se avecinaba, o más bien, por la Vida que era tan inminente.
Y él entonó con la fuerza que pudo aquel salmo de David: «A voz en grito clamo al Señor, a voz en grito suplico al Señor».
Entre los presentes había un hermano a quien el Santo amaba con un afecto muy distinguido; era él muy solícito de todos los hermanos; viendo este hecho y sabedor del próximo desenlace de la vida del santo, le dijo: «¡Padre bondadoso, mira que los hijos quedan ya sin padre y se ven privados de la verdadera luz de sus ojos! Acuérdate de los huérfanos que abandonas y, perdonadas todas tus culpas, alegra con tu santa bendición tanto a los presentes cuanto a los ausentes». «Hijo mío -respondió el santo-, Dios me llama. A mis hermanos, tanto a los ausentes como a los presentes, les perdono todas las ofensas y culpas y, en cuanto yo puedo, los absuelvo; cuando les comuniques estas cosas, bendícelos a todos en mi nombre».
Mandó luego que le trajesen el códice de los evangelios, y pidió que se le leyera el Evangelio de san Juan desde aquellas palabras: «Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre...». Ordenó luego que le pusieran un cilicio y que esparcieran ceniza sobre él, ya que dentro de poco sería tierra y ceniza.
Estando reunidos muchos hermanos, de los que él era padre y guía, y aguardando todos reverentes el feliz desenlace y la consumación dichosa de la vida del santo, se durmió en el Señor.
Conocido esto, se congregó una gran muchedumbre que bendecía a Dios diciendo: «¡Loado y bendito seas tú, Señor Dios nuestro! ¡Gloria y alabanza a ti, Trinidad inefable!».
En alabanza de Cristo y de su siervo Francisco. Amén.
A continuación el Presidente tiene la homilía
EVOCACIÓN DE LA MUERTE DE SAN FRANCISCO
Monición:
La memoria de la muerte feliz de Francisco suscita en nosotros regocijo y esperanza; Francisco quiso proclamar también ese regocijo y esa esperanza al pedir que le cantaran el salmo 141 en el momento de su muerte, palabras que nosotros queremos repetir ahora que aún nos debatimos en los peligros de esta vida.
Antífona. Oh alma santísima, en cuyo tránsito salen a tu encuentro los ciudadanos del cielo, se regocija el coro de los ángeles y la Trinidad gloriosa te invita diciendo: Quédate con nosotros para siempre.
Salmo 141
A voz en grito clamo al Señor,
a voz en grito suplico al Señor;
desahogo ante él mis afanes,
expongo ante él mi angustia,
mientras me va faltando el aliento.
Pero tú conoces mis senderos,
y que en el camino por donde avanzo
me han escondido una trampa.
Mira a la derecha, fíjate:
nadie me hace caso;
no tengo a dónde huir,
nadie mira por mi vida.
A ti grito, Señor;
te digo: «Tú eres mi refugio
y mi lote en el país de la vida».
Atiende a mis clamores,
que estoy agotado;
líbrame de mis perseguidores,
que son más fuertes que yo.
Sácame de la prisión,
y daré gracias a tu nombre:
me rodearán los justos
cuando me devuelvas tu favor.
Gloria.
Antífona. Oh alma santísima, en cuyo tránsito salen a tu encuentro los ciudadanos del cielo, se regocija el coro de los ángeles y la Trinidad gloriosa te invita diciendo: Quédate con nosotros para siempre.
Monición:
A este Francisco, elevado para siempre a la gloria del cielo, dirigimos nuestro saludo reverente y cariñoso, y nos unimos a las generaciones franciscanas de todos los siglos, proclamando su misma invocación tradicional:
Todos:
¡Salve, padre santo, luz de la Patria celeste, modelo de los Menores, espejo de virtud, camino de la justicia, norma de vida! Condúcenos de este destierro terrenal al Reino de los Cielos.
Lector:
Francisco, pobre y humilde, ingresa rico en el cielo.
Todos:
Y es honrado con himnos celestiales.
PRECES
Presidente:
Seguros de contar en el cielo con la valiosa intercesión del glorioso padre san Francisco, elevamos al Padre, con filial confianza, nuestra oración:
R/.Tú eres nuestra vida eterna, ¡omnipotente y misericordioso Salvador!
1. Por cada uno de nuestros Hermanos y Hermanas que sufren enfermedad: para que «por todo den gracias al Creador».
2. Por todos nosotros, seguidores de Francisco: para que sepamos «gozarnos de convivir con gente de baja condición y despreciada».
3.Por todos los que nos causan tribulaciones y angustias, e incluso martirio y muerte: para que a imitación de Jesús, los amemos de verdad.
4. Para que busquemos por encima de todo «el Reino de Dios y su justicia» y nos renovemos en los valores auténticamente franciscanos.
5. Para que, aceptando la muerte como hermana, podamos contarnos un día entre los bienaventurados que gozan de tu presencia.
Presidente:
Santísimo Padre nuestro, reina tú en nosotros por la gracia, y haznos llegar a tu Reino, donde se halla la visión manifiesta de ti, el perfecto amor a ti, tu dichosa compañía, y la fruición de ti por siempre. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
La celebración puede concluir con un canto apropiado, seguido de la bendición de san Francisco:
Bendición solemne
El Señor os bendiga y os guarde.
Amén.
Haga brillar su rostro sobre vosotros y os conceda su favor.
Amén.
Vuelva su mirada a vosotros y os conceda la paz.
Amén.
Y la bendición de Dios todopoderoso,
Padre, Hijo y Espíritu Santo,
descienda sobre vosotros.
Amén.