26 años y un sueño
Cuando pudo mirar por el rabillo
del ojo el reloj que había colgado a su derecha detrás de ella, supo que
estaban a punto de dar las doce. Instintivamente dirigió su mirada hacia la
ventana, y puntual como todos los días excepto los domingos, pudo ver en la
lejanía un avión que volaba muy bajito con la panza pintada de naranja. El
aeropuerto estaba cerca del hospital y aunque formaba parte de aquella
inacabable rutina, era de las cosas que le gustaban.
Pensaba en la gente que
viajaba en su interior por diversos motivos, puede que todos los motivos no
fueran alegres; pero seguro que había gente de vacaciones o que cambiaban de
vida o de destino. Y por instinto y aunque ella sabía que era un argumento
infantil, se imaginaba que ese avión y todos los que venían detrás dispuestos
al aterrizaje o al despegue, se llevaban sus problemas muy lejos o muy muy
alto, para dejarlos allí, claro.
A los cinco minutos más o menos llegó la
enfermera a cambiarle el suero e inyectarle un “Dogmatil” para mitigar las
nauseas que tenía desde por la mañana. Gracias Paqui, le dijo a la chica. Era
una auxiliar de un pueblo cercano pero trabajaba en el hospital general de la
capital, y la verdad es que la muchacha era un ángel.
Cuando cerró la puerta se
quedó de nuevo sola. Su acompañante iba a media mañana al quiosco de la planta
subsuelo por algunas revistas y dar una pequeña vuelta para cambiar de
ambientes. Ella no podía permitirse ni eso. Su lugar estaba allí, en aquella
habitación 708 de aquel gran complejo sanitario, en el cual vivía desde hacía
muchos días. ¿Recordaba cuantos? ¡Claro!, se dijo.
¡¡Ojalá perdiera una la
cabeza para al menos no ser consciente de este calvario!! Pero se dijo que no
era verdad. No sabía el porqué estaba aun en este mundo, si era por causa de
Dios o de la profesionalidad de los médicos. Quizás de todo un poco, se dijo.
El caso es que allí estaba cuando nadie daba un duro por ella. Y en el día
presente, todo se agudizaba y todo se presentaba con una dureza impresionante.
No quiso decir nada a sus familiares para no preocuparles, pero aquel día era
el día en que tenía que haber celebrado sus bodas de plata matrimoniales.
¡Menudas bodas de plata! dijo al silencio de su habitación. Y es que era una de
las cosas con las cuales ella soñaba. Haciendo un rápido balance de su vida
reconoció que había sido una buena vida, vivida desde la responsabilidad. De lo
mejorcito que se encontró en el camino era su marido, y no se enamoró de él
precisamente por la altura, no. Sino por la altura de su persona, y por ser un
hombre integro con valores y con un gran corazón aunque a veces le costara
mostrar sus sentimientos.
A lo largo de su vida tuvo que afrontar también la
muerte de seres queridos. Ley de vida, sí; aunque algunas personas se fueron
demasiado pronto. Era curioso, pero desde aquella habitación de hospital y mirando
el poco trozo de cielo que le permitía aquella pequeña ventana, pensó que
aquellos que se habían marchado le protegían desde el cielo. Sí, lo sentía y
eso le reconfortaba. ¿Por qué no? Son tantas cosas extraordinarias las que se
hablan y tan inmenso el mundo de los sentimientos y del Espíritu, que como no
se iban a acordar de ella.
Junto a este sentimiento estaba el gozo de sus
hijos. Quizás y aunque nunca lo confesara a su marido para que no se mosqueara,
lo que le daba más fuerza que nada para luchar y salir adelante -¡porque tenía
que salir!-, eran sus hijos. Casi eran dos hombres ya, pero eran sus niños. Uno
se buscaba las habichuelas en el extranjero el otro aun andaba por casa; pero
se hacían falta los unos a los otros y deseaba más que nada en el mundo
participar de su futuro, aun una buena temporada.
Ese era su sueño. Poder vivir
todo eso junto a su marido, sus hijos y su numerosa familia. Una familia que sabía
lo era todo para todos.
Como dicen los curas en los casamientos, en la salud y
en la enfermedad. Pues así era la familia. Se aferró con toda su alma a aquel
sueño y se dijo así misma que cerraría los ojos y soñaría, para vivir el sueño
en el subconsciente y volver a la realidad con la determinación de cumplirlo y
de vivirlo con los suyos. Y de vivir su vida muchos años más con su marido y
sus hijos y el gatito cojo.
Quien no persigue sus sueños es una persona sin
esperanza sin ilusiones, y ella se negaba a esa realidad. Tendría que haber
celebrado los veinticinco años de matrimonio, pero ¿qué más daba que fueran
veintiséis, si la cuestión era celebrar la vida estando todos juntos? Se dio
cuenta de que las nauseas se le estaban quitando por el efecto del “Dogmatil” y
sabia que ahora le entraría sueño. Se entregó poco a poco y calló en el
letargo, dispuesta a soñar y dispuesta a cumplir el sueño de celebrar los 26
años de casada o los que fueran. La cuestión era soñar.
Dedico este relato a una buena amiga y su familia que hoy celebran sus 26 años de casados, ya que el año pasado no pudieron celebrarlo por causa de la superación de una enfermedad. Con mi deseo de que se cumplan
vuestros sueños y de que ya sea en esta vida o en la otra, nunca os separéis
pues los lazos del amor traspasan fronteras, incluso las de la eternidad.
Abrazos y besos.
Atte. Florencio Salvador Díaz
Fernández.
Sábado 29 de Agosto de 2015.