CARTUJO CON LICENCIA PROPIA

sábado, 29 de agosto de 2015

26 AÑOS Y UN SUEÑO

26 años y un sueño

Cuando pudo mirar por el rabillo del ojo el reloj que había colgado a su derecha detrás de ella, supo que estaban a punto de dar las doce. Instintivamente dirigió su mirada hacia la ventana, y puntual como todos los días excepto los domingos, pudo ver en la lejanía un avión que volaba muy bajito con la panza pintada de naranja. El aeropuerto estaba cerca del hospital y aunque formaba parte de aquella inacabable rutina, era de las cosas que le gustaban. 

Pensaba en la gente que viajaba en su interior por diversos motivos, puede que todos los motivos no fueran alegres; pero seguro que había gente de vacaciones o que cambiaban de vida o de destino. Y por instinto y aunque ella sabía que era un argumento infantil, se imaginaba que ese avión y todos los que venían detrás dispuestos al aterrizaje o al despegue, se llevaban sus problemas muy lejos o muy muy alto, para dejarlos allí, claro. 
A los cinco minutos más o menos llegó la enfermera a cambiarle el suero e inyectarle un “Dogmatil” para mitigar las nauseas que tenía desde por la mañana. Gracias Paqui, le dijo a la chica. Era una auxiliar de un pueblo cercano pero trabajaba en el hospital general de la capital, y la verdad es que la muchacha era un ángel. 
Cuando cerró la puerta se quedó de nuevo sola. Su acompañante iba a media mañana al quiosco de la planta subsuelo por algunas revistas y dar una pequeña vuelta para cambiar de ambientes. Ella no podía permitirse ni eso. Su lugar estaba allí, en aquella habitación 708 de aquel gran complejo sanitario, en el cual vivía desde hacía muchos días. ¿Recordaba cuantos? ¡Claro!, se dijo. 
¡¡Ojalá perdiera una la cabeza para al menos no ser consciente de este calvario!! Pero se dijo que no era verdad. No sabía el porqué estaba aun en este mundo, si era por causa de Dios o de la profesionalidad de los médicos. Quizás de todo un poco, se dijo. El caso es que allí estaba cuando nadie daba un duro por ella. Y en el día presente, todo se agudizaba y todo se presentaba con una dureza impresionante. No quiso decir nada a sus familiares para no preocuparles, pero aquel día era el día en que tenía que haber celebrado sus bodas de plata matrimoniales. 
¡Menudas bodas de plata! dijo al silencio de su habitación. Y es que era una de las cosas con las cuales ella soñaba. Haciendo un rápido balance de su vida reconoció que había sido una buena vida, vivida desde la responsabilidad. De lo mejorcito que se encontró en el camino era su marido, y no se enamoró de él precisamente por la altura, no. Sino por la altura de su persona, y por ser un hombre integro con valores y con un gran corazón aunque a veces le costara mostrar sus sentimientos. 
A lo largo de su vida tuvo que afrontar también la muerte de seres queridos. Ley de vida, sí; aunque algunas personas se fueron demasiado pronto. Era curioso, pero desde aquella habitación de hospital y mirando el poco trozo de cielo que le permitía aquella pequeña ventana, pensó que aquellos que se habían marchado le protegían desde el cielo. Sí, lo sentía y eso le reconfortaba. ¿Por qué no? Son tantas cosas extraordinarias las que se hablan y tan inmenso el mundo de los sentimientos y del Espíritu, que como no se iban a acordar de ella. 
Junto a este sentimiento estaba el gozo de sus hijos. Quizás y aunque nunca lo confesara a su marido para que no se mosqueara, lo que le daba más fuerza que nada para luchar y salir adelante -¡porque tenía que salir!-, eran sus hijos. Casi eran dos hombres ya, pero eran sus niños. Uno se buscaba las habichuelas en el extranjero el otro aun andaba por casa; pero se hacían falta los unos a los otros y deseaba más que nada en el mundo participar de su futuro, aun una buena temporada. 
Ese era su sueño. Poder vivir todo eso junto a su marido, sus hijos y su numerosa familia. Una familia que sabía lo era todo para todos. 

Como dicen los curas en los casamientos, en la salud y en la enfermedad. Pues así era la familia. Se aferró con toda su alma a aquel sueño y se dijo así misma que cerraría los ojos y soñaría, para vivir el sueño en el subconsciente y volver a la realidad con la determinación de cumplirlo y de vivirlo con los suyos. Y de vivir su vida muchos años más con su marido y sus hijos y el gatito cojo. 
Quien no persigue sus sueños es una persona sin esperanza sin ilusiones, y ella se negaba a esa realidad. Tendría que haber celebrado los veinticinco años de matrimonio, pero ¿qué más daba que fueran veintiséis, si la cuestión era celebrar la vida estando todos juntos? Se dio cuenta de que las nauseas se le estaban quitando por el efecto del “Dogmatil” y sabia que ahora le entraría sueño. Se entregó poco a poco y calló en el letargo, dispuesta a soñar y dispuesta a cumplir el sueño de celebrar los 26 años de casada o los que fueran. La cuestión era soñar.

Dedico este relato a una buena amiga y su familia que hoy celebran sus 26 años de casados, ya que el año pasado no pudieron celebrarlo por causa de la superación de una enfermedad. Con mi deseo de que se cumplan vuestros sueños y de que ya sea en esta vida o en la otra, nunca os separéis pues los lazos del amor traspasan fronteras, incluso las de la eternidad.
Abrazos y besos.

Atte. Florencio Salvador Díaz Fernández.

Sábado 29 de Agosto de 2015.