CARTUJO CON LICENCIA PROPIA

martes, 25 de agosto de 2015

LA DECADENCIA DEL CAFÉ MADRID

LA DECADENCIA DEL CAFÉ MADRID
Cuando cerró hace años el café Madrid, se acabó en el pueblo la única tertulia de cultos e intelectuales que había en la localidad. Desde entonces, Roberto Albéniz solía tomar su café mañanero en el “Bellavista”, justo en el centro del pueblo. Albéniz, como le conocían en el pueblo, era un señor demasiado mayor para parecer joven. 
A decir verdad su edad era un enigma, pues entre sus secretos inconfesados estaba el de su edad. Pero era un señor peculiar. En verano se dejaba ver por las mañanas en el pueblo, pues tras comprar la prensa se sentaba en la terraza del “Bellavista” a tomar su café mañanero acompañado de un tocinillo de las monjas. 

Vestido casi siempre que el tiempo lo permitía con una pescadora blanca de jaretas y tocado con un sombrero de estilo Panamá en la cabeza, era el prototipo de un hombre culto y respetable que desdeña las tertulias futboleras y otro tipo de banalidades.
Vino del extranjero por diversas circunstancias y se quedó anclado en el pueblo como un barco varado demasiado viejo. Pero hablaba un mal castellano que se le entendía bastante bien. Conchita la camarera siempre le atendía con mucha generosidad e incluso cariño, y Albéniz recibía el trato de mil amores pues creía que le recordaba a la camarera uno de sus abuelos. 
Sentado en la terraza leyendo el periódico matinal, gustaba de formarse una opinión sobre la actualidad nacional mientras veía pasar a los vecinos del pueblo camino del mercado, que estaba de manera provisional en la plaza del Salón –como era llamado el centro del pueblo-. Albéniz levantó la vista del diario y mirando la gente pasar cayó en la cuenta de que algo iba mal desde hacía meses. 
Algunos comercios del centro del pueblo habían cerrado pues una calle central para comunicar con el casco histórico estaba cerrada por peligro de derrumbe. El peligro en cuestión lo representaba una esquina de la plaza de Abastos, que según decían hacia aguas por el interior con el consecuente debilitamiento de la cimentación. 
Albéniz pensó que aunque en las elecciones municipales algunos se las prometían de todos los colores, llevada la vida política al día a día quizás era posible un esfuerzo más significativo por parte de las autoridades, por lo menos para comunicar a vecinos y afectados el estado de la situación y el posible  comienzo de las obras. Albéniz pensó si verdaderamente los políticos eran capaces de ponerse en la piel de la gente afectada y que se adolecía de este trastorno para la circulación de vehículos. 
Ciudadanos particulares, vehículos de reparto y sobre todo los negocios del centro del pueblo eran los afectados y ya damnificados por esta situación. Y es que lo mismo que cerró el café Madrid por ausencia de gente y por falta de público, si no se apuesta por el centro del pueblo, por su gente y se fortalece el comercio del interior, los pueblos mueren por sectores poco a poco como se muere un anciano en estado de abandono; por muchas fiestas que se hagan y por muchos alumbrados que se cuelguen -aunque todo sea necesario-. 
Albéniz de todas formas era un hombre que confiaba en la buena disposición de la gente, quizás incluso en la bondad de los desconocidos; y por ello creyó en la posibilidad de que los políticos del pueblo se pusieran de acuerdo, estuvieran a la altura de las circunstancias y apostaran por la vida del pueblo y no dejaran que cayera en la misma decadencia del café Madrid.

Florencio Salvador Díaz Fernández


(El autor ha querido realizar una crítica constructiva sobre el estado del centro de Estepa. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia)