“Nos has ofrecido
el tesoro de tu Reino, escondido en el campo de este mundo, para que al
descubrirlo se sacie nuestro corazón”
(Plegarias de la
comunidad, Casiano Floristán)
La liturgia de hoy nos ofrece
uno de los evangelios[i]
más controvertidos, para quienes se empeñan en encuadrar a Dios o darle una
estructura concreta a través de rituales, prácticas determinadas o establecerlo
en un orden jerárquico –en el que Él no ha pedido estar-; un evangelio que
versa sobre la llegada del Reino de Dios. Equivocadamente, son muchas las
personas creyentes que asocian el Reino de Dios con la vida futura y el ámbito
de la soteriología.
Reino de Dios no es el espacio desconocido y trascendente
al que aspiramos llegar cuando muramos a la vida biológica que ahora
disfrutamos, aquí en la tierra, no. Reino de Dios no es un lugar paradisiaco en
el cual no hace ni frío ni calor, sino que se está estupendamente y en el cual
nos encontraremos con nuestros antepasados, no. El Reino de Dios ha sido
suficientemente explicado por Jesús de Nazaret con palabras y hechos, e
igualmente ha sido continuamente desvirtuado –en cuanto a su realidad- por
aquellos mismos que en Jesús de Nazaret decimos creer. Un Reino por el que
suspiramos todos los creyentes cuando rezamos el padre nuestro: “venga a
nosotros tu Reino”[ii].
Un
Reino cuyo anhelo es el propio canto del adviento que anticipa la conmemoración
de la venida del Señor: “maranatha” (¡ven Señor, Jesús!)[iii].
El capítulo 17 del evangelio de Lucas desgrana poco a poco las cualidades que
debe tener la persona que sigue a Jesús; tales como fidelidad a Dios, grandeza
de la fe, actitud de servicio, gratuidad y finalmente la llegada del Reino de
Dios. Un Reino que suele llegar a nosotros de puntillas, y como bien expresaba
C.Floristán “escondido en el campo de este mundo, para que al descubrirlo se
sacie nuestro corazón”.
Un santo del siglo III dejó escrito que «Incluso [...]
puede ser que el Reino de Dios signifique Cristo en persona, al cual llamamos
con nuestras voces todos los días y de quien queremos apresurar su advenimiento
por nuestra espera. Como es nuestra Resurrección porque resucitamos en él,
puede ser también el Reino de Dios porque en él reinaremos»[iv].
Pero insisto en que el anhelo del Reino o de Reinar con Cristo, tras la
revelación del mismo y sujetos al evangelio que nos ocupa, debe entenderse
desde nuestra propia realidad actual, en la cual Jesús nos asiste por medio de
su Espíritu santo –que debe iluminar nuestra conciencia-, para desde la vida en
la que estamos, hacer y deshacer en y por Cristo y su mensaje.
La traducción de
Lucas 17,21b difiere un poco según la Biblia que se consulte. La
latinoamericana manifiesta que el Reino “ESTÁ DENTRO” de vosotros, y la de
Jerusalén y paralelas traducen que el Reino “YA ESTÁ ENTRE” vosotros. Son
conceptos inherentes, ya que tanto si el objetivo del Reino se considera al
sujeto individual –Templo donde Dios habita-[v],
como a la colectividad de creyentes que se reúnen en nombre de Jesús[vi];
Dios y su Reino pueden estar manifiestos si se dan las condiciones oportunas
para que así sea.
Entendamos que Dios no se manifiesta solo porque se invoque
la presencia, haya una imagen suya o se haga una plegaria. Dios es una realidad
que trasciende incluso nuestro ser, pues es materia y espíritu, que se pueden
manifestar de manera simultánea o diferenciada.
Tal es así, que se nos pueden
estremecer la entrañas ante una injusticia o una alegría concreta que no
alcanzamos –pero que conocemos-; e igualmente podemos actuar en nuestro ser y
vivir inmediato siendo solícitos con los retos que la sociedad actual y las
personas nos presentan en la vida. Voy acabando. Al respecto de esto último,
creo muy necesario que la persona creyente y el cristiano de hoy, caminemos
hacia un reduccionismo de los valores del Evangelio, que son amplios pero se
difuminan por la cantidad de cosas que le añadimos por medio de rituales,
protocolos y cosas de esas.
Un reduccionismo que nos haga centrarnos en lo que
verdaderamente merece la pena y nos alejemos de actitudes que ensombrecen
nuestra vida y el propio Reino de Dios. Dios, que es dador de vida, jamás nos
va a preguntar cuantas misas hemos escuchado, las veces que hemos comulgado y
nos hemos confesado, no. Quienes hagamos eso y lo vivamos con alegría, genial.
Pero eso no es lo que a Dios le importa ni le interesa.
A Dios, que es VIDA y Padre
bueno, lo que le interesa es la cantidad de amor, fraternidad y solidaridad que
hemos aplicado hacia los demás y en diversas circunstancias, pues no solo la
persona es objeto del amor de Dios y de los valores del Reino; sino que la
Madre Tierra –dimensión maternal de Dios- igualmente suspira por nuestro
respeto y nuestro cuido.
Por eso es inmaterial el Reino de Dios. Por eso es
humano el Reino de Dios. Un Reino que nos concede la oportunidad de obrar en
nombre de Dios y restablecer dignidades perdidas por medio de actos sencillos,
que conforman la propia vida y son importantes[vii].
Un Reino de Dios que nos ofrece el corazón humano, como mejor tabernáculo para
darle culto[viii],
dejando de lado sermones repetitivos y trasnochados y chantajes eclesiásticos
de bajo coste. Dios y su realidad son mucho más y nos llaman a mucho más. A
darnos, a cambiar y a transformar los corazones por medio de la bondad y la
justicia.
Fraternalmente, Floren Salvador (Notas al pie tras la plegaria)
Venga a nosotros, tu Reino (plegaria)
Dios y Padre bueno, que nos amas y nos buscas;
¡venga
a nosotros tu Reino!
De Ti mana la vida y el ánimo, Tú eres origen y meta del
creyente,
aspiración súbita del que por ti es amparado;
¡venga
a nosotros tu Reino!
Un reino consolidado por la humana presencia de Jesús de
Nazaret,
tu Hijo y Hermano nuestro cuyas huellas decimos seguir;
¡venga
a nosotros tu Reino!
Jesús nos dio la receta para servir y estar en tu Reino.
Una buena dosis de sencillez, capacidad para
desprenderse,
amabilidad y abrazo fraterno en la acogida;
alegría, esperanza en la resurrección y respeto a la
persona.
¡venga
a nosotros tu Reino!
Desde los trigales cuyas espigas mece el viento,
desde las marismas y bosques donde se configura la vida;
¡venga
a nosotros tu Reino!
Desde las profundidades de la Amazonía,
cuya desforestación descontrolada
cercena el pulmón de la Madre Tierra;
¡venga
a nosotros tu Reino!
Desde la esclavitud de tus hijos e hijas oprimidos
por el trabajo duro e injusto;
¡venga
a nosotros tu Reino!
Desde el horror terrorista de los que utilizan tus
nombres
para masacrar a familias y pueblos;
¡venga
a nosotros tu Reino!
Desde la humildad de los que te buscan en silencio
trabajando por la paz allende los mares;
¡venga
a nosotros tu Reino!
Desde el grito de aquellos cuyo amor es incomprendido,
desde la vocación maternal y paternal de “todas” las
familias del mundo;
¡venga
a nosotros tu Reino!
Desde las sabias arrugas de la ancianidad,
tan necesitada de caricias y sensibilidad;
¡venga
a nosotros tu Reino!
Desde el pan o las naranjas compartidas en Tu Nombre,
cuyo sentido eucarístico nos llena de gozo;
¡venga
a nosotros tu Reino!
Desde la cama de un hospital donde los días se contemplan
con incertidumbre a través de una ventana;
¡venga
a nosotros tu Reino!
Desde la infancia con necesidad de amor,
educación y oportunidades de futuro;
¡venga
a nosotros tu Reino!
Desde el horizonte y futuro incierto
divisado desde una patera en medio de oscuro y frio mar;
¡venga
a nosotros tu Reino!
Desde la vivencia gozosa y libre de la vida,
desde el abrazo fraterno en paz y bien,
desde la generosidad compartida;
¡venga a nosotros tu Reino!
Desde tu Reino, a cuya tarea me invitas a participar,
desde la necesidad de meter las manos en la masa del
mundo;
¡venga a nosotros tu Reino!
Desde un cristianismo sin condicionantes externos;
desde el “SÍ” histórico, fiel y definitivo de María:
¡venga
a nosotros tu Reino, Señor! Amén.
Floren Salvador.