¿Creyó por un momento escuchar un
grillo? No podía ser posible, al menos en mitad de este noviembre un poco cálido
que se había presentado de improviso, argumentando el imparable cambio
climático. Pero cuando volvió un poco en sí, se dio cuenta de que todo había
sido un sueño del que acababa de despertar, en aquella cama que ahora se le
antojaba demasiado grande. Llevaba ya siete meses tomando dos gramos de trankimazin
para poder conciliar el sueño, y el caso es que la medicación le había alterado
las constantes vitales de su vida, y no le había resuelto el problema por el
cual las tomaba, el sueño. Ella era de sueño profundo. Amante del descanso tempranero
y del madrugar, siempre juró entre
amigos y conocidos que nunca se le habían pegado las sábanas. Al menos hasta el
momento en el que su mundo se desmoronó. Contaba ya los sesenta y cuatro
abriles y si algo le pidió siempre al destino, era el privilegio de no
presenciar el último cumpleaños de su propia mitad, Alejandro. Pero la vida es
tan cruel y tan maravillosa a la vez –admitió asintiendo con la cabeza-, que
ahora se encontraba sentada en el borde de su cama a las cuatro y cuarto de la
madrugada, como una goleta varada y sola, desarbolada en una playa. Él había
sido su universo absoluto y completo. Su razón de ser, su vitalidad y el
sentido de su existencia. Escritor de pro y profesor en la facultad de física,
era un hombre fascinado por la astrología y el universo de los planetas, así
como investigador. Alejandro decía tener dos amores reconocidos en el mundo, su
compañera y la Luna. Y el caso es que fue por causa de este astro, el motivo
por el que se conocieron en aquel claro del páramo junto a la que ahora era su
casa. Ella tenía diecisiete años y había tenido una fuerte discusión en casa
con su hermano mayor, por cuestiones familiares. Salió enrabietada de casa y se
marchó sin un rumbo fijo, solo con el deseo de evadirse de los gritos de
aquella casa que cada día le superaba más; y el páramo siempre fue su lugar
predilecto pues estaba junto al pueblo. Los humedales y el graznar de las aves
que lo habitaban, siempre despertaron en ella una filiación desconocida con
aquello. Y fue precisamente allí, en un claroscuro, donde tropezó con un
desconocido que admiraba la luna con un extraño artilugio llamado astrolabio. Conversaron,
hablaron hasta el amanecer, él le explico aceleradamente los movimientos y características
del blanco astro y allí surgió una unión y complicidad que con el tiempo se configuraría
en aquello que algunos llamaban una sola cosa, su vida de pareja. No les
bendijo la vida con hijos, pero ellos solos se bastaban para tener conocidos
que hacían las veces como tales. Alejandro y ella eran personas comprometidas
con el pueblo y la cultura, hasta el punto de editar el primer periódico local
de la comarca. No se le podía pedir más a la vida, hasta que en aquella madurez
Alejandro sufrió un ictus dando clase en la facultad, que le inmovilizó gran
parte del cuerpo, por lo que su expresividad quedó anulada casi al cien por
cien. Es tremendo como te cambia la vida en un plis plas, pensó ella en
aquellas horas de la noche desvelada en su habitación. Lo que más le
atormentaba es que desde que Alejandro sufrió el ictus, hasta que un infarto celebrar
se lo llevó de este mundo; en aquellos cuatro meses no pudo despedirse de él ni
comunicarse con él. Siempre pensó que él le escuchaba, pero los médicos le decían
que su compañero de vida, ya no pertenecía a este mundo. Antes de aquel fatal
desenlace, Alejandro le decía que tenía unos fuertes dolores de cabeza localizados
en tal cual parte del cerebro, pero nunca pensaron en que pudieran derivar en
un ictus y una muerte prematura a los cuatro meses. Desde que esparció las
cenizas, llevaba enclaustrada en casa casi siete meses, exceptuando el día que
salió para votar y un par de ellos por asuntos de bancos y el médico. Sencillamente
no podía. No sabía. No entendía como podía vivir o seguir viviendo…, sin
Alejandro. Sintió que le faltaba la respiración y abriendo la ventada de la
habitación asomó la cabeza al frescor de la noche. Respiró hondo varias veces
con los ojos cerrados, percibiendo el olor de las plantas aromáticas del patio
y la humedad proveniente del cercano páramo.
Por un momento se fijó allí, en la
lejanía. ¿Otra vez aquel destello? Se preguntó. Instintivamente miró la luna
que estaba llena a más no poder y calló en la cuenta de que, si bien ella se
había asomado a la ventana varias veces durante las noches en las que se
desvelaba, siempre vio el destello de luz en el páramo cuando la luna estaba
llena. Algo que no pudo explicar la estremeció, pero se convenció así misma de
que había sido un cambio de temperatura lo que la había destemplado. Tras un
pis volvió a la cama y se acurruco en su lado, sin ni siquiera invadir un
milímetro del espacio que hubiera ocupado Alejandro de estar junto a ella. Nuevamente
no podía dormirse. Su pensamiento estaba en aquel destello de luz en la noche. Se
dijo que había cien explicaciones posibles para que aquel pequeño rallo de luz
incidiera en su ventana y en su campo de visión de aquella manera tan concreta,
casualidades de la vida. Pero ella no creía en la casualidad. No supo de dónde
sacó el valor para salir de la cama, pero se puso unos calcetines disparejos sin
darse cuenta, cogió una gran pashmina de la cómoda, el teléfono móvil para
utilizarlo como linterna; y saliendo por la puerta de atrás del patio, se
enfrento a la oscuridad para descubrir el lugar desde el que provenía el
destello. No tuvo que caminar demasiado, ni siquiera adentrarse en la zona del
humedal para darse cuenta del sitio escaso desde el que venía la luz; el claro
del páramo en el que Alejando y ella se conocieron. Avanzó poco a poco,
asimilando la posibilidad de llegarse a una sorpresa formidable; pero la
realidad era aun más aplastante. Y esa realidad le recordaba que su compañero
de vida ya no vivía para este mundo. Cuando llegó al lugar miró hacia su casa y
comprobó que desde allí se veía perfectamente la ventana de su habitación. Alguien
había colocado de manera certera un trozo de cristal, que a buen seguro era la
base de una botella certeramente recortada y pulida. Cogió el cristal y lo
elevo hacia la luna para verla a través de él y se quedó sin habla al ver
tallado en el cristal la palabra “Alex”, el diminutivo por el que ella llamaba
cariñosamente a su fallecido compañero. No supo qué hacer ni que decir, pero
algo le decía que aun había cosas por descubrir. Si no, ¿a qué venía aquel
destello de luz lunar preparado por alguien de una manera determinada? Podría
indicar algo concreto. Busco por el claroscuro algo con lo que poder remover la
tierra y solo encontró una dura vareta de un almendro cortado en dos por un
rallo. Raspó el terreno hasta que logró desprender algunos terrones húmedos de
tierra cuando a varios centímetros tierra adentro chocó con algo parecido a
metal. Varios minutos después tenía entre sus manos una pequeña lata roja embarrada
de chocolatines, los preferidos de Alejandro. Sus nervios estaban a flor de
piel cuando quitó el precinto que rodeaba la caja y vio en el interior un
pequeño sobre con un nombre escrito en él, Charo. Su propio nombre. Las lágrimas
pugnaban por salir pero estaba ensimismada con el descubrimiento. Sin pensar ni
siquiera en coger un gran catarro, se desparramó desecha en el suelo y superada
por los acontecimientos abrió el sobre y leyó el papel que había manuscrito en
el interior, era la letra inconfundible de Alejandro. “Querida Charo, si estás leyendo
estas letras es posible que yo me haya marchado al océano remoto de astros que
habitan el cielo. Las pruebas médicas que nos hicimos de carácter rutinario en
la facultad me advirtieron del riesgo de problemas celébrales, y me horrorizaba
el pensar que pudiera sufrir un ataque de tal magnitud que me hubiera dejado
sin posibilidad de comunicarme contigo y despedirme. Charo, tienes que seguir. Si
has llegado hasta aquí, es porque tu vida se ha transformado en infelicidad,
has perdido el sueño y no tienes ganas de estar en este mundo. No quiero verte
ni sentirte infeliz desde la dimensión en la que ahora me hallo. Hemos vivido
la vida en plenitud y hemos disfrutado y viajado. ¿Recuerdas cuando visitamos
la muralla china? Me dijiste que se te quedaba corta, pues estabas dispuesta a
andar conmigo aun una distancia más larga y eterna. Pues eso te pido hoy Charo,
que sigan caminando y que sigas viviendo. Lo mejor de mi vida has sido tú,
cariño. Y creo poder sacar pecho al admitir que yo he sido lo mejorcito de la
tuya…jajaja. No te rindas mujer. Alguien se tenía que marchar antes y si estás
leyendo esta carta, doy gracias al destino porque he sido yo el que te ha
pillado la delantera. Debes seguir floreciendo en el mundo al que todavía perteneces.
No te cierres a nada Charo. Se tu misma, sintiéndome en cada suspiro de aire
del páramo y en cada noche de luna llena en la cual nos amamos de manera
apasionada. Hay gente que te necesita en cuestiones que los dos hemos sacado
adelante. Y si yo no estoy, debes estar tú. Es mucho el amor que nos hemos
tenido, Charo. Demasiado grande y demasiado poco para nosotros. Pero como solíamos
decir, la vida es así de cruel y así de maravillosa. Sigue tu ritmo, no de
abandones ni te alejes de tu destino y tu educación en la vida, y ten seguro de
que en tu pensamiento, en nuestra casa y sobre todo en nuestros familiares y
amigos, nunca nunca te olvidaré. Desde el mismo lugar en el que hace 47 años
nos conocimos, te dejo un beso eterno mi querida Charo. Te quiere siempre, tu
Alejandro. No supo cuanto tiempo lloró en el claroscuro aferrada a la
carta bajo aquella luna que la alumbraba en la nocturnidad, pero regreso a casa
siendo aun de noche. Se lavó la cara y se cambió de camisón. Volvió a meterse
en la cama no sin antes abrir las cortinas para que entrara la luz de la luna llena
que invadió la mitad de su cama, la parte de Alejandro. Sin pensarlo se deslizó
bajo las sábanas y ocupo el lugar que fuera de su compañero abrazando la
almohada. Sintió la luz de la luna sobre ella y de alguna manera se sintió
reconfortada. Solo una lágrima se deslizó por sus mejillas, pero era de
gratitud. Tras siete meses de angustia y sobresaltos, Charo consiguió quedarse
profundamente dormida.
Con mis mejores deseo, para todas las personas que afrontan la perdida de un ser querido, esposo/a, Hijo/a, amigo/a...etc. Permita el destino, que siempre haya opción para la esperanza y para la vida. Un abrazo fraterno de Floren.