Señor, no hagas de mí un verdugo,
pero te pido que no me conviertas tampoco
en un corderillo a merced de verdugos despiadados.
Ayúdame a decir las verdades
en presencia de los poderosos;
y que nunca trate de expresarme con falsedades
para ganar votos o aplausos de los débiles.
No me dejes acusar a mis opositores
de que no aprueban mis procedimientos
o no comulgan con mi manera de ver las cosas.
Si me colmas de riquezas, no me arrebates la felicidad;
si me concedes poderes, no me quites el buen juicio;
si me das triunfos, no me hagas perder la humildad;
si quieres que sea un servidor humilde,
que lo sea con dignidad.
Aléjame de los males de la codicia,
dame la virtud de gozar y disfrutar
con el bienestar de mis semejantes;
enséñame a hablar y a juzgar mis actos
antes de condenar la conducta de los demás.
Apártame del mal de pasiones infundadas;
y en mis fracasos, líbrame de una decepción fatal.
Recuérdame que una derrota es una prueba
que quizás anteceda a la cima del éxito.
Si me despojas de mis bienes, dame fortaleza
para sobreponerme a la adversidad;
si me quitas la salud, dame el apoyo
y los recursos de la fe.
Si incurro en ofensas a cualquiera de mis semejantes,
dame valor para pedir disculpas,
y si me ofenden, te pido el valor de saber perdonar.
(Elías Saad)