Cuando escribí hace unos años “El
lodazal del Jordán”[1], ya
pensaba en ciertas cosas que omití entonces, para no hacer de insoportable
lectura el artículo. Pienso muchas veces, en la cantidad de personas que siendo
bautizadas en su momento, hoy en día viven sin tener nada que ver con el catolicismo.
Sí, digo bien, catolicismo.
Estoy plenamente convencido –y lo he escrito
bastantes veces- que los que decimos estar en comunión con la Iglesia,
debiéramos de estar muy atentos a ejemplos de vida que muchas personas ofrecen,
sin hacerlo directamente en nombre de Jesús; pero ofreciendo solidaridad,
respeto fraternidad…etc[2].
El bien
en sí mismo es un principio de humanidad, y prestarse a ello es dar lo mejor de
uno mismo en pos de la creación, donde resaltamos de una manera notable, tanto
en el aspecto positivo como en el negativo, los hijos de Dios. Es por ello, que
siempre he estado a favor de dar todo el significado posible a los símbolos. Intentaré
explicarme.
Cuando pienso en el bautismo de Jesús, veo a un Jesús que se presta
a realizar un símbolo aun sin necesitarlo. Él era el hijo de Dios. Y si bien es
verdad que el bautismo de Jesús por Juan en el Jordán, la apertura del cielo y
aquella voz que se oyó, responde a una epifanía más de Jesús; también es verdad
que Jesús se presta a que le echen en la cabeza un agua que no necesita por ser
el Hijo de Dios, con el nombre sobretodo nombre.
Al uso de este tema, entiendo
la necesidad de muchas personas que por estar, vivir o encontrarse en unas
determinadas circunstancias, pueden tener una acogida fraterna en nuestra Iglesia,
pero una acogida a medias e incluso me arriesgo a decir hipócrita, ya que se
les cierra la puerta a los sacramentos o determinadas ceremonias simbólicas.
Estos
al contrario de los que ignoran su bautismo, desean dar plenitud a su condición
de bautizados pero no encuentran lugar en la “comunidad eclesiástica” al no
vivir una circunstancia “normal” o conforme al derecho canónico. En cierto modo
(y es algo que he dicho muchas veces) nuestra Iglesia, aun tras la venida de
Jesús y todo lo que de nuevo inaugura, sigue empecinada en dar cumplimiento a
la antigua economía de la salvación.
Economía que se basa en: te salvas si
cumples la ley, exclusivamente. La Nueva Economía de la salvación que inaugura
Jesús, se basa en el amor exclusivamente. O sea, te salvas si amas. Eso es
suficiente para Jesús. Que nos ofrece en su bautismo lo que yo entiendo por un
acto sencillo que puede realizar cualquier persona por si misma o de manos de
otra persona, siempre que desee, no ya formar parte de la Iglesia y participar
de la vida “cultual” y tradicionalmente sacramental; sino simplemente
considerarse seguidor de Jesús y miembro de la comunidad cristiana.
Es curioso
como muchas personas critican el anquilosamiento del magisterio eclesiástico,
pero luego en sí mismos son más papistas que el papa (salvando de ello al
propio papa que es fraternidad absoluta y un claro ejemplo de lo que estoy
defendiendo aquí).
Cualquiera haciendo gala de un buen grado de ignorancia, es
capaz de pedir que la Iglesia venda el Vaticano para dárselo a los pobres, pero
es incapaz de asimilar que Jesús defiende ante todo en su vida la dignidad, la
salud universal y el AMOR con mayúsculas, se dé entre las personas que se dé. Aquí
ya se le ponen a muchos la mosca tras la oreja, pero es el tema de fondo de
este artículo. La acepción de personas que hacemos de una manera colectiva (en la
Iglesia) o individualizada.
Hoy y ante una ceremonia no canónica que realicen
seria y responsablemente unas personas incluso en el nombre de Jesús y
atendiendo Su Palabra, pero donde no haya un sacerdote, digo que es fácil que
se tilde esa ceremonia de “paripé”, burla o incluso de cachondeo. Pero si me
mira de manera objetiva, en primer lugar se aprecia que el marco celebrativo -por
ejemplo de una boda- no garantiza de ningún modo la durabilidad de unión y ni
mucho menos el amor de la pareja. Además, todo lo que se relativiza aunque sea
en nombre de Jesús, creo que una ofensa al propio Hijo de Dios que nos dijo
algo irrenunciable, y es que podemos reunirnos en su nombre para que Él esté en
medio de nosotros[3]. Acabo.
Ojalá nuestra iglesia pueda ser en algún momento autentica comunidad, porque en
la actualidad no lo es, ya que excluye a muchos.
Ojalá se dé a los laicos el
papel fundamental que tienen en la Iglesia y se deje de subordinarlo todo al
ministerio del presbiterado.
Ojalá se deje lo que yo considero una huída hacia
adelante, la pastoral de la obligatoriedad y la obligada formación impartida
mayoritariamente por los no formados ni cristiana ni teológicamente.
Ojalá se dé
respuesta a aquellos que necesitan un marco celebrativo no canónico para
celebrar en nombre de Jesús.
Ganaríamos todos, pero la que más ganaría sería la
Iglesia, porque sería sin posibilidad ninguna de acepciones, una comunidad autentica
de paz y amor.
Insisto en felicitaros el 2018.
Fraternalmente, Floren.
HIMNO DEL AMOR – Pedro Casaldáliga, Obispo.
Si yo tuviese en mí todas las emisoras
y todos los tablados de rock del mundo entero
y los altares y cátedras y los parlamentos todos,
mas no tuviese Amor,
yo sería ruido sólo, ruido en el ruido.
Si yo tuviese el don de adivinar
y el don de llenar estadios
y el don de hacer curaciones
y una supuesta fe, capaz de trasportar cualquier montaña,
mas no tuviese Amor,
yo sólo sería un circo religioso.
Si yo distribuyese
los bienes que gané mal – quién sabe, quién no sabe-
en cestas de Navidad
y en aireados gestos caritativos
y fuese capaz de dar mi salud
en prisas y eficacias
más no tuviese Amor,
yo sólo sería imagen entre imágenes.
Paciente es el amor y predispuesto, como regazo materno.
No tiene envidia ni se vanagloria.
No busca el interés como hacen los bancos:
sabe ser gratuito y solidario, como la mesa de Pascua.
No pacta nunca con la injusticia, nunca.
Hace fiesta de la Verdad.
Sabe esperar, forzando con coraje las puertas del futuro.
El Amor no pasará, pasando todo lo que no sea él.
En la tarde de esta vida nos juzgará el Amor.
Inmadura es la ciencia y gateando,
inmadura la ley, juguete el dogma.
El Amor ya tiene la edad sin edad de Dios.
Ahora es un espejo la luz que contemplamos,
un día será el Rostro, cara a cara.
Veremos y amaremos como Él nos ve, como nos ama.
Ahora están las tres:
la fe, que es noche oscura,
la pequeña esperanza, tan persistente;
y él, el Amor, que es el mayor.
Un día, para siempre,
lejos de toda noche y toda espera,
ya sólo será el Amor.