(Publicado en la Revista "Blanca y colorá" de la Hdad. del Dulce Nombre de Jesús de Estepa, Cuaresma 2018 nº 15)
Me acerco de puntillas a este
tema tan recurrente en la cuaresma. ¿Seríamos capaces de estructurar una
cuaresma sin el pecado y todo lo que representa? Quizás sería posible, pues en
cuaresma a los cristianos se nos suele pasar por entre los dedos lo fundamental,
que cuaresma es preparación para la Pascua, no preparación para la semana
santa. Pero solemos hacer un uso desbordado del pecado, para circunvalar toda
la cuaresma en torno a esta condición negativa. Está claro que, definamos el
pecado de una manera u otra, este existe. Así es.
Y existe, no porque esta
condición nos haga opositores a Dios, ni mucho menos (luego me explicaré), sino
porque el pecado simplemente nos aparta de Dios. El origen del ser humano es algo
sobre lo que mucha gente duda. Se nos mostró en la infancia el relato de Adán y
Eva y se nos dio por bueno y absoluto, y eso es un error. Hay que partir de la
base de que se tenga la opinión que sea al respecto, en toda la creación del
mundo y la evolución humana está presente la mano de Dios que por amor nos crea.
Las últimas investigaciones al respecto apuestan por el poligenismo (varios
orígenes) de la evolución humana, con lo cual no podría ser verosímil la idea
de dos únicos seres en el mundo, desde los cuales se expandió el ser humano.
Si bien es verdad que la
antropología centra en el África Subsahariana el origen de la especie (Homo habilis), varios hallazgos
importantes al respecto por todo el mundo, identifican la evolución humana como
un hecho contrastado y factible. Prueba de ello son los descubrimientos de
“Altamira” y los importantes hallazgos de la cueva “Denisova” en Siberia,
además de otros. O sea, el ser humano emergió progresivamente en la tierra. Aun
así, consideraremos siempre a Adán (que significa hombre) y a Eva (que significa vida)
padres de la creación, pues en ellos está representado todo el género humano.
Ahora bien. El libro del
Génesis, libro del origen de la creación, nos ofrece en su comienzo dos relatos
de la creación. Uno a continuación del otro. Si bien es verdad que el primero
(Gn 1,1-31.2,4) es el que se centra de una manera concreta en la creación de
todas las cosas y seres, por parte de Dios; el segundo (Gn 2,4ss) igualmente
explicita lo creado, pero ahondando de una manera relajada y extensa en la
causa de la desobediencia del hombre y la mujer, constituyendo así lo que
denominamos el “pecado original”. Es más, este segundo relato tiene como
objetivo primordial el dejar claro por medio de la desobediencia, que el ser
humano aunque es la obra prima de Dios y especie en la cual Dios mismo se nos
revelará (Juan 1,1ss), está sujeto a la imperfección y por ello nunca se podrá
igualar a Dios.
Es un relato que en absoluto
es escrito en primer lugar en la biblia, sino que es escrito en el siglo X.aC,
como resultado de las reflexiones de un grupo de sabios de la corte del rey
Salomón, en una etapa de solidez para Israel. Por ello, es notable como los
humanos arrastramos pesadamente nuestra condición pecadora, abundada de una
manera machista por los hagiógrafos del Génesis, al situar a la mujer como
causa y origen de la tentación. Nada más lejos de la realidad, pues como he
dicho antes este relato no es histórico. Es lo que denominamos los estudiosos
de la biblia un escrito “etiológico”,
en cuanto a que perteneciendo al pasado puede dar respuesta al presente, con
los conocimientos de hoy. Para contextualizar el pecado hoy, debemos partir de
la consideración de dos aspectos primordiales.
El primero consiste en que es
imposible ofender o pecar contra Dios. Imposible. Lo que el cristianismo
arrastra de la tradición judaica junto al pensamiento clásico, nos hacen
idealizar a Dios en el cielo, como recurso ante lo que nos supera y
fundamentalmente manipulable hacia los intereses individuales o colectivos.
Pensamos en Él como un anciano venerable de blanca barba. Alguien que nos
abrazará el día de mañana en el otro mundo…etc. Y el que así lo piense mejor
para él. Pero Dios es mucho más que todo eso. Dios es el TRASCENDENTE, el que
nos supera desde todas las perspectivas posibles respecto a pensamiento, medida
o percepción. Es inconmensurable pues todo lo puede, está en todo y por todo,
pues es la causa de todo. Y como nos enseña la pneumatología, su esencia (partícula) está en todo lo solido,
material o inmanente (relativo a espiritual) que puebla el universo.
El segundo aspecto importante,
es que tal y como concebimos el pecado desde la antigüedad, en cierto modo el
primer perjudicado por el pecado es Dios mismo. “Porque la imagen de Dios, que
resulta del pecado y sus castigos, deforma la realidad de Dios hasta el punto
de que se puede hablar de un auténtico esperpento” (J.Mª Castillo-Doctor en
Teología). Y es precisamente la deformación clásica a la que ha sido sometida la
imagen de Dios, la causante de que mucha gente se haya apartado de Él, cansados
de rigorismos y de un Dios –que según nos han enseñado desde pequeños- parece
que castiga más que ama. ¡No hagas tal o cual cosa, no te toques, no pienses,
cumple la ley, no esto, no lo otro…etc, que te castiga Dios! O esa expresión
tremenda ante las catástrofes: “esto lo manda Dios”.
Es cierto que en estos
aspectos hay mucho de culpar a Dios porque no se puede culpar a nadie más, así
como la nula explicación que tiene el origen del mal, otro tema recurrente. Lo
cierto y verdadero es que desde tiempo inmemorial se ha asociado el mal con
Dios y esto es un error no solo de forma, sino de fondo. Los estudiosos de la
biblia sabemos que hay más de mil citas en las que Dios amenaza con muerte o
destrucción. Y unas cien citas en las que Dios mismo ordena asesinatos incluso infanticidios
(Jr 51,20-24), mostrando “Ein heiliger und gefährliger gott” (un Dios santo y
peligroso) como afirmo el erudito teólogo y jesuita alemán que hemos leído, Raymund
Schwager.
Esto es duro, sí. Lo es. Duro
e injusto. Porque si bien la biblia entendemos es inspirada por Dios, también
los acontecimientos narrados en el A.T. han sido sometidos a la interpretación
humana y a su deformación, en muchos casos por justificar las acciones de
Israel para legitimar sus ansias nacionalistas acontecidas a lo largo de la
historia. Esto es así. El Nuevo Testamento y todo lo que representa, también se
sustrae en muchos pasajes a la similitud de Dios=Venganza=Pecado. “Sin derramamiento
de sangre, no hay perdón” (Heb 9-13). Poner esta cita en boca de Dios, es una
autentica barbaridad, porque dinamita la dimensión paternal y maternal de Dios,
que por pura gracia nos dio la vida. Pero es cierto que en el Nuevo Testamento
sucede algo formidable, y es que se nos revela el autentico rostro de Dios
mismo.
Que no es solo el rostro de Jesús el
carpintero de Nazaret, sino que el mismo Jesús, prefiguración del rostro de
Dios, siendo humano encarna en sí mismo a todo el género humano que es objeto
de la creación de Dios y por ende de su amor; así como también es el ser humano
el objetivo primordial del mal, causado de manera individual y colectiva.
Naturalmente desde este aspecto primordial si es posible, no ya ofender a Dios
mismo; sino que le ofendemos en esa persona en la cual Él se encarna,
constituyéndola portadora de la gracia, templo del espíritu santo y manos y
rostro suyo. He dicho muchas veces que Jesús de Nazaret se pasó toda su vida
pública abrazando a los que estaban al borde del camino, restaurándoles su
dignidad.
Por ello, todo debe ir
acompañado de una praxis, de una buena acción. Todos conocemos el dicho de
“obras son amores y no buenas razones”. ¿Dónde dejamos a Dios cuando
violentamos, gritamos, despreciamos o insultamos a alguien? ¿Obtendremos el
perdón? Sí, desde luego que sí. Si no nos perdonan en el confesionario
acabaremos perdonándonos a nosotros mismo, aunque esta última opción sea
equivocada, tanto en su forma como en su fondo. Lo es, porque el perdón tanto personal
como eclesiástico jamás lleva consigo aparejada una amnistía general. Me
explico.
El perdón jamás exonera de la
responsabilidad del daño causado o la falta cometida. No puedes dejar ahí sin
más esa situación convulsa que tú has creado. No puedes marcharte tras haber
violentado a una persona con gritos o golpes. No. Si no actúas pero pides
perdón, realizas una pantomima de primer orden. Aquí deben ir de la mano
aquello de acción-reacción. ¿Cuánto cuesta restablecer la confianza? Una
eternidad, pero hay que ponerse a ello y sembrar ocasiones de fraternidad,
respeto y paz.
Nunca debemos olvidar que el
Espíritu Santo antes de residir en nuestras iglesias, habita en la persona. En
cada ser humano, sea creyente o no creyente, reside la esencia de Dios que hace
del hombre y la mujer su último proyecto, perfeccionado en la persona de Jesús,
el Hijo del Hombre, que por gratuidad nos ofrece su misma gracia, don de dones
= JARIS. Pensemos pues, antes de tirar la piedra. Solo así seremos fraternos y
misericordiosos y haremos gala de Seres Creados por Amor de Dios y para la vida
del mundo. Feliz camino a través del desierto cuaresmal.
Florencio Salvador Díaz
Fernández.
Estudiante de Teología y
Sagrada Biblia