Hoy es día de todas las santas y de todos los santos. No es el día de los difuntos, ese día es mañana. Si mañana es día de tristeza, luto y memoria, hoy es día de gozo y de alabanza y gratitud por el testimonio –sobre todo- de todas las personas que de manera anónima, vivieron su vida de manera que les hizo alcanzar la santidad.
¿Qué es ser santo o santa? ¿Cómo se alcanza la santidad?
Desde luego, no proponiéndoselo como una meta para conseguir un mérito determinado. Y ahí es donde comenzó la subversión de este concepto desde que allá por el siglo III Cipriano de Cartago, recomendara la máxima diligencia en la investigación de quienes se decía habían muerto por la fe. Ello se debió a que era el pueblo quien declaraba la santidad de cualquier persona como “santo súbito”.
Pero la jerarquía católica nunca ha sido favorable al libre juicio del pueblo de Dios, y se arrogaron la potestad exclusiva de declarar lo que se llama la canonización. Proceso que hoy en día está más que cuestionado en procesos tales como los de José María Escribá de Balaguer fundador del instituto ultra conservador “Opus Dei” y la canonización de Juan Pablo II que protegió y silencio miles de casos de abusos sexuales en la iglesia de los que tenía conocimiento.
Cuestiones de importancia capital que impedirían la canonización de estas personas si no fuera por los intereses que se mueven en derredor y que son más políticos que otra cosa.
¿Cuánto se tardó en canonizar a Oscar Romero, mártir por la libertad del pueblo salvadoreño? Pues eso.
Volviendo al tema central. “Solus sanctus” proclama la liturgia a Dios, el solo santo. La santidad proviene de la expresión semítica “qôdes (elemento o cosa santa), derivada de una raíz que significa “cortar, separar” y pretende con su significado orientar la idea de alejar o separar de lo profano todo aquello que está revestido de un halo de pureza, luz o una característica trascendental.
La biblia tal y como la conocemos, asumió de las lenguas semíticas de próximo oriente esta expresión de “santidad” y la atribuyo a Dios –Yavhe- y todo lo que le rodea, estableciendo por medio de la fenomenología un propio estatus de todo lo que es o puede llegar a ser santo.
Pero es muy curioso que toda la norma establecida para la santidad, Jesús la desmonta con un breve discurso a sus discípulos.
Sí. Sé que es una interpretación muy personal pero lo creo firmemente. Porque en el antiguo testamento la santidad se establece con unos parámetros determinados de ritos, purificaciones…etc. Luego la Iglesia lo estructura a través del código de derecho canónico y la sagrada congregación de los santos. Normativas, leyes, cánones…etc.
Pero Jesús de Nazaret nos muestra otro camino diferente. No digo que pase por encima de nada, pero nos ofrece –quizás- un camino más radical y más al alcance de la gente corriente. Jesús nos ofrece para alcanzar la santidad un camino de bienaventuranza.
Por favor, lee atentamente estas palabras de Jesús a sus discípulos:
“Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.” (Mateo 5,1-12)
Te has dado cuenta de que Jesús NO hace referencia a ninguna práctica religiosa concreta. Te has dado cuenta de que no te pide que reces o vayas a tal o cual sitio o asistas a misa o hagas lo que sea que hagas para alcanzar lo que TU consideras que es santidad.
No. Jesús nos muestra el camino de la santidad en tu propia vida, en mi propia vida. Es fácil, solo hay que ponerse en camino y trazar una senda de HUMANIDAD que nos lleve a parecernos a la revelación del “santo de los santos” (Dios”, Jesús de Nazaret el hijo de José y de María.
Termino. Recuerdo aquí unas palabras de Jon Sobrino en el diccionario teológico del amigo Juan José Tamayo Acosta en el capítulo “Practicar a Dios”. Dios es verdad, Dios es vida y en Jesús se hace humanidad.
Por ello, creo que deberíamos de seguir con toda práctica religiosa que nos apetezca, es algo que no tiene porqué restar yo mismo rezo a diario la liturgia de las horas. Pero proponiéndonos un objetivo no de santidad, pero sí de bienaventuranza, de dicha y de felicidad al saber que pasamos por el mundo haciendo el bien.
Jesús renunció a la realeza a la pompa. Devolvió la dignidad a la mujer y a los enfermos la salud. Fue ejemplo de amor y ternura. ¿Qué mejor testimonio podemos seguir?
Pues como él, muchas mujeres y hombres fueron bienaventurados en la obra, en el campo o en la ciudad. Sacando a su gente adelante como pudieron, guardando cuatro perras para que los hijos pudieran tener un porvenir y haciendo –como decimos en el pueblo- manguillos y capirotes para llevar adelante la vida de la mejor manera posible, amando y queriendo a la gente y siendo BUENOS desde el más absoluto anonimato.
Hace setenta años mi abuela Concha con hijos pequeños y uno de ellos minusválido, salía a coser a las casas de las señoras pudientes del pueblo. Le daban de merienda un trozo de pan y chocolate a media tarde. Ella se lo guardaba para sus hijos y le decía a la señora que se lo había comido allí en el trabajo. Hasta que la señora se dio cuenta y en adelante le daba la merienda para ella y otro tanto para sus hijos. Eso es santidad tanto por parte de la una como por parte de la otra.
Feliz día de todos los santos.
Fraternalmente, Floren.