Cuarenta días de esfuerzo
de otras cuarenta batallas,
cuarenta lágrimas vivas
que se fueron resbaladas
hacia senderos de espumas
de sal y de arenas blancas.
Cuarenta noches de ensueño
para que el cuerpo se abra
a la eterna conversión,
cuarenta heridas desgarran
cada uno de mis miedos,
cada una de mis faltas,
cada una de mis cuitas
cuarenta son las mañanas
que me llenan de Cuaresma
y me llaman a mudanza.
Cuarenta son mis promesas
arraigadas en el alma,
cuarenta mis decisiones
de cambiar lo que me arrastra
hacia el dolor y el desvelo,
cuarenta espinas se clavan
en mis manos cuando olvido
que Cristo espera que salga
proclamando salvación
de nuevo en Semana Santa.
Helicón
Publicado por José María Díaz Fernández para RIMARIMANDO el 3/09/2011