El Sagrado Corazón, hoy.
Toda la teología de esta fiesta
impulsada por Inocencio III, tiene su fundamento en Juan 19,34. Literalmente
dice el evangelista: “Sin embargo, uno de
los soldados le atravesó el costado con una lanza, y al momento salió sangre y
agua”. Sin lugar a dudas, el acto
es explicado como la certificación de la muerte de Jesús y lo que
posteriormente vendría, la vida ulterior. Como detalles del asunto, denotar que
en la biblia griega, se nos dice que “un
soldado, con su lanza, le abrió
(aperuit) el costado”; mientras que
la Vulgata se apoya en antiguos códices y afirma que el soldado (huoixeu) atravesó, según el verbo griego más probable,
correspondiente al del texto profético de Zacarías, “entonces mirarán al
que traspasaron, y harán duelo y llorarán por él como por la muerte del hijo
único o del hijo primogénito” (Zac 12,10).
Y toda esta fiesta, radica en la contemplación de la
muerte de Cristo por amor a nosotros. Un amor, que nace del corazón; símbolo
desde tiempo inmemorial de los sentimientos de la persona y su alto valor
amoroso.
Reinaré, reza aun en esa plaquita esmaltada que con
el corazón de Jesús en el centro, aun se encuentra en la parte superior de
muchas casas en el pueblo. La piedad popular, siempre ha favorecido la
contemplación de estos misterios, y es algo muy valioso, porque al menos pone
al sujeto en contacto con la sensibilidad humana de Jesús, el hijo de Dios.
Pero, esta fiesta quedó estática, como exclusiva de
la veneración de este misterio. A día de hoy, somos bastantes los que
consideramos que entre las muchas interpretaciones posibles, está la de ver en
ese corazón de Jesús, en primer lugar el corazón de cada hombre y cada mujer,
que se entrega constantemente por una noble causa. Jesús nos ama, sí. Nos asiste
con su Espíritu y desea que demos cumplimiento a ese amor que de él se deriva.
Hacer la vida más fácil a la gente, no atormentar
con legalismos y piedras de molino insoportables hasta para nosotros mismos,
aplicar la amorosidad y el sentimiento humano a cada momento de la vida. Es lo
principal, todo lo demás es añadidura que se puede vivir con más o menos
fervor.
Quien no sea hospitalario, fraterno y comprensivo,
que no pretenda venerar este misterio humano, del amor que Jesús nos tiene.