CARTUJO CON LICENCIA PROPIA
miércoles, 25 de diciembre de 2013
viernes, 20 de diciembre de 2013
PERLAS DE PAGOLA PARA EL FINDE - EXPERIENCIA INTERIOR
4 Adviento (A) Mateo 1, 18-24
EXPERIENCIA INTERIOR
El evangelista Mateo tiene un interés especial en decir a sus lectores que Jesús ha de ser llamado también“Emmanuel”. Sabe muy bien que puede resultar chocante y extraño. ¿A quién se le puede llamar con un nombre que significa “Dios con nosotros”? Sin embargo, este nombre encierra el núcleo de la fe cristiana y es el centro de la celebración de la Navidad.
Ese misterio último que nos rodea por todas partes y que los creyentes llamamos “Dios” no es algo lejano y distante. Está con todos y cada uno de nosotros. ¿Cómo lo puedo saber? ¿Es posible creer de manera razonable que Dios está conmigo, si yo no tengo alguna experiencia personal por pequeña que sea?
De ordinario, a los cristianos no se nos ha enseñado a percibir la presencia del misterio de Dios en nuestro interior. Por eso, muchos lo imaginan en algún lugar indefinido y abstracto del Universo. Otros lo buscan adorando a Cristo presente en la eucaristía. Bastantes tratan de escucharlo en la Biblia. Para otros, el mejor camino es Jesús.
El misterio de Dios tiene, sin duda, sus caminos para hacerse presente en cada vida. Pero se puede decir que, en la cultura actual, si no lo experimentamos de alguna manera dentro de nosotros, difícilmente lo hallaremos fuera. Por el contrario, si percibimos su presencia en nuestro interior, nos será más fácil rastrear su misterio en nuestro entorno.
¿Es posible? El secreto consiste, sobre todo, en saber estar con los ojos cerrados y en silencio apacible, acogiendo con un corazón sencillo esa presencia misteriosa que nos está alentando y sosteniendo. No se trata de pensar en eso, sino de estar “acogiendo” la paz, la vida, el amor, el perdón... que nos llega desde lo más íntimo de nuestro ser.
Es normal que, al adentrarnos en nuestro propio misterio, nos encontremos con nuestros miedos y preocupaciones, nuestras heridas y tristezas, nuestra mediocridad y nuestro pecado. No hemos de inquietarnos, sino permanecer en el silencio. La presencia amistosa que está en el fondo más íntimo de nosotros nos irá apaciguando, liberando y sanando.
Karl Rahner, uno de los teólogos más importantes del siglo veinte, afirma que, en medio de la sociedad secular de nuestros días, “esta experiencia del corazón es la única con la que se puede comprender el mensaje de fe de la Navidad: Dios se ha hecho hombre”. El misterio último de la vida es un misterio de bondad, de perdón y salvación, que está con nosotros: dentro de todos y cada uno de nosotros. Si lo acogemos en silencio, conoceremos la alegría de la Navidad.
(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
martes, 10 de diciembre de 2013
JESÚS, NO VENGAS - REFLEXIÓN DE ADVIENTO
¡¡jesús, no vengas!!
Jesús, no puedes venir si no nos dejamos deslumbrar, si ya no
queda nada que nos cause asombro, si el corazón no se enternece ante el dolor
para dar a luz una vida auténtica.
Jesús, no puedes venir si no allanamos las colinas del odio,
si no ayudamos a construir puentes de cordialidad, si la ternura y la sencillez
no se apoderan de nuestra vida.
Jesús, no puedes venir si no descubrimos en nuestro interior
la otra parte que tantas veces nos falta, la feminidad o la masculinidad que
completa y da sentido a nuestras vidas como personas.
Jesús, no puedes venir si no percibimos la brisa de la
confianza en las noches sin luna de los "cayucos" que se acercan, silenciosos,
como el llanto ahogado, como el soplo del Espíritu, como la necesidad imperiosa
de vivir una nueva vida.
Jesús, no puedes venir si no hacemos un hueco para invocarte,
para darte gracias, para mostrarte nuestra impotencia, para gritar de dolor,
para hablar confiadamente, como con un amigo, de la vida.
JESÚS, ¡NO PUEDES VENIR!
Jesús, no puedes venir si la fe no abarca las acciones por la
paz y la justicia, si el amor no inunda las relaciones, si la solidaridad no
destruye fronteras, si la esperanza no alumbra el horizonte siempre
sorprendente de la vida.
Jesús, no puedes venir si no nos dejamos transformar por tu
Palabra leída en el periódico, escuchada en la radio, ahogada en el lamento de
los pobres que nos exigen una vida digna.
Jesús, no puedes venir si no alzamos nuestra voz contra
quienes causan tanta miseria, si no dejamos de consumirnos, si no abandonamos
una existencia llena de cosas y ausente de vida, para que continentes enteros
puedan sencillamente sobrevivir.
Jesús, no puedes venir si no comprometemos nuestras manos,
nuestras lágrimas, nuestro compromiso, nuestro tiempo y dinero en la
construcción de otro mundo, de otra vida mejor, tan necesaria y posible.
Jesús, no puedes venir si no hacemos de nuestras comunidades
cristianas unos anuncios luminosos que pregonen que podemos ser felices, que
seguirte nos libera, que el Evangelio puede ser realmente una buena y feliz
noticia para tantas personas desencantadas por las desdichas, el sinsentido, el
maltrato en sus vidas.
Jesús, no puedes venir… porque nunca te has ido, porque estás
a nuestro lado en los más débiles, desprotegidos, marginados, porque cuando nos
reunimos en tu nombre, enciendes nuestros corazones y nos animas a continuar
con alegría, a pesar de todos los pesares.
Jesús, no puedes venir, porque el Reino ya está dentro de
nosotros y nosotras. Sólo hay que ahondar, buscar, contemplar, para llegar a
descubrir tu presencia en millones de rostros, para sentirnos hijos e hijas,
hermanos y hermanas, para acercar y hacer visible el amor del buen Padre y
Madre Dios.
Ven y ayúdanos a descubrir la fuente inagotable que nos hará
vivir desde una nueva espiritualidad, basada en el cuidado, la solidaridad, la
alegría y la justicia.
domingo, 8 de diciembre de 2013
CUENTO DE NAVIDAD "RECUPERAR LA ESPERANZA"
Cuento de Navidad, “Recuperar la Esperanza”
Cuando
despertó no sabía dónde estaba, y tardó unos segundos en recordarlo. Estaba en
el sillón de casa adormilado, y a unas horas impropias para dormir pues no era
tiempo de siesta. Miro el reloj, y vio con horror que aun eran las siete de la
tarde. ¡Qué largos son los días!, se dijo.
Pensó que hacer. No tenía ganas de
nada. Se sintió acalorado, pues cuando llegó a casa a medio día, la sala estaba
helada y puso el radiador al máximo; y como se había quedado dormido, la
temperatura dentro del salón era considerable. Puso el radiador en la posición
uno, y decidió levantarse a abrir una de las ventanas para que entrara un poco
de fresco. No lo hizo al final, la dejó cerrada pues pensó que lo único que le
faltaba era resfriarse, y estando solo, era otro problema añadido a su penosa
circunstancia.
El cristal de la ventana estaba lleno de vaho. Paso la mano por
él, y divisó un poco turbio la avenida central de la ciudad y los alumbrados
que anunciaban la próxima Navidad. La calle estaba a rebosar de gente,
comprando, trapicheando, pasándoselo bien. Que distintas son las navidades para
algunos, se dijo Diego.
A sus setenta y tres años, estaba solo y con la
añoranza de su esposa y compañera Adelaida, que ya hacía para cuatro años que
le dejó. Solo tenía la esperanza de que los días pasaran pronto, y que el frío
Enero le trajera las llamativas rebajas que anunciaban el término de la Navidad
y la vuelta a lo cotidiano. Realmente no estaba solo, pensó en que tenía un
hijo, un hijo muy querido y su única razón de existir junto a sus nietos; pero
Ricardo estaba demasiado lejos para sentirlo y tocarlo, y la llamada de
teléfono que le hacía por Navidades, casi le hacía más daño que beneficio, pues
la lejanía de la sangre en Navidad era un dolor insoportable.
Su esposa
Adelaida y él, siempre quisieron brindarle a su hijo las mejores oportunidades,
y aun a pesar de sacrificar la cercanía de un hijo; pronto le facilitaron la
salida al extranjero para estudiar y doctorarse en estudios diplomáticos, pues
en España la cosa no estaba casi para nada. Ricardo estudió durante años en una
universidad laboral de Philadelphia en Estados Unidos. Luego marchó a Orlando
estado de Florida, para realizar un máster en estudios diplomáticos y de allí
saltó a Francia en poco tiempo, donde se doctoró en relaciones institucionales
y diplomacia. Llegaron a estar hasta tres años sin verle, pues los billetes del
avión eran demasiado costosos para ellos y había que apurar los plazos.
Cuando
se vino a Francia la cosa cambió un poco a mejor, pues allí conoció a su esposa
Sofía y allí tuvieron a Marita, la mayor de sus nietos y la lucecita de su
vida, pues es el vivo retrato de su abuela Adelaida. Al tiempo de nacer Marita,
él consiguió un trabajo en el gabinete del ministro de exteriores belga, y por
eso se afincaron definitivamente en Bruselas, donde nació el segundo hijo
Dieguito, a los tres años de estar allí. Pensó en los cuatro recordando sus
caras. Su hijo Ricardo, bonachón y templado como buen diplomático. Sofia,
pálida, de pelo anaranjado y la mujer más enamorada de su esposo y de sus hijos
que existiera.
Marita, su lucecita. El verla le recordaba a la abuela, pues en
ella veía su vivo retrato, hasta el punto de gustarle todo lo violeta como a ella.
¡Menuda cría! Y Dieguito, el hombretón de la casa. Decía que el mejor regalo de
reyes era poder estar en Navidad en casa del abuelo Diego, junto a la chimenea;
pero ellos siempre venían a España en verano, cuando veraneaba el ministro y
Ricardo podía escaparse.
La Navidad en España, por mucho que lo desearan, era
una quimera para todos; y un imposible. Se sintió cansado, y pensó que su mujer
desde el más allá no estaría demasiado contenta con él. Se estaba descuidando.
No acudió a la cita del médico en la última revisión anual. Estaba un poco
negado a comer en casa, pues el silencio era como la hoja cortante de un
cuchillo. Incluso llegó a desayunar café frío del día anterior, al no tener
ganas ni de calentarlo. Subsistir. En eso se había traducido su vida desde los
últimos meses.
Tampoco sabía el porqué, pero creía necesario revitalizar su
vida y dar un giro drástico, o la cosa acabaría mal. Había otros amigos con los
que se entretenía en el centro de mayores, en el centro cívico o en un taller
de teatro recién inaugurado. ¡Cuatro viejos haciendo teatro, menudo
espectáculo!, se dijo de mala gana.
Y es
que hasta su afabilidad estaba en declive, pues siempre fue un hombre educado y
con carisma. Y de pensar que esa mañana le faltó al respeto al bueno de Horacio
el panadero, cuando este le preguntó si su Ricardo venia por navidades. ¿Acaso
no sabes que no puede venir hasta el verano?, le gritó.
Que panorama, pensó
Diego. “Adelaida –se dijo preguntando al silencio-, ¿porqué no me recoges?
¿Esto es vida?”
En ese instante sonó el teléfono de casa, con su estridente
ring, ring, ring. Se encaminó a la mesita a cogerlo, pesando en quien sería y
en la inconveniencia de ninguna propuesta; pues solo quería lamerse sus heridas
en soledad. Cuando descolgó, dijo de mala gana: -¡dígame!
Y escucho perplejo
por el auricular: -¡Papa, soy Ricardo!
-Ricardo
hijo, ¿qué tal?
-Yo
bien papa, y la gente estupenda. Pero, ¿Cómo estás tú papa? No te veo muy
animado, ¿verdad?
-No…,
yo… estoy bien hijo, ya sabes, aquí toreando los fríos. No te preocupes.
-Sí,
ya. El que no te conozca que te compre. Oye, papa ¿pusiste ya los adornos de
Navidad?
-¿Adornos?
No estoy para adornos Ricardo, ya sabes que la Navidad no es para viejos. Imagínate
que intento coger la caja de los adornos y del portal de Belén de encima del
ropero grande y me caigo de la escalera. Además, ¿para qué si estoy solo? Ni
tengo ganas, pues os hecho mucho de manos a mama, a ti y... a los niños.
-Bueno
papa. Oye, ¡que te vayas a poner a llorar que te llamo para darte una noticia!
Y creo que es una buena noticia.
-Dime
hijo.
-Pues
papa, salimos dentro de dos horas en avión para España, Sofia yo y los niños
desde luego.
-Pero,
¿ha pasado algo Ricardo? (se preocupó Diego).
-No
ha pasado nada papa, el ministro ha entendido que la Navidad es para estar en
casa donde las raíces de uno, y tengo quince días de vacaciones. Así que ya va
siendo hora de pasarla juntos y de pasarla todos los años. Sofía está encantada
de pasar su primera Navidad en España, pues allí pasa menos frio y tiene ganas
de verte. Y de tus nietos que te digo. Saben que viajamos desde hace tres días,
están como locos, y Marita tiene unos veinte folios con dibujos de Navidad para
su abuelo Diego. Tu Dieguito sueña con la chimenea encendida a tope, y casi
quemarse los pantalones con el fuego, pues se muere por dormirse en tus brazos,
con el vaivén de la mecedora de mama. Y yo, que te digo. Que te quiero, que te
adoro… y que corto la conversación papá, que ha llegado el taxi y tenemos que
facturar la maleta. Así que papá, nos vemos en unas pocas de horas. ¡¡Chao!!
Cuando
colgó el teléfono, corrió -en la medida de sus posibilidades- por la escalera
chica que guardaba entre la pared y el frigorífico de la despensa. Se fue a la
habitación de los “chirmotiles” y hurgó por la parte superior del ropero
grande. Con mucho cuidado bajó la caja grandota, donde se guardaba desde que él
tenía veinticinco años, aquel portal de Belén que le compró a Adelaida su
primera Navidad de casados. Allí había bolas, serpentinas, pastorcitos, un papá
Noel sin su barba, espumillones, velas de navidad torcidas del verano…etc.
Dejó
la caja encima del arcón, para que su nieta Marita se encargara del despliegue
de piezas navideñas. Se fue apresurado al teléfono y marcó el número de la
pastelería. Encargó una docena de bizcotelas -pues le encantaban a su nuera
Sofía-, y un gran roscón de reyes. Iba a cambiarse zapatos, cuando calló en la
cuenta de algo. Se volvió por el pasillo sintiendo la energía fluir por su
cuerpo y regresó a la mesita del teléfono.
Marcó el teléfono de la panadería de
Horacio. “Horacio, soy Diego. Sí, bien. Oye, me puedes vender un poco leña del
horno, viene mi Ricardo para casa esta noche. Sí, estoy que casi ni me lo creo.
No, se quedan quince días. Parece que alguien me ha escuchado desde el más
allá. Sí, venga, me llego en un minuto. ¡Ah, Horacio se me olvidaba! Disculpa
mi salida de tono esta mañana, pero casi cometo el error de convertirme en una
persona sin esperanza. Sí ya, pero somos amigos y quería decírtelo. Hasta
ahora.
Cuando
colgó el teléfono se fijo en la fotografía de su esposa que había en la
chimenea. Allí estaba Adelaida guapa de veras. La miró en silencio, y una
lágrima surco su mejilla como un torrente imparable de agua salada. Era una
lágrima de vida, era una lágrima de dicha, era una lágrima de ilusión. Era una
lágrima, que hacía renacer la esperanza. La beso, con la devoción con la que se
puede besar a un ángel, y le dijo con el corazón henchido de gozo: “Adelaida,
FELIZ NAVIDAD”.
De corazón deseo, que se den las condiciones propicias, para que cada cual pueda llegar a las Navidades con alegría, esperanza e ilusión.
Un fuerte abrazo.
Floren Salvador Díaz Fernández.
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