Como
dice el titular del un periódico digital, proliferan las hermandades y
cofradías civiles, tanto en los barrios de las ciudades como en los pueblos. El
ejemplo más cercano lo tenemos en Lora de Estepa, donde aun sale a la calle una
imagen de Jesús Cautivo popularmente llamado “el Zoilo”. Parece ser que en
Sevilla hay varias en circulación, y que incluso entre sus fines se encuentran
el de la ayuda al necesitado. Son imágenes que procesionan de la manera más
digna, en cuanto que salen a la calle en sus pasos, adornados con flores, banda
de música, cortejo de hombre y mujeres de chaqueta y mantilla respectivamente…etc.
Y lo más significativo es que son imágenes que veneran los cristianos, pues
representan como otra cualquiera a nuestro Señor y su Madre. Lo que ocurre es
que estas agrupaciones o “hermandades civiles”, como suelen ser llamadas, no
tienen encaje jurídico en la Iglesia Católica ni están respaldadas, y ni
siquiera animadas por el obispo del lugar. Son hermandades ácratas, en cuanto
que no están incardinadas canónicamente en ningún territorio eclesiástico. Las personas
que mueven estas agrupaciones religioso-civiles, son gente creyente y personas
corrientes que en muchos casos se encuentran de frente con la dureza de la burocracia
episcopal, para llevar a buen puerto la constitución de su hermandad en la
Iglesia Católica. Y esto les desanima, pues el camino burocrático es parecido
al desierto en el cual cunde la desesperanza y no se dejan de sortear
dificultades. Y van caminando como pueden con sus luces y sus sombras, sin
dejar de tener en ciernes el continuo anatema de la oficialidad cofrade
diocesana. Déjeme que le muestra un pasaje del Evangelio al uso del tema: “Juan le dijo: –Maestro, hemos visto a uno
que expulsaba demonios en tu nombre; pero se lo hemos prohibido, porque no es
de los nuestros. Jesús contestó: –No se lo prohibáis, porque nadie que haga un
milagro en mi nombre podrá luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros, está a nuestro favor. El que os dé
aunque solo sea un vaso de agua por ser vosotros de Cristo, os aseguro que
tendrá su recompensa.” (Marcos 9, 38-40) Respecto del texto de Marcos, la
cosa está clara. Los que creemos en Cristo, tenemos la premisa de sumar y hacer
comunidad sin tener en cuenta los orígenes de tal y cual. En demasiadas ocasiones
respecto de la separación con otras iglesias, se ha dicho que es mucho más lo
que nos une que lo que nos separa. Y sin embargo continuamos demonizando al
distinto, o al que cogió un camino alternativo para llegar al mismo lugar que
nosotros, LA SALVACIÓN. Por ello, con toda la serenidad del mundo me pregunto.
Este asunto de las hermandades religioso-civiles y la negación absoluta a su
integración en la Iglesia Católica facilitándoles el camino, ¿es una cuestión
religiosa o es una cuestión de poder? Creo que es más bien lo segundo, y lo
lamento. Lo lamento mucho porque me duele la iglesia, en cuanto que me duelen
las personas, la gente. Y “nuestra amada e imperfecta iglesia”, como decía San
Francisco, no deja de ponernos la ley antes que la vida y la norma jurídica antes
que las personas. Lo diré una vez más aunque nadie me escucha, ESTE NO ES EL
CAMINO. Por un lado el obispo de Málaga echa a la calle a un hermano mayor
divorciado, y por otro lado el Papa Francisco dice a una divorciada qye al
comulgar no hace daño a nadie. ¿Qué es lo que está fallando? ¿Acaso tenemos
desvirtuado el evangelio de Jesús? Respecto del tema tratado aquí, no hay
atajos posibles; El que no está contra nosotros, está a nuestro favor. Hagamos por tanto la vida lo más fácil posible
a las personas, pues de no ser así de poco nos servirá la “otra caridad
oficializada y bendecida”. Laus Deo.
CARTUJO CON LICENCIA PROPIA
jueves, 24 de abril de 2014
viernes, 4 de abril de 2014
PERLAS DE PAGOLA PARA EL FINDE - UN PROFETA QUE LLORA
5 Cuaresma (A) Juan 11, 1- 45
UN PROFETA QUE LLORA
JOSÉ ANTONIO PAGOLA, SAN SEBASTIÁN (GUIPUZCOA).
Jesús nunca oculta su cariño hacia tres hermanos que viven en Betania. Seguramente son los que lo acogen en su casa siempre que sube a Jerusalén. Un día Jesús recibe un recado: nuestro hermano Lázaro, “tu amigo”, está enfermo. Al poco tiempo, Jesús se encamina hacia la pequeña aldea.
Cuando se presenta, Lázaro ha muerto ya. Al verlo llegar, María, la hermana más joven, se echa a llorar. Nadie la puede consolar. Al ver llorar a su amiga y también a los judíos que la acompañan, Jesús no puede contenerse. También él “se echa a llorar” junto a ellos. La gente comenta: “¡Cómo lo quería!“.
Jesús no llora solo por la muerte de un amigo muy querido. Se le rompe el alma al sentir la impotencia de todos ante la muerte. Todos llevamos en lo más íntimo de nuestro ser un deseo insaciable de vivir. ¿Por qué hemos de morir? ¿Por qué la vida no es más dichosa, más larga, más segura, más vida?
El hombre de hoy, como el de todas las épocas, lleva clavada en su corazón la pregunta más inquietante y más difícil de responder: ¿Qué va a ser de todos y cada uno de nosotros? Es inútil tratar de engañarnos. ¿Qué podemos hacer? ¿Rebelarnos? ¿Deprimirnos?
Sin duda, la reacción más generalizada es olvidarnos y “seguir tirando”. Pero, ¿no está el ser humano llamado a vivir su vida y a vivirse a sí mismo con lucidez y responsabilidad? ¿Solo a nuestro final hemos de acercarnos de forma inconsciente e irresponsable, sin tomar postura alguna?
Ante el misterio último de nuestro destino no es posible apelar a dogmas científicos ni religiosos. No nos pueden guiar más allá de esta vida. Más honrada parece la postura del escultor Eduardo Chillida al que, en cierta ocasión, le escuché decir: “De la muerte, la razón me dice que es definitiva. De la razón, la razón me dice que es limitada”.
Los cristianos no sabemos de la otra vida más que los demás. También nosotros nos hemos de acercar con humildad al hecho oscuro de nuestra muerte. Pero lo hacemos con una confianza radical en la Bondad del Misterio de Dios que vislumbramos en Jesús. Ese Jesús al que, sin haberlo visto, amamos y, sin verlo aún, le damos nuestra confianza.
Esta confianza no puede ser entendida desde fuera. Sólo puede ser vivida por quien ha respondido, con fe sencilla, a las palabras de Jesús: “Yo soy la resurrección y la vida. ¿Crees tú esto?”. Recientemente, Hans Küng, el teólogo católico más crítico del siglo veinte, cercano ya a su final, ha dicho que para él morirse es “descansar en el misterio de la misericordia de Dios”.
(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
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