Nombre sobre todo nombre.
Jesús, delicia del Padre,
saboreo de su cielo
y de sus eternidades.
Jesús, gozo del Espíritu,
que por Él su luz expande
y embellece con su gloria
los espacios siderales.
Nombre sobre todo nombre.
Jesús, asombro del ángel,
embeleso de José,
amor de la Virgen Madre.
Jesús, Mesías divino,
Palabra clave, mensaje
que dice al hombre en la
tierra
la voz que del cielo trae.
Nombre sobre todo nombre.
Jesús, lo más deseable,
hambre del hombre saciada,
que da deliciosa hambre.
Jesús, fuerza del humilde,
salvación en nuestros
males,
aliento del corazón,
sola verdad de verdades.
Nombre sobre todo nombre.
Todos los seres lo canten,
animados del Espíritu,
en la presencia del Padre.
Amén.
En el versículo treinta y
uno del capítulo primero del evangelio de Lucas, queda claro que el mismo
Gabriel de parte de Dios, le comunica a María que a su hijo ha de ponerle
Jesús. Ante el gran proyecto en el que María se adentraba, con sus pros y sus
contras, probablemente la joven Nazarena no presto importancia a la exigencia
de Dios, de que su hijo se llamara de tal forma.
Sin embargo, “el nombre de
una persona era, para los judíos, un asunto mucho más importante de lo que es
para nosotros. No era la mera designación de la persona. Para los israelitas,
el nombre de una persona expresaba lo que en realidad era aquella persona, su
misión y su destino en la vida” (J.Mª.Castillo). Como todo en la biblia o
-mejor dicho- como corresponde al criterio del creador; Dios le puso a su hijo
el nombre de Jesús con un sobrado fundamento.
“El nombre de Jesucristo,
ha venido a ser piedra angular, […] pues no se nos ha dado a los hombres ningún
otro nombre debajo del cielo para salvarnos". (Hch 4,10-12) Aun a pesar de
estas palabras, el nombre de Jesús era de uso corriente entre los judíos de
entonces, que conservaron este nombre común hasta mediados del siglo II.de C.
Sabemos este dato por las crónicas conservadas de Flavio Josefo, historiador
judío nacido en el año 37 d.C, que anota en sus escritos al menos a veinte
hombres con los nombres de Josué o Jesús.
El nombre de Jesús es una
derivación hebrea del nombre de Josué –personaje histórico que acompaño a
Moisés en la liberación de Israel en torno al 1370 a.C- y como tal significa lo
mismo. “Yosue”, “Yeshúa”, “Yeshú”, Jesús. En su origen etimológico original
significa “Yavhé ayuda” o “Yavhé ayude”, aunque la etimología popular de la
biblia lo reinterpreto por “Yhavé salva” o “Dios salva”.
Este mensaje quedo igualmente
plasmado en la comunicación del ángel a José, cuando en sueños le advirtió que
Jesús sería el salvador de su pueblo (Mt 1,21). Desde esta perspectiva, es
fácil entender que tanto Jesús como sus familiares, son bíblicamente asimilados
por aquellos otros que conformaron el grupo por medio del cual Israel se salvo
de la opresión.
En aquellos entonces se
salvaron unos, y ahora son otros los salvados aunque del pecado. Y en esta
nueva etapa inaugurada por Jesucristo, encontramos que hasta el siglo doce no tiene
el nombre de Jesús, una evocación particular y establecida en la vida de la
comunidad cristiana. Fue nuestro seráfico padre Francisco de Asís (s.XIII), el
que comenzó la representación de los portales de Belén y así mismo, fue el
precursor de la celebración del nombre de Jesús en la iglesia católica.
Aunque en las comunidades
cristianas se veneraba el nombre de Jesús de manera común y privada, esta
celebración llega a establecerse en la litúrgica católica en el 1530, cuando
SS. Clemente VII concede por vez primera a la orden de frailes menores la
celebración del Oficio propio del Santísimo Nombre de Jesús, los días tres del
mes de Enero. Un nombre para celebrar que nos sabe a dulce.
Un nombre que pertenece a
una insigne persona que si por algo llamo la atención de sus contemporáneos,
fue precisamente por no ser insigne ni digno judío ni persona a considerar
salvo por la revolución del amor; planteada como columna vertebral del Reino de
Dios. Aun así, hijo predilecto y de Dios, ni más ni menos. Desde los orígenes
de Jesús, se advierte la transformación a llevar a cabo por este en el judaísmo
de entonces. Jesús advierte, te salvaras si amas y no si cumples la ley como
anteriormente.
Jesús llama a Dios papá, y
lo hace con una sensibilidad de hijo que está patente en las escrituras. Todas
estas singularidades y muchísimas otras, hacían de Jesús una persona
extraordinaria. Repito, una persona. Y como toda persona por su nombre se le
conocía, junto al sobrenombre del origen del nacimiento que en el caso de Jesús
fue la aldea de Nazaret.
Nadie llamaba a Jesús con
títulos celestiales o estrafalarios. Jesús, ven o Jesús adiós. Era un hombre. Y
para los que vivieron junto a él, una persona; excepcional, pero una persona.
Sin embargo, lo que para nosotros hoy en día es corriente, respecto de la
humanidad de Jesús –aunque nos cueste un poquito situarnos-, en otras épocas
tuvo su controversia, ya que fueron muchos los que argumentaron en los primeros
tiempos la única naturaleza divina de Jesús.
En el siglo V, nació el
monofisismo; corriente absolutista en la iglesia que defendía el único origen
divino de Jesús el hijo de Dios. El monje Eutiques fue el principal de sus
impulsores, que llego a recibir personalmente y sus discípulos posteriormente,
varios anatemas y escritos reprobando sus tesis absolutistas. Jesús es Hijo de
Dios, pero vino al mundo como hombre en todos los sentidos excepto en el pecado
original. Y esta dualidad “divinohumana”, es la que confesamos desde el
concilio de Calcedonia (451 d.C), que sentó las bases del credo de Nicea.
El trece de Junio del año
449, se dicta una carta conciliar contra el monofisismo, enviada a Juliano de
Cos en la cual se argumenta: “aunque fue concebido y nació sin concupiscencia,
su carne -non alterius tamen naturae erat eius caro quam nostrae- no era de
naturaleza distinta a la nuestra”. Por ello aquí nos podemos preguntar, al
mirar los ojos de esa persona que alberga el Dulce Nombre; ¿qué me separa de
ti, buen Jesús?, ¿qué dificultad encuentran mis oídos para que el susurro de tu
palabra llegué a mí? ¿Acaso como el monje Eutiques me afano en mirar al cielo
para pedir iluminación desde arriba, cuando tú estás cansado de pasar junto a
mi lado, en esta humanidad que junto a nosotros compartes?
Mis muy queridos hermanos
y hermanas, os aseguro que Jesús no nos dijo en balde aquello de: “el que dé de
beber a uno de estos pequeñuelos tan sólo un vaso de agua fresca […], os
aseguro que no perderá su recompensa" (Mt 10,42). Hagámonos dignos del
nombre de Jesús.
Abrámonos a un nombre que
“resuena en nuestro oídos como misericordia, perdón, porque su voz es dulce y
su rostro bello. Es fundamento de la fe mediante el cual somos constituidos
hijos de Dios” (San Bernardino de Siena, sermón 49).
Este nombre de Jesús nos
crea compromiso, nos planta en un mundo en el que como cristianos seremos los
ojos y manos de Dios ante muchos, que en nosotros debieran ver el rostro del
Padre y el sentido fraternal, de aquella excelente persona que reina en los
corazones y cuyo nombre sabe a dulce, ¡Jesús!.