Son increíbles los términos
nuevos con los que nos hemos acostumbrado a convivir y cuyos datos nos
estremecen cada mañana, tales como prima de riesgo, Euribor…etc. Y el nuevo es
el que ha tenido la facultad –si es que puede calificarse así- de paralizar el
mundo y condicionar la vida de los seres humanos, el virus denominado COVI-19. Un
ser microscópico que se difunde como arde la pólvora y que tiene en jaque al
mundo entero.
Sabíamos que la globalización implicaría muchos aspectos y este
es uno de ellos, la difusión entre los humanos de todo lo bueno y lo menos
bueno que es capaz de crear, bien el ser humano o por desarrollo caprichoso de
la naturaleza. Esta circunstancia de confinamiento en la que nos vemos obligados
a estar nos viene ya pesando, pues allá por el día “veintitantos” la población
demuestra su determinación de cumplir las reglas y no relacionarse con nadie de
manera personal, exceptuando lo estrictamente necesario.
Esto nos ha llevado a quedarnos sin
semana santa. Algo tan de nosotros, tan tradicional, tan inculcado en nuestra
cultura y algo tan vivido para nosotros, bien desde el plano de los cortejos
procesionales así como desde la vivencia particular que la comunidad cristiana
hace en estos días; en los que de manera específica de conmemora la pasión y
muerte de Jesús de Nazaret, el hombre que pasó por el mundo haciendo el bien.
Este año será una semana santa
particular porque a diferencia de las anteriores y siempre vividas, este año no
acompañaremos nosotros al Señor, sino que será Él mismo el que saldrá a nuestro
encuentro para acompañarnos. “Id al pueblo que está enfrente y encontraréis un
asna y un pollino con ella, desatadlos y traédmelos y si alguien os pregunta
decid que el Señor los necesita pero os lo devolverá enseguida” (Mateo 21,2-3).
Es cierto que tanto para las
personas que gustan de las procesiones como para el amplio sector que se
beneficia de la semana santa –los floristas entre ellos-, el panorama es
absolutamente desolador, pues muchas personas a nuestros cuarenta y tantos años
jamás hubiéramos pensado vivir una circunstancia tan penosa, particular y
peligrosa; pues son muchas las personas fallecidas por este nuevo virus.
Pero aun a pesar de todo esto que
es tremendo, la comunidad cristiana tiene la oportunidad de vivir de una manera
más intensa quizás, la pasión, muerte y resurrección de Cristo. No debemos olvidar
que la semana santa es vivida por las personas mayoritariamente desde las
mediaciones. Me explico. Una mediación es algo que te lleva a…, es algo que te
vehicula un pensamiento o sentimiento para trasponer nuestra mente hacia otra
dimensión, intención o cualquier otra vivencia. Por ejemplo, una imagen o una
cruz –que son mediaciones- nos llevan a Cristo pues su contemplación nos evoca
al mismo hijo de Dios sufriente por las calles de nuestro pueblo.
Bien. El riesgo de las mediaciones
para el creyente, es que nos suponga una visión estática que nos impida el ir más
allá de lo que representa su significado real en la vida del mundo. Me explico.
Podemos quedarnos ensimismados ante la belleza de una imagen, pero para la persona
creyente esa visión de Cristo tallado en madera así como de su cruz, nos deberían
ayudar a ser conscientes de la autentica pasión de Jesús, así como de su
mensaje de amor para con la humanidad, con el hombre y la mujer de cada tiempo.
Es por ello, que opino que no deberíamos
de desaprovechar la oportunidad, pues este año y sin ver imágenes de Jesús por
la calle, tenemos la ocasión propicia para leer detenidamente su pasión en la
Palabra de Dios, ser conscientes de su testimonio de vida y tener conciencia
para discernir las implicaciones que la pasión, muerte y resurrección de Jesús
tienen en mi vida. Porque las tienen.
Dice la liturgia de la Palabra
este domingo de ramos: “trajeron el asna y el pollino los discípulos le echaron
sus mantos y él se sentó encima. La gente extendió sus mantos por el camino así
como ramas de árboles y gritaban ¡hosanna al hijo de David! Y al entrar Jesús
en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió”. (Mateo 21,7-10a) Sí, Jesús era de
cuerpo a cuerpo. Lo era de tal manera que se arriesgó a un final fatal con tal
de ser coherente con la misión que asumió como hijo de Dios y valedor de Su
Reino.
Un reino de paz y de justicia, un
reino de vida y de verdad. Ese fue Jesús. Por ejemplo, uno de los personajes
históricos más antiguos que se atrevió de restituir la dignidad perdida a una
mujer anónima de aquel tiempo (Marcos 5,25-34), a admitir que su causa
principal eran los pobres y los sencillos, que se sentaba a la mesa de quienes
la sociedad judía y ultra-ortodoxa de entonces tenía en entredicho y que
manifestaba que los vulnerables de este mundo son los auténticos herederos del
Reino de Dios.
Aprovechemos la oportunidad de
vivir en casa estos acontecimientos que nos viene a contar en la calle la semana
santa, cual bonita catequesis. Hagamos oración interioricemos las tremendas
causas que le hicieron a Jesús perder la vida por un sistema poderoso e
injusto, como los hay hoy en día en muchos lugares del mundo, privando a las
personas de libertad y dignidad.
Jesús este año vendrá a nuestras
casas, a nuestras familias y hogares. Vendrá para que junto a él, sintamos el
dolor de tanta pasión de Cristo desbordada en tanto dolor como sufre el mundo
por tantos enfermos, fallecidos en dolorosas circunstancias y en muertos a los
que nadie puede velar. Mujeres maltratadas, niños sin derechos, ideologías que pretenden limitar nuestros derechos y libertades. Ahí tenemos que estar. En casa, pero pensando en estas
circunstancias especiales que nos puede evocar la futura resurrección cuando
podamos volver a salir al campo para abrazar y besarnos de nuevo, habiendo salido de esta
crisis de salud mundial matriculados en HUMANIDAD y ECOLOGÍA.
Ojalá esto nos sirva no solo para
frenar el virus y los contagios, sino que también nos ayude para poner en alza
los valores humanos del aprecio, la ternura solidaridad y cariño. Apreciar los
esfuerzos de todas las personas que trabajan para que tengamos alimento, orden
y derechos. Apreciar como un tesoro nuestra sanidad pública y sus trabajadores.
Y dar un margen amplio de confianza a nuestros gobernantes, pues ninguno de
nosotros creo que estaría dispuesto a ponerse en su piel y gestionar algo que
nadie fue capaz de prever.
Ánimo, gente. Abramos las puertas
de nuestro corazón para que entre el Señor y con amabilidad y compromiso humano
digámosle: ¡¡HOSANNA AL HIJO DE DAVID!!
Feliz semana santa 2020, en casa.
Fraternalmente, Floren.