CARTUJO CON LICENCIA PROPIA

viernes, 3 de marzo de 2017

EL SUEÑO DE LA DISCÍPULA

A las once y media revisó por última vez los wasapps del móvil y lo dejó en la mesilla de noche. Se sentó en el borde de su cama mirando de lejos la ropa negra que acababa de quitarse y que dejó en la silla frente al balcón. Su marido dormía desde hacía rato. Se restregó la mano por los ojos, se tendió y pensó en el día que terminaba; lleno de emociones y tristeza. No tardó en quedarse dormida cayendo en un profundo sueño. 
De pronto su realidad se deformó y se halló en un panorama desconocido. Algo le escocía en la cara, ¿arena? Si. Estaba en lo que parecía una playa pero no había mar, no. Era el desierto. ¿Pero cómo he llegado hasta aquí? se preguntó. Movió los brazos ante ella para diluir la realidad que vivía y que comenzaba a angustiarle, cuando sin saber el motivo se puso a caminar. Caminó y caminó sin rumbo aparente, pues no sabía dónde estaba ni dónde ir. 
Llevaba caminado un buen trecho, cuando advirtió que se le venía encima una especie de tormenta de arena. Se tapó los ojos pero vio que la arena no se le acercaba del todo. Luego aquella tormenta giró sobre sí misma y giró y giró formando un enorme remolino, hasta convertirse en un gran gigante de arena. 
Ella intentó escapar horrorizada pero una enorme mano la agarró y la sostuvo en alto, sin dañarla. 
El gigante le pregunto: -¿qué te pasa? 
Ante el mutismo de ella volvió a decirle: 
-¿quieres hacer el favor de decirme que te ocurre? 
A ella le llamó la atención la cadencia de la voz de aquel gigante que ahora parecía amable. Miró hacia abajo –señal de su modestia- y le dijo al gigante: -estoy cansada. ¿Cansada? Le dijo el gigante. 
¿Cansada de qué? ¿Sé sincera? 
Ella se lo pensó un poco, pero contesto sinceramente pues sintió la necesidad de abrir su corazón al gigante amable. 
Estoy cansada de amar, dijo la mujer. 
El gigante le sonrió y le dijo. 
-Sí, lo sé, hasta el amor cansa. Sobre todo cuando se ama con las manos curando y aliviando. Cuando se ama velando y cuidando. Cansa el amar trabajando por la dignidad de las personas. Cansa hasta el ser en el mundo las manos amorosas de quien te ama y te cuida y que no se cansa de amarte.
En aquel momento ella sintió que en su corazón florecía algo. Se miró el pecho y notó como un rallo de luz se abría paso de manera indolora a través de su esternón, llenándolo todo de luz. La luz la cegó. 
Cuando pudo recuperarse se encontró en un sendero empedrado que cruzaba una aldea llena de árboles, estaba tendida en las piedras y un hombre joven junto a ella le tendía una mano para ayudarla. Se levantó acogiendo la mano del hombre y le señaló con el dedo. 
¡Te conozco! Le dijo ella. 

No era una pregunta, era una certeza. 
-Sí, le dijo el hombre. Llevas muchos años conociéndome, y yo llevo ocho años viviendo contigo. He sentido cada una de tus caricias amables. He sentido tu cariño y lo que es más importante, tu misericordia. 
Continuó diciéndole el hombre: -hace muchos muchos años yo caminé por este mismo camino con dos amigos atribulados. Ellos no sabían quién era yo, no supieron reconocerme. Quiero agradecerte que tu si lo hicieras. Que me reconocieras sin verme hace tantos años. Que me reconocieras en aquel que me necesitaba y que encontró en ti la reencarnación de mis manos y el amor de Quien nos ha creado. Y en verdad te digo mujer, que mi Reino tendrá vida, futuro y esperanza mientras en el mundo haya personas capaces de seguir mis huellas como tú lo hiciste y lo harás. 
Una lágrima de emoción surcó el rostro de la mujer y Él se la enjugó con la mano. 
¿A dónde va este camino, Señor? Preguntó ella. 
El hombre le sonrió y le dijo: a EMAÚS.

Dedico este escrito que me ha salido del alma, a mi muy querida amiga Manoli Galvez, por ser mujer humana, justa, amable, discípula y Cristo vivo en la vida de tantas personas, sobre todo en la vida que desde hoy ya descansa para el Señor. Verdaderamente eres ejemplo y eres un orgullo para la raza humana, querida Manoli.

Fraternalmente, tu amigo Floren.