MERCEDES NASARRE*, mnasarre@hotmail.com
HUESCA.
ECLESALIA, 06/03/12.- Hay momentos en los en los que la vida te desnuda de repente, la fragilidad y la indefensión emergen, todo desaparece y nuestro mundo se queda completamente vacío. Solo existe el silencio frío, cargado de inquietud y angustia que nos recuerda una y otra vez la pequeñez de nuestra existencia. Después el miedo toma posesión de nosotros, nos encoge, nos esclaviza, nos agita, nos desanima, nos paraliza.
Pero no importa haberlo pasado mal. La última libertad humana, la libertad esencial, esa que nada ni nadie nos puede arrebatar, es la de elegir nuestra actitud ante cualquier circunstancia. En última instancia, el ser humano se determina a sí mismo, no se limita a existir. Siempre puede decidir cómo será su existencia.
¿Qué es lo que nos sostiene ante lo aparentemente imposible de superar? Creo firmemente que la esencia y la salvación de la persona está el amor y a través del amor.
El amor a un ser amado, el amor a la familia, el amor a los amigos, el amor a una tarea, el amor a los necesitados, el amor a la vida por encima de todo, el amor al conocimiento, el amor de Dios para la persona creyente…Y digo " de Dios" porque sabemos que somos sostenidos, perdonados y amados gratuitamente.
En Psiquiatría, como en medicina, impera un pensamiento chato, materialista. Hasta hace pocos años se creía que nuestro cerebro tenía estructuras inamovibles. Ahora, recientes investigaciones demuestran lo contrario. El triángulo genes-cuerpo-mente es interdependiente y cada parte influye y depende de las otras. La materia viva es flexible y con capacidad de transformación. Cambiando nuestros pensamientos no solo se cambia la química cerebral, sino la propia estructura del cerebro: se desconectan antiguas conexiones neuronales y se crean otras nuevas. La biología puede responder al poder de la mente.
El depresivo ha perdido el sentido de su vivir. A veces ha habido agotamiento extremo; otras, una reacción anormal ante acontecimientos de la vida. En otras ocasiones existe enfermedad genética y cerebral. Y, a veces, una personalidad negativa que capta la realidad de forma muy sesgada.
La práctica espiritual puede conducir a sanar la actitud depresiva y a aceptar la enfermedad. Por supuesto que los psicofármacos aumentan las endorfinas. Pero los afectos, los paseos, el sol, la belleza o la vivencia de lo sagrado las aumentan mucho más.
Toda crisis es una etapa de oportunidad de cambio. Para reflexionar, meditar y tratar de encontrar el mensaje oculto que nos brinda la vida en esta situación.
Siempre hemos de hacernos esta pregunta: si de esta situación pudiera aprender algo positivo, que me hiciera crecer como persona, ¿qué sería?
La espiritualidad no es un atajo. No elimina la depresión. Pero puede enfrentarnos a ella y a nuestra actitud. Porque la verdadera espiritualidad es atreverse a transitar por la propia interioridad y dejarnos "tocar" allí precisamente. En ese lugar íntimo donde nos hemos encogido.
*Mercedes Nasarre es autora del libro "Un psiquiatra se pone a rezar" (ECLESALIA, 07/02/12) de la Editorial Pirineo