CARTUJO CON LICENCIA PROPIA

miércoles, 7 de marzo de 2012

DINAMIZAR LA FE

(Publicación en la revista de Semana Santa de Osuna, Sevilla)
Dinamizar la fe

 “Ahora que estamos solos, Cristo, te diré la verdad: Señor, no creo.
¿Cómo puedo creerme lo que veo si la fe es creer lo que no he visto?
 Si oigo tu voz en mí ¿cómo resisto?
 ¿Cómo puedo buscar, si te poseo, si te mastico, si te saboreo?
Esta es mi fe: Comulgo, luego existo.”

(J.L.Martín Descalzo)

Lejos quedo aquella insulsa definición de que fe, “es creer en lo que no se ve”. Esto se le decía en tiempos a las personas, que deseaban profundizar en el misterio de Dios y ante preguntas farragosas, se les cortaba el camino con la necesaria ceguera de la fe. Teólogos recientes la definen de la siguiente manera apoyándose en el texto de Is7,9c, “la fe es apoyarse en Dios mismo”. En la línea de Rudolf Bultmann se puede decir de manera aun mas actual que, “la fe es la recepción de la palabra de Dios”.
En estas definiciones y en las paralelas, se deja ver que en el campo de la fe, debe primar la receptividad. Explicado de otra manera, la fe consiste en recibir el don de Dios, su revelación y su gracia. Por lo tanto abrirse a Él, y a lo que Él –Dios- nos quiera decir. Lo que ocurre es que la fe, puede transmitirse desde el testimonio aportado a través de una evangelización primigenia o tardía. Un sujeto transmite la fe y otro sujeto, de variadas formas, asume la condición de persona creyente y de fe.
Pero esto no nos debe de llevar a los cristianos a incluir la fe, como condición básica de la construcción personal de cada individuo. Ya que éste, llegado a una edad madura, optará por la consecución de la creencia o su extinción. En Noviembre del 451, se dirigió una carta sinodal al papa León I, la cual comenzaba diciendo: “¿Qué hay, en efecto, más alto para la alegría de la fe?”. Pero entendiendo que la fe es sobrevalorada y ensalzada de una manera fundada como algo dado del cielo, no se puede imponer y aun menos privar a la persona de la libertad para rechazarla.
Por este motivo la Iglesia, iluminada por las escrituras, ha dejado constancia en su magisterio de la necesidad de la libertad que cada persona debe de tener, para confiar en Dios. Y por esta máxima, manifestar que la gracia de la fe como don, Dios lo presupuesta a la persona, “Volved a mí, y yo me volveré a vosotros, dice el Señor.” (Zac 1,3), y le concede voluntad para optar libremente (Cap 5, C.trento 13/01/1547 – “A ti, Señor, volveremos; renueva nuestros días como antaño”, Lam 5,21). Ahora bien, terminado el planteamiento general de la cuestión planteo dos preguntas. ¿En que base se cimenta nuestra fe?, y ¿qué proyección tiene nuestra fe en la actual situación social? “Pues al que tiene se le dará más y tendrá de sobra; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará”(Mt 13,12).
Estas palabras planteadas al mundo sin una interpretación precisa, pueden ser consideradas legítimamente injustas. Pero Mateo aquí lo que pretende, es transmitirnos de parte de Jesús un mensaje, sobre lo que Él espera de nuestra fe. El sentido cristiano de la fe, Jesús lo dinamiza asemejándolo con el crecimiento de una planta. La cuidas, pues crece. O deja de interesarte y muere de inanición. Atendiendo a la definición de fe por parte del teólogo Bultmann y dando lectura a Mt 7,24-27, observamos que nuestra fe debe de estar cimentada sobre roca, y por ello atender a la Palabra de Dios eficazmente, poniéndola en práctica.
Es así de simple y a su vez, así de complejo. Porque la Palabra de Dios, jamás puede ser justificada, hay que tomarla o dejarla. Pero no puedes poner la mano en el arado o coger la Palabra con determinación y pedir una tregua temporal (Lc 9,62); porque dejaras de ser lo que eres, dejaras de ser una persona de fe que aspira a los bienes futuros del reino de Dios. Esta es la tendencia de la fe, el camino hacia la verdad absoluta que es Dios, que desde luego los cristianos no llegamos a ver con nitidez, ni lo vivimos en plenitud. “Omne verum, a quocumque dicatur a Spiritu Sancto est”, toda verdad, diga quien la diga, viene del Espíritu Santo. Solamente éste y solo este es el camino hacia una autentica vida de fe.
La orientaremos con más o menos piedad, pero el fundamento de ello debe de ser la verdad. Como dijo George Washington, “trabajemos para mantener viva en nuestro pecho, esa chispa de fuego celeste, la conciencia”. Porque ella es la que nos llama la atención. Desde Dios, la conciencia no nos deja descansar cuando hemos causado oprobio al prójimo o hemos creado infelicidad en lugar de amor. Respecto de la segunda pregunta planteada, antes de ver la proyección de nuestra fe en nuestro mundo, quizás conviene anotar brevemente uno de los problemas de la fe. Aunque los cristianos consideramos evidente la fe, esta no lo es.

Ni siquiera los padres de la iglesia lo afirmaron cuando afirmo Agustín de Hipona, “si no entiendes, cree. Entender es el fruto de la fe. Si no crees, no entenderás. Por tanto, no busques entender para creer, sino cree para entender”. A la tarea que todo creyente tiene para descifrar a Dios en su vida, existen otras barreras que impiden a las personas acercarse a la fe o desarrollar una vida desde la misma. Por un lado están aquellos que “sin culpa por su parte, no llegaron a un claro conocimiento de Dios y, sin embargo, se esfuerzan, ayudados por la gracia divina, en conseguir una vida recta” (Lumen Gentium nn.16).
Estos, se fundamentan en la justicia interurbana y no son ajenos a los dones de Dios. Cada día intentan con tesón acercarse a Dios para crear con Él, una determinada intimidad, desde las luces con las que fueron educados. Por otro lado están aquellas personas, que afectadas por la dureza de la existencia (desesperanza, horizontes cerrados, dolencias físicas, causas pendientes de justicia…etc), se hallan en cierta manera en una posición que moralmente les imposibilita para creer, al menos durante ciertas etapas de sus vidas.
Desearían que Dios mostrara su omnipotencia y con un golpe de mano, solucionara sus problemas para demostrar -quizás- todo su poder. Esto les lleva en ocasiones, a enojarse aun más con Dios y alargar la distancia, con la que ellos se separan del creador. En ambos casos, la respuesta a dar, es la solución a nuestra segunda pregunta; la respuesta de mi fe en el mundo actual. Teniendo en cuenta que la fe no tiene barreras no se las puede poner, y dejando de lado la continua cantinela que algunos creyentes utilizan, para denunciar la persecución en nuestro país.
Digo que, tanto en nuestro país como fuera de él, el detonante de nuestra fe, debe ser la transmisión de la esencia de la misma, de sus valores y su fundamento. Por ello el titulo de dinamizar la fe. No podemos dar respuestas anticuadas, a problemas de actualidad. Si ahogamos a nuestros prójimos, presentándole antes que nada la dureza ocasional del magisterio de la iglesia o interpretaciones demasiado radicales sean progresistas o conservadoras; estaremos realizando una pastoral de exclusión y no de integración.
Lejos de esto, y para evitar el concepto eclesial que muchos alejados tienen de relacionar de una manera acertada o equivocada, a la comunidad con el poder político o religioso; cada uno de los creyentes tenemos un papel fundamental para, una vez sentadas las bases de nuestra propia fe, acercar nuestro testimonio y vivencias personales a otros, para mostrarles un camino que voluntariamente pueden seguir.
Un camino que antes que nada, les llevará a formar parte, tomar la opción de Jesús, el humano por antonomasia que por amor se entrego hasta la muerte, y cuyo testimonio traspaso sus umbrales, llegándonos hasta nuestros días de una manera esperanzada, siendo la vertebración de nuestra fe. Una fe, que iluminada desde el testimonio de la cruz, desvela a un Padre, que se sirve de nosotros para “ser, el Ser de cuanto Es” (José Arreguí) presencia actual y efectiva en el mundo.
El que ante la fe esta dubitativo, debiera de sentir en nuestros ojos la mirada de Dios. En nuestras manos la humanidad de Dios, de la que se sienten tan necesitados. En nuestra conversación, apreciar la importancia de ser personas que les importan a otras personas. En definitiva ser el rostro de Dios en el mundo en el que vivimos. Por ello, los tiempos litúrgicos si de algo sirven, son para continuamente levantarnos del letargo e impulsarnos con fuerza a evangelizar a las gentes, sin dejar de lado la enseñanza diaria del evangelio. "Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo?”(Hch 1,11) 
Como en otras ocasiones he repetido, tengamos en cuenta que nuestra vida, es el único evangelio que mucha gente leerá. Esta máxima puede ser la clave para nuestra vida de fe. Saludos, amigos y amigas de Osuna.

Laus Deo.



Florencio Salvador Díaz Fernández

Estudiante de Teología Cristiana