La búsqueda del autentico bautismo
Según el título puede preguntarse
usted, cuántos bautismos existen. En la teoría uno, y en la práctica también
aunque con una salvedad. Lo que ocurre es que hay que saber diferenciar un poco
lo que es el carácter ritual y simbólico del bautismo, lo que entraña en
realidad. Bautismo deriva del verbo “baptein/baptizein”, que significa sumergir,
lavar. Encontramos en el lavado de la ropa el ejemplo más exacto de lo que
significa, pues la prenda sale sin impurezas del agua.
La práctica bautismal se
cree que tiene su origen en la clase alta de la cultura egipcia, donde se
observaba la pulcritud y la pureza por medio de los lavatorios diarios y el
rasurado total del bello. Históricamente desde la práctica creyente, los baños
rituales son frecuentes entre los esenios según Flabio Josefo, así como en las
comunidades de Damasco y Qumrán; aunque nunca pueden ser aguas estancadas “o
muertas”, sino “aguas vivas” de algún arroyo o río que pueda llevarse lo impuro.
Me refiero aquí a un bautismo cotidiano y ritualista destinado a manifestar la
sinceridad de la conversión, o la adhesión a un concreto modo de vida,
manifestando la aspiración a la gracia purificadora –más o menos como la
renovación de unos votos religiosos-. Uno mismo se sumerge en al agua, mientras
que los penitentes que se presentan a Juan recibirán el bautismo de sus manos y
una vez para siempre. Y en esto último vemos la dualidad de lo que significaba
el bautismo y lo que nos mueve al bautismo tras conocer a Jesús de Nazaret. Está
claro que la persona que se bautiza no puede ser la misma tras el bautismo,
aunque no apreciamos cambios significativos pues los bautizados son
generalmente recién nacidos. El bautismo que tradicionalmente tenemos inculcado
no es un mero trámite –aunque tristemente lo sea para muchos-, esta asistido
por el Espíritu Santo, aunque esta asistencia sea mucho más efectiva si el
bautizado tiene la luz de la razón que ilumina la conciencia. ¿Cómo entender un
bautismo sin conciencia? En muchos casos, la conciencia de los llamados no es
idéntica a la conducta, y esto tergiversa todo el sentido de la realidad
sacramental. Se nos debe notar que somos bautizados. Por ello es tan importante
el vivir y disponerse a la experiencia de Dios. Experiencia de Dios, es lo
fundamental de un bautismo que se considere efectivo y adulto. Experiencia de
Dios que por ejemplo tuvo Naamán el sirio, el potentado que según la biblia
tuvo lepra. El profeta Eliseo le invita a bañarse siete veces en el Jordán y
el, tras alguna reticencia lo hace y queda limpio. ¿Realmente se curó de la
lepra? Es muy posible que fuera otro mal el que aquejaba a Naamán, y mucho peor
que la lepra; la oscuridad del entendimiento, la sinrazón y cerrazón de su
corazón. Al conocer a Eliseo, este le abre el entendimiento le habla al corazón
le restituye como persona y como sujeto que puede volver a mirar cara a cara a
Dios sin avergonzarse. Ahí está la penitencia: báñate siete veces. O sea,
siempre –significa siete- as de vivir con amor y compasión, pues con amor y
compasión te creó Dios.
Naamán por lo tanto vive en sus carnes una experiencia
religiosa. No nos importa si verdaderamente hubo o no agua, todo es ritual, lo
verdaderamente importante es la actitud ante la realidad que se nos presente y
en esa realidad está el Señor. La Biblia está plagada de ejemplos semejantes en
los cuales se nos hablan de aguas que lavan – “os lavaré con agua pura, os
limpiaré de todas vuestras impurezas, os purificaré […] y pondré en vosotros un
corazón nuevo y un espíritu nuevo”, (Exequiel 36,25-25a), cuando lo que
se nos quiere decir es que lavemos nosotros mismos nuestras conductas,
reconduzcamos nuestra realidad o la senda de nuestro caminar, y se nos dice con
insistencia: - “Una voz grita: Preparad al Señor un camino en el desierto, trazad para
nuestro Dios una calzada recta en la región estéril”, (Isaías 40,3.3). Todos
estos llamamientos nos hablan de actitud ante Dios y ante los hombres y mujeres
de nuestro mundo. Sentir la experiencia de Dios es estar sometido a unas circunstancias
extraordinarias –sean positivas o negativas-, en las cuales sentimos la dura
prueba, experimentamos el gozo o la dicha, flaquea nuestra fe, apreciamos el
tener o no tener salud, la marcha de los seres queridos, un alumbramiento, un
estado de shock. Y en esta experiencia formidable, encontramos el rostro de
Jesucristo y la razón de nuestra vida y nos sentimos en consonancia con el
medio y participes de la humanidad e hijos de Dios. Por ello, “zambullirse en
el agua y salir de nuevo simboliza hundirse en la muerte y renacer a la vida.
Jesús abandonó su pueblo, su casa, su familia. Se quedó solo. Y emprendió una
forma de vivir y hablar que le llevó al conflicto, al juicio, la condena y la
muerte. Se “auto-estigmatizó”. Y así nos dijo cómo podemos renovar esta iglesia
y este mundo” (José Mª Castillo-teólogo). Por ello, “es importante que cada
persona asuma su realidad, su YO. Y de esta manera, el YO del sujeto de estas
experiencias vitales participa de manera más o menos consciente de todos los
actos de la conciencia” (Joseph Ternus-Doc.Filosofía). Una de las
características de Jesús es que aun siendo una persona sin formación reconocida
(Jn 7,15b), atesoraba una sabiduría que le llevó a ser un conocedor nato de la
escrituras sagradas. El sabía del pasaje de Jeremías, “así te blanquees con salitre
(natrón) y te des bien con lejía, se te nota la culpa en mi presencia“
(Jr 2,22), pero no es por eso por lo que decide bautizarse pues no podía ser
consciente de que como hijo de Dios estaba exento de pecado. ¿Por qué se
bautiza Jesús? ¿Acaso lo necesitaba? Tengamos en cuenta algo. Salvando el
episodio de la perdida en el templo a la edad de doce años (Lc 2,41ss), desde
el nacimiento de Jesús hasta el episodio del bautismo como primera aparición pública
siendo adulto, pasan veintiocho años “pues fue esa con toda probabilidad la
edad del bautismo” (J.Ant. Pagola). Nadie se equivoca al pensar que Jesús
durante toda su vida pública solamente fue una persona normal que vivía entre
los suyos y como judío de aquel tiempo. El no pudo prepararse para actuar,
premeditando sus actuaciones para favorecer la puesta en escena de él mismo como
hijo autentico de Dios. Cuando el acude al bautista, acude porque se siente
llamado a realizar un signo que determine la culminación de un proceso interior
y de maduración interna; por medio del cual se decide a apostar su vida por la
causa del Reino de Dios, asumiéndolo como tal y llamándole “abba” = Padre.
Los
demás acuden a limpiarse de los pecados, sin embargo Jesús le da al bautismo su
autentico toque, pues para él como para otros que lo han vivido; bautismo es
cambiar el sentido de la vida y vivirla según Dios. Juan el Bautista era muy
consciente de la simpleza de su rito bautismal, sabía que una vez anunciado el
Mesías “era preciso que el menguara para que Jesús creciera” (Jn 3.30); por eso
mismo le anuncia como Cordero, como pieza fundamental de la obra de Dios en el
mundo. No perdamos de vista algo muy importante. Jesús apuesta por el Reino
porque se deja iluminar por “Su” Espíritu. ÉL, el Espíritu es la fuerza que nos
llama, nos interpela, nos anima en la lucha, nos predispone a la maduración y
nos ilumina en la oscuridad. En esta cuaresma, busquémosle como le buscó Jesús.
Retirémonos a sitios apartados, reflexionemos sobre nuestra vida a la luz de la
Palabra inspirada. En ella y solo en ella, encontramos la clave para parecernos
cada vez más a Jesús. Y siendo así, viviremos en nuestra vida una autentica
plenitud sacramental pues le tendremos siempre. Hermanas y hermanos, feliz y
fructífero camino por el desierto cuaresmal.
Florencio Salvador Díaz
Fernández.
Titulado superior en Teología.
(I.I.T.A.U.P.Comillas)