Cuaresma y corazón = Misericordia
Una cuaresma más y una cuaresma
menos, desde luego. Eso sí, como cristianos no debemos cejar en el empeño de
hacerlo todo nuevo y vivir el presente como si el ayer no hubiese existido y el
mañana estuviera por construir. Me decía esta mañana el amigo Antonio Alcaide
de Écija, “te deseo una cuaresma especial, no un acto repetitivo, sino con el
mismo Espíritu con el que Dios hace nuevas todas las cosas”.
Ciertamente. Y es
que comienza la cuaresma y da la sensación de que la iglesia se sumerge con
especial devoción en los días que nos llevarán a la pasión del Señor, en
detrimento de la alegría pascual; auténtico fundamento de la semana santa y
culmen del camino cuaresmal.
Nos afanamos en devociones, ritos, confesiones…etc,
disfrutando de lo lindo y casi sin querer –en muchos casos- que pasen los días.
Sí, bien. Yo mismo lo hago, pues soy asiduo a la liturgia de las horas u otras
prácticas religiosas. Lo que ocurre es que no se debe confundir el divertimento
que conlleva la cuaresma, con la práctica cuaresmal que nos lleva a vivir un
tiempo determinado de desierto, donde encontrarnos fundamentalmente a nosotros
mismos; y encontrarnos al Señor que desde el otro –que vive junto a nos, aunque
no le veamos- nos exige como cristianos una respuesta determinada.
“Señor, Dios
mío, ¿por qué me has abandonado? (Salmo 21, 1).Este grito de auxilio está
presente en cada momento, pues son muchas las personas que viven y llegan a
encontrarse al límite de sus fuerzas y de sus posibilidades. Ahí llegó a encontrarse
Jesús (Mt27,46), encarnación del grito del salmista. Y desde muchos lugares,
personas y circunstancias, cual si fuera el grito de los profetas del siglo
XXI; se nos continúa demandando en cada época o momento de nuestras vidas, una
respuesta generosa, amable y misericordiosa.
Y se hace en nombre de Jesús. Ahora
bien, hay que saber estar, oír y poner corazón a la vida; pues si no, es
imposible que escuchemos las carencias humanas que pululan a nuestro alrededor.
La cuaresma como desierto, es un espacio solicito para propiciar en encuentro
con Jesús de Nazaret y con la circunstancia personal de cada uno. Digamos que
es una dualidad inseparable, que parte de la base de que, ¿Dónde vas tú a ir a
mostrar misericordia, si no tienes misericordia contigo mismo, o tus entrañas no
son misericordiosas? “Rasgad los corazones, no las vestiduras” (Joel 2,12-18) dice el profeta. Y es que a Dios,
que es padre y madre, le da igual la determinada práctica a la que nos sometamos.
Lo que no le da igual es que tengamos un corazón de piedra que no deje
traspasar el afecto y la fraternidad de manera reciproca. Bien supo nuestro
padre Francisco de Asís, el gozo de ponerse al servicio de los humildes y
pobres de este mundo: “El señor mismo me llevó entre ellos, y practiqué con
ellos la misericordia. Y lo que me parecía amargo se me convirtió en dulzura
del alma y del cuerpo” (Testamento de San Francisco de Asís 2-3).
Que este año
en el que de manera especial el Papa Francisco nos anima a vivirlo todo desde
la misericordia, no perdamos de vista nuestro ser cristiano, la propia esencia
de nuestra vida que debe de constar en servir y dejarnos servir si fuera
posible. Desde el respeto, la educación responsable en valores y derechos
humanos y la NO exclusión de nadie, pues una iglesia de puertas abiertas es lo
que necesita el mundo.
Y si la persona no se siente demasiado en sintonía con
la propia iglesia, tengamos en cuenta que hacen falta todas las manos posibles
en este mundo para construir el Reino de Dios, y a Dios si le da igual de que
clase de cultura, sexo, ideología, religión…etc, sea la persona; mientras tenga
ánimo para trabajar a favor de la paz y el bien. Feliz camino por el desierto
cuaresmal.
Atte. Floren.
Salmo de la
coherencia de vivir
Te canto, Señor, agradecido
Por el ámbito caliente de mi intimidad,
Por el centro sagrado del alma
Donde alienta tu presencia, resuena tu voz
Y se gesta el valor de la conciencia.
Gracias por este cimiento sólido
En el que apoyo y construyo, día a día,
Mi identidad y la coherencia de vivir.
La bondad no será timidez ni cobardía,
La sinceridad un riesgo innecesario,
La libertad una trampa para el libertinaje,
El amor una amenaza constante de chantaje...
La gratuidad, hoy tan ausente,
Ha de ser lengua oficial de comunicación
Más allá del consumo fragmentador,
Y, también, valor de constante referencia.
Así será posible ver al otro:
El hermano, el amigo, el compañero
No como rival o competidor sino
Como persona con quien compartir.
¿Quién escribirá de otro modo
la parábola de la paternidad de Dios
haciéndola creíble y fascinante
si los hermanos no se tratan como hermanos?
Ya sé, Señor, que la comunión fraterna
Se hace con la aceptación de los diversos,
Y que toda fraternidad es gracia
De los unos para los otros:
Gracia de saberse don y acoger como don.
Señor de la pluralidad en unidad,
Enséñame la difícil lección, nunca sabida,
De que la diversidad no es consecuencia
De la limitación innata, sino don del Espíritu
Que nos ha creado diferentes
Pero nos quiere uno...
¡Que en el hogar del mundo
hay sitio y pan para todos!
Siempre las diferencias, por mínimas,
Son adjetivas: cuestión de cambio de plano,
Y las traducciones personales de la diversidad
En modo alguno son verdades absolutas.
(autor desconocido)