Como cada día de cole durante el
recreo Edu se sentaba en el banco verde bajo el árbol, mientras miraba a los
niños y las niñas jugar. Nunca le gustó el fútbol aun a pesar de que su padre
incluso llegó a obligarle a ver algún partido en la tele. Hasta que se
convenció de que su hijo no era un niño de pelota. Por eso nunca participaba en
los juegos de pelota, pues casi siempre observaba que los equipos acababan peleándose
y eso no le gustaba nada.
No acababa de pasarlo bien en el recreo
del cole porque siempre había algún niño que estaba dispuesto a chincharle. No
acaba de entender si aquello tenía algo que ver con lo que le decía su abuela
cuando él le contaba sus penurias del cole: “querido
Edu –le decía su abuela-, tienes que
entender que eres un niño muy especial”. El colegio le gustaba mucho porque
siempre había una pregunta a contestar, y a él le encantaba saber cosas. Era
aplicado y solía llevar muy buenas notas a casa, circunstancia que en más de
una ocasión le llevó a ser tildado de empollón con la debida insidia que eso
causaba entre los demás niños del colegio.
Digamos que compañeros lo que se
dice compañeros o compañeras, Edu tenía bastantes pocos. Y amigos…, amigos
tampoco tenía pues aunque se lo había propuesto nadie quería ser su amigo ni
charlar con él. Pero aquel día sin que Edu lo supiera, sería un día especial.
Hacía unas semanas que al colegio
llegó un niño nuevo. Era de piel muy morenita, así que los que siempre
fastidiaban le pusieron el mote de “el moro”. Pero daba la sensación de que a este
niño le daba igual y no entraba al trapo de los que intentaban fastidiarle,
pues este niño pasaba lo que se dice siete pueblos de los que se metían con él.
Hablaba con muchos niños y en algunos casos Edu se daba cuenta de que les daba
algo, no sabía el qué.
Estaba en sus pensamientos cuando
oyó pelea en el campo de fútbol y vio a varios niños dándose patadas y golpes y
al profe de mates salir corriendo para separar a los energúmenos. No se dio
cuenta de que mientras miraba la pelea se le acercó el niño nuevo y metiéndose
la mano en el bolsillo del pantalón, sacó un caramelo y se lo ofreció.
-¿Quieres un caramelo?
Edu le dijo que sí y desliándolo
y metiéndoselo en la boca le pregunto que como se llamaba.
–Jalib, le dijo el niño. –Me
llamo Jalib Sánchez Salmaj.
Edu apreció que hablaba
castellano perfectamente y se arriesgó a preguntarle de que país era.
–Soy tan de España como tú, le dijo Jalib.
Lo que pasa es que mi padre ha
sido trasladado por motivos de trabajo y por eso he llegado al colegio con el
curso empezado.
–Yo me llamo Edu de Eduardo. ¿En
qué trabaja tu padre?
-Es director de la oficina de
correos del pueblo, contesto Jalib. -Hubo una baja y por eso lo trasladaron.
-¿No juegas a la pelota? Preguntó
Edu.
–No, porque casi siempre acaban a
leñazos. En el pueblo del que vengo, el día antes de marcharme del colegio
expulsaron a siete niños por darse una tunda tan grande que hasta mancharon de
sangre el suelo de la clase, y fue por temas de rivalidades de fútbol. Así que
prefiero pasear y como me dice mi madre, observar y saludar a las personas que
se dejan saludar. Es algo bonito.
-¿Tu madre es de aquí? Preguntó
Edu.
–No, mi madre es de Tánger. Vino
a España por motivos de trabajo y tuvo suerte pues lo encontró al poco tiempo,
cuidando a una señora mayor. La quería mucho y era generosa. Esto le permitía a
mi madre enviar dinero a mis abuelos de Tánger cada mes y como lo hacía desde
la oficina de correos, pues ahí conoció a mi padre. Antes de que me preguntes,
mi padre se llama Alfonso, Alfonso Sánchez y es de un pueblo de Murcia donde
conoció a mi madre. Tengo una hermana que se llama Carlota pero es muy pequeña,
tiene catorce meses.
-Oye Jalib, le dijo Edu. ¿Tú vas
siempre por el recreo dándoles a los niños caramelos sin más?
-Verás Edu, tiene su explicación.
Mi madre me contó que los primeros años aquí fueron muy duros. Cuando llegó
estuvo varios días cogiendo fruta en la parte de Almería, de temporera, pero no
la trataban bien y tenía que estar todo el día trabajando para ganar la mitad
que las mujeres españolas. Entonces decidió probar suerte cuidando personas
mayores, pues mi madre tiene estudios de geriatría. Era un trabajo duro, pero
por lo menos descansaba sus horas, dormía bien y estaba bien alimentada.
Jalib continuó su relato hasta el
punto de notar que le estaba gustando la compañía de Edu.
¿Tienes muchos caramelos en casa?
Pregunto Edu.
-Siii, tengo muchos. Solemos coger
todos los que quedan por el suelo cuando pasa la cabalgata de reyes, pero
cuando se acaban mi madre me los compra nuevos para que los reparta.
Edu lo miró con cara extrañada y
le dijo: -pero Jalib, yo que sé, ir por ahí repartiendo caramelos. ¿No te
parece algo extraño?
En un gesto amistoso Jalib puso
la mano en el hombro de Edu y le preguntó: ¿conoces muchos niños que te
ofrezcan un caramelo, Edu?
Edu lo miro entristecido y le
dijo que no, que incluso en la escuela él no tenía amigos.
Verás Edu -continuó Jalib-, para
las personas que tenemos una piel distinta a la de la mayoría de personas, o a
las personas que como mi madre vinieron de otro país; las cosas no son
demasiado fáciles. Mi madre dice que el mundo está falto de abrazos de verdad,
no solo de abrazos navideños que se pueden olvidar el siete de Enero.
Por eso
mi madre siempre me enseño a ser fraterno, educado y a demostrarlo ofreciendo
un caramelo. Hay quienes lo desprecian, pero hay quienes lo reciben como una
muestra de amistad. Un día le dije a mi madre que estaba cansado de repartir
caramelos, y me dijo que en cualquier momento encontraría un amigo por el que
merecería la pena repartirlos. Y te he encontrado a ti, Edu.
Lo miró atentamente y le preguntó:
Edu, ¿quieres ser mi amigo?
Edu agachó la cabeza emocionado y
Jalib solo pudo ver dos lágrimas que surcaban la cara de su nuevo amigo.
Echándole el brazo por los
hombros le dijo: -Oye Edu alegra esa cara, esta tarde te vienes a casa para
hacer los deberes y merendamos. Y cuando acabemos nos iremos los dos por el
barrio a repartir caramelos. A ver si entre los dos hacemos de este país, EL
PAÍS DE LOS CARAMELOS.
Fin.
P.D. Ojalá los abrazos que nos
damos no se olviden tras la fiesta navideña. Ojalá los buenos sentimientos que
a todos nos afloran en estas fiestas los prolonguemos a lo largo del año nuevo
para construir un mundo donde todos vivamos mejor, en respeto y sin ver una
amenaza en la persona que solo quiere vivir dignamente. Ojalá nuestro
sentimientos sean dulces para construir EL PAÍS DE LOS CARAMELOS. Feliz
Navidad. Atte. Florencio Salvador Díaz Fernández.