“Creemos en un solo Dios, Padre omnipotente, y en un solo Señor Jesucristo, Hijo de Dios y en [un solo] Espíritu Santo Dios. No adoramos y confesamos a tres dioses”. Es la formula llamada “Fides Damasi” la fe de Dámaso (S.S. Dámaso I), la cual contiene una de las primeras definiciones concretas de la Santísima Trinidad, escritas allá por el año 400 (siglo V).
Aunque la igualdad del Padre y el Hijo se le debe al concilio
de Nicea (año 325), y su conjunción con el Espíritu en el año 381 en tiempos
del emperador Teodosio I de Constantinopla, la Trinidad siempre ha estado
rodeada de un misterio indescifrable.
MISTERIO es definido por la Real Academia de la lengua (RAE) como:
“cosa arcana, secreta o muy recóndita, que no se puede comprender o explicar”.
Y es cierto que misterio ha servido para significar toda realidad –que sin
serlo- se le aplica a Dios, y la cual no debemos ni explicar ni investigar.
Sinceramente lo mismo que pienso que un rito litúrgico que la
asamblea no entiende, no sirve para nada. Creo que un misterio como tal tampoco
sirve para nada. No es que estemos en la época de que todos pedimos respuestas,
no. Aunque si se piden no pasa nada. Más bien quizás sentimos la necesidad de
acercarnos a Dios, sentirlo accesible presente en nuestra vida y aligerar todo
aquello que dificulte nuestro acercamiento o retrase nuestro camino hacia Él.
Porque mira que es complicado definir que una cosa son tres
partes sin ser individual. Y entiendo que no se trata de ignorancia de los
fieles, no es falta de inteligencia. La Trinidad como misterio, simplemente no llega –como realidad- a materializarse en
la vida de los creyentes; que en muchos casos creen en un Dios al que imaginan
por encima de las nubes aun cuando les resulta imposible descifrar su rostro en
la tierra.
Visto lo cual y tras años de experiencia religiosa y de
formación, cada vez estoy más convencido de que bien pudiera servirnos esta
fiesta de la Trinidad como la posibilidad de interpretar a Dios en nuestra vida
y en la historia. Interpretarlo y descifrarlo, sí.
Recordaré aquí la excelente interpretación trinitaria de Sor Caritas Muller, quien considera que la Trinidad es elemento trascendental que sirve al ser humano, a la mujer y al hombre de cada tiempo. En el centro la persona, color negro y desvalida.
El Padre la abraza, el Espíritu la asiste con
su fuerza desde arriba y el hijo la sustenta y sirve a los pies. Hay aquí
cuatro elementos significativos y aun puede haber muchos más. Quizás tantos
como circunstancias –felices o tristes- de la vida en las cuales vemos a Dios o
pudiéramos descifrarlo en el prójimo o en la misma naturaleza y en cada
criatura (recuerdo aquí el libro “Sacramentos de la vida” de Leonardo Boff).
Qué decir aquí de la dimensión maternal de Dios. Si siendo
Padre es poderoso, incluso autoritario, amoroso, puede castigarnos, nos
sobrevuela, es enorme…etc; como madre nos cobija, sustenta, da seguridad, es
tierna y acogedora, nos deja sentir sus entrañas, da calor y abrigo, nos
amamanta, es amparo y vitalidad determinante…etc.
Interpretaciones a las que podemos llegar en función de
nuestras experiencias, ESTANDO ABIERTOS no al misterio sino a la propia vida,
que ya de por sí puede ser un misterio.
Ojalá dejemos de una vez de poner capas a Dios y dejemos de
convertirlo en un Dios cebolla, a cuyo centro cuesta llegas sino es quitando
todas las capas superfluas. Trinidad es vida con cada una de sus circunstancias.
Trinidad es amor. Trinidad es humanidad y experiencias así como perseverancia. Trinidad
es esperanza y determinación en la conclusión de un mundo mejor. Ojalá Trinidad
sea un nuestras vidas, paz y bien.
Feliz finde. Fraternalmente, Floren.