JAUME PATUEL i PUIG, jpatuel@copc.es MATARÓ (BARCELONA).
El título del presente artículo es la conjunción de dos títulos de libros que acabo de leer El primero, de forma novelada, es la vida de una persona ordenada de sacerdote, la cual pasa al estado laico o secularizado. Esta novela es como un paradigma que incluye muchas experiencias de diversas personas en una sola. Vicisitudes, frustraciones, indecisiones enfrontadas, en primer lugar, con su interior para poder mantener una coherencia donde el Espíritu tiene que estar por encima las leyes, las normas. En segundo lugar, frente a la institución donde el derecho canónico, los dogmas pueden, no siempre, ahogar la capacidad de los que gobiernan, los cuales actúan de acuerdo con aquello que piensan que con lo que sienten y son. La narración es un buen reflejo de esta contradicción en el interior de la institución. Dicho con otras palabras, refleja la lucha de las personas que han de tomar una decisión vital que les obliga a renunciar a una dimensión por derecho canónico y no por el valor evangélico: el ejercicio de una alteridad en tanto que responsables de una comunidad, pero compartida con otra persona. Esta mentalidad eclesiástica que no eclesial hace –y es la realidad que se contempla hoy en día- que los altares se vayan vaciando. De aquí "el altar vacío", el título del libro.
Un indicador claro, a mi entender, del final de un paradigma o modelo religioso. Final de la Edad Media. Sea el estilo románico, la inmanencia. Sea el estilo gótico, la transcendencia. Sean las iglesias actuales donde continúan habiendo rejas aunque invisibles, separando el alar del pueblo, el altar está vacío. Este paradigma ha perdido su valor sagrado y simbólico. Es arte. No en vano, se pueden contemplar iglesias recicladas en bibliotecas o museos o mercados o restaurantes o lugares administrativos o cerradas y estropeándose. Además, estas gran obras de arte, patrimonio del pueblo, piden un mantenimiento y restauración ya que son monumentos y momentos de la historia humana.
Expresan la vivencia de la Comunidad. Pero, sea el que sea, el tiempo lo dirá, el valor simbólico del altar es vigente. Puede haber un altar vacío material, pero el altar interior, vacío o lleno, está en manos de cada persona. Un altar interior, un lugar interior. Esta dimensión interior que todo ser humano tiene. Y la tiene para vivirla. La realización o vivencia total de una persona. El altar es la dignidad interior de todo ser humano. Altar que ha de ser respetado. Y como dice un pensador, parece que a partir del 1989, en practicar la idea de la globalización, este valor ha estado sierpe ignorado. No ha entrado en la consideración globalizante.
Y esta ambivalencia de ser o no ser la dignidad, todavía comporta un diálogo entre ¿Ateos o creyentes? Título de un libro donde hay el diálogo entre tres filósofos: Vattimo, Onfray, D'Arcais. Diálogo que tiene razón de ser en función de un altar vacío de una iglesia, pero no de la vida del ser humano. A mi entender, también es un diálogo de la Edad Media. Altar lleno, ¿hay Dios? Altar vacío, no hay Dios. El diálogo debe ir en pro de la dignidad humana. Todo ser humano tiene esta dimensión profunda gratuita, pero necesaria. No es una creencia. Es un dato antrópica. Existencial. Constatada. Las neurociencias dan fe de esta dinámica en el cerebro de toda persona que medita, reza, silencia su mundo interior. No es cuestión de creerlo o no: ateo o creyente. Es ponerse para vivirlo. La poesía, la música, el arte pueden dar lugar a muchas discusiones teóricas e incluso científicas. Pero, ¿dejará o no de existir la poesía, el arte o la música? La realidad estética continuará siendo una dimensión gratuita, pero necesaria para una antropología integral. Hoy en día, en otro modelo o paradigma, la dignidad humana tiene que ser el nuevo altar. En el mundo globalizado el valor más alto o básico para construir más que nuevos edificios, dinámicos, de transición, debiera ser el que todo ser humano pueda vivir, ser libre y ser respetado.
Pero, probablemente, o sin tan probablemente, aún estamos en una encrucijada donde cabalgan modelos diferentes y a veces opuestos. Y en nombre del "altar vacío" o de ausencia de diálogos, y de hecho es así, se impone una visión única para la nueva construcción del mundo. Un poder familiar, social, civil, administrativo, político, eclesiástico y no digamos económico (un altar vacío) que no busca la verdad, sino imponer una verdad, la suya, como la sola y única válida. Una época de total de Edad media y moderna (¿ateos o creyentes?)
Por lo tanto, para adentrarnos en un nuevo paradigma humano donde no preocupe ni el altar vacío ni el diálogo racionalista sino encontrar el lugar del nuevo altar y dialogar razonablemente en pro de su libertad existencial: la dignidad humana. Libertad que está totalmente amenazada por los nuevos poderes en nombre de los sistemas religiosos como de los cientificotécnicos donde se intenta que todo ser humano sea "un hombre técnico" o "informático", es decir, mucha información pero sin formación, sin propio pensar. Muchas creencias cerradas y mucha técnica, pero en ningún momento un hombre de símbolos, pensamiento y lenguaje personales. Una liberad para una creatividad, innovación, nuevos conocimientos y considerando el ser humano en su dignidad, profundidad y singularidad.
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