Conversando con el Señor, sobre dos amigos que se aman.
Señor
Jesús, el mundo en que vivimos, verdaderamente parece que se hubiera vuelto
loco de remate, pues cada día asolan nuevos desastres.
¿Donde está el amor, en
cada una de estas circunstancias? Aun así, Señor, el amor existe en el mundo,
como fundamento mismo de la vida, como aliciente en las relaciones personales y
como fuente del que se siente hijo tuyo.
Hoy,
Señor, dos amigos en la plenitud de sus vidas deciden darse un sí de amor junto
a todos aquellos que les quieren. Aun cuando muchos se atrevan a pesar su amor,
pretendiendo apartar a un lado el amor no tradicional; nosotros de tus labios
reconocemos que Dios es amor y con eso nos basta (1 Juan 4,16).
Por ello
Señor, en esta conversación contigo, quiero darte gracias por el amor de Juanmi
y Manolo, ya que su amor es un motivo para convertir en fiesta, esta vida que
nos diste.
Te damos gracias, por haber
sembrado en el hombre algo más fuerte que la muerte, el amor; el de amigo a
amigo, el de padre a hijos, el de hombre a mujer.
Por el amor tiene sentido la
vida y el mundo, y la misma muerte.
Gracias, Padre, por la capacidad
de ternura y entrega que has puesto en el corazón humano.
Gracias, porque así podemos
hacer el camino de la vida en compañía.
Gracias, porque el amor sin
limites, que manifestaste en Jesucristo, lo has escondido en lo más profundo
del corazón humano.
Por eso, Señor, al tener esta
tarde esta conversación contigo; igualmente hago la acción de gracias por el
amor de Cristo a toda la humanidad, e igualmente doy gracias por el amor de estos dos amigos.
Envíales, Señor, tu Espíritu para
que les acompañe junto con sus familiares y amigos en el camino de la vida; en
sus proyectos e ilusiones.
Si su amor se vistiera de
incomprensión de congoja o desesperanza, enséñales la luz de tu vida, que es
esperanza para el mundo.
Su amor florecido es manantial
fecundo que se vierte en cada uno de los que los queremos.
Acompáñales siempre Padre Santo,
para que su ternura, renacida, se despliegue en amor preocupado hacia los
otros. Así serán ejemplo, testimonio, manos que abracen en tu nombre y personas
que por amar y ser amados, sean dignas de todo respeto por ser hijos tuyos de
pleno derecho.
Con ellos, y con todos los que
junto a ellos celebran esta alegría de la vida, estés Tu, Jesús; el humano por antonomasia,
y el hijo unigénito de Dios.
Así sea.