Entre yo y mi hermano, poco
nos llevamos
Desde el trece de mayo de este
año, somos muchas las personas que hemos vivido todo un tsunami de sensaciones
alentadoras, tras la elección del papa Francisco, como consecuencia de la –muy responsable-
decisión de Ratzinger de dejar el pontificado.
Quien escribe reconoce ante
ustedes que se ha reconciliado con el solio pontificio tras muchos años de
discrepancias totales. Aunque todavía albergo discrepancias con la iglesia,
asumo la vitalidad de todos los gestos de Francisco y su repercusión en el
mundo; pero espero que todo esto no sea una cortina de humo, para evitar lo
esencial.
Lo esencial es el seguimiento de Cristo. Y lo malo es que “NO” es una
novedad para el cristianismo de hoy, que la opción sea la del seguimiento. Son tantos
los dimes y diretes, son tantas cuestiones a tener en cuenta para tomar tal o
cual decisión, que puede que al papa y a nosotros mismos –en ocasiones- se nos
pase el tiempo sin que consigamos poner nuestro pié en la hendidura que deja
ante nosotros el Resucitado.
Aun resuenan en nuestros oídos los ecos de la
resurrección, los gestos de Jesús y sus acciones. Todo ello hay quien lo
prefigura en la persona del papa Francisco, y yo aliento esos gestos. Quien está
cerca de mi me ha escuchado en más de una ocasión manifestar, la repercusión
que en tiempos de Ratzinguer, hubiera tenido el ver al papa leyendo su mensaje
de navidad sentado en una humilde silla.
Está claro que Ratzinger, tan amante de
los tronos dorados y ornamentos litúrgicos con siglos de antigüedad, se lo ha
puesto demasiado fácil a Francisco, aunque el pretexto de este último fuera
solamente el aligerar el peso del atuendo pontificio en las celebraciones.
Ya manifestó
el teólogo y amigo José María Castillo, que no se cambia la iglesia con cambiar
de zapatos. Una afirmación muy elocuente, para mirar al nuevo papa como yo creo
mirarlo, con esperanza, ánimo y mucha cautela. Cautela porque los ecos eclesiásticos
en nuestro país, al menos no indican que el talante papal sea somatizado a los
obispos de las diócesis de la muy católica –que fue- España.
Los que sabemos
algo del sentido eclesiástico de nuestra iglesia, sabemos que todas las
declaraciones de los obispos responden a un orden estratégico organizado por
ellos mismos, para no dejar de marcar la senda de la ideología católica más
conservadora y por ende, la única entendible por ellos.
Los obispos de Segovia
y Córdoba hoy se manifiestan contra el aborto, niegan de pleno el acceso de la
mujer al sacerdocio argumentando este como don exclusivamente masculino, y
tildan el divorcio como epidemia del siglo XXI…etc. No me extiendo en las
declaraciones porque solo hay que imaginárselas.
En la vecina Francia se
suceden manifestaciones de carácter fundamentalista contra derechos obtenidos
hacia la identidad de género, y está demostrado que tras las convocatorias está
el aliento de la iglesia católica francesa.
En Rusia esta semana se ha aprobado
con la bendición de la Iglesia Ortodoxa, una ley represiva y de una dureza
extrema al considerar un delito la manifestación de la libertad sexual, así
como penalizar por ley todo aquello que sea considerado ofensa a la religión. No
sé si se me podrá tildar de demagogo pero, ¿nos cambiamos todos se zapatos y
así comenzamos a cambiar el mundo? Dejadme que os pregunte. ¿Qué respuesta damos
a todas las personas a las que afecta de manera negativa y causan dolor estas
declaraciones episcopales, así como los hechos acaecidos en Francia o Rusia?
Me
centro brevemente en los divorciados. A estos la iglesia, nuestra iglesia, como
respuesta inmediata les cierra la puerta a la participación responsable de la
comunidad, negándoles la comunión y el acceso a responsabilidades eclesiales tachándolos
de ácratas.
¿Esto no es una vuelta a la antigua economía de la salvación? ¿Apostamos
por la vida y el amor, o por el “cumpli-miento” de la ley?
Es precisamente aquí
donde esperamos a Francisco, en este recodo del camino en el que muchos le
diremos egoístamente ¿qué hay de lo mío? Porque solo entonces tendrá la
oportunidad de TESTIMONIAR auténticamente como Jesús de Nazaret, aunque se
tenga que dejar la piel en el intento.
Coincido con el papa en que os pobres
son importantísimos.
¡Lo primero! Porque la pobreza es la autentica lacra del
siglo XXI y no que la gente se separe o se deje de separar, pues los vínculos sacramentales
van más allá de las posibilidades de visibilidad que tiene un obispo. Pero hay
cuestiones de fondo en las que la iglesia se obceca, y que irremediablemente
causan la retirada de muchos hijos e hijas de la iglesia por el camino.
Los que
responsablemente se salgan del camino no volverán por muy evaluable que sea la
clase de religión. ¿Hasta dónde presionaran los obispos? Probablemente hasta la
próxima campaña electoral. Mientras tanto no debieran perder de vista, que
somos muchos los cristianos que estamos casi a punto de renunciar a la catolicidad
como seña de identidad religiosa, ya que se ha convertido en represiva.
Y Jesús
de Nazaret solo quiso la felicidad individual y colectiva, sin preguntar el
cómo ni el porqué. Acabo. Papa Francisco, déjese de fuegos artificiales y no se
duerma en los laureles, no le vayamos a tener que decir el refrán del pueblo
respecto de la similitud con su antecesor: “entre yo y mi hermano, poco nos llevamos”.
Paz y bien desde la
calurosa Andalucía.
Atte. Florencio Salvador Díaz Fernández,
Titulado superior en Teología.