CARTUJO CON LICENCIA PROPIA

viernes, 8 de noviembre de 2013

AFERRARNOS A LA PRESENCIA - Reflexión en el mes de los difuntos

Aferrarnos a la “Presencia”
Cuando escribo estas letras es día y mes de difuntos, y acabo de regresar de un largo paseo por el monte. Pienso en lo fútil que llega a ser la vida, y en la necesidad de exprimirla al máximo. “Carpe diem”, aprovecha el momento que dijeran los universitarios en otras épocas. Esta expresión cobra hoy un sentido muy particular en mi pequeña ciudad, pues un joven de veintidós años ha fallecido en un accidente de tráfico. 

Su familia le recordará siempre, como cada cual recuerda a aquellos antepasados que nos precedieron en la vida y que ya no viven para este mundo. Paralelo a este pensamiento, me impresiona la variabilidad de tradiciones respecto del día de los difuntos, y como se rinde culto con alegría y generosidad, a los muertos en muchas partes del mundo. Nosotros estamos en otra onda. La generalidad nos enseña que, se llora a los muertos, e incluso en muchos casos se niegan las personas a que el dolor se mitigue, y se dé paso a otra perspectiva distinta. ¿Masoquismo? Sí, quizás también un poco, sobre todo lo detecto en aquellas muertes causadas por la lacra del terrorismo y otras calamidades similares. De ninguna manera admito que no sea reconocido su dolor, eso es otro tema. En cualquier caso, es la “Ausencia” de aquel ser la que nos llena de congoja, nos entristece y nos lleva a evocar con añoranza tiempos pasados. Quien escribe, tiene una ausencia muy reciente. Una ausencia que aun lloro, y por la que siento una gran tristeza. Mi abuelo Salvador. Recordándolo hoy de manera especial, he marchado al monte “Hacho”, aquí en La Salada, y he caminado por el mismo camino por el que lo hicimos los dos junto a mis perros, durante muchos años. El se quedaba embelesado con la naturaleza y con el medio que nos rodea. Admirábamos la maravilla de la tecnología, viendo el AVE pasar por la campiña en lontananza…etc. Llegados a un lugar en el que nace el tomillo, arrancábamos unos tallitos de tomillo fresco, y tras refregárnoslo por las manos lo respirábamos hasta que nos dolía la nariz, y nos llenábamos de la frescura del tomillo y de la grandeza de la madre naturaleza. No voy a decir la palabra “casi”, porque le sentí allí. Fue un momento se sentimientos encontrados, pero llegué a preguntarme a mí mismo, el porqué nos aferramos a la “Ausencia” y no la dejamos de lado, para aferrarnos a la “Presencia”. Si la “Presencia”. El sentido de estar, de ese ser ausente que ya no vive físicamente en nuestro mundo, pero que vive en otra dimensión relativa al Espíritu. Y cuando digo Espíritu lo digo con mayúsculas, pues no me refiero al alma particular de la persona, que exhala al morir y cuyo peso los científicos estiman en unos veintidós gramos. Me refiero al Espíritu de Dios, a la esencia misma de la vida. Me refiero al gran olvidado y al gran manipulado por las grandes variantes del cristianismo, católico y ortodoxo. Ambas creencias, lo dejan siempre en tercer lugar, aun cuando luego le conceden una significación principal, al considerar estas religiones que este Espíritu de Dios puede subir o bajar, como facultad explicita de los presbíteros al imponer las manos. Una autentica burla y una pobreza teológica, que pretende reducir la acción del Espíritu al uso de los sacerdotes, llevándolo a la manipulación sobre la comunidad de los creyentes, que poseen este mismo Espíritu desde el momento de su bautismo –y su nacimiento-, y que al mismo Espíritu convocan por el propio sentido de la comunidad. El Espíritu es la propia vida. Profundizar en Él, es hacer un viaje al interior de la persona y en cada una de sus dimensiones, tanto material como inmaterial. 

Por ello, cabe aquí solicitar al lector la experiencia de realizar la “Presencia”, desde el recuerdo de aquel ser querido que –decimos- se marchó a la casa del Padre, o que dejó la materia física, la carne, para existir desde la dimensión espiritual e inmaterial de la “Presencia”. Espíritu en hebreo es “Ruah” y el griego es “Pneuma”, por ello el concepto de Pneumatología relativo al estudio del Espíritu. Ambos términos no son oposiciones a la vida como tal, sino que aluden a la sustancia viva que esta presente en todas las cosas. En la biblia, “Ruah” (Espíritu) es relativo a la animación de un cuerpo, teniendo en cuenta que no se opone a cuerpo aunque si a carne. Por ello podemos admitir que una de la dimensiones esenciales de la persona humana, la revitalizamos y animamos por medio de la presencia. Es por ello, que estando en el mes de los difuntos, debiéramos de aferrarnos a la presencia porque esta nos puede llevar a afrontar las ausencias de manera esperanzada y quizás incluso animosa. Aferrarnos a la presencia, fundamentalmente de aquellos que se fueron de nuestra vida, pero que no dejaron de existir. Es importante que revitalicemos su existencia en nosotros, en la vivencia real de nuestros corazones, llevando a cabo –por ejemplo- aquellas acciones que para ellos eran sagradas. Desarrollando los valores propios que les hicieron ser queridos, apreciados y estimados –a modo de memorial-. Debemos tener una conciencia clara, de que en el ciclo de la vida donde Dios habita por medio de su Espíritu; estos ausentes habitan y permanecen junto a nosotros, siendo vida desde cada partícula de la vida. En los otros, que nos llaman al servicio cristiano, en las relaciones fraternas donde podemos ser reflejo de los que nos precedieron; en la naturaleza con cuyo ciclo vital contribuimos y al de debemos respetar. Si nos centramos en la ausencia, desplegamos con énfasis el sentido de orgullo y de pertenencia. Si nos aferramos a la presencia, es que entendemos el proceso humano y vital, y deseamos contribuir con solicitud, desprendimiento y generosidad.

Florencio Salvador Díaz Fernández.

Bachiller en Teología Cristiana.