Aferrarnos a la “Presencia”
Cuando
escribo estas letras es día y mes de difuntos, y acabo de regresar de un largo
paseo por el monte. Pienso en lo fútil que llega a ser la vida, y en la
necesidad de exprimirla al máximo. “Carpe diem”, aprovecha el momento que dijeran
los universitarios en otras épocas. Esta expresión cobra hoy un sentido muy
particular en mi pequeña ciudad, pues un joven de veintidós años ha fallecido
en un accidente de tráfico.
Su familia le recordará siempre, como cada cual
recuerda a aquellos antepasados que nos precedieron en la vida y que ya no
viven para este mundo. Paralelo a este pensamiento, me impresiona la
variabilidad de tradiciones respecto del día de los difuntos, y como se rinde
culto con alegría y generosidad, a los muertos en muchas partes del mundo.
Nosotros estamos en otra onda. La generalidad nos enseña que, se llora a los
muertos, e incluso en muchos casos se niegan las personas a que el dolor se
mitigue, y se dé paso a otra perspectiva distinta. ¿Masoquismo? Sí, quizás
también un poco, sobre todo lo detecto en aquellas muertes causadas por la
lacra del terrorismo y otras calamidades similares. De ninguna manera admito
que no sea reconocido su dolor, eso es otro tema. En cualquier caso, es la
“Ausencia” de aquel ser la que nos llena de congoja, nos entristece y nos lleva
a evocar con añoranza tiempos pasados. Quien escribe, tiene una ausencia muy
reciente. Una ausencia que aun lloro, y por la que siento una gran tristeza. Mi
abuelo Salvador. Recordándolo hoy de manera especial, he marchado al monte
“Hacho”, aquí en La Salada, y he caminado por el mismo camino por el que lo
hicimos los dos junto a mis perros, durante muchos años. El se quedaba
embelesado con la naturaleza y con el medio que nos rodea. Admirábamos la
maravilla de la tecnología, viendo el AVE pasar por la campiña en
lontananza…etc. Llegados a un lugar en el que nace el tomillo, arrancábamos
unos tallitos de tomillo fresco, y tras refregárnoslo por las manos lo
respirábamos hasta que nos dolía la nariz, y nos llenábamos de la frescura del
tomillo y de la grandeza de la madre naturaleza. No voy a decir la palabra
“casi”, porque le sentí allí. Fue un momento se sentimientos encontrados, pero
llegué a preguntarme a mí mismo, el porqué nos aferramos a la “Ausencia” y no la
dejamos de lado, para aferrarnos a la “Presencia”. Si la “Presencia”. El
sentido de estar, de ese ser ausente que ya no vive físicamente en nuestro
mundo, pero que vive en otra dimensión relativa al Espíritu. Y cuando digo
Espíritu lo digo con mayúsculas, pues no me refiero al alma particular de la
persona, que exhala al morir y cuyo peso los científicos estiman en unos
veintidós gramos. Me refiero al Espíritu de Dios, a la esencia misma de la vida.
Me refiero al gran olvidado y al gran manipulado por las grandes variantes del
cristianismo, católico y ortodoxo. Ambas creencias, lo dejan siempre en tercer
lugar, aun cuando luego le conceden una significación principal, al considerar
estas religiones que este Espíritu de Dios puede subir o bajar, como facultad
explicita de los presbíteros al imponer las manos. Una autentica burla y una pobreza
teológica, que pretende reducir la acción del Espíritu al uso de los
sacerdotes, llevándolo a la manipulación sobre la comunidad de los creyentes,
que poseen este mismo Espíritu desde el momento de su bautismo –y su
nacimiento-, y que al mismo Espíritu convocan por el propio sentido de la
comunidad. El Espíritu es la propia vida. Profundizar en Él, es hacer un viaje
al interior de la persona y en cada una de sus dimensiones, tanto material como
inmaterial.
Por ello, cabe aquí solicitar al lector la experiencia de realizar
la “Presencia”, desde el recuerdo de aquel ser querido que –decimos- se marchó
a la casa del Padre, o que dejó la materia física, la carne, para existir desde
la dimensión espiritual e inmaterial de la “Presencia”. Espíritu en hebreo es “Ruah”
y el griego es “Pneuma”, por ello el concepto de Pneumatología relativo al
estudio del Espíritu. Ambos términos no son oposiciones a la vida como tal,
sino que aluden a la sustancia viva que esta presente en todas las cosas. En la
biblia, “Ruah” (Espíritu) es relativo a la animación de un cuerpo, teniendo en
cuenta que no se opone a cuerpo aunque si a carne. Por ello podemos admitir que
una de la dimensiones esenciales de la persona humana, la revitalizamos y
animamos por medio de la presencia. Es por ello, que estando en el mes de los
difuntos, debiéramos de aferrarnos a la presencia porque esta nos puede llevar
a afrontar las ausencias de manera esperanzada y quizás incluso animosa.
Aferrarnos a la presencia, fundamentalmente de aquellos que se fueron de
nuestra vida, pero que no dejaron de existir. Es importante que revitalicemos su
existencia en nosotros, en la vivencia real de nuestros corazones, llevando a
cabo –por ejemplo- aquellas acciones que para ellos eran sagradas. Desarrollando
los valores propios que les hicieron ser queridos, apreciados y estimados –a modo
de memorial-. Debemos tener una conciencia clara, de que en el ciclo de la vida
donde Dios habita por medio de su Espíritu; estos ausentes habitan y permanecen
junto a nosotros, siendo vida desde cada partícula de la vida. En los otros,
que nos llaman al servicio cristiano, en las relaciones fraternas donde podemos
ser reflejo de los que nos precedieron; en la naturaleza con cuyo ciclo vital
contribuimos y al de debemos respetar. Si nos centramos en la ausencia,
desplegamos con énfasis el sentido de orgullo y de pertenencia. Si nos
aferramos a la presencia, es que entendemos el proceso humano y vital, y deseamos
contribuir con solicitud, desprendimiento y generosidad.
Florencio Salvador
Díaz Fernández.
Bachiller en Teología Cristiana.