Dios está con nosotros
Recuerdo hace unos años una
campaña publicitaria en autobuses urbanos, la cual decía “probablemente Dios no
existe, deja de preocuparte y disfruta la vida”. No me gusto esa campaña. No,
porque cuando una persona tiene una creencia o una convicción determinada y la
vive desde la responsabilidad y el respeto al otro, no necesitamos que nadie
venga a abrirnos los ojos hacia otra realidad distinta que puede no ser mejor.
Tenemos
claro que esta campaña apostaba por la laicidad en sentido de negación hacia el
“Teísmo”, hacia la religión sea la que sea. Quiero aclarar que la negación de
la religión en demasiadas ocasiones se ha confundido con la palabra Laico o
laicidad. A veces incluso se habla de sana laicidad, bueno. La laicidad no es ni
mala ni buena, si se ignora. Pero hay que tener claro que lo laico es lo
relativo al pueblo, lo propio del pueblo, lo que se refiere al pueblo.
Es por
eso que en el catolicismo los laicos somos los no ordenados, el pueblo al fin y
al cabo. Y yo soy laico y pertenezco al pueblo. Considero que todos los
privilegios de este mundo deben ser suprimidos pues Jesús siempre quiso
igualdad de oportunidades, sobre todo para las clases desfavorecidas. Y por
encima de todo soy creyente y un hombre de fe.
Puede que en muchos casos me
aparte de la ortodoxia católica. Puede incluso que esté más fuera que dentro,
pero creo en Dios como dador de vida, en Jesús que nos revela en su vida al
Padre y en el Espíritu Santo que nos hace percibir la realidad misma de Dios.
No quiero caer en la intransigencia, pero jamás consentiré que nadie me coloque
en la disyuntiva de si Dios existe o no existe.
Es imposible para un creyente
dirimir esta cuestión. Quizás lo sea solamente, porque Dios no puede ser
demostrable sino es desde la propia vida, viviéndolo y respirándolo. Decía
Albert Camus que “juzgar si al vida vale o no la pena de ser vivida es
responder a la cuestión fundamental de la filosofía”. Y si la persona es
creyente y tiene su fe fundamentada, opino que siempre tiene que apostar por la
vida en un sentido esperanzado si es posible.
Y si pierde la esperanza, los que
vivimos en fraternidad y comunidad debemos ser sensibles a las realidades
presentes para paliar las causas del desaliento. Todas estas actitudes merecen
ser vividas considerando a Dios como Padre que nos ama con ternura, desde el
sentido más profundo de la palabra “abba”, papaíto (Rom 8,15).
En demasiadas
ocasiones hemos convertido a Dios en Dios cebolla cubriéndolo de multitud de
obstáculos, sacralizando elementos y situaciones donde es imposible que Dios se
haga presente. Y por ello, ignorando la realidad primigenia donde Dios se nos
hace “Presencia” y se nos hace realidad.
Siempre me ha llamado la atención el
episodio de Ex 3,5b; “descalza tus pies, porque el lugar que pisas es suelo
sagrado”, le dice Dios a Moisés. Moisés acude a la cumbre Sinaítica a resolver
una duda sobre un fuego que no se apaga. El fuego que no se apaga es la propia
situación interior que Moisés vive y por la cual sufre, al saber de la
injusticia de sus hermanos oprimidos en Egipto. Anda el camino hacia la cumbre
hacia Él mismo, y allí se encuentra con Dios.
Es el momento de la presencia de
ambos el que Dios –digamos que- hace sagrado y por el cual le invita a
desprenderse del calzado, porque es en la tierra, en la vida de cada uno y en
su propia realidad donde Dios se nos revela de una manera más impresionante y
magnifica. La tierra, la vida, la existencia…etc; todo es Presencia de Dios si
en el nos apoyamos para llevar adelante nuestra vida, nuestro proyecto y la
construcción sencilla y sin demasiadas historias del Reino de Dios cuyas bases
nos muestra en tantas ocasiones Jesús de Nazaret.
Recuerdo hoy a Pedro
Casaldáliga y ese largometraje sobre su vida titulado “Descalzo sobre la tierra
roja”. Allí tuvo Pedro su misión y allí la tiene. Le pudo costar la vida pero
le costó mucho más, la vida de los suyos y de quienes por su sufrimiento se
hicieron suyos. Es cierto que no somos Pedro, pero tenemos una tierra con unas
personas conocidas o no y unas causas por las que luchar.
El evangelio siempre
nos anima a tomar el arado, el rumbo con determinación y hacerlo descalzo si es
posible. Descalzo por muchos motivos. En primer lugar por sentido del desprendimiento,
en segundo lugar quizás porque descalzo no se duerme uno y consigue atemperar
la cabeza y actuar con responsabilidad. Descalzos para como Moisés, ser
conscientes de que es en ese momento inesperado donde Dios se revela, como
fuego que no se apaga. Y nos invita a vivir la vida desde “Su” propia vida y/o
existencia.
Creo en Dios porque creo en la vida. Una vida a la que nací hace
treinta y siete años tal día como hoy. Dios se bendiga así mismo por la
oportunidad que me dio y a mis padres por amarse hasta el extremo y traer otra
vida al mundo. Permita la vida que todas las ocasiones de mi vida sean
ocasiones de Presencia ante Dios. Que al estar con las personas –con la gente-
aprenda a estar con Dios, su Hijo y su Espíritu, pues cada humano es Templo del
Espíritu.
El Señor ilumine a todos aquellos que tenemos la osadía de ponernos
en su Presencia.
El Señor nos ilumine para saber "Ser Presencia" entre los hermanos. Con Clara de Asís proclamo. “¡¡Gracias Señor, porque me creaste!!”.
Paz y bien.