Es de sobra conocido la deslocalización que tenemos con la solemnidad de Todos los Santos. Es un día en que dedicamos a los difuntos -cuyo día litúrgico es mañana-, aun cuando es una fiesta que debe celebrarse desde la resurrección y la gratitud por tantos y tantos testimonios de personas buenas que fueron dignos de la santidad.
Desde luego, todos pensamos que nuestros difuntos fueron buenissimos y hacemos bien. La vida tiene sus luces y sus sombras, y soy hombre de confiar en que Dios al final de nuestros días, ilumina nuestras sombras con la luz de su misericordia.
De todas formas hoy pensaba yo, en la necesidad que tenemos de descifrar la santidad en el mundo y entre nosotros.
Sí. El cielo está lleno de santos, pero la mayoría de ellos no son canónicos. No son santos porque un papa de Roma dijera que son santos. Son santos porque amaron, fueron buenas personas fundamentalmente y porque fueron testigos de Jesús de Nazaret en el mundo sencillo, callado y silente en el que muchos vivieron.
Y me atrevo a decir que hoy día, la santidad camina por las calles de nuestras ciudades y pueblos.
Es una actitud que puede percibirse en personas sencillas y corrientes, buenas y HUMANAS. Personas que son amorosas y sensibles, equilibradas, sinceras y fieles a la verdad cueste lo que les cueste. Son personas fundamentalmente sensibles, respetuosas y como Jesús de Nazaret, conceden a cada persona su sitio reconociendole su dignidad.
Digamos que si de algo huyen es de reconocimientos concretos, pues su vida son su gente.
Hoy le pido al Señor que nos conceda reconocer a estas personas para darle gracias por ellas, y para poder mirarles de frente y seguir sus ejemplos y testimonios de vida.
Buenas noches.