“Destruid este templo y en tres días lo edificaré” (Jn 2,19b)
Reconozco la sorpresa que supuso
para mí, el saber hace unas semanas que Tenzin Gyatso, el XIV Dalai Lama,
manifestaba “que a su muerte podría no
reencarnarse y no tener un sucesor, lo que pondría fin a una tradición de casi
cinco siglos” (elpais.com). Sin lugar a dudas me causo impresión no solo la
afirmación en sí, que liquida por sí misma una institución histórica como tal,
sino que admiré el profundo sentido del desprendimiento que atesora este líder
espiritual.
Desde mi condición cristiana he reflexionado mucho sobre la
trasposición que supondría esta misma noticia en el catolicismo. Y considero
que es totalmente posible –y no tiene porque ser contraproducente-, la
disolución de la institución papal y el organigrama eclesial. No lo planteo
como un anhelo a alcanzar, pero si lo planteo desde el plano personal, que me
lleva a ser consciente de que son muchas las ocasiones en la vida de un
creyente, en que vivimos de espaldas a la institución religiosa.
No defenderé
aquí algo que tengo muy claro, y es que Jesús de Nazaret el Hijo de Dios no
fundó la Iglesia Católica. Jesús como judío que era, impulso una nueva manera
de relacionarse con Dios, desde el amor y la misericordia entrañable, desde la
fraternidad. Disolviendo por sí mismo todos organigramas posibles que puedan
interponerse entre Dios y la persona, para crear una relación limpia, personal
y sin interferencias. Con una sola palabra “ABBÁ” –Padre- (Rm 8,15), Jesús nos
enseña la plenitud de un Dios humanizado.
Y a lo largo de los siglos la
interpretación que la iglesia ha venido haciendo, es la de dificultar el acceso
de la persona a Dios. En muchos casos por causa de una pastoral errónea de la
obligatoriedad, y un ordenamiento sacramental de la vida de la persona que más
bien deja claro el interés por manipular a las personas.
Esto nos ha llevado a
configurar a lo largo de los siglos una institución que aunque podamos admitir
que vive una primavera en la actualidad, dista mucho de estar con los pies en
el suelo si aun hay discusiones sobre la posibilidad de que comulguen los
divorciados, y otras cuestiones que son aceptadas por la generalidad social y
cuyo desarrollo no afecta para nada el proyecto del Reino de Dios anunciado por
Jesucristo.
"renunciar a la estructura no lleva consigo ni la renuncia de la esencia ni a la vivencia ni al Espíritu. Hay renuncias que nos pueden ayudar a renacer"
Considero que a la deriva que la Iglesia católica ha hecho del
evangelio de Jesús, no ha ayudado nada la cultura que siempre ha estado al
servicio de la religión mayoritaria, ni la constitución de la iglesia en un
estado soberano con un jefe a la cabeza con plenos poderes sobre sus súbditos, paradójicamente
todos los bautizados.
Digamos que hemos convertido la iglesia en una
institución en la cual el papa delega su autoridad por todo el mundo en la
persona de sus obispos, que gobiernan sus diócesis como gobernadores civiles. “El papado, tal como ha venido a quedar
organizado en la Iglesia actual, no se puede justificar o argumentar desde el
Evangelio y menos aún desde el N.T. en general, en el que Pedro tiene un papel
destacado como discípulo de Jesús, pero nunca como poder supremo y único en la
Iglesia. A nadie debe llamarse “papa” (padre), ya que eso está prohibido en el
Evangelio (Mt 23,9)” (José María Castillo-Teólogo).
Podemos estar de acuerdo
en que haya personas que necesiten esta estructura, que les de seguridad y se
sometan gustosamente a esta autoridad deslegitimada por Jesús de Nazaret (Mt
20,25-28); pero igualmente debe reconocerse siempre que de la misma manera que
es posible la salvación sin estar bautizado, es posible ser cristiano, ser
comunidad y ser seguidor de Jesús, planteándose exclusivamente la observancia y
puesta en práctica del evangelio dentro de la comunidad humana y cercana en la
cual cada persona vive.
Planteo esta cuestión no por un sentido apologético
sino practico, ya que considero que la mayoría de los católicos se consideran a
sí mismos personas que solo acuden a la iglesia para cuestiones cultuales
(religión-cultura). Son muchas las personas que viven, el que yo denomino
Evangelio de la vida.
Ese evangelio anunciado y vivido por Jesús de Nazaret, en
el cual la acción tiene mucha más significancia que la estructura. Observemos
por un momento a Jesús con la Samaritana. “Jesús
le contestó: -créeme mujer, llegará el día en que no adoraréis al Padre ni en
este monte ni en Jerusalén. […] Llegará la hora, es más ha llegado, en que
adoraréis al Padre en Espíritu y en verdad” (Jn 4, 21-24).
Y por medio de
la verdad y “su” mismo Espíritu, Jesús nos emplaza en la vida de cada uno. Deslegitimando
como morada del Padre no solo aquel templo destruido en la cumbre del monte
Garizín en Samaría, sino al mismo templo de Jerusalén con toda su riqueza y su
poder material y político. Pues son edificios que aunque alberguen la Torá, las
Escrituras, la misma Eucaristía y la autoridad jerárquica; no tienen sentido, son inoperantes y están vacíos si todos
estos elementos sagrados y organizativos no mueven al sujeto y a la comunidad a una determinada
forma de vivir.
Estas palabras son aun hoy de actualidad. Siempre he dicho que tener
fe no es sinónimo de buena persona, porque puedes ser un fanático. De la misma
manera el ir a la Iglesia no siempre significa un encuentro con Dios ni
siquiera con la comunidad. Puede que vayas a misa el sábado porque así haces
tiempo para luego pasear con las amigas, o puedes ir a un acto religioso al que
te prestas con carácter protocolario. O puedes asistir a misa y vivirla en
plenitud.
Todo es posible. Pero también es posible seguir y celebrar y vivir a
Jesús sin la tutela eclesiástica, porque esta misma institución no puede
garantizar por sí misma la acción de Dios sobre nadie, si el sujeto no está en
disposición de actuar. ¿Qué mejor templo queremos para el Señor que nosotros
mismos? “En el momento de su último
suspiro, el desgarrón del velo del templo muestra que el santuario pierde su carácter
sagrado perdiendo su función de presencia divina” (Mt 27,51) (León-Dufour).
No así en el caso de las personas que crean en Jesús. ¿Qué nos hace falta para
amar, salvo un corazón entregado? ¿Qué necesitaremos para ser las manos de
Jesús en el mundo, sino unas manos dispuestas a reconocer la dignidad del otro?
¿Dónde acudiremos para estar con Jesús, sino es con aquellos que necesitan de
aliento y esperanza? ¿Dónde reconoceremos al Espíritu, sino es en la fuerza
esperanzadora que nos anima cada día a vivir y seguir las huellas del
resucitado? Nada necesitamos si Dios está con nosotros (Rm 8,31), pues solo una
cosa merece la pena.
No nos calentemos la cabeza con lo que ha dicho tal o cual
personaje sobre mi vida o mis circunstancias. ¿Qué quiere Jesús de Nazaret para
mi? En primer lugar que resucite junto a él a esta misma vida, renovado y
rejuvenecido; para ser en el mundo y entre los míos fermento y luz. Así se
construye comunidad, así se hace la “Koinonía” (comunión).
Ojalá construyamos
una Iglesia de cimientos humanos y no pétreos. Ojalá hagamos Iglesia circular
donde brillemos todos y no el presbítero por encima de todos. Ojalá tengamos
una Iglesia de la alegría, la espontaneidad y la apertura, y no una Iglesia
oscura de densos ritos y programaciones pastorales sin efectos prácticos. ¡¡Ojalá!! Pues renunciar a la estructura no lleva consigo ni la renuncia de la esencia ni a la vivencia. Hay renuncias que nos pueden ayudar a renacer. Paz y bien.
Floren Salvador. Diplomado superior en Teología.