"A todas las mujeres y hombres que sin serlo, merecen ser felices"
Cuando entro en casa estaba
agotada hasta la extenuación. Se lamentó de lo largos que eran los días en
verano y le resulto insoportable el pensar superar la etapa estival. Todo estaba
a pique de desmoronarse, hasta el punto de pensar en aquel momento que puñetas
estaba haciendo allí, en aquella enorme casa de pueblo cuya cal se desprendía
de las paredes por la falta de mantenimiento.
Se sintió culpable, sí.
Nunca pensó
que aquella casa donde habitara su madre, su querida abuela y toda su familia,
y donde ella pasara la infancia y parte de la adolescencia, fuera a ser de
nuevo su hogar. Pero la sentencia del divorcio cayo implacable sobre ella. Y su
“ex”, tras haberla engañado hasta el punto de hacerla ante sus amigas la tonta
número uno en oportunidades amorosas, la había dejado sin un duro y en la calle
y todo por unas piernas un poco más delgadas que las de ella y una cara que no
merecía la pena mirar. Subió pesadamente la escalera hacia el piso de arriba,
cargada con el maletín de la oficina. Además llevaba dos bolsas repletas de
fruta y brócoli.
Una barra de pan bajo el brazo a modo de espada cual caballero
medieval y las llaves del coche sujetas entre los dientes por falta de dedos. Cuando
llegó al rellano se encontró con su propia figura reflejada en el gran espejo
enmohecido de años y años de edad, y lo que vio no le gustó. Podría admitir que
fue guapa en una época de su vida, pero aquel reflejo era el de una persona
vencida, sin ánimo y que más que vivir se afanaba en sobrevivir a golpe de
brócoli y suspiros silenciosos.
¿Tan vieja soy para una segunda oportunidad? Se
preguntó a sí misma al espejo. Continuó el ascenso, dejo el maletín en la
mecedora de la entrada y colocó los alimentos en el frigorífico. Para su
asombro notó un gran charco de agua debajo del electrodoméstico y supuso que se
había descongelado al soltarse el enchufe de la pared.
Efectivamente. Y es que
el frigorífico no estaba encajado del todo en su sitio y el cable no daba más
de sí. Le fue empujando poco a poco hasta que este retrocediera a si sitio
habitual y cuando lo enchufó nuevamente y se dispuso a recoger el agua, pudo
ver un trozo de papel de libreta mojado en el suelo. Lo cogió. Estaba escrito
con una letra conocida de hace muchos años. Lo trató con mimo para no rasgarlo
y se quedó helada al leerlo.
“Lola, perdona lo de anoche pero me sobrepasa
verte hundida y sin ánimo. ¿Cuántas veces te he dicho que apueste por ti en la
vida y por tu felicidad? Le das demasiada importancia a lo que la gente dice de
ti y así se te pasará la vida, preocupándote por todo menos por ti. ¡Quiere te
mujer! Recupera el ánimo, vive el momento que lo que tenga que venir vendrá. Si
te chille fue porque te quiero y porque se lo mucho que te preocupas por todos.
Te quiere tu hermana”.
Cuando se dio cuenta estaba con lágrimas en los ojos. Su
hermana Sandra llevaba seis años viviendo en Missouri, desde que se fuera a
trabajar a Estados Unidos y allí encontrara a su media naranja. Ella nunca pudo
visitarla pues se cruzó por medio el divorcio y no tenía dinero para el pasaje,
y desde entonces salvo por dos primas en el pueblo estaba prácticamente sola en
lo que a familia se refiere. Con determinación acabó de recoger el agua del
suelo y se fue en busca del teléfono y el directorio de números. Marcó un
número.
–Miguel, soy Lola de la Paquita, si que tal. Oye, ¿cómo estás de
trabajo? Bueno pero siempre has sido un pintor genial y práctico y aunque sea
poco a poco te defiendes. Si, si. No, mi piso no, lo que quiero es que en
cuanto puedas te pases por casa y me arregles de pintura la escalera y la
cocina que están fatal. Tráete mortero para el repello porque hay pompas por
toda la pared. Luego tu repasas lo que veas y el año que viene le damos un buen
ataque al patio de abajo. Si, si lo que tu veas. La llave la tiene la vecina de
enfrente para cuando vuelvas, ¿vale? No, que va. Creo que solo me voy un par de
semanas pero quiero tenerla arreglada cuando vuelva y así pasar un buen verano
en casa. Dile a tu cuñada que si quiere se venga y te ayude, y cuando regrese
ajustamos cuentas. ¿Vale? Gracias Miguel. Adiós.
Colgó el teléfono y volvió a descolgar
para llamar.
Yesi –dijo a la voz del otro lado-, ¿qué tal? Oye, ¿cómo estás de faena? Si… jajaja, o sea que
media ciudad quiere irse de crucero verdad. No, déjate de cruceros que me da
yuyu el agua. Lo que quiero es que me busques pasaje de avión para Missouri lo
antes posible. Si, si ya es hora de ver a mi hermana. Averíguamelo anda que me
urge verla, vale. Gracias Yesi. Ok mañana me paso. Si la compañía me da igual
mientras sea clase turista. Chao guapa.
Cuando colgó el teléfono recordó que en
el sótano había maletas de todas las clases y bajó a por una. Cuando pasó por
el rellano se volvió a mirar al espejo y le dijo a su reflejo: -Lola, ha
llegado la hora de apostar por ti misma. Ha llegado la hora de ser feliz.
Floren Salvador Díaz
p.d. disculpad las posibles faltas de ortografía.