Se trata más bien de arriesgarse y abrazar Mc 1,1-6
Hay ocasiones en las
que por mucho que Dios quiera, por mucho que el Espíritu insista y por mucho
que Jesús se muestre ante los ojos de las personas; es imposible que puedan
actuar en la vida de estos si su corazón está cerrado al Reino de Dios.
El evangelio de hoy es de los
evangelios que pueden ser llevados fácilmente al terreno de aquellas personas
que no son aceptadas por la razón que sea, y así lamerse las heridas y
complacerse en el papel del agraviado.
No, no. Marcos no nos enseña nada
de eso en su evangelio. Marcos nos sorprende con una situación en la que las
personas no están receptivas al Reino de Dios, bien porque no quieren
influenciarse por el mensaje de Jesús, o bien porque la estructura de vida,
sociedad, religiosidad…etc., que viven, les impiden percibir y aceptar a
aquellas personas que testimonian en la llamada frontera.
Si, la frontera. La frontera que
dirime el estar o no estar. La frontera del riesgo, la frontera de la situación
límite. La frontera de arriesgarse a decir la verdad. La verdad se paga con
sangre, y de qué manera. Pero son muchas las personas que se enfrentan a la
sociedad o las gentes. O no se enfrentan pero se arriesgan pues ponen sus
convicciones y dignidad personal por encima de todo, aun a riesgo de perder
prestigio, trabajo o posición social. En estos casos también son muchos los
amigos que suelen quedar en el camino. Estas actitudes en favor de la verdad y la justicia están muy cerca del Reino de Dios.
¿El problema de fondo? Suele ser
la comodidad. Este evangelio está muy ligado al de semanas anteriores (Mc
4,35-40) en el que se nos hablaba del miedo de la fe, del miedo de la vida que
paraliza la fe. Desde mi absoluta modestia, creo que Jesús nos enseña hoy en
primer lugar a seguir descifrando su rostro entre la gente, pues sus profetas
de hoy generalmente no llevan casulla y consagran el pan. Sus profetas están en
los sitios menos esperados. Allí donde nadie quiere ir, en ese colectivo
despreciado que lucha por sus derechos; junto a las que son golpeadas y cerca
de los que son apartados por tal o cual. Esos son profetas en primer lugar
porque son personas, y su situación de exclusividad les hacer ser más que portadores
de la gracia de Dios y de su dignidad.
Estos están entre nosotros en
nuestro pueblo y en nuestra comunidad, pero seguro que no van a la Iglesia
porque allí no se les ha perdido nada. Quizás no quieran caridad sino dignidad,
respeto comprensión. ¿Nos atrevemos a acogerlos? ¿O seguimos con la acepción de
personas?