Cuando el mundo despierta horrorizado
ante una ejecución masiva de personas,
así de silenciosos y estremecidos,
con la mirada perdida en el horror,
te bendecimos hoy Padre de los ajusticiados.
En la Cruz de Jesús converge, como en un cáliz,
la sangre viva de los mártires por la libertad,
de los hombres y mujeres justos
que testimoniaron humanidad;
el cuello segado de los rebeldes,
las mujeres que se revelaron ante el abuso,
las mujeres que se revelaron ante el abuso,
el pensamiento prohibido de los creadores,
la lengua torturada de los profetas,
el cuerpo quemado de los reformadores
y las manos amputadas de los que edificaron el futuro.
No podemos nombrar el número de cruces
que pueblan el horizonte de las tierras.
Desde el filo de la espada, hasta los modernos
explosivos;
desde el mar traicionero de los “sin-patria”,
desde el cañón de los fusiles y las armas atómicas;
desde el estremecimiento de la inyección letal
y la devastadora hambre que también mata en el mundo.
Desde el horror de los hornos crematorios
de los campos de exterminio
hasta el asesinato de los mejores de la tierra,
se alza el alarido salvaje del dolor,
como el de un caballo herido en el pecho.
Es la cara de la humanidad humillada,
que como en un Guernica de Picasso
sostiene a sus hijos sin vida y sin alma.
Masas de pueblos enteros, Padre,
-del primer, segundo y tercer mundo-,
están siendo ametrallados, exterminados,
doblegados con vara de hierro y concertinas.
A todo este horror humano decimos ¡¡NO!!
Como una montaña de bronce se levanta la indignación
y apelamos a tu nombre –nuestro más sagrado compromiso-
para luchar contra toda pasión y todo martirio.
Sabemos que sea cual sea el nombre con el que se te
invoque,
Tú no eres el Dios de los asesinos;
eres el Dios de los que viven en fraternidad y se
entregan por amor.
Como tu Hijo Jesús de Nazaret,
el cual siguió amando en la Cruz,
concedió el perdón y la reconciliación,
no se retractó ni un ápice de su evangelio.
Su Espíritu sigue vivo, inquieta y mueve,
es la fuerza más revolucionaria de la tierra,
a pesar de que hemos pretendido domesticarlo a nuestro
interés.
Unidos a este Espíritu, y uniendo a la Cruz de Jesús
a los injustamente ajusticiados, reconocemos
que la sangre de los justos será semilla de hombres y
mujeres nuevos.
Los cuales conquistaremos el mundo y los corazones,
por medio del respeto, la aceptación mutua, la humanidad
y la fraternidad.
Que tu Presencia, Padre,
sea bálsamo para los familiares y amigos de los
asesinados;
que estos se hallen en Ti la paz,
y a nosotros danos cordura para testimoniar
y poder hacer la vida más fácil en este suelo que pisamos.
Amén.