Jesucristo. No es cuestión de ascender
Es solo por expresarme en voz alta, como
siempre hago. No hay intencionalidad de quitar a Jesucristo ni un ápice de
merito respecto de los acontecimientos en su etapa de resucitado, pues en él
tengo puesta mi fe y mi esperanza. La cuestión va más allá del la mera
circunstancia o pregunta, de si Jesús ascendió o no ascendió al cielo. Eso es
lo de menos absolutamente, pues si ascendió o no lo hizo, para nada enturbia el
mensaje de su evangelio y su testimonio de vida, que dio y culmino en la cruz.
La
Ascensión es un capítulo más de las “hierofanías” de Jesucristo en su dimensión
resucitadora. Sin embargo, para el cristiano de hoy lo bonito y sobre todo lo
sencillo, es colocar a Jesús en una ascensión prefigurada con ángeles,
trompetas y cosas muy bonitas y (quizás) muy barrocas. Ascenderlo, subirlo, y
así mismo lo apartamos hacia el cielo hasta que sencillamente nos haga falta, o
tengamos en consideración invocarle; visto lo cual nos debe de atender
enseguida, pues tenemos más derecho que nadie a que nos escuche.
Tener esta
idea de Jesucristo, de su vida y de sus manifestaciones es lo más irresponsable
que hay. En primer lugar porque si Jesús verdaderamente se encarno en el género
humano, desde una dimensión resucitadora nunca podría establecer su residencia
en el cielo, estableciendo una verticalidad en las relaciones -suyas y de Dios-
con los hombres y mujeres del mundo.
La colocación que hacemos de Dios en las
alturas, en las cumbres…etc, es algo que le debemos al judaísmo, pero es algo
que no tiene fundamento de ninguna clase excepto cultual. Dios, Jesucristo y su
Santo Espíritu no tienen más residencia que allí donde palpita la vida y allí
donde hay un corazón que late y cree en Jesucristo, o donde hay una persona
necesitada de compasión y entrañas de misericordia.
Al respecto de donde vive
Dios os puede ayudar simplemente dos citas bíblicas para no aburriros. Rom
10,8b “[…] está cerca de ti, en tu boca
y en tu corazón”. Dt 30,14 “el
mandamiento está muy cerca de vosotros; está en vuestros labios y en vuestro
pensamiento, para que podáis cumplirlo”. ¿Has pensado alguna vez, que sería
de nuestra vida religiosa si no tuviéramos la estructura eclesiástica y por
ende, jerárquica? Hay quien necesita esto último y es respetable, pero no pasaría
nada si nos faltara todo lo estructural que tiene el cristianismo –ritos incluidos-,
excepto la vida y unas manos para hacer el bien.
Eso no nos puede faltar, pues
corazón y manos es aquello de lo que más necesitado está el mundo. Entiendo la
ascensión solo desde un plano religioso como una exaltación de Jesús y sus
contemporáneos (“hierofanías”).
Desde un plano histórico no se puede defender
pues el Jesús corpóreo no existe en aquellos entonces, vive la dimensión
resucitadora. Y desde este plano resucitador y trascendental, si entiendo yo la
ascensión como la significación del culmen de la vida de Jesús; pues no solo
nos dejó un testimonio que es memorial a actualizar para día en la vida del
cristiano, sino que además nos deja su Espíritu para que siendo iluminado con
la luz de nuestra conciencia compasiva y misericordiosa; realicemos en el mundo
acciones oportunas que nos lleven a acercarnos cada día más, a la perfección de
ese Jesús ya resucitado que fue exactamente humano como nosotros, con sus pros
y sus contras.
“Entonces, subir al cielo es lo mismo que
alcanzar el objetivo supremo de la vida humana, objetivo que puede variar según
las diversas religiones o filosofías, pero que siempre, de una o de otra
manera, se refiere a eso que hoy se llama trascendencia” (Santos Benetti). Por
lo tanto, considero que no debemos pasarnos con las adulaciones al Señor. Me decía
un eminente hombre de Dios que “tanto tanto hemos dorado al Santísimo, que le
hemos hecho el favor de dejarlo encerrado en la custodia”. Así que exaltaciones
las precisas.
La liturgia nos ofrece esta hermosa fiesta que es la misma
antesala a la semana pentecostal, donde debemos prepararnos para asumir la
realeza y eficacia del Espíritu Santo en la vida de cada ser humano. El Señor
no necesita exaltaciones. Jesús necesita personas que vivan por Él en el mundo
y junto a la gente. Todo lo demás es relativo por mucho que guste o beneficie,
pues de buena voluntad nos podemos morir pero hay que “pringarse” por el Reino
de Dios desde un plano humano y absolutamente igualitario. Ciertamente nos dijo
el Señor: “No todos los que me dicen ‘Señor, Señor’ entrarán en el reino de los
cielos, sino solo los que hacen la voluntad de mi Padre celestial” (Mateo 7, 21).
Pues eso, no es cuestión de ascender.
Señor:
“Tú que exaltas a los hijos del pueblo;
a los que a pesar del trabajo humillante,
de la represión, el despojo y la incultura
hacen un esfuerzo sobrehumano para amar
y para cambiar este mundo con la fuerza del amor airado.
Tú magnificas, padre, a los esclavos rebeldes,
a los trabajadores revolucionarios,
a los creyentes contestatarios,
a los sacerdotes sin altar
–sólo apoyados en el testimonio de su vida-.
Miles de voces,
las de todas las manifestaciones del orbe,
te aclaman: y sus gritos, unidos a tu nombre,
son el canto de la libertad y de la exaltación del
pueblo,
que te lo agradece diciendo: PADRE NUESTRO…
A Jesucristo, el humano por excelencia,
lo proclamamos hoy símbolo de la humanidad
y primogénito de todas las conciencias despiertas;
y nos alegramos con Jesús
afirmando nuestra solidaridad con su mismo estilo de
vida. Amén.
(Jesús Burgaleta. Adaptación plegaria 41,Victoria)