“CORRUPCIÓN”:
RELACIÓN ENTRE EL PODER Y EL LUCRO
José M.
Castillo
Ya
he dicho, en este blog, que el espinoso asunto de la “corrupción” es un
problema no solamente político, sino además religioso. Ahora doy un paso más. Y
digo que la “corrupción” es el ataque más directo y más grave que podemos hacer
al sistema político, económico, social, cultural y religioso en que vivimos. Quiero
decir, por lo tanto, que si no se controla y se suprime el virus de la
“corrupción”, ese virus acabará liquidando el sistema de sociedad, de
convivencia y de creencias en el que vivimos. O sea, si este problema no se
ataja de raíz, lo más probable es que la sociedad en que vivimos no tendrá
futuro. Y conste que no sería la primera vez que esto ocurre. Ya tendríamos que
haber aprendido, de los antiguos imperios, que se hundieron precisamente cuando
menos lo esperaban sus tranquilos ciudadanos, los “corruptos” de entonces.
Sencillamente,
se produjo lo que se ha denominado “la corrupción del sistema romano”. Que no
fue otra cosa que el destrozo de la relación normal (y honesta) entre el poder
y el lucro. Quienes eran designados para ocupar cargos de poder, utilizaban
aquel poder, no para servir al imperio y sus ciudadanos, sino para robar a la
gente indefensa. Esto ocurrió cuando el nepotismo resultó ser un componente del
sistema. La cosa era tan simple como destructiva. Por lo general “el
nombramiento para un cargo se aceptaba como una oportunidad para hacer el
agosto, y se daba poco menos que por descontado que se produciría un moderado
grado de malversación” (P. Heather). Lo cual, dicho de forma más clara y
contundente, significa que, si para algo se inventó el Derecho romano fue para
defender y asegurar la propiedad, al tiempo que, si para algo se ejercía el
poder y los cargos públicos, era para robar esa propiedad a quienes les
correspondía.
Como
es lógico, en un imperio en el que se había instalado semejante contradicción,
tal imperio se veía minado en sus cimientos y en sus raíces. Y así fue. Es
verdad que hubo emperadores, como fue el caso de Valentiniano (364-375), que
tomaron enérgicas medidas contra la “corrupción”, pero ni siquiera Valentiniano
trató de cambiar el sistema. Porque lo decisivo no era castigar determinados
casos de corrupción, sino atajar la raíz de tales comportamientos en todo
cuanto se movía utilizando el poder y sus privilegios, no para servir a los ciudadanos,
sino para robar a tales ciudadanos. Pero eso no se podía evitar desde el
momento en que los cargos públicos en aquella sociedad no eran ocupados por las
personas más competentes y honestas, sino por quienes gozaban de la desmedida
preferencia que el emperador (y sus más allegados) daban a sus parientes,
amigos o personas del propio partido, que eso – ni más ni menos - viene a ser
el nepotismo. Pero, es claro, un sistema que funciona así, termina por
destrozar sus propios cimientos. En el caso del antiguo Imperio, porque allí ya
no mandaban los más competentes, sino los más ladrones. Allí, ya no funcionaba
la correcta relación “poder – derecho”, sino la incorrecta relación “poder –
lucro”. Y de sobra sabemos que, tal como funciona la condición humana, cuando
el poder se emplea a fondo, no para defender el derecho de todos, sino el lucro
de algunos, no ya los defraudados, sino el sistema entero se destroza a sí
mismo.
¿Es
esto lo que tenemos ahora entre nosotros y con nosotros? Mucho me temo que
efectivamente es así. No ya sólo por lo que ha ocurrido en los últimos años y
en las últimas elecciones generales. La cosa viene desde mucho antes. No sabría
fijar desde cuándo. En cualquier caso, es evidente que llevamos ya varias
décadas en las que hemos ido viendo y viviendo cómo hemos pasado del hambre a
la opulencia. Pero este cambio, tan deslumbrante (a primera vista), se ha hecho
y se mantiene a base de ocultar y camuflar una realidad de la que nos tienen que
dar cuenta y explicación todos los que, desde el poder, han gestionado con más
eficacia el “lucro” de ellos mismos que la “igualdad y la dignidad” de todos. Y
si esto ha sucedido así, es porque los cargos públicos han sido ocupados, no
por los más honestos y competentes, los que se habían currado el cargo en unas
pruebas exigentes y en unas oposiciones, sino por los más allegados y amiguetes
de quien ha gestionado el poder mayor, sea cual sea su nombre o su color. En
una sociedad gestionada así, se hace trizas la relación “poder – lucro”. Con esto quiero decir que el problema capital,
que tenemos que afrontar en nuestro país en este momento, no está en acertar si
debe mandar la derecha, el centro o la izquierda, si lo mejor es que nos
gobierne este partido político o el otro. Eso es importante, por supuesto. Pero
hay algo previo, que es lo que más urge resolver. Reducir al máximo posible la designación “a dedo” de cargos públicos.
Solamente así podremos estar seguros de que quienes nos gobiernan ejercerán el
poder, no para enriquecerse, sino para gestionar una sociedad más igualitaria,
más humana y más justa.
Y
todavía – si se me permite -, una observación. Cuando escribo algo, no puedo
olvidar que he dedicado, y sigo dedicando, mi vida a la religión, a la Iglesia,
a la teología. Por eso, no puedo dejar de preguntarme: ¿qué papel ha
desempeñado en todo este asunto la Iglesia? No quiero despachar esta pregunta
tan grave lanzando las diatribas de siempre contra el clero y sus
representantes. El problema es mucho más complicado. Si la Iglesia tiene alguna
razón de ser, es porque prolonga en el tiempo y hace presente en cada lugar el
Evangelio, la forma de vivir y las convicciones que nos dejó aquel modesto
galileo, que fue Jesús de Nazaret. Pues
bien, si la Iglesia es eso y para eso, la pregunta que hay que hacerse (me
parece a mí) es ésta: ¿Qué presencia ha
tenido y tiene en España el Evangelio de Jesús? Si lo de Jesús significa
algo para nosotros, es evidente que el Evangelio fue sumamente crítico con el
uso que se hace del poder y del dinero. Pero de sobra sabemos que la Iglesia,
en España, ha dado muestras, en demasiadas situaciones, de vivir más interesada
en asegurar su dinero y su poder, que en identificar sus intereses con los
intereses de los que carecen de poder y de dinero. La consecuencia ha sido que
muchos ciudadanos de este país ven en la
Iglesia religión y poder. Pero, ¿ven
Evangelio? ¿sienten a Jesús presente entre nosotros? El día que esta
pregunta tenga respuesta, ese día empezaremos seguramente a ver muchas cosas de
otra manera.