“En un mundo con
tanta capacidad de muerte como el nuestro, anunciar la resurrección de Jesús
significa proclamar que Dios no está con los que fabrican o bendicen muerte,
sino con los que dan por amor la vida para que sean posibles la felicidad y la
vida.”
(Rafael J. García
Avilés)
La resurrección de Jesús es uno
de los grandes acontecimientos de la vida de los creyentes. Además, representa
una gran incógnita para muchos, que aun se preguntan que fué del cuerpo de
Jesús. Unos guiados por el romanticismo admitirán que se evaporó y subió al
cielo. Otros pues darán otra versión admitiendo que el cuerpo como tal se pudrió
en la tierra, y otros asumirán tal o cual cosa. Pero eso no es lo importante,
porque ahí no radica el meollo de la cuestión.
La gran incógnita, imposible de
descifrar, es que la tumba de Jesús estaba vacía. Además no se debe perder de
vista que Jesús resucitó, no revivió. Si el cuerpo de Jesús hubiera asumido de
nuevo energía vital y hubiera vuelto a la vida biológica, entonces se podría decir
que revivió. Pero Jesús al contrario de esto, resucitó. O sea, volvió a vivir
en otra dimensión aun más formidable; pues su resurrección está tan al alcance
de cualquier persona, que solo basta creer en Él o disponerse a obrar en consecuencia
con su mensaje de salvación.
Es importante tener en cuenta la
frase del comienzo del artículo, de Avilés. La resurrección de Jesús nos coloca
en la disyuntiva de estar o no estar junto a Él. Como en otros momentos de la
vida, nos toca elegir. Elegir el modo de vida, la compañía, el hacer y
convivir; y si estamos dispuestos ha hacerlo en el nombre de Jesús resucitado,
si es que somos personas creyentes.
No perdamos de vista que nuestra
tarea primordial es ahondar en el misterio de Dios –que es Padre-, dejando de
lado las capas y capas que le hemos puesto, de rituales, protocolos, liturgias
y solemnidades, hasta el punto de convertirlo en un Dios cebolla que habita solo
en el interior, y que no es accesible. No, no es eso lo que Dios quiere. Dios nos
quiere atentos, expectantes, admirados ante el misterio de la tumba vacía para
descifrar todo lo que conlleva en nuestras vidas, asumiendo la implicaciones
que ello tiene y cogiéndonos fuertemente de su mano.
¿Qué necesitamos como tal, para
evocar la memoria de Jesús? Pues algo tan insignificante como algo que
compartir. Sea pan, naranjas, té o una buena conversación. Ayer lo hablaba con
los estimados Magui y Alfredo. La vida a través de las vivencias de todo tipo,
a mis cuarenta años me muestra un Dios que ante todo es rostro humano,
sonriente o triste, rico o pobre, bello o no agraciado, masculino o femenino,
homosexual o heterosexual…etc; pero siempre humano.
Desde ahí, se debe de partir para
contemplar al resucitado y profundizar en su misterio. Un misterio que parte de
la base de que mientras haya vida, la hay en abundancia; sin perder jamás la
esperanza por recuperar el camino, volver a lo andado aprendiendo de los
errores, fiarse de una amistad, o simplemente apostando por los fundamentos del
mensaje de Jesús, la fraternidad, el amor y el servicio al otro.
Ojalá el resucitado sea algo más
que el colofón de una semana formidable, pero más cultural que de fe. Ojalá esa
tumba vacía resuelva nuestros enigmas personales, nos anime a superar barreras
y nos abra al respeto y la fraternidad de los demás, haciendo vida su mensaje: “mi
paz o dejo mi paz o doy”. Que seamos persona de paz. Te lo deseo de corazón. Feliz
camino por la senda pascual.
Fraternalmente, Floren.
Viernes de la Octava de Pascua de
2018.