¿Qué cabe más allá de la inmersión en aquellos ámbitos dominados por el silencio vivo? El discurrir por esas naves clausúrales, los jardines y fuentes, la permanencia a cualquier hora en las recogidas capillas donde el silencio se aquilata y quintaesencia; todo este conjunto de espacios y lugares se apodera del ánimo del peregrino y lo lleva a las dimensiones más excelsas… ¿Podemos avanzar todavía por este sendero de plenitud en nuestra experiencia de los ámbitos privilegiados, los recintos monacales?
Ciertamente, sí. Algo se ha sugerido en ciertos versos de los poemas compartidos. Porque la significación auténtica de estas realidades que nos atraen y seducen no es sino el ámbito en el que unas personas han puesto su vida de modo irrevocable en manos del Señor para bien del mundo y de los hombres. Y dan su testimonio del modo que mejor expresa tal dedicación: orando, viviendo en continua actitud de alabanza, súplica y acción de gracias a Dios. Esta dedicación orante, desde el silencio que trasminan los ámbitos callados, es la más definitiva percepción que el peregrino experimenta desde los ya algo lejanos años en que le fue regalado este asombroso sumergirse en la ‘piscina del misterio’, y que desde entonces ha ido creciéndole como un fuego oculto en el hondón del alma.
Oración desde el silencio, unido a la Comunidad que le acoge y que le hace ingresar en el corazón de la Iglesia. Aquellos himnos, salmos y cánticos que pudo descubrir los recita ahora con el rítmico desgranar de la salmodia desde la primeras horas del día a las últimas, desde que la aurora irisa el horizonte en la amanecida al reposado tiempo en que el anochecer cubre con su manto los perfiles de las cosas. Oración continuada, tiempo trascendido que empapa con el aliento de la presencia silenciosa las horas y minutos, y consagra así las demás ocupaciones de la diaria jornada. “Hasta entre los pucheros anda el Señor”: la clásica frase teresiana muestra su más evidente verdad gracias a este sucederse de concretos momentos orantes.
Por eso no vamos en esta ocasión a extendernos en cuidadosas descripciones. Dejemos esto para referirnos a lugares y situaciones de nuestros ámbitos del silencio.
La realidad del tiempo y su fugacidad pueden expresarse más adecuadamente a través de ese medio sutil y lleno de simbolismo que es el lenguaje poético. Gracias a Dios, la experiencia de este acompañar a los orantes ha sido tan maravillosa, tan repleta de sentido y valor que nos vamos a permitir traer algunos de los poemas que ha suscitad la vivencia de la liturgia de las Horas, de la que ya ofrecimos los versos relativos al oficio de Completas. Digamos tan sólo que de los sucesivos tiempos de oración comunitaria las preferencias del peregrino se inclinan por las Vigilias y las Vísperas-Completas, vistas las últimas como conjunto. El orar mientras la luz del día inicia su recorrido con salmos de especial fuerza y cuando declinan sus fulgores, la alabanza inicial y la ofrenda final, implican una vivencia donde el recogimiento tiene especial densidad. Quiero compartir contigo las hondas impresiones que me surgieron en la hora inicial de un día y la vivencia del transcurso del tiempo en actitud orante a lo largo de la jornada en cualquier recinto monástico. Son versos libres, sin rima pero con ritmo, separados por barras, que pueden leerse con prosa poética.
MADRUGADAS CON DIOS (Oficio de Vigilia)
"La noche sosegada/ en par de los levantes de la aurora". S. Juan de la Cruz: Cántico, 14
Inefable prodigio/ de tu quieta presencia en la imprecisa hora,/ la de inciertos temblores/ al filo de la tímida alborada,/ cuando el añil matiza/ la oscuridad profunda de la noche,/ mientras, arriba, su fulgor destella/ el heraldo del alba,/ lucero de la clara amanecida.
Madrugadas serenas, prodigiosas,/ para asomarse a ti calladamente,/ Amante misterioso!,/ que, en silente asomada/ elevas mi alma/ sobre sus posibilidades más extremas,/ mientras voy a tu encuentro, fascinado,/ cuando las horas en el mundo duermen.
Sólo están en vigilia insobornable/ esas perennes lámparas,/ que velan por tu amor en los cenobios,/ a las que me has unido/ colmando generoso mis deseos/ de estar en tu morada,/ y llevándome al centro de mí mismo/ en el que habitas sin saber yo cómo.
Sin voz me llamas;/ fuera y dentro de mí tu amor me invita/ a entonar tu alabanza,/ mientras atisbo el nimbo de tu rostro,/ con los ojos del alma dilatados/ por desbordante asombro,/ en esta densidad de tu silencio.
JORNADA MONÁSTICA (Salmo de alabanza y gratitud)
"Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida, gozar de la dulzura del Señor contemplando su templo". Salmo 26, 4.
Te bendigo, Señor, de noche y día,/ gracias te doy, mi Dios, hora tras hora;/ porque tu amor supera todo límite/ y tu bondad derramas sin medida.
Mi corazón eleva a ti su canto/ y recita mi alma su alabanza,/ como el pájaro trina en la mañanay gorjea la alondra en el boscaje.
En el hogar monástico me acoges,/ te hallo en el retiro de tu casa,/ que rodea el verdor de la arboleda/ a los pies de montañas escarpadas;/ en el umbroso valle asientas tu morada,/ junto a las frescas aguas tu recinto. En las naves del claustro me recibes,/ me das recreo en la fecunda huerta;/ en la penumbra de la capilla me hablas,/ tu palabra me llega desde el templo;/ sin pronunciarla escucho tu llamada,/ desde el fondo del alma me convocas. Me adelanto al primer albor del día,/ en medio de la noche me despierto,/ y contemplo asombrado el brillo de los astros,/ luminarias que tu mano colgó de la alta bóveda;/ su parpadeo me anuncia tu maestría,/ sin palabras pregonan tu inmensa omnipotencia.
Mis ojos rechazan el sueño,/ prefiero tu llamada al descanso del lecho;/ en respuesta me otorgas íntima presencia,/ tu amistad me regalas generoso.
La amanecida me halla salmodiando,/ mi oración te saluda al levantarse el alba;/ unido a mis hermanos consagrados/ me siento miembro vivo de la Iglesia implorante,/ la asamblea que agradece tus dones/ por el ancho horizonte de la tierra, /junto a santos y ángeles que entonan/ perennes alabanzas en el cielo/ por tu amor difundido a las criaturas. El silencio remansa mis sentidos,/ la paz del monasterio vivifica;/ mi existencia se colma de tu gracia, /mi juventud renuevas con tu aliento.
Me adentro en la lectura que de ti da noticia,/ como rocío me empapa tu palabra,/ abriéndome a la ciencia que me enseña/ tu misterio sin fondo ni distancias.
Cambia la luz al paso de las horas/ mostrándome facetas de tu gloria;/ mi espíritu se llena de alegría/ al transcurrir el tiempo en tu presencia.
El vigor me renuevas con largueza,/ tu mano me regala el sencillo sustento,/ que tomo agradecido, mientras me confío/ a tu amor providente que de sus hijos cuida.
Tu caridad desbordas con tu entrega,/ el pan del sacrificio me das en alimento;/animas mi flaqueza para seguir tus huellas/ y sanas con tu sangre mis heridas.
Cuando declina el día me acaricias,/ tu ternura me invade en el crepúsculo, mientras saludo a la Madre siempre Virgen/ que me acoge amorosa en su regazo. En profundo sosiego, que acalla los sonidos,/ pongo en tus manos paternales mi vida;/en la silente noche, con los últimos salmos/ mi ser en ti descansa confiado.
La oscuridad me envuelve como un manto/ con el que tú me cubres suavemente;/defendido por manos de tu ángel/ me encuentra el sueño sin temor alguno;/alma, vida, existencia a ti se entregan/ en espera del día definitivo.
Gloria a ti, Padre, Fuente inagotable,/ a ti, Hijo, Palabra revelada,/ a ti, Espíritu, hoguera inextinguible,/ Dios Uno y Trino, desde siempre Santo,/ por toda eternidad te sean dadas. Amen.