5.4
La Liturgia de las Horas. Oficio Divino
"La Liturgia de las Horas es santificación de la
jornada"
(Pablo VI, Laudis
canticum 2)
5.4.1 La Oración de las Horas
Pero
la Iglesia, enseñada por Cristo y los Apóstoles, nos ha enseñado para alcanzar
la permanencia en la plegaria un medio sumamente precioso: la Oración de las
Horas.
Por éstas, van siendo santificadas todas las horas de nuestras jornadas,
y todo el tiempo de nuestra existencia va quedando impregnado de oración, de
alabanza, de súplica, de intercesión y de acción de gracias. Así nuestra vida,
haciéndose una "ofrenda permanente", se hace toda ella preparación y
extensión de la eucaristía.
La
Oración de las Horas centra en Dios la vida de los fieles, y ajustándose al
ritmo biológico y secular de la naturaleza -día y noche, trabajo y descanso,
vigilia y sueño-, asegura al Pueblo de Dios una armonía permanente entre la
acción y la contemplación, entre el tiempo laborioso y el festivo, entre la
atención a este mundo y la expectación del cielo. En una palabra, hace que los
fieles participen de la armonía de la vida de Cristo:
"Su
actividad diaria estaba tan unida a la oración que incluso aparece fluyendo de
la misma, como cuando se retiraba al desierto o al monte para orar,
levantándose muy de mañana, o al anochecer, permaneciendo en oración hasta la
cuarta vigilia de la noche" (OGLH 4).
¿Pero
esta armonía, siempre mantenida, entre orar y laborar, realizable sin duda en
la vida monástica, no será un ideal imposible para los sacerdotes, religiosos y
laicos que viven en el mundo? El Vaticano II pedía expresamente que en la
ordenación de la plegaria eclesial se tuvieran en cuenta las condiciones de la
vida actual (SC 88).
En estas condiciones de la vida moderna se presentan sin
duda dificultades peculiares para un ritmo habitual de la oración, como pueden
ser a veces jornadas laborales prolongadas, seguidas de largos descansos,
tiempos empleados en viajar al trabajo, horarios cambiantes, difícilmente
previsibles, etc.
Pero también se dan facilidades considerables, al menos en
relación a épocas pasadas: limitación acentuada del horario laboral,
racionalización ordenada de los tiempos de trabajo, horarios fijos, fines de
semana y vacaciones mucho más amplios, etc. No exageremos las dificultades.
De
hecho, la gran mayoría de los ciudadanos modernos viven un horario sumamente
rutinario, y cada día -según nos informan las estadísticas- dedican a la
lectura de los diarios media o una hora, y a la contemplación de la televisión
dos o tres horas. Y todo ello con una considerable regularidad, aunque haya
días en que no puedan hacerlo...
Imitando
a Jesús, nosotros debemos abrir espacio en nuestra vida para la oración, lo
que, no siempre, pero a veces, nos exigirá madrugar, o trasnochar, o
despedirnos de la gente con quien estamos -como él lo hacía, llegado el caso
(+Mc 6,46).
La experiencia, no solamente la teoría, nos enseña que generalmente
los cristianos que valoran de verdad la oración como un valor esencial, hallan
tiempo para ella, y que incluso lo hallan con una cierta regularidad diaria. La
oración privada, "en lo secreto" (Mt 6,6), sea o no la de las Horas
litúrgicas, no suele ser en modo alguno irrealizable.
Autor:
Florencio Salvador Díaz Fernández.
Estudiante de
Teología Cristiana.
(Este
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