¿Murió
la hija de Jairo? Mc 5,21-43
Tengo por costumbre los viernes
dar lectura al evangelio del domingo, para así llegar a una interpretación
propia, antes de leer las reflexiones de unos y otros.
El evangelio es ya conocido para
los que los estudiamos y sobre ellos oramos. Además, es claro en el
planteamiento, Jesús asiste a cada mujer –a cada persona- en cada etapa de su
vida. Por cierto, el número doce es determinante para la actuación del maestro.
Por un lado está la hemorroisa,
mujer marcada por la sociedad religiosa del momento como impura. Creció sabiendo
que era impura y como impura la tenían todos sus congéneres. Además, su
enfermedad era de las enfermedades que se adolecen en silencio por la repercusión
que tienen en aspectos fundamentales de la persona. La enfermedad de la
hemorroisa, es una enfermedad que le afecta a su sexualidad, le impide el contacto
físico y el desarrollo de su femineidad, como interpreta Pagola.
Ella confía, y Jairo el poderoso
jefe de la sinagoga también confió. No sé hasta qué punto podemos igualar los
conceptos fe y confianza. Lo digo porque el sábado asistí a misa participando
de la eucaristía, y un sacerdote contextualizo bien la situación de ambas
mujeres, pero no supo –o no quiso- llegar al capítulo central de este
evangelio, la exclusión de la persona por su género o por su concreta
situación. Se quedó en la fe, recurso último que a todo sacerdote enseñan en el
seminario, para no resbalar en el intento.
“Mirad a los ojos a Jesús y
confiad”, dijo el cura. Además se apasionó, sí. Pero cuando hablaba a la
comunidad reunida, yo pensaba en la enseñanza de la metafísica de los griegos
que estudié de pasada hace unos años, y en un aforismo árabe que tengo muy en
cuenta en mi vida y que dice al uso: “ata
tu camello, luego confía en Dios”.
Creo que es importante la fe. Lo
recalco, importantísima. Que me lo digan a mí. De no tener mi fe fundamentada,
en el momento en que recibo una reprimenda del arzobispo de Sevilla por mi
pensamiento teológico, quizás estuviera desesperado. Como digo no es el caso,
pues la fe cimentada efectivamente no puede mover montañas pero hace
inamovibles la firmeza de los corazones humanos y el libre pensamiento.
Con fe nos podemos morir
esperando. Por ello, yo apuesto más por la confianza, ya que al confiar eres
consciente de que se va a actuar en tu vida de una manera determinante, como actúa
Jesús. El toca y se deja tocar –Mc 5,30-. Y al realizar el contacto físico,
devuelve la dignidad y el lugar que le corresponde a la persona denostada.
Que me voy por las ramas. ¿Murió
la hija de Jairo? Entendamos que esta niña tenía doce años. A nuestros ojos una
niña, a los ojos de su cultura de entonces una mujer con edad casadera. Los doce
años en la cultura judía, era la edad propia o aconsejada, para desposar a los
hijos. Desposar no era casar o realizar la ceremonia del matrimonio. El desposorio
consistía en que la mujer en plena adolescencia, abandonaba para siempre el
hogar familiar y se marchaba a la casa de los padres del novio, para vivir
todos en comunidad. Esta situación podía prolongarse durante años. Aunque la
relación intima y la cohabitación se celebrara posteriormente por medio de la
introducción de los esposos en el tálamo –habitación conyugal- por parte de los
amigos y familiares; la ruptura de la futura esposa con su familia carnal era
determinante para la vida de estas mujeres.
Les arrebataban la infancia casi
a los doce o catorce años. Se les acababa la vida en un matrimonio concertado
desde pequeños, en el cual primaban las alianzas entre clanes familiares. Jairo,
el poderoso jefe de la sinagoga de Cafarmaum –sig. Aldea de Naum o lugar de
consuelo-, tuvo que vivir un momento terrible de presión. Como responsable de
hacer cumplir las tradiciones, por un lado estaba obligado a llevar a cabo la
alianza establecida con su hija y otro clan familiar; y como padre, se adolecía
en la desesperación sabiendo que su hija deliraba por otra vida, vivida quizás
sin los matices esclavizantes que en muchos casos impone la cultura del lugar.
Un drama familiar, tenía que
tener lugar en casa de Jairo y desesperado, acude a Jesús; alguien a quien él
está obligado a despreciar pues se proclamaba hijo de Dios. Volvamos al
evangelio. Dos mujeres desesperadas. Una por la esperanza de su dignidad vivida
hasta el momento de su muerte. Otra por la dignidad de su joven vida, que están
a punto de arrebatarle.
¿Institución o vida, funcionario
o padre? En esto se dirime el mensaje del evangelio por parte de Rafael J.
García Aviles. Y dice más: “Levántate, le dijo a la niña. LEVANTATE. La
vida no se impone; se ofrece y hay que acogerla y cuidarla –encargó que le
dieran de comer- y dejar que madure hasta que sea capaz de entregarse para dar
más vida. Jairo y su hija –y también la mujer con flujo de sangre- representan
la misma realidad: el conjunto de hombres y mujeres, que son unas veces
víctimas y otras cómplices de un sistema religioso que, en lugar de contribuir
a la felicidad del ser humano, tiene como único objetivo el perpetuarse a sí
mismo, y , pervirtiendo su función, acaba por impedir la relación de la
criatura con su creador, del viviente con la fuente de vida, del hombre libre
con el Dios liberador […], la institución religiosa y la ley, convertidas en
absolutos, en fin en sí mismas, habían condenado a estas mujeres a la
infecundidad y a la muerte, tuvieron que romper con la ley y abandonar la
institución para poder encontrarse con Jesús, para quien el hombre está por
encima de toda ley y de toda institución. Y el encuentro con Jesús les devolvió
la salud y vida, dignidad y esperanza.
Acabo esta reflexión con las
últimas palabras de R.J García Aviles. “Y salió de aquel lugar”. “No se queda a
reformar una institución que se había aliado con la muerte, que ya no tenía
arreglo; pero antes… Jesús insiste: Levántate, muchacha; levántate, pueblo:
acepta la vida y construye tu libertad”.
Como comprenderéis, mi sorpresa
al encontrar esta reflexión fue mayúscula. Ya somos dos los que pensamos que la
hija de Jairo no estaba muerta, ni murió físicamente. La estaba matando el
sistema cultural y sobre todo religioso. Sepamos poner por encima de todo
nuestro SER LIBRE Y RESPONSABLE. Jesús, está por encima de toda institución y
de todo poder preestablecido. Ambas mujeres, experimentaron la asistencia del
Espíritu del resucitado. Saludos desde la calurosa Andalucía.
Floren de Estepa. Estudiante de
teología cristiana.